Abril del 2007
![]() Berta, resguardada de la lluvia bajo un
portal contempla las ventanas del cuarto piso del edificio que tiene enfrente,
la imagen es borrosa debido a la densa lluvia, que como el velo de una cortina,
apenas si le deja entrever los tres grandes recuadros negros que concentran
toda su atención. Desde ahí ha visto morir la tarde en brazos de un lánguido
crepúsculo dorado, como si contemplara el prodigio en una pantalla gigante; al
principio el sol enrojeció como los cachetes de una muchacha, luego se fue tornando
violeta, como vaticinando el pronto desatar de las furias corporales y los
fluidos salados de los habitantes de la ciudad, después todo se consumó en un
cálido dorado, como si el rey Midas hubiese rozado con su mano el lienzo del
edificio tiñendo sus muros de oro, con la intención de enfurecer al gran
creador, quien en un estallido temperamental, de esos que le suelen dar a
veces, quiso borrarlo todo de un solo manotazo empleando en ello toda su rabia
concentrada en ese desatado aguacero. Sin embargo esos berrinches ya hace
tiempo no asustan a nadie, al contrario, a los bogotanos les gusta, les gusta
esa ciudad caleidoscopio donde nacieron o donde se refugiaron, vaya usted a
saber, pero a todos les pasa lo mismo, al principio la rechazan y luego no se quieren
ir, se entregan a sus cambios, aman la vida en multicolor que muere y vuelve a
nacer después de cada chaparrón; por eso Berta contempla desde su refugio la
vida que late tras las ventanas de aquel edificio, al que hace guardia desde
hace tres meses.
Noventa días que terminan de idéntica manera, a eso de las cinco de la tarde deja el taxi en el parqueadero público, camina hasta una cafetería y se toma un tinto, como para darse tiempo, para esperar que entre las espirales de humo el reloj le indique el segundo justo en el que debe echarse a caminar unas tres cuadras más o menos, hasta llegar frente al edificio objeto de sus vigilancias secretas. Algunas veces la iluminación del escenario cambia, pero no el acto de su protagonista; a eso de las seis de la tarde las tres ventanas únicamente reflejan la luminosidad exterior, cuando dan las seis treinta, el recuadro de la izquierda se ilumina dibujando ante los ojos de Berta una lámpara de tres picos, una estantería con libros, un retazo de pared rojo colonial y al fondo, casi oculto a su visión una máscara africana. Hoy
Berta siente que el plazo se ha vencido, lo supo desde que despertó a las cinco
de la mañana y vio a Diego encogido en el sofá, en la misma posición de
abandono que había adoptado desde el momento en que entró a su casa. Nada ha
cambiado desde entonces, las manos muertas sobre las rodillas huesudas, la
barbilla como escondida entre los hombros, la boca apretada y la mirada perdida
en un punto invisible, indiferente a la vida que bulle a su alrededor; con el
correr de los días la piel se le fue apergaminando y se le fue adhiriendo a los
huesos, los ojos como puntitos luminosos que al principio le insinuaron a ella
retacitos de fantasía, como si fueran mundos maravillosos por descubrir y vivir
juntos, pronto revelaron su verdadera causa: el alcohol, la sangre avinagrada
que enerva y languidece, casi simultáneamente. En
esos primeros días Berta parecía vivir enajenada, haciéndose la desentendida
ante ese agujero que se iba abriendo en su mundo, disimulándolo con remedos de
caricias, con besos, ternuras y tibiezas que siempre se estrellaban contra el
muro de indiferencia donde se escondía Diego y que para Berta representaba un
reto, un desafío a su feminidad, esa especie de enemigo que algunos necesitan
para dar sentido a su existencia; con el correr de los días, sin apenas darse cuenta, se vio transportada
a un territorio en el que se hallaba totalmente fuera de lugar, un espacio en
el que de nada le servía lo aprendido, lo experimentado, lo saboreado y lo
palpado hasta ese momento; el vacío que invadió su memoria llegó incluso hasta
transformar la imagen que de sí misma tenía, pero no a nivel físico; esa que la
miraba desde el espejo era ¡Ups!
Berta la taxista, la que había empezado a conducir desde los veinte años aquel
carrito que pagó con el traqueteo honrado de su taxímetro, que al principio se
perdía por aquellos barrios olvidados de la mano de Dios, mentándole la madre
al hijueputa ese que la había llevado
hasta allá y encima pagaba con un billete grande y ella sin cambio en el
bolsillo. Mundo edificado sobre submundos, maquillajes desteñidos sobre rostros
que empezaban a mostrar la barba indómita, alguna que otra teta de goma
olvidada debajo del asiento, aunque también, dentro de su arquitectura
vivencial encontraba hombres de voz pausada, de manos limpias, cuyos ojos
descubría a través del retrovisor y contemplaba con placer hurtando la mirada
al tráfico, enviando señales de complacencia y de obediencia hasta el fin del
mundo, si se lo pidieran. ¡Nunca
lo hicieron! Pero Berta
tampoco se amargó por ello, todas las mañanas saludaba a su “chevito”, le
pasaba la estopa por el capó, le golpeaba las llantas con la puntera de sus
botas nuevas, aspiraba el interior, limpiaba los cristales y dejaba que el aire
circulara libremente por el interior del carro para dejar que salieran los
demonios oscuros y en su lugar entraran los ángeles divinos que la acompañaban
todos los días; luego se sentaba ante el volante, colocaba los espejos en el
ángulo perfecto, se miraba el rostro en el retrovisor y veía unos ojos
verdosos, enmarcados entre pestañas largas y sedosas, la línea de maquillaje
perfectamente delineada sobre el párpado, los cachetes sonrosados y los labios.
