¿Recuerdas aquella tarde en el bosque de Eucaliptos? ¿recuerdas el tono del cielo, el olor a tierra húmeda, los frutos que recogimos y restregamos en la palma de las manos? Sí alguna vez pasas por un camino bordeado de Eucaliptos, sí alguna vez el cielo vuelve a estar tan azul como aquella tarde y sí a tus pies caen los frutos maduros del Eucalipto, deten tus pies un instante, aléjate de quien esté a tu lado, recorre solo ese camino, cierra los ojos y piensa en mi. Porque en aquel sendero, en aquella tarde azul, mientras tu dormías con el cuerpo agotado, mientras tus ojos se cerraban y tus labios sonreían de placer, yo absorbía la esencia de todas aquellas cosas que nos rodeaban y las iba mezclando lentamente con la savia de tu ser; allí, en medio del paladar y agitado por mi lengua preparaba el brebaje que te haría inconfundible, muy despacito, de una manera concienzuda y metódica mi boca se convirtió en mortero y guardó en su vientre profundo el secreto de una formula que sólo yo conocería y reconocería en el mundo: tu sabor. Ahora me sabes a cielo, a Eucalipto, a fruto
maduro, a universo, a sudor y saliva, ahora me sabes a ti y tengo miedo,
muchísimo miedo de agotar el elixir, presiento con espanto e imagino, al borde
de la desesperación, lo que sucederá dentro de muy poco tiempo; sé que el cielo
se nublará, los Eucaliptos morirán y sus frutos se fosilizaran, entonces ya mi
boca no podrá volver a saborearte, porque el condimento indispensable ya no
está a mi lado. III DE LA VIDA, DEL AMOR, DE LA MUERTE |