
A pesar de haber sido tema
de un buen número de reseñas, artículos de prensa y estudios literarios en los
años que siguieron a la muerte del poeta, hubo al menos un viejo asunto que no
tuvo cabida entre los recuerdos revolcados y vueltos a la luz a propósito del
centenario del nacimiento de Pablo Neruda. Se trata del libro “El motín del
Santa Marta”, que un oscuro escritor polaco de nombre Jakub Smolak publicó,
según se dijo en alguna época, precisamente gracias a los oficios del poeta
nacional chileno. Es probable que ya nadie
recuerde al francamente mediocre Smolak, que no sólo fue admirador del poeta
desde que lo conoció en Batavia en 1930, cuando Neruda, por entonces de
ventiseís años, ejercía como representante consular de Chile, sino que vivió
toda su vida en función de los logros del Nobel, lo persiguió hasta atosigarlo
y sólo recibió dos atenciones de su parte, una invitación nunca concretada para
visitarlo en su casa de Isla Negra y una nota, cuya existencia siempre se ha
puesto en duda, extendida a Salvador Allende en favor de la publicación de la
única novela de Smolak, que según la tesis planteada por algunos académicos
norteamericanos en los últimos años de la década del 70, es de principio a fin
un homenaje a Neruda. Dicho planteamiento fue mal
recibido en Chile y despectivamente se llamó “smolaquianos” a quienes los
sustentaron; según los intelectuales chilenos, buena parte de ellos en el
exilio por ese entonces, la obra de Smolak no es más que un mal libro de
aventuras y es absurdo que Neruda, a pesar de su ya entonces grave estado de
salud, recomendara la publicación de una obra mediocre. La edición por parte de
la Imprenta Nacional
de Chile, dicen quienes niegan la intervención del poeta, se debió a una
solicitud hecho por Smolak de acuerdo a la facultad que tenía dicha entidad
para imprimir por encargo a cualquier particular que pagara por ello. Treinta años después el
debate parece cerrado. De hecho desde 1982 no se han publicado textos en
defensa de Smolak y el círculo que lo defendía prefirió desintegrarse antes que
continuar arriesgando su prestigio al dudar del profesionalismo de uno de los
escritores más admirados del siglo XX. Sin embargo, antes de rechazar de plano
los argumentos de los que afirmaban que “El Motín del Santa Marta” era prácticamente
una obra escrita para Neruda, vale la pena revisar algunos detalles del
desafortunado libro de Smolak que parecen demostrar que una discusión doble (el
libro como homenaje a Neruda y la intervención de Neruda para su publicación)
se convirtió en una cuestión única de orgullo nacional. El silencio de los
“smolaquianos” dio la razón a los chilenos que convencieron al mundo de que
Neruda nunca intervino para la publicación de la novela ; pero también les
sirvió para decir que “El motín del Santa Marta” no es un homenaje al poeta y
esta última afirmación tiene mucho de falsa. Tomó
la carta y pensó en guardarla con la última foto de Jurek ; luego la quemó
y junto a las cenizas dejó la nota donde explicaba al Sr. Mankewitz que partía
en un buque rumbo a América del Sur. Ya de camino a Kolobrzeg pensó que, al
encontrar la nota, su padre partiría a buscarla ; pero Julius Mankewitz
leyó la carta con frialdad y la arrugó dejándola sobre las cenizas de la carta
de Jurek. No dio detalles a su esposa. “Se ha ido” le dijo y eso fue todo. Así se inicia la novela.
Silvia Mankewitz, hija de un exdiplomático polaco, quema la carta donde su
prometido, establecido en Tánger, le anuncia que no regresará a Polonia y
desesperada inicia una travesía por mar hasta Chile donde espera reunirse con
su hermano, llamado Jakub como el autor, que encabeza un movimiento de
resistencia clandestina contra el presidente González Videla. Aunque a lo largo
del texto no se mencionan fechas, los hechos históricos descritos permiten perfectamente
situarla en 1949, precisamente el año en el que Neruda “desaparece” por dos
meses luego de huir clandestinamente de Chile. Es entonces cuando Smolak, que
no lo veía desde 1936, (en ese año, como respuesta a sus cartas, Neruda le
había concedido una audiencia en París), se reencuentra con su admirado poeta.
