27 de Febrero, 2007, 15:27: ÁgataUn libro para ti

En un recipiente ponemos la cultura milenaria del lejano oriente, luego agregamos una porción de esencia de la cultura occidental. Agitamos fuertemente y ¿qué resulta?
Nada más y nada menos que una literatura inteligente, pausada, profunda por momentos pero que sabe elevarse de vez en cuando para dejarnos respirar. Así es la producción de Kazuo Ishiguro, un escritor nacido en Nagasaki pero residente en Inglaterra desde la infancia, y es esa literatura de la cotidianidad más profunda la que lo ha colocado en un lugar privilegiado del mundo literario obteniendo premios tan importantes como el Whitebread, el Winifred Holtby Memorial y el Booker en Gran Bretaña.

Entre sus novelas más conocidas tenemos Pálida luz en las colinas, Un artista del mundo flotante y Los restos del día. Y es precisamente de esta última de la que quiero darles algunas pinceladas a los amigos blogueros de caelanoche.
Los restos del día es una novela protagonizada por un mayordomo, quien después de trabajar 35 años para un Lord Inglés se enfrenta a un nuevo patrón, un ciudadano norteaméricano, quien le da unos días de vacaciones y durante los cuales, nuestro mayordomo emprende un viaje en coche por los paisajes nunca contemplados de Inglaterra. En este viaje los recuerdos inundan su memoria, los personajes a la vera del camino le ayudan a armar en su puzzle cerebral algo que nadie puede definir exactamente pero que intuye, es la dignidad.
Los restos del día es una novela cotidiana, tranquila, en la que las palabras van formando un claroscuro entre diversión y tristeza que va penetrando en nuestras conciencias.
Por: Ágata

27 de Febrero, 2007, 15:17: GladysGeneral


Cupido apoyó su arco contra la columna con desaliento, se sentía extenuado, sin aliento para seguir, sintiendo cada vez con mayor fuerza una lasitud insoportable en todo su cuerpo mientras se apoyaba él también contra la fría superficie de mármol.

Sintió un agradable frescor muy cerca de sus alas, luego fue pegando el resto de su cuerpo para finalmente dejarse escurrir, pensando sólo en yacer ahí por toda la eternidad.

Al contacto de su cuerpo con el frío mármol del piso,  los músculos se relajaron, involuntariamente las piernas se extendieron y los brazos se abrieron en cruz para absorber toda la humedad de que fuera capaz. Su mente quedó igualmente suspendida en un territorio helado, donde montañas y montañas de nieve impedían ver el universo pero le daban una sensación de seguridad que hacía tiempo no sentía.  Y así, en medio de la nada, no era consciente de las consecuencias que traería para la humanidad su actitud, por primera vez en su vida había logrado no pensar, no ser, no sentir y era maravilloso, sin embargo, algo en su interior iba cobrando fuerza, era como un hilito de luz que empezó a retorcerse en su vientre y que poco a poco iba avanzando rebelándose como una gran luminosidad que empezaba a calentarle todos los órganos interiores, hasta aquellos compartimientos donde guardaba la razón, la inteligencia, los sentidos, los afectos y las sensaciones hasta que llegó a su cerebro y éste a su vez impulsó a sus músculos para iniciar la acción. Inmediatamente su cuerpo despertó, se irguió, tomó su arco, las flechas y empezó a correr como un desesperado lamentándose de la inutilidad de esos dos apéndices que llamaban alas, pues en aquellos momentos era como si hubieran adquirido vida propia y se negaran a participar en aquello que él iba a hacer.

Corrió todo el día y toda la noche, atravesó desiertos helados, mares embravecidos, ríos caudalosos, escaló las montañas más altas del universo, perforó las selvas más inexpugnables y estuvo a punto de acabar asado en el desierto inmenso, pero no se detenía, al contrario cada vez su urgencia era mayor por llegar, por acometer su tarea, no se podía permitir el lujo del desfallecimiento, tenía que estar lucido para el momento culminante, pero este parecía siempre estar a un palmo de sus regordetas manos. La memoria empezó a fallarle, ya no podía recordar cuanto tiempo había pasado desde que empezó a correr, pero esa consciencia no lo detenía, algo en su interior le aseguraba que una vez cumplido el objetivo, se inmovilizaría  espontáneamente, sin embargo el dolor en su espalda empezaba a ser agudo, los apéndices parecían a punto de quebrarse, en cualquier momento sus alas se desprenderían del cuerpo, pero no podía hacer nada, no podía detenerse para examinar el estado en que se hallaban o asegurarlas de alguna manera; era como si no le importaran.