Sí, lo mejor que tenía su cara, eran los labios, más bien gruesos pero con la
curvatura perfecta de los besos, por eso, a ellos dedicaba toda la atención de
su escaso maquillaje, le gustaba ver como los millones de lucesitas del brillo
labial cambiaban de forma a medida que la luz variaba y después estaban sus
dientes, sus blanquisimos dientes, ellos también eran su orgullo íntimo de
hembra; por último se echaba la bendición, pisaba el acelerador y... Aquella
mañana de hace justo tres meses, Berta cumplió todas sus rutinas, se encontraba
con el ánimo alegre, ligera y optimista: su primer pasajero fue una chica
universitaria que andaba un poco enredada con la maqueta de un edificio, una
preciosa casita de muñecas con todos sus detalles, hasta niños jugando en un
parque de liliputs, seguro que el profesor le alabaría el trabajo, ella misma
no pudo reprimir su grata sorpresa y así mismo se lo dijo a la chica: “eso es
muy lindo, seguro que va a sacar un diez”. “Dios la oiga” le respondió la chica
y se fueron enredando entre jergas arquitectónicas que Berta traducía en
palabras como armonía, olor de hogar, familia numerosa, niños alborotando sobre
en el jardín, hasta que, concluyó que era bonito trabajar con las manos. Más
tarde un joven ejecutivo bañado en colonia de regular aroma, ostentando señales
demasiado visibles de la posición que anhelaba conseguir, con una voz de
falsete gangoso y un aire de mírame y no me toques, la instaba a que volara por
la ciudad pues tenía una cita muy importante – Y a mi que me cuenta – pensaba
Berta, haberse levantado más temprano caballero. Pero no se lo dijo, ese
maniquí no iba a estropearle el día, con ese sol tan bonito, con esa avenida
bordeada de tantos árboles y ese aire fresco que entraba por la ventana, no
señor, si sus clientes no lo esperaban, pues mala suerte, mira que arrugar esa
cara tan joven por unos clientes de mierda y menos mal que no había empezado el
atasco porque si no. A
eso del medio día una parada para almorzar, unos cuantos viajes más y luego a
casita, sin embargo las nubes empezaron a tejer su manto a eso de las cuatro de
la tarde; la luz se fue tornando gris y el ánimo de Berta empezó a
desasosegarse con una extraña inquietud, las manos le empezaron a sudar y hasta
ganas de orinar le dieron en medio de la avenida quince. La vejiga a punto de
reventar la obligó a introducirse en un centro comercial, eso, y dejar el
“chevito” mal estacionado para correr al baño, fueron casi una misma acción. Cuando
la urgencia desapareció, humedeció su rostro frente al espejo y la iluminación
mortecina del lugar le desagradó, se vio demasiado pálida, los cabellos
aplastados y un poco grasosos en las raíces, el maquillaje opaco y sus labios
resecos. ¿Qué carajo había pasado? Tomó
una toalla de papel, la humedeció y la colocó sobre los párpados cansados,
estuvo así unos instantes, empezó luego el proceso de retoque y hasta que no
quedó algo más contenta de su apariencia no abandonó el baño. Se acercó hasta
su carro, abrió las ventanas a ver si los ángeles estaban aún dentro y
presintió que no; se perfumó un poco detrás de las orejas y se dijo que lo
mejor sería irse a casa, mañana sería otro día. Berta
salió del estacionamiento y dio la vuelta al centro comercial para cambiar de
sentido pero al llegar al semáforo una pareja de mediana edad le hizo la señal
de parada. Berta sintió el impulso de no llevarlos, casi levantó la mano para
indicarles que estaba fuera de servicio, sin embargo, automáticamente frenó
suavemente. La mujer ayudó
a sentarse al hombre que parecía enfermo, se le veía marchito, ajado, con la piel apergaminada, su
mirada tenía un aire de desvalidez que a Berta la enterneció, con atención vio
el diligente qué hacer de la mujer, al parecer su esposa, empujando el cuerpo
del marido, encogiéndole las piernas, enderezándole la espalda y acomodando su
cabeza de forma que no chocara contra el cristal de la ventana, luego se sentó
ella y con el crujir del cuero al recibir su cuerpo, Berta sintió un olor que
le recordaba a Grecia, en su mente se dibujó la imagen de un mar profundamente
azul, bordeando una pequeña porción de tierra sembrada de ruinas blancas, como
los huesos de la humanidad. A eso olía aquella mujer. Manos expertas y sabias
imbuidas de vida, cálidos puentes de un mundo a punto de derribar los diques,
cansados ya de resguardar un aliento resignado, abandonado y hostil. - ¿Adónde la llevo señora? – Preguntó
Berta -. - Usted siga que ya le indico. Berta aceleró
con cuidado. El “chevito” respondió como un todo terreno y empezó a deslizarse
sobre el asfalto de la quince en dirección norte. Vehículo y conductora
formaban un armónico equipo donde cada uno de los procesos viales se cumplía
armónicamente; por la ventana desfilaban todos los elementos que componían el
atrezzo de una ciudad iluminada con la melancolía de un atardecer gris, lentamente
devoraban almacenes, edificios, casas, postes eléctricos, peatones presurosos,
de vez en cuando el alboroto de los autobuses escolares rompía el silencio de
la escena como un rayo fugaz en la inmensidad. Por la próxima
a la derecha – le indicó la mujer a Berta -. Ahora el tránsito era menos fluido,
los vehículos formaban una especie de lenta procesión lastimera por toda la
calzada. La mujer abstraída miraba a través de la ventana el lento circular del
tráfico mientras mecánicamente acariciaba la mano de su marido; éste como si no
fuera con él se dejaba hacer. Berta, de vez en cuando los miraba por el
retrovisor y la piel se le erizaba cuando contemplaba los ojos fríos del
hombre, la mirada resignada y el rictus triste de sus labios. Sí, Berta se
sentía incómoda con estos pasajeros, no eran como todo el mundo, un pasajero se
sube y dicta la dirección, el chofer la sabe o la pregunta y se encamina, a
veces se habla del tiempo, de fútbol, de política, de la novela, pero todo
brota armoniosamente, incluso hasta el silencio llegó a ser grato muchas veces
en su larga vida de taxista, con éstos en cambio todo era incómodo, fuera de