Cayendo en un abuso de confianza que francamente disgusta al poeta, Smolak le
sugiere regresar a Chile. Neruda desestima la sugerencia que le representaría
el destino que la protagonista de la novela decide seguir. Después de viajar hasta
Liverpool, Silvia se embarca en el “Santa Marta” un pequeño vapor de carga
comandado por un capitán excéntrico que, sin una razón aparente, comienza a
racionar la comida de la tripulación, hasta que los marineros, sufriendo hambre
en un barco con las bodegas llenas, deciden ponerle preso. El ambiente del
barco antes de la sublevación y el carácter del protagonista parecieran de
hecho basarse en el poema “El fantasma del buque de carga” incluido en Residencia en la Tierra de 1933,
mientras la escena de Liverpool nos remite a “Pasajera de Capri” de Las uvas y el viento, libro publicado
por Neruda en 1954, cuando Smolak debía estar escribiendo la obra. La noche
antes del motín, cuando Silvia se dirige al capitán parecen calcar algunos
versos de Neruda. “Todo
regresa del mar” dijo Silvia al capitán Ludwing, “todos los barcos que se traga
serán despojos que regresan a la playa”
La semejanza con el poema
XIV del Canto General es obvia :
Toda
tu fuerza vuelve a ser origen
sólo
entregas despojos triturados
cáscaras
que apartó tu cargamento.
Borges decía que una sola
línea magistral justificaba toda la obra de un autor. Si estamos de acuerdo, la
novela se justificaría en una de las escenas que siguen a la detención del
capitán. Hambrientos, los marineros rebeldes suben a cubierta todos los toneles
de vino y una serie de sacos donde han metido a los animales vivos que el
excéntrico capitán conservaba en las bodegas. Para todo mundo, excepto para
Smolak, es claro que es poco práctico llevar animales vivos para sacrificarlos
en altamar, pero la inverosimilitud de la escena no le resta dramatismo :
Los hombres que habían bajado arrojaron los
costales sobre la cubierta. Caían algunas gotas de lluvia y el silbido del viento
se mezclaba con los quejidos de las gallinas y los cerdos que, envueltos en los
sacos, parecían imaginar su destino. Fue Wyszynsky, quien seguramente quedaría
al mando del barco y decidiría si continuaba el viaje hacia América, el que
asestó el primer golpe de cuchillo a los costales. Silvia se cubrió la cara
horrorizada y solamente escuchó el horrible chillido de los animales. El resto
de los marineros se unió a Wyszynsky y, en medio de la algarabía, la sangre fue
inundando la cubierta. Por varios minutos continuó la carnicería frenética de
los marineros. Cuando Silvia volvió a mirar aún algo parecía retorcerse dentro
del costal. Luego sintió el horrible aliento de Wyszynsky que le ofrecía como
si fuera del todo natural un pedazo informe de carne cruda y ensangrentada.
“Por fin, tenemos comida, señorita Mankewitz” le dijo sonriente y satisfecho.
Silvia se retiró asqueada y vomitó toda la noche escuchando en sueños los
berridos de los animales sacrificados en tan salvaje espectáculo de coraje y
bravura. Sintió repugnancia al ver desayunando a los marineros la mañana
siguiente, pero esa noche cenó con ellos y llevó algo de comida al capitán. Es a partir de este punto
donde lo que podría haber sido una buena novela con un mal comienzo se
transforma en un periplo sin sentido que mezcla conflictos que parecen sacados
de las mejores páginas de Conrad con reflexiones políticas comunistas para nada
pertinentes a la trama. Silvia Mankewitz sufre una conversión milagrosa y pasa
de ser la niña que huye de casa a una estratega que planea durante el viaje el
curso que deberá tomar la revolución en Chile. Parece obvio que cuando Silvia
arribe a Chile el país se habrá salvado ; así ella cumpliría en la ficción
el papel que Smolak quería para Neruda en la vida real. El capitán Ludwing es
liberado en Panamá y el barco finalmente llega a Valparaíso. Sí, la trama suena
estupenda, pero la lectura del libro es insoportable, las parrafadas de la
heroína sobre la igualdad de los hombres se hacen repetitivas y extensas y las
descripciones del mar, brillantes en los capítulos iniciales, alcanzan una
monotonía insufrible conforme se avanza en la lectura. No es fácil terminar el
libro, pero si uno lo hace se dará cuenta que no sólo abundan los plagios a
Neruda (al acercarse a Valparaíso, Silvia dice “Ola de luz en la que se asoma
la que será mi patria” en clara referencia al poema “Mares de Chile” Mar de Valparaíso, ola de luz sola y
nocturna, ventana al océano en la que se asoma la estatua de mi patria)
sino las referencias directas e indirectas a la vida del poeta. La madre del
marinero Kluger, confiesa él ya en el tramo final del viaje, ha muerto (como la
de Neruda) a los pocos meses de su nacimiento y la hermana de Kortaczyk, otro
de los marineros, lleva inexplicablemente el nombre hispano de Marina, el mismo