La veinteava noche ¿o día? notó que su cuerpo empezaba a correr a un ritmo más lento, sus piernas trazaban un ángulo un poco más agudo sobre la tierra en que posaba sus pies y la alegría de la inminencia empezó a invadirlo. Sí, el final se acercaba, por fin acabaría con todo, sin embargo el paisaje ante sus ojos era confuso; un enorme cráter empezó a cobrar forma, el resplandor que cubría su parte superior se hacía cada vez más cercano, pero a medida que sus pies avanzaban, la luz se iba tornando amarilla, cálida, casi como de fantasía para dejar ver en su centro una gran bola de fuego.

A su alrededor la tierra aparecía negra,  y a medida que su mirada ascendía, la negrura inmensa y absoluta derivaba en filosas estalagmitas de ónix. Su correr se convirtió en un trotecito lento, luego fue haciéndose más pausado hasta que se dio cuenta de que llevaba ya un buen rato caminando, pero aún sin detenerse completamente hasta que se encontró frente a frente con una gran roca, un enorme ídolo de piedra que parecía desafiar todas las leyes del universo.

Se detuvo a contemplarlo, la nuca le dolía al esforzarse por descubrir la cabeza de la esfinge pero sólo alcanzaba a divisar dos enormes agujeros iluminados por una luz naranja, que supuso, eran los ojos. Sus miradas se encontraron y en ese instante supo lo que tenía que hacer,  tomó su arco, escogió cuidadosamente sus flechas y apuntó al ídolo sin fijarse mucho en el lugar donde debían clavarse sus flechas, en eso no pensaba, únicamente sus manos obedecían, tomaban la flecha y disparaban, luego otra, otra y otra, parecía que tenía un inmenso arsenal de ellas pues no acababan nunca y el ídolo seguía como si nada, hasta que alguna de ellas debió acertar en un lugar especifico y empezó a despedazarse, las rocas saltaban embravecidas y rodaban cuesta abajo, hasta que la luz se apagó.

Lo que ahora no entiende cupido es por qué tanta gente viene a verlo ahora que se ha convertido en piedra.

Por: Gladys


27 de Febrero, 2007, 15:00: Jimulminirelatos


Como siempre, aparecieron inesperadamente por la entrada sur del pueblo. Su presencia en aquel pueblo era muy habitual. En sus flamantes superdeportitos: Rey, Coleccionista, Militar y Hechicero hacían rugir los caballos de sus prolongaciones fálicas. El pueblo, atontado por el bramido de los motores y embobado por la apariencia de su artificial personalidad sale enajenado de emociones contradictorias a las calles, aclamándolos como la verdadera esencia de su existencia. Amparados por el plan que ha  minuciosamente ideado y estructurado en secreto por ellos, como si se tratara del libreto de una mala obra teatral. El Ojo Amigo, que todo lo ve se hace eco de tamaña noticia, anunciándolo a los cuatro vientos. Con gran pompa y boato llegan a la majestuosa sala, desde la cual, aleccionaran a la muchedumbre que será guiada a conveniencia de sus propios intereses, siendo totalmente contrarios al bien común.

Al tiempo, una minoría de aguafiestas, manifiestan su estado de escepticismo, demostrando con hechos que la destrucción del pueblo es inminente, al tiempo que provocan la ira de la muchedumbre. “Las grandes ocasiones no se han hecho para ser destrozadas por cuatro enemigos iletrados del Sistema”, aclama la mayoría. Pero en este caso los “iletrados”, desgraciadamente llevan la razón. La resaca de esa fiesta, será la mecha que provoque el estallido del Caos y el desastre.

 

Por: Jimul


27 de Febrero, 2007, 14:49: SelváticaAlaprima


En la piscina nacen papeles mojados
periódicos empapados de noticias.
Algo se me perdió
¿Una residencia para mayores?
Suplico a una amiga que me ayude
a buscar casa.
No me oye.
Nadie me oye.
Llueve.
La piscina se desborda,
las calles se inundan
El movil se fue al fondo
Las noticias emergen,
las letras se desunen deshaciendo las noticias
El agua de la piscina se va por el desagüe
con ella las letras.

Por: Selvática