
Empecé a conocer la literatura de Ishiguro
por casualidad; un día que no tenía nada que hacer, entré a la biblioteca de
Las Palmas y allí en medio de los anaqueles, con tantos libros a mi disposición,
me sentía desolada, ¿qué leer? Mientras caminaba dudaba entre escoger
algún autor de mi gusto o lanzarme de lleno en alguno desconocido, corriendo el
riesgo de que resultara todo un chasco. No sé cuanto tiempo caminé entre esos
libros, los tomaba, leía las reseñas, aparté algunos, pero no terminaba de
decidirme, hasta que en el riguroso orden alfabético me encontré leyendo la
portada de Los restos del día y me llamó la atención la siguiente frase: “una
novela magistral que bascula sabiamente entre la belleza y la crueldad…”
Decidí pasar por el trámite de llevármela a casa. Apresuradamente empecé a leerla, fui
descubriendo a un escritor que parecía estar en el salón de mi casa y que,
mientras nos tomábamos un café, me contaba la vida de Stevens, el mayordomo del
ya fallecido Lord Darlington, quien aprovechando unos días de vacaciones decide
viajar por Inglaterra hasta llegar a Weymonuth donde reside la ya retirada ama
de llaves miss Kenton. El autor, a medida que el relato avanza, va
desnudando a un ser que encarna toda una institución en ese país y que en el
colectivo de quienes somos ajenos a ese modelo de servidumbre, nos hemos
acostumbrado a verlos como seres glaciales, educados, reservados y generalmente
derrochando un gran sentido del humor. Poco a poco descubrimos que somos unos
necios al prejuzgar de esa manera el código ético de un mayordomo, sería algo
digno de imitar por algunos políticos, lamentablemente vivimos una época en la
que su profesión es considerada anacrónica. Stevens, después de conducir por varios
días, de conocer su propio país, cosa que no había hecho nunca, después de tener que someterse a la
curiosidad de campesinos, médicos, transportistas, borrachos y funcionarios,
quienes no se explican por qué un señor como él anda por esos mundos de Dios,
finalmente logra encontrarse con miss Kenton, se toman un té y hablan del
pasado cuidándose mucho de faltar al respeto que le deben a su antiguo patrón. Parece un tanto prosaico, puede que a
muchos de ustedes no le despierte la curiosidad, no hay grandes aventuras, no
hay sexo, no hay asesinatos, ni grandes conspiraciones, aunque Lord Darlington
haya sido deshonrado por esa causa, eso no es lo importante, lo que seduce de
este autor es la forma como narra una realidad monótona, una vida gris dedicada
al servicio de la realeza, una despersonalización del ser que llega incluso a
negarse el placer que su cuerpo le exige, hecho que a nosotros, en estos
tiempos ni siquiera tomamos en cuenta.
Finalmente, el autor y yo nos tomamos el
último sorbo de café.
Cierro el libro y en mi cerebro queda
grabada la siguiente frase: “usted solo ve pasar las cosas, sin pararse
a pensar en lo que significan”.
Desespero porque amanezca para devolver el
libro y buscar otro del mismo autor.
