![]() A veces gana el paladar, otras, el
recuerdo. Y cuando éste lo hace, aparece limpia, totalmente definida la palabra
NIÑA. ¿Qué raro? me inquieto. ¿Qué hace esa palabra en mi cerebro? ¿Por qué
insiste en estar ahí si no la necesito? Ya soy mayor, mi mundo está lleno de cosas
concretas, de obligaciones por cumplir, de citas, cafés, rostros de conocidos,
de clientes, cuentas por pagar, citas que cumplir, ropa para lucir, accesorios
con que adornar mi cuello lleno de arrugas, mis orejas, mis muñecas, mis dedos.
Colores que se combinan, contrastan, ocultan o destacan y NIÑA sigue saltando
entre puertas de armario, perfumes, agendas, ordenadores, tráfico, peatones,
sirenas de ambulancias, NIÑA sigue ahí, ¿por qué? Pasa el día, he conseguido un par de
clientes, he perdido otro que se puso tonto, cerré el trato con una empresa de
forma favorable para mi empleador, las piernas me duelen, no son más bien los
tobillos… ¿los tobillos duelen? creo que no, pero si no son, entonces por qué
siento eso junto a ellos. Otra vez el tráfico de regreso a casa, al
silencio, a mi madre… pero si mi madre lleva ya muchos años muerta, entonces ya
no es dolor de tobillos sino miedo a la soledad, ¿la soledad me duele en los
tobillos? Creo que estoy pensando insensateces, pongo en mi mente absurdos para
entretenerme. Ya sé, es un juego de mente solitaria, algunos pensaran que de
loca, puede que tengan razón, la casa me llama, usa cualquier artilugio para
retenerme entre sus paredes; pero me voy a hacer de rogar, la voy a retar a ver
hasta donde me lleva, por eso estaciono el coche en la puerta mientras mis
manos acarician las llaves. Ahí está la puerta de madera, me invita a que la
abra, pero no le hago caso, le doy la espalda, camino calle abajo, me voy hasta
la heladería de la esquina, me gusta ese sitio, me gusta la pintura de sus
paredes, me gustan los cuadros, más bien reproducciones de paisajes hermosos,
cálidos sugestivamente lejanos. La empleada, muy limpia, muy educada me
pregunta qué me apetece. Antes de pedirle cualquier cosa, mis ojos vagan por la
estancia, hay un par de señoras de mi edad conversando, un hombre, también de
mi edad con un chico, una pareja de jóvenes que se besa sin darse cuenta que su
helado se derrite. Me sorprende mi voz de NIÑA pidiendo un
helado de limón con chocolate. Voy soltando esas palabras mientras siento los
ojos del hombre mirándome, veo su sonrisa y un puente afectivo empieza a
aparecer entre nosotros. Él se levanta de su silla, el chico lo mira pero no se
atreve a moverse. Él se sienta a mi lado y el limón con chocolate abre las
puertas del afecto, libera las palabras, las emociones, la edad. La risa flota
sobre la mesa mientras dos helados de limón y chocolate se derriten sin esperar
a oír lo que estos dos NIÑOS tienen que decirse. Por: Gladys |