Con los cinco sentidos... y más, si fuera posible
![]() La palma de su mano tiembla bajo las
aguas inquietas del río, ella se empeña en mantenerla ahí, inmóvil mientras sus
ojos intentan seguir el curso del líquido deslizándose sobre la línea de la
vida, de su vida, y piensa que ésta sería maravillosa si los acontecimientos se
deslizaran sobre su existencia igual que las aguas de ese río; piensa en Ofelia
y la envidia. Sería tan lindo dejarse ir como ella, permitir que las olas la
arrullaran, que las temblorosas ramas de los sauces acariciaran sus mejillas a
su paso, que los peces la siguieran en un multitudinario cortejo hasta el
inmenso mar. Pero para eso tendría que dar un paso,
tendría que hundir sus pies sobre la arena y avanzar, avanzar, avanzar; ¿pero,
cómo arrancar esa raíz tan enorme que la ata a la tierra? ¿Dónde hallar una
sierra lo suficientemente poderosa para cortarla? Sus ojos buscan en la nada y nada
encuentran. Sobre su mano, ahora el sol deposita cristales irisados, diminutos
mundos que saltan ante su mirada incrédula, colores cálidos y juguetones que
sin embargo se deshacen como pompas de jabón sobre la línea de su vida, una
línea que nace justo al comienzo de su muñeca y que avanza profundamente
definida hacía el espacio medio entre el pulgar y el índice, a lo largo de esta
curva casi perfecta débiles y diminutas líneas se disputan el derecho a figurar
en su destino, la atraviesan perpendicularmente como lanzas marcando un
ancestral territorio que clama ser protegido a toda costa. Una atrevida rama de sauce se
interpone ahora entre su visión y la palma húmeda, una especie de fresco
susurro la acaricia, pero es tan rápida la sensación que casi no alcanza a
tomar forma en su cerebro, ocupado ahora en examinar la línea del amor, un
enorme surco que nace en la blanda y sonrosada almohada exterior dibujándose a través de toda la palma hasta
unirse, justo un centímetro antes con la de la vida. ¡El amor y la vida! Tan
fáciles, tan identificables, tan íntimos ahí en el paisaje de su mano y por el
contrario, tan extraños, tan fríos, tan volátiles en ese exterior perverso. Si
bastara sólo con cerrar suavemente la mano, con doblar cada uno de sus dedos
para protegerlos, para guardarlos en lugar seguro, ¿pero qué piensas? ¿De qué
lugar seguro hablas? Si puede suceder que en un segundo, un descuido de su
inquieta imaginación la obligara a cerrar con fuerza los dedos y poner punto
final a esa vida y ese amor, que sin duda morirían por asfixia. No hay salvación posible, no hay
tregua, los cristales avanzan sobre la palma de su mano y ella empieza a sentir
crecer un sapo en su estómago, los cristales se estrellan contra la línea de la
muerte y ella no quería darse cuenta. Cuánto daría por perder los ojos en ese
instante, cuánto daría porque la oscuridad la borrara de la superficie de la
tierra, pero el milagro no ocurre, los párpados no obedecen, parece que unas
pinzas de hierro la obligaran a mantener los ojos abiertos y entonces la ve, la
ve nacer en el borde exterior de la almohadilla de su palma, justo un
centímetro sobre la línea del amor, ahí nace y para poder identificar su origen
tendría que girar un poco su mano, inclinar el dedo meñique y notar la fuerza
con que esa línea fatídica se aferra a sus carnes, desafiante e impetuosa se
dibuja nítidamente hasta el nacimiento del dedo corazón. El agua ahora se ha puesto helada, sus
dedos empiezan a tornarse rígidos, el rosado de su carne va volviéndose violeta
y una cantidad infinita de arrugas van desdibujando las líneas de su mano. Los ojos se le
retraen, se dan vuelta dentro de sus órbitas y ahora le revelan una sobria
oficina y un grupo de hombres que la miran y esperan, esperan, esperan. I De la vida, del amor y de la muerte Por: Gladys |