lugar, por eso, y para tratar de suavizar el clima gélido dentro del auto,
Berta encendió la radio y la triste melodía de un bolero empezó a invadir el
espacio mientras, susurraba a sus oídos: “...seré en tu vida lo mejor de la neblina
del ayer cuando me llegues a olvidar...”. Los ojos de Berta se
encontraron con los de la mujer en el espejo del retrovisor; los ojos se
sorprendieron, se reconocieron en ese verso y las bocas entonaron
simultáneamente: “... como es mejor el verso aquel...”, el auto se detuvo, unos
jóvenes en otro vehículo se colocaron a su lado y miraron con curiosidad dentro
del taxi, Berta subió el volumen: “... que no podemos recordar...”. Los
autos empezaron a moverse, el pie derecho de Berta cumplió su cometido y en un
segundo los chicos desaparecieron, ahora se detuvo frente a una mujer sola en
su vehículo, se miraron, la mujer le hizo una seña a Berta de desesperación por
el tráfico; Berta asintió y le hizo un gesto de resignación, otra vez el
acelerador y de nuevo la canción: “... seré en tu vida lo mejor...”, miró
Berta por el retrovisor, la mujer contestó con los ojos y con su voz: “... de la neblina del
ayer, cuando me llegues a olvidar...”. El tráfico en ese momento se hizo más rápido y Berta
prestó atención al vehículo abandonando a la mujer que con lágrimas en los ojos
susurraba: “... como es mejor el verso aquél que no podemos recordar...”. En ese momento el tráfico se deslizaba como por un tobogán: a la derecha las montañas, a la
izquierda una hilera de casitas estilo años cincuenta, los árboles pasaban
veloces ante la mirada húmeda de la mujer y la indiferencia del hombre a su
lado. - En la cincuenta y dos bajamos a la trece
por favor – dijo de pronto Berta la miró
por el retrovisor pero ella volvió al paisaje y a la monótona acción de
acariciar la mano del marido. Berta aceleró y se empezó a sentir un poco mejor,
ya estaban cerca de la dirección indicada, ese par se bajarían y ella podría
irse a su casa, darse una buena ducha y a lo mejor llamar a alguna amiga e irse
de juerga; sí eso sería lo que haría, una buena discoteca, salsita para
contentar el cuerpo y unos aguardiénticos para pasar el mal rato que éstos dos
le... - Por aquí puede dejarnos – indicó la
mujer mientras buscaba en su cartera el monedero -. Berta empezó a
frenar – ¿Por aquí le parece bien? –
Preguntó a la mujer. - Ay, me va tener que perdonar, pero no
llevo suelto, tendré que - Mierda – pensó Berta, pero la miró resignada –
y en voz alta La mujer la
miró con pánico, los labios le temblaban y se quedó como paralizada, Berta al
verla tampoco supo que hacer por unos instantes, pero reaccionando casi le
ordenó que se bajara, que no tenía todo el día para esperarla. La
mujer se bajó, la miró un par de veces hasta quedar de frente al cajero,
introdujo la tarjeta e hizo el ademán de teclear la clave; esperó unos
instantes y la máquina le devolvió la tarjeta. Volvió donde Berta, le explicó
el inconveniente y presurosa se dirigió a la esquina, miró un par de veces
hacía el taxi y desapareció. Las
montañas empezaron a perder su contorno, el cielo parecía dispuesto a ofrecer
el mejor de sus espectáculos, las nubes se apartaron un poco dejando que el sol
agonizara dignamente, que tiñera de naranja la incipiente noche mientras al
lado de Berta las luces se encendían y la ciudad se preparaba para el descanso.
Berta miró al hombre sentado y silencioso tras ella, a él la noche también le
había llegado, en sus mejillas se aparecían y desaparecían las luces de la
ciudad temblando en una lágrima que no se decidía a abandonar sus fríos ojos. Y
la mujer no aparecía. Una luz en la ventana del cuarto de la
izquierda logró sacar a Berta de sus recuerdos, una silueta femenina recortada
sobre la cortina iba y venía como buscando algo, entonces supo que tenía que
hacerlo, supo que debía caminar, que no debía pensar en nada, simplemente subir
la escalinata del andén, abrir el portal, tomar el ascensor... - ¡Dios mío! –
estoy empapada, pensó Berta. Efectivamente,
las botas de sus pantalones estaban húmedas hasta las rodillas, la tela era más
oscura que en la parte superior, el cuero de sus botas había perdido el lustre,
la camisa estaba arrugada y el pelo erizado como si hubiese metido los dedos en
un enchufe. Se miró en el cristal del portal y no se gustó, tal vez debería
irse, tal vez debería dejar para otro día lo que... no, tenía que hacerlo, era
ahora o nunca. La luz en la ventana de la izquierda
recortó la silueta de una mujer sobre la cortina ondeante, una mujer que
cantaba en voz alta desentonando con todas sus ganas, una garganta que se
expandía como si estrenara músculos, unas manos que se alzaban siguiendo un
ritmo espontáneo, unos pies desnudos, ligeros y danzantes dibujaban sobre la
alfombra las huellas de una Tina Turner en concierto en el Madison Square
Garden. Porque a ella le hubiera gustado ser como Tina Turner, en su juventud
soñaba con ser una famosa cantante de rock, imaginaba los conciertos, las
silbatinas de la gente, ese océano de ojitos titilantes bailando al ritmo de su
música, y ella vomitando todas sus ganas sobre el público, entregándose a esos
miles de amantes simultáneos, enloqueciendo con ellos y con el ritmo,
estallando en la noche, reventando el corazón, arrancando estrellas; pero había
conocido a Diego. La
mujer se detuvo un momento en su danza, estiró los brazos, fijó los ojos en la
punta de sus dedos, en esos dedos que desde muy pequeña, pensó, que estaban
destinados a coger las estrellas y se vio con treinta años menos guardando sus
sueños en un cajón para que no estorbaran los sueños del marido. Sin embargo no
podía alegar nada en su favor, la culpa fue enteramente suya, la culpa era de
ese carácter blandengue que se iba escudando en pretextos para no arriesgar,
para no mostrarse, para no definirse... la mujer sonrió mirándose al espejo y
retadoramente le reprochó a su imagen: “¿por qué la fuerza nos llega cuando no
la necesitamos?”- sonó el timbre -. ¿Quién podrá ser a estas horas?. La
