Cierro los ojos, aprieto fuertemente los párpados con el vano deseo de perpetuar tu imagen ausente, como si ellos fueran mágicos pinceles para dibujarte con todos los detalles que me hicieron amarte, como sí las pestañas estuvieran impregnadas de un óleo omnipotente que describiera sobre ésta impávida tumba el brillo titilante de tus ojos, la sombra oscura de tus cejas, el precipicio de tu nariz, la ondulante curva de tus labios al sonreír y el largo camino emprendido en tu cuello que poco se iba ensanchando en la llanura de tu pecho, los altibajos de tu vientre y la vital bifurcación que me conducía al final asfixiante de tu cuerpo. Sin embargo estos ojos se niegan a darme ese consuelo, se empeñan tercamente en mostrarme un territorio yermo, donde las tinieblas parece que se hubieran materializado, ahogando cualquier vestigio de vida; ahí es todo silencio, oscuridad, frío, desamparo; ahí, en ese espacio estoy condenada a vivir, a él estoy atada con lazos invisibles. En vano invoco mis recuerdos, los llamo uno a uno, los describo sin voz, camino por el pasado a tientas pero no logro dar con ellos. ¿Dónde quedaron? ¿Acaso fue una mentira inventada por mi mente calenturienta? Pero, ¿cómo pude inventarme tal cantidad de segundos, de minutos, de días, de años vividos al lado tuyo? ¿Dónde quedó lo amado y compartido? No, mi mente no ha sido capaz de inventarte, porque si lo hubiera hecho, ahora estarías a mi lado. Silencio... Alguien se acerca. Escucho unos pasos firmes sobre las piedras, el viento hace aletear un abrigo, ahora se detiene ante mi; ahora espera y seguramente también tendrá los ojos apretados intentando evocar recuerdos, o a lo mejor tiene más suerte que yo y los saborea, a lo mejor esa persona de pie ante mi tumba, es más poderosa que yo y sabe llamar a los recuerdos y en este mismo instante los estará repasando como si fuera un viejo álbum de fotografías, escogerá alguno y con él se quedará acariciándolo, repasándolo, evocándolo una y otra vez hasta gastarlo, tal vez sea el recuerdo de un beso, o una mirada, o el sonido de una risa, una risa de esas que brotan desde el estómago y que nos hacen temblar de placer. Y sin embargo no sucede nada, ese alguien sigue ahí, ¿qué espera? El viento ha cesado, las hojas de los árboles se han paralizado, las piedras ya no se resienten bajo el peso de un cuerpo... ¡Oh no! No puede ser posible, mis malditos ojos han logrado también borrarlo a él... II De la vida, del amor y de la muerte Por: Gladys |