de la hija del poeta. La descripción física y sicológica que se hace de este
personaje corresponde, casi miméticamente, a la que Neruda hizo de su madrastra
Trinidad Candía. Aparentemente ya en 1957,
Smolak envió a Neruda manuscritos de su novela solicitándole a un tiempo
consejos y ayuda para su publicación. Aun molesto por la impertinencia
recurrente, el poeta contesta con recomendaciones breves que al parecer Smolak
acepta sin mayores cuestionamientos, quebrantando aún más la frágil unidad
estilística y temática de la obra. Durante la década del sesenta, ya con su
novela terminada y viviendo entre Edimburgo, donde su tío tiene una pequeña
fabrica de calzado, y Cracovia, Smolak continúa escribiendo a cartas a Neruda y
recibiendo sus escuetas aunque usualmente corteses respuestas. Smolak sigue a
Neruda en sus giras por Europa y aunque en muchas ocasiones no consigue cruzar
con él más que un par de palabras, comienza a escribir artículos y estudios
sobre la obra del chileno. Aunque la mayoría de ellos distan de ser
interesantes y se publican en revistas de temas generales caracterizadas por su
falta de seriedad, las traducciones que Smolak realiza al polaco y al alemán de
varias conferencias y discursos del poeta merecen ser consideradas aparte por
su limpieza y profesionalismo. Es en razón a la traducción de uno de sus
discursos, publicada en medios académicos polacos, que Neruda invita a Smolak a
su casa en Isla Negra. Las razones por las que el polaco nunca realizó dicha
visita siempre serán un misterio. Inútilmente Smolak intenta
contactar a Neruda en Suecia luego de que el poeta recibiera el Premio
Nobel ; el último encuentro se daría dos años más tarde, cuando,
acompañando en viaje a su compatriota el empresario Sebastian Gertsmann que
intenta abrir explotaciones de cobre en Tierra del Fuego, Smolak, ya casi de
setenta años, logra finalmente conocer Chile. Por tierra el polaco se
desplaza hasta Santiago. Son tiempos difíciles, corre 1973 y ya han pasado los
meses de gloria del gobierno de la Unidad Popular y las presiones internas, apoyadas
desde el exterior, resquebrajan el gobierno de Allende. Cuando recibe a Smolak,
Neruda se encuentra enfermo y a puertas de una intervención quirúrgica. Pocos
amigos lo visitan y Smolak se encarga de él en los días previos a su ingreso al
hospital. Es entonces cuando Neruda probablemente extendió al presidente
Allende, la nota cuya existencia enfrentó años después a los “smolaquianos” con
los académicos chilenos. Con nota o sin ella, “El motín del Santa Marta” se
imprime en agosto de 1973. El lanzamiento del libro se prevé para el 23 de
septiembre, pero el 11 cuando sólo algunos ejemplares han sido entregados a
librerías y periódicos en calidad de cortesía, el gobierno de Allende es
derrocado y las fuerzas militares destruyen toda la producción existente en las
bodegas de la
Litografía Nacional. La orden verbal fue justificada a posteriori argumentando que “la
totalidad de los libros impresos desde mayo del presente año hasta la fecha
contenía propaganda procubana y prosoviética.” Aún durante los días
posteriores al golpe, Smolak visita a Neruda, un personaje muy mal visto por el
gobierno militar, y hay quien afirma que las visitas a Neruda fueron la causa
de la detención de Smolak en noviembre de ese mismo año. Neruda había muerto el
23 de septiembre, precisamente el día previsto para el lanzamiento del libro
donde tal vez el Premio Nobel habría hablado en favor de la obra del polaco.
Muchos trabajadores acompañaron los funerales de Neruda, celebrados casi de
manera clandestina y bajo estrecha vigilancia policial ; en cambio, pocos
amigos lo hicieron. La mayoría había abandonado el país o se encontraban en la
clandestinidad. Smolak pronunció un corto discurso que, sin embargo, es recordado
como el menos solemne y el más honesto de los cuatro que se pronunciaron esa
tarde. En los archivos oficiales
puede encontrarse una referencia a “Jakub Smolak, ciudadano polaco deportado en
el buque Caridad el día 25 de Noviembre”, pero ningún pasajero polaco descendió
del buque ni durante su escala en La
Habana ni a su arribo en Portugal. La historia le niega un
lugar y fecha de fallecimiento al hombre que vivió a la sombra de Neruda y fue
una de las personas que lo visitó en sus últimos días, cuando pocas cosas eran
más peligrosas en Chile que visitar a uno de los más famosos intelectuales
comunistas de América. Nunca se sabrá si existió la nota de Neruda a Allende,
pero, en justicia, si a Neruda le importaba más el hombre que el a veces banal
oficio literario, es bien probable que el poeta nacional de Chile haya tenido
por lo menos una atención con el único amigo que le duró toda la vida.
Por: Ricardo Abdahllah
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