Los inconsolables, otro libro de Ishiguro que va en mi bolso rumbo a casa mientras
mi ánimo enfebrecido paladea de antemano el apacible placer que me proporciona
este autor. "Ryder, un famoso pianista es invitado a dar
un concierto en alguna ciudad de Europa central. Sus habitantes adoran la
música y es recibido como el salvador. Pronto Ryder se da cuenta de que de un
salvador se espera mucho más de lo que puede dar y que los habitantes de
aquella ciudad esconden oscuras culpas, antiguas heridas jamás curadas y
también, demandas insaciables." Ahora ya no es el sofá de mi casa, no es el
café calentito, no hay tiempo para la charla sosegada, Ryder se apodera de mi
ser y me lleva a esa ciudad, tiemblo al contemplar las caras de los burgueses
que buscan redimir sus vidas absurdas con la música, me estremezco ante lo
patético que resulta contemplar y sufrir la interpretación de alguien que no
tiene ningún don para la música, creyéndose ser un gran tenor y su afán por
manipular a sus vecinos para que se lo confirmen cada vez que la ocasión lo
amerite y ahora que tienen a alguien reconocido universalmente, necesitan de él
un apoyo sincero a esa mentira absurda, para poder seguir viviendo con algo
parecido a la dignidad. Y entre esas comedias humanas el artista se enreda,
reconoce que le falta el valor para aclarar las cosas, no lo hizo en el momento
en que llegó y se da cuenta que es demasiado tarde, además ¿quién es él para
poner delante de todos los principales del pueblo, el espejo que reflejará su
mediocridad? Al cerrar el libro pienso y recuerdo todas
las mentiras que han formado lo que otros llaman mi cultura, nos han mentido
desde que nacimos, nos prometieron un salvador, nos hablaron de un mundo mejor, ¿dónde?
Busqué otro libro de Ishiguro.
Nunca me abandones Kathy H. se nos identifica en el primer
renglón de este libro, nos habla de la edad que tiene, de sus amigos más
íntimos, del sitio donde vive: el internado de Hailsham, nos presenta a sus
amigos Ruth y Tommy.
Todo parece claro, sencillo, real y
entonces creo que la verdad empieza a aparecer en la obra de Ishiguro, en ese
convencimiento me mantengo la primera parte del libro, claro que de vez en
cuando van apareciendo ciertas frases, ciertas acciones que me llaman la
atención, pero que no alcanzo a juzgar con plena conciencia y así, de un
momento a otro siento saltar la mentira como si de fuegos artificiales se
tratara, ahí está, no solo una, toda una gran mentira y me doy cuenta que estoy
leyendo una novela de ciencia ficción.
¡Vaya, vaya con el autor! ¡Qué jodido!
Sí, es una obra de ficción, pero lamento
desilusionar a los amantes del género que buscan robots rebeldes, vengadores o intrincadas
traiciones a la raza humana. Nunca me abandones es “una utopia gótica, fábula (in)
moral, peculiar ciencia ficción científica con ecos de Blade Runner y de
Soylent Green…” según la reseña consignada en la portada. ¿Qué es la mentira? ¿Por qué mentimos y nos
lo creemos? Uno sabe que algo es mentira pero se aferra fervientemente a ello,
dándose millones de explicaciones con el fin de poder seguir creyendo en ello.
Se niega la realidad porque es la mentira lo que nos produce placer.
“Qué tenía de especial esa canción? Bueno,
lo cierto es que no solía escuchar con atención toda la letra; esperaba a que
sonara el estribillo: <<oh, baby, baby, baby…nunca me abandones…>>
y me imaginaba a una mujer a quien le habían dicho que no podía tener hijos, y
que los había deseado con toda el alma toda la vida. Entonces se produce una
especie de milagro y tiene un bebé y lo estrecha con fuerza contra su pecho y
va de un lado para otro cantando: <<oh, baby, baby, baby…nunca me
abandones…>>, en parte porque se siente tan feliz y en parte porque tiene
miedo de que suceda algo, de que el bebé se ponga enfermo, o de que se lo
lleven de su lado. Incluso en aquella época me daba cuenta de que no podía ser
así, de que tal interpretación no cuadra con el resto de la letra. Pero a mi no
me importaba. La canción trataba de lo que yo decía, y la escuchaba una y otra
vez a solas siempre que podía”.
Y así las mentiras
adquieren dominio sobre los seres humanos, viven con nosotros, están ahí entre
los silencios de las amigas, en la cama con el amante, en la mesa con los
amigos… son inevitables. ¿Qué ya lo sabemos?
Por supuesto que si, Ishiguro no descubre nada, simplemente estira las arrugas para
que veamos lo que esconden, mientras nos narra al oído sus particulares
historias.
* Otras
obras del autor: Pálida luz en las colinas, un artista del mundo flotante, Cuando fuimos huérfanos.
Por: Ágata
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