mujer continuó mirándose al espejo y se alzó de hombros “que se vayan. ¡No quiero
ver a nadie!”. Debe ser la vecina pensó, a lo mejor necesita... - otra vez el
timbre -. No, no voy a abrir. - de nuevo el timbre, esta vez con mayor fuerza
-. Tendré que hacerlo, lo mejor va a ser que le abra y la despida prontito, le
diré que estoy agotada, que he tenido un día pésimo y necesito descansar porque
mañana... ¿ah, qué carajo?, ¿Por qué tengo que dar explicaciones? Hace noventa
días que soy libre, LIBRE por fin y para siempre. Abriré la puerta y la
despediré pronto, le haré el favor que quiere y listo. Tampoco debe una
enemistarse con los vecinos. Se
encaminó a la puerta y abrió con cierta brusquedad. Berta temblaba convulsivamente, su cuerpo parecía atacado por millones de hormigas carnívoras, sin embargo, al abrirse la puerta empujó a Diego hacía dentro y huyendo escaleras abajo le gritó a la mujer: “Ahí se lo devuelvo”. Por: Gladys |
Las conferencias literarias en la Feria del libro de Bogotá
![]() István Szabó Me encontré este libro de manera casual mientras hurgaba entre una pila de revistas porno, de decoración, de farándula y hasta de ganchillo, en un gran almacén de libros usados en Bogotá. Para ser totalmente sincera, no me llamó mucho la atención porque mis ojos inquietos saltaban hacía otros libros de autores conocidos, o que mi memoria reclamaba con mayor urgencia, sin embargo, una especie de intuición me impulsó a abrir sus páginas y me encontré con que ASÍ DE SIMPLE es una memoria de los talleres de cine que realiza desde 1986 la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba. Editado en 2003 por el Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L. Entre sus páginas encontré las voces de varios maestros del cine contemporáneo reflexionando sobre el guión, la dirección, la labor del producor, la actuación y la edición, pero además, descubrí entre líneas sus íntimas reflexiones, no sólo en cuanto al cine, sino en todo lo que concierne a la realidad que enfrentan los creadores en su qué hacer artístico. El lector encuentra en ASÍ DE SIMPLE unas interesantes ponencias moderadas por Gabriel García Márquez a personajes como Robert Redforf, George Lucas, Orlando Senna, William Kennedy István Szabó, Harry Belafonte, Julio García Espinoza, Jean Claude Carrieré, Senel Paz, Tomás Gutiérrez Altea y Juan Carlos Tabío, Francis Ford Coppola, Constantino Costa-Gavras, Mrinal Sen y Wole Soyinka. Todos ellos hablan de sus experiencias, de cómo abordaron sus trabajos creativos, sus opiniones acerca de la cultura en general y la latinoaméricana en particular. Para ponerlos a tono me permito copiar un aparte de la ponencia del realizador y guionista húngaro István Szabó, conocido por escribir y dirigir películas como Cuentos de Budapest (1976), Confianza (1979), Mephisto (1981), Coronel Redl (1985), Cita con Venus (1991), Dulce Emma (1991) y la más reciente, conociendo a Julia. Le preguntan: "¿Cómo ve usted la cinematografía de los países latinoamericanos y, con base en esto, qué recomendaciones nos haría a las futuras generaciones de cineastas?" RESPUESTA: No conozco el cine latinoamericano porque a Europa casi no llegan sus películas; son muy pocas las obras que conozco y por ello no puedo dar consejos. Además les pido que dejen atrás eso de pedir consejo. Hagan, equivóquense y así se darán cuenta de cómo hay que hacer cine..." Más adelante agrega:"Mis consejos no servirían, pídanle consejos a su papá, a su mamá, a los abuelos." (Abril 27 de 1998) ASI DE SIMPLE un libro ameno e interesante no sólo para quienes sueñan con escribir guiones. Por: Ágata |
![]() Por: Selvática |
![]() Adios a Rostropovich. Mstislav Rostropovich, falleció este viernes a los 80 años, "En cuanto comprendí que yo no tenía un verdadero talento para la composición y que mi destino era repetir las fórmulas de esos los maestros venerados, la comunión de un creador y de un intérprete en música pasó a ser una pasión para mí", declaró Rostropovich en 2001. La Dirección |
![]() El lector más votado por nuestros blogueros resultó ser EL LECTOR OJO, seguido muy de cerca por lector renacuajo. Se le pide al creador de tal descripción, que se acerque hasta el horizonte, allí donde caelanoche, a recibir su jugoso premio. Gracias por su participación. La Dirección |
![]() Vea el resultado de nuestro concurso en: SE BUSCA LECTOR Feliz día del libro, del idioma, del escritor, del lector!!! |
![]() –Vaya con
el pequeño Andrés, que ya no es tan pequeño ¿Cuántos años tienes? –me preguntó con voz cascada. –Cumpliré
quince el mes que viene –le respondí algo tímido. –¿Y ya
trabajas? Con tu padre, claro. ¿Serás boticario? Has de conocer bien las plantas,
algo menos los animales, pero mejor que nada a las personas. ¿Las conoces ya,
chico? Digo a las personas. Son todas diferentes, ¿verdad? Pero no creas, no,
no lo creas. El pequeño Andrés ya no es tan pequeño, vaya, vaya. Así solían
hablar aquellos vagabundos. Mi padre
era el boticario del pueblo, una persona importante porque tenía los únicos
ocho libros que había y que yo conocía de memoria a base de leerlos y releerlos
una y otra vez. Cuando no se le adelantaba el alcalde, invitaba siempre a comer
al vagabundo de turno y luego distribuía sus noticias con paciencia al resto de
nuestros vecinos. El que mejor nos hacía soñar era Alcancías y, ahora que lo
pienso, quizás fuera eso y no el sabor de las manzanas lo que tanto me gustaba de
él. Mi padre solía preguntarle con avidez sobre la guerra, la comarca y el tiempo,
por ese orden, pero Alcancías respondía sin su orden ni su concierto y, entre
noticias verídicas, dejaba caer cuentos de los valles del sur, o la historia
que le habían contado en una cantina de Bellasnubes sobre una mujer que era a
la vez una flor. Más él no se rendía y volvía erre que erre sobre sus temas de
costumbre. –¿Y la
guerra, qué se cuenta de la guerra? –preguntaba con ansiedad. –La guerra,
los soldados, siempre iguales. Hacen rum, rum cuando andan y rum, rum cuando
comen, yo he visto muchos. –¿Muchos?
¿Y cerca de aquí? –se sobresaltaba. –Buen
boticario, los soldados son siempre muchos, pero a la vez son pocos, porque en
realidad son un solo hombre que se repite muchas veces. Como mi
padre era un apasionado de los trabalenguas solía enfrascarse con Alcancías en esas
cosas. Siempre les tuvo miedo a los soldados; en aquél entonces yo todavía no
había visto ninguno, aunque parece ser que una vez, cuando era muy pequeño, habían
estado en el pueblo. Por lo visto robaron algunas gallinas y cometieron otras
tropelías de la que nadie quiso volver a hablar. La guerra empezó antes de que
yo naciera y antes de que naciera mi padre, y si tuvo algún motivo era algo de
lo que solía discutirse a la hora del café en la taberna del señor Gori. Para
mí ocurría muy lejos, en el cielo. La única vez que vislumbré algo de ella fue
cuando tenía seis años, un día que estuvo tronando pese a no haber nubes y las
montañas se iluminaron durante toda la noche. A mí me pareció divertido porque
nunca me he asustado de las tormentas. –Las casas
se pintan de negro en los pueblos del sur –dijo Alcancías en aquella ocasión–.
Cada vez hay más luto por todas partes. Pero cada vez hay también más ratones
de campo que cantan durante la noche ¡Se hace difícil conciliar el sueño así,
bajo los chaparros! –¿Dondevás?
–me preguntó así, hablando muy rápido. –A casa, ¿y
tú? Ya es tarde. –Yollevoamimuñeca
–me dijo casi trabándose la lengua. Me asomé a su carrito y vi que en él había
una pequeña muñeca de trapo. –¿Llevas a
tu muñeca en un carro? ¿Es que no sabe andar sola? –Es muy
pequeña –me respondió. –Se parece
a ti. –Claro,
soysumamá –me espetó terminante. Luego apretó el pasó y se marchó. Fue la
primera vez que pensé que en la vida podía haberme secretos vedados, y por eso
lo recuerdo. A partir de aquél día ella se me pegó como una lapa y, aunque al
principio no me gustaba la idea de que siempre estuviéramos juntos, por lo que
pudieran decir los demás chicos del pueblo, luego lo acepté como un castigo que
habría de sobrellevar por todas mis travesuras. Terminamos por hacernos amigos
precisamente en esa edad en la que los niños y las niñas tendemos a una
inamistad natural, antes de la condena definitiva del amor. Ella se convirtió
con el tiempo en una niña lista y despierta de un sentido común indudable
mientras que yo, por el contrario, siempre anduve perdido en las nubes,
fantaseando sobre mil historias que había oído o que yo mismo inventaba. Y por
eso nos complementábamos bien. La última
noche de Alcancías en el pueblo la pasé con él. Esperé a que se disgregara la
turba de niños que oían de sus labios las palabras mágicas de los viajes y los
sueños y cuando se quedó solo me acerqué. Se encontraba echado sobre el montón
de paja con cara de cansancio, esperando a que las últimas luces del día se
apagaran. Me senté a su lado sin decir nada y observé largo rato su
respiración, regular y ruidosa, y sus ojos, fijos en el cielo que se iba
inundando de estrellas. Hasta pensé que no me había visto, pero al rato se
dirigió a mí. –Joven
Andrés, grande para ser un ratón, pequeño para ser una liebre. Te esperaba.
¿Dónde está tu amiga Fina? Ella es verdaderamente la noche que algún día habrás
de buscar, querido pájaro. Y no la encontrarás, ya no. Calló
durante otro rato. Yo no me atreví a decir nada. –¿Sabes por
qué te esperaba? –me preguntó de nuevo. –No, no lo
sé –dije al fin. –He de
darte una cosa. A todos les he hecho algún regalo menos a ti y Alcancías podrá
ser viejo y seco como la lengua de una piedra pero no roñoso. Metió la mano en uno de sus bolsillos
y sacó algo grande, redondo y dorado. –¿Sabes lo
que es? Lo miré durante un buen rato antes de
contestar. –Es un
reloj. El señor Farra tiene uno parecido. –¿Sí? ¿Y el
suyo funciona? –Sí, me
tomó el pelo una vez con eso. Me dijo que era un animalito y me lo puso en la
mano. Yo noté un corazoncillo latir y lo creí; así me tuvo meses...–; Alcancías
se sonrió. –No
deberías ser tan crédulo. Este no anda bien, se me paró hace unos días tras
mucho tiempo de buen servicio. Pero no te lo doy porque esté averiado. Te lo
doy por otra cosa que quizás algún día descubras. Tómalo, es tuyo. Me lo
acercó con cuidado. Ya estábamos casi en tinieblas cuando lo cogí. Pero no pude
guardarlo en mi bolsillo como era mi intención, pues algo seguía reteniéndolo
junto al viejo vagabundo. –Perdona
–me dijo sonriendo. Sacó un pequeño cortaúñas oxidado y partió la cadenita que
lo unía a él por la mitad–. Verdaderamente era mi hijo. ¿No has visto nunca
nacer a un niño, cómo lo separan de su madre? No, claro que no. Ve ahora, joven
Andrés; tu familia te ha de estar esperando. Y en los días que están por venir
sé fuerte y silba canciones de mujeres barbudas. Alcancías quedó
tendido en el suelo, vencido por el sueño y yo me dirigí a casa con la
sensación más extraña que había tenido nunca. A la mañana siguiente ya no
estaba e intuí que no volvería a verlo jamás. No sé
exactamente cuándo me di cuenta de que quería ser un vagabundo; quizás lo supe
siempre, aunque puede que poco a poco fuera viéndolo más claro, sobre todo tras
aquella noche. No dejaba de pensar en qué habría tras las lejanas montañas,
dónde morirían los ríos o a qué lugar llevaban los antiguos caminos, y nadie
parecía hacerse esas preguntas salvo yo. Con el paso de los días me sentía
quemar por dentro porque quería irme siguiendo al sol. Ansiaba ser un vagabundo
pero ¿serviría para ello? Esa era mi mayor duda. Mi familia notaba algo raro,
sobre todo mis hermanos pequeños, que pensaron seriamente que me había mordido
una serpiente de agua encantándome con el espíritu de los ríos. Pero sólo yo creía
saber lo que me ocurría. Después de
mucho meditarlo, finalmente un día reuní a mis padres en la cocina y se lo
anuncié escuetamente. –Quiero ser
vagabundo. Mi madre se
ocultó tras el mantel y mi padre dio un salto. –¡Vagabundo!
–exclamó–. ¿Pero tú sabes lo que estás diciendo? –Sí, padre.
Lo he pensado mucho. –¡Hijo!
–sollozó mi madre, con lágrimas en los ojos– No todo el mundo puede ser
vagabundo. ¡Cómo se te ocurre! Se ha de ser especial y tener un nombre extraño:
Piesligeros, Airefrío... –El nombre
lo da el camino, madre. –No, no
puede ser, eres muy joven –volvió a reiterar mi padre. –Todo el
mundo sabe que los vagabundos se hacen jóvenes, antes de que haya algo que les
ate. –¿Y tus
padres, es que no somos nada para ti? –dijo enfadada mi madre. Tras eso se hizo
un incómodo silencio. Luego ocurrió algo inesperado. –Los
pájaros acaban por salir del nido –meditó mi padre con el ceño fruncido
mientras buscaba una silla. Parecía derrotado pero yo sabía que en el fondo comenzaba
a sentirse orgulloso ¡Uno de sus hijos, vagabundo! Era un honor para cualquier
familia. Un vagabundo, el hombre que lleva las nuevas a todos los lugares, el que
une, en los tiempos de las desgracias y las soledades, los corazones de las
gentes. El hombre al que reservan en los pueblos y ciudades los honores de los
reyes perdidos. Sabía que lo único que le disgustaba era la posibilidad de que
yo no estuviera a la altura y fracasara. Tras una tensa espera se dirigió a mí,
apoyando sus manos sobre mis hombros: –Hijo,
piénsalo bien y sobre todo, toma tu decisión sólo si estás seguro. Tienes mi
bendición y la de tu madre–. Así terminó aquella charla, con una esperanza. Siguieron
pasando los días y mi convicción fue haciéndose más fuerte. Siempre me había
gustado pasear por el campo, hacia las colinas rojas de amapolas que se
encontraban tras la vieja ermita. Ahora lo hacía más que nunca, imaginándome
que escalaba lejanas montañas o caminaba por las antiguas sendas negras y
agrietadas que, dicen, aún pueden verse en el norte. Acababa muy cansado y solía
tomarme un respiro en alguna de aquellas pequeñas cumbres. Un atardecer me encontré
allí con Fina. Llevábamos muchos días sin vernos y era la primera vez que nos
ocurría. La vi ascender ligera por el camino amarillo de los abedules y
dirigirse resuelta hacia mí. Su pelo negro dejaba hilos oscuros en el aire suave
de la primavera. Cuando llegó se sentó en silencio. –Dicen en
el pueblo que te vas a ir, que vas a ser vagabundo –señaló al cabo de un rato. –Sí, eso
dicen. –No me
habías comentado nada. –Aún no
estoy seguro –le contesté. –¿Por qué?
–me preguntó ella, mientras ocultaba su rostro tras el pelo. –Porque aún
no sé si de verdad sirvo para vagabundo. –Oh, yo
creo que sí. –¿Sí? –le
pregunté vivamente. –Sí. Los
vagabundos saben muchas historias, igual que tú. –Yo me las
invento. –¡Ellos
también, no seas iluso! Y los vagabundos son muy cariñosos con los niños...
como tú –dijo tímida. - Es cierto,
yo siempre he sido muy cariñoso contigo, ¿verdad? –Sí,
siempre lo has sido, Andrés. Y a los vagabundos les gusta besar a los niños en
las mejillas. –Es cierto,
yo te he besado muchas veces, Fina. Me gusta besar tus mejillas porque siempre
están calientes y rojas como las manzanas de caramelo. –Y los
vagabundos tienen tibias manos con las que acarician el pelo –prosiguió. –¡Como yo,
Fina! ¿Acaso no he acariciado miles de veces tus cabellos negros, tan negros y
largos? –Sí,
Andrés, muchas veces he sentido tus manos en mi pelo, tus suaves manos y tus
suaves labios. Serás un gran vagabundo. –Claro
–exclamé yo más animado–. Gracias Fina, ahora estoy seguro de que lo seré. Me
marcharé y veré las montañas, y los pueblos del sur, y hasta las grandes
ciudades devastadas de las que hablan, llenas de silencios. –¿Y cuando
te irás, Andrés? –Pronto. –¿Y cuando
volverás? –Tarde. Al
menos pasarán varios años antes de que regrese, para luego volver a partir en
seguida... así será las primeras veces, pues he de viajar hasta muy lejos antes
de volver. Luego espero venir más a menudo. Es la vida del vagabundo. Fina volvió
a quedar en silencio un buen rato. En toda la conversación creo que no le vi la
cara ni una sola vez. Luego lanzó un suspiro y se levantó. –He de
irme, ya anochece. –Está bien.
Yo... –de repente me quedé sin palabras. Pensé extrañado que todo el miedo que
debía haber sentido al hablar con mis padres estaba presente ahora–. No te
preocupes, Fina; cuando regrese tú serás la primera persona a quién vea, y
besaré tus mejillas como hago ahora. –No,
Andrés, no lo harás. –¡Claro que
sí! Si lo haré con todos los niños, con más razón contigo, y también acariciaré
tu pelo, con lo que me gusta. –No, te
digo que no lo harás. –¿Pero por
qué no? –dije enfadado. La agarré de un brazo y la obligué a que me mirara.
Entonces me di cuenta de que tenía los ojos húmedos. –Porque yo
ya no seré una niña, porque yo no te dejaré. Estuve un
rato sin decir nada; solté su brazo y la observé mientras se iba yendo el sol. –Es cierto,
Fina. Como siempre, tienes razón. Entonces algún día besaré a tus hijos, y
acariciaré sus cabellos negros. –O rubios. –Eso es,
rubios. –O
castaños. –O como
quieras, pero dime ¿es que piensas tener muchos niños? –le pregunté sombrío. –Sí, para
que puedas acariciarlos en las primaveras, Andrés –asintió con la cabeza mientras
dejaba escapar una sonrisa de sus labios. Tras eso volvió a quedarse seria; se
giró lentamente y comenzó a caminar por el camino amarillo de vuelta al pueblo.
La seguí con los ojos, esperando en cada momento a que ella se volviera para
mirarme. Pero no lo hizo y al fin terminó de anochecer. Ya sólo me
quedaba partir. Sabía que tenía que hacerlo en la noche, en cualquier noche,
pero aún no me sentía llamado por, supongo, el camino. Mis padres ya se habían
hecho a la idea y esperaban no verme tras algún amanecer, pero ahora era yo el
que no me atrevía a marchar. Tenía todas mis cosas empacadas; el zurrón y una
gran mochila, el sombrero de ala ancha que yo mismo me había confeccionado y un
largo cayado esperaban, impávidos, a que finalmente me atreviera. Pero me
faltaba el coraje para enfrentar la partida. Le daba mil vueltas a mis
pensamientos y el temor me incapacitaba para tomar una decisión. Cada mañana
que mis padres me veían con ellos era, a la vez que un gran alivio, un pequeño desengaño.
Hasta que llegó la noche señalada. Como tantas otras, yo me debatía en la cama.
Como alguna vez, ya me había vestido y tenía todo el equipaje preparado pero,
también como de costumbre, antes incluso de salir por la puerta algo me volvía
a echar para atrás. Sólo que en aquella ocasión crucé el quicio y anduve
algunos pasos más hasta las últimas casas del pueblo. El cielo despejado de
mayo me saludó con el candor de los grillos. Me detuve a la altura de la última
casa, la de Alberto el albañil, porque sabía que si iba más allá me marcharía.
Dudé, de pié, bajo la luz de una luna llena del color de la arena. Y ya me iba
a dar la vuelta cuando sentí algo nuevo y extraño, un segundo corazón latir al
lado del mío. Saqué el reloj de Alcancías y observé, con asombro, que se había
puesto en marcha. Con cuidado, y como a menudo había visto hacer al señor
Farra, giré su ruedecilla hasta que lo puse más o menos en hora. A lo lejos me
pareció oír el aullido lejano de una sirena que me llamaba. Comencé a andar a
pequeños pasos y así comencé mi vida de vagabundo. En los
pueblos y las ciudades se me conoció siempre como Ciencaminos, y ya nadie recordó
nunca que una vez tuve otro nombre. Mi fama llegaba antes que yo y los hombres,
las mujeres y los niños celebraron siempre mi llegada. He visto tantas cosas...
los cuarenta gigantes de hierro pudriéndose bajo el sol varados en las playas
de Roquel, las ciudades enormes y en ruinas donde las gentes no se conocen, las
montañas azules de los monjes, las sonrisas de niños sin dientes, tan rosadas,
e incluso alguna vez unos ojos que no me miraban en un largo camino amarillo,
en algún sueño también amarillo. Fui testigo del final de la guerra, cuando el
General San Juan, al mando de sus diez mil soldados descalzos, aceptó como
prenda de buena voluntad el fusil de plata del Coronel Guajardo, y la
reanudación de la misma, tras el furioso asalto de sus veinte hijos. He visto
ennegrecer el cielo con los aviones asesinos, he visto el mar, enorme, hervir en
hombres, he visto tantas caras, tantas lágrimas, tanto dolor y tanta felicidad
que nunca he podido olvidar nada. Y ahora que soy viejo, tan viejo al menos
como lo fue en su día Alcancías, me doy cuenta de que los años que a unos hacen
fuertes y hermosos a otros nos marchitan. Y creo que ya va siendo hora de
descansar. Me lo dijo su gastado reloj cuando dejó de funcionar tras toda una
vida de fiel servicio. Ya es hora, pues, de buscar a algún muchacho a quién
traspasar esta terrible soledad que hace tanto tiempo me legara un viejo
vagabundo. |
22 de abril - Día de la Tierra
![]() Como evitar el Calentamiento Global Consejos útiles Después de la reunión de expertos de la ONU sobre Cambio Climático realizada en Paris Francia el 1 de febrero de 2007, se determinó que solo quedan 10 años para que entre todos podamos frenar la catástrofe ambiental y climática que se avecina, la responsabilidad NO es solo de políticos y empresarios,así que lo que cada habitante de la Tierra haga en contra de estos fenómenos es clave para salvar el planeta, nuestras vidas y las de nuestras futuras generaciones. Así que no más protestas inútiles porque estas acciones y consejos SI hacen la diferencia… 1. EL AGUA: Consume la justa. Evita gastos innecesarios de agua con estos consejos: Mejor ducha que baño. Ahorras 7.000 litros al año. Manten la ducha abierta sólo el tiempo indispensable, cerrándola mientras te enjabonas. No dejes la llave abierta mientras te lava los dientes o te afeitas. No laves los alimentos con la llave abierta, utiliza un recipiente. Al terminar, esta agua se puede aprovechar para regar las plantas. No te enjabones bajo el chorro de agua, Utiliza la lavadora y el lavavajillas sólo cuando estén completamente llenos. No arrojes al inodoro bastoncillos, papeles,colillas, compresas, tampones o preservativos, no es el cubo de la basura. Repara inmediatamente las fugas, 10 gotas de agua por minuto suponen 2.000 litros de agua al año desperdiciados. Utiliza plantas autóctonas, que requieren menos cuidados y menos agua. Reutiliza parte del agua que usa tu lavadora de ropa, esta te podrá servir para los baños, limpiar pisos, hacer aseo o lavar el frente de tu casa. No vacíes el estanque del baño sin necesidad. No tires el aceite usado por los lavaplatos,envásalos en plástico desechable. Flota sobre el agua y es muy difícil de eliminar. No arrojes ningún tipo basura al mar, ríos o lagos. Riega los jardines y calles con agua no potable. El mejor momento para regar es la última hora de la tarde ya que evita la evaporación El agua de cocer alimentos se puede utilizar para regar las plantas El gel, el champú y los detergentes son contaminantes. Hay que usarlos con moderación y de ser posible optar por productos ecológicos.No olvides plantar un árbol por lo menos una vez en tu vida. 2. BASURAS: Más de la mitad son reciclables ¿Por qué no las RECICLAMOS y AHORRAMOS? La ley de las 3 Erres: RECICLAR, REDUCIR el consumo innecesario e irresponsable y REUTILIZAR los bienes. Al recuperar cajas de cartón o envases que también son hechos con papel contribuyes a que se talen menos árboles, encargados de capturar metano y de purificar el aire. Al reutilizar 100 kilogramos de papel se salva la vida de al menos 7 árboles. Separa las basuras que generas. Debes consultar en tu administración local o en tu unidad residencial si disponen de un sistema de selección de basuras. Usa siempre papel reciclado y escribe siempre por los dos lados. Usa RETORNABLES. No derroches servilletas, pañuelos, papel higiénico u otra forma de papel. Elije siempre que puedas envases de VIDRIO en lugar de Plástico, Tetrapack y Aluminio. Recuerda que hay empresas dedicadas a la compra de materiales reciclables como papel periódico, libros viejos, botellas etc. 3. ALIMENTACIÓN: Disminuye el consumo de carnes rojas ya que la cría de vacas contribuye al calentamiento global, a la tala de árbolesy la disminución de los ríos. Producir unkilo de carne gasta más agua que 365 duchas. Los productos enlatados consumen muchos recursos y energía. No consumas alimentos en lata especialmente atún porque esta en vía de extinción. Evita consumir alimentos “transgenicos” (OMG Organismos manipulados genéticamente) ya que su producción contamina los ecosistemas deteriorando el medio ambiente. No consumas animales exóticos como tortugas, chigüiros, iguanas, etc. Consume más frutas, verduras y legumbres que carnes. Nunca compres pescados de tamaños pequeños para consumir. Si puedes consume alimentos ecológicos (sin pesticidas, sin insecticidas, etc.) 4. ENERGÍA: No consumas de más Usa agua caliente solo de ser necesario o solo la necesaria, conecta el calentador solo dos horas al día, gradúalo entre 50 y 60 grados y si puedes intenta bañarte con agua fría es mas saludable. Evita usar en exceso la plancha, el calentador de agua o la lavadora, que gastan mucha energía y agotan los recursos para generarla. Esto lleva a que los países se vean en la necesidad de usar petróleo,carbón o gas para copar la oferta energética,combustibles que generan gases como el dióxido de carbono, que suben la temperatura. Mejor cocinar con gas que con energía eléctrica. APAGA el TV, radio, luces, computador (pantalla) sino los estas usando. En tu lugar de trabajo apaga las luces de zonascomunes poco utilizadas. Utiliza bombillos de bajo consumo de energía. Modera el consumo de latas de aluminio. No uses o compres productos de PVC para nada,contamina muchísimo en su contaminación, contamina muchísimo y no es reciclable. 5. TRANSPORTE: Modera el uso del vehiculo particular,haz un uso eficiente del automóvil No viajes solo, organiza traslados en grupo o en transporte público. Infla bien las llantas de tu carro para que ahorre gasolina y el motor no la queme en exceso. Empieza a utilizar la bicicleta en la medida lo posible. Revisa la emisión de gases de tu vehiculo. No aceleres cuando el vehiculo no este en movimiento. Reduce el consumo de Aire Acondicionado pues este reduce la potencia y eleva el consumo de la gasolina. Modera tu Velocidad: En carretera nunca sobrepases los 110 kilómetros por hora ya que mas arriba produce un exagerado consumo de combustible. Nunca cargues innecesariamente tú vehiculo con mucho peso: A mayor carga mayor consumo de combustible. 6. PAPEL Usa habitualmente papel reciclado Fomenta el uso de productos hechos a partir de papel usado Reduce el consumo de papel Usa las hojas por las dos caras Haz sólo las fotocopias imprescindibles Reutiliza los sobres, cajas, etc. Rechaza productos de un sólo uso. 7. EDUCACIÓN: Educa a los más jóvenes y a todo los que conozcas en el respeto a la naturaleza. Seguro que ahora mismo se te están ocurriendo muchas más cosas para ayudar a crear una conciencia más ecológica, si consideras que esto vale la pena, te invitamos a compartirlas con los demás en este blog. La Dirección. |
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