La estatua del parque

 

Va por las calles con su mochila al hombro, camina encorvada bajo el peso de su equipaje, es consciente de que lleva más de diez horas vagando por la ciudad, y sin embargo no está feliz, sabe que ya los años le están pesando y no puede cumplir su cometido con la misma eficiencia de antes y eso, a pesar de que pone todo su empeño, toda su dedicación, toda su atención en no desaprovechar la más mínima oportunidad.

Empieza sus funciones al atardecer, atraviesa el parque con su mochila y se acerca a los barrios residenciales, espera a que las luces se vayan apagando en las casas para ir colándose por debajo de las puertas a recoger los ojos de los durmientes, visita todos los dormitorios, se acerca a todas las camas hasta que el aliento del durmiente calienta su pétreo rostro, espera lo que sea necesario hasta que sus párpados con un leve movimiento le indican que ha llegado el momento preciso, entonces toma su cucharilla de plata, aquella con la que su madre le dio sus primeras compotas y que le obligó a guardar para sus hijos y que le hizo prometer sería para sus nietos por todas las generaciones posibles; toma la cucharilla y con la misma seguridad que tenía su madre, se acerca al rostro del durmiente y recoge sus ojos, los guarda en la mochila y pasa al siguiente cuarto, y una vez ha terminado en esa casa, visita la vecina y luego la siguiente hasta completar la cuota prometida, así hasta diez horas de media por día.

Con la mochila llena de ojos atraviesa la ciudad en sentido inverso al del atardecer y vuelve al parque poco antes de que amanezca, antes de que el personal de limpieza de la ciudad irrumpa con sus mangueras, sus escobas y sus charlas impertinentes y vacías. La deposita junto a la estatua y con sumo cuidado va colocando los ojos de los humanos en las cuencas marmóreas de la diosa admirada por los turistas.

Luego, la anciana adopta la misma pose de la estatua mientras la ve alejarse por la ciudad. A ella no le importa, al contrario, se siente halagada por sus nocturnas misiones al servicio de la diosa, es un honor que gracias a su labor y al menos por unas horas, el mito recobre la visión de las vidas humanas… a lo que no se acostumbra es a las cagadas de las palomas.

Por: Gladys