Hasta hace unas décadas, cuando un escritor publicaba una obra no dormía pensando en lo que iban a escribir los críticos en la prensa. Sentía que su vida dependía totalmente de ese “docto” señor que firmaba la columna literaria del periódico.

Hoy esa figura se ha diluido. Los artículos dedicados a la critica literaria no son más que una homilía de halagos, casi siempre, pagados por la industria editorial para impulsar las ventas. Y si alguien se atreve a pensar de manera diferente, inmediatamente se le lanzan, artículo en ristre, toda la cofradía de periodistas especializados o escritores que quieren hacer meritos, en defensa del autor promocionado. Estos movimientos, desde luego, logran levantar ciertas voces que repercuten en la caja registradora.

En medio de eso se halla el lector, anonadado por tal cantidad de libros, de comentarios, de sugerencias, de modas o conveniencias. ¿Qué leer?

La globalización lo paraliza, puede leer absolutamente de todo y ese ámbito, que debería ser ideal, pues tiene la libertad de escoger, se convierte en un revulsivo. No encuentra nada que agite la calma chicha de su rutina.

De una parte, la escaza critica que encuentra no le basta; de otro lado, la oferta es tan amplia que se pierde en ambiguedades, y cansado de recurrir al viejo recurso de releer los clásicos, se atreve con lo nuevo. Voy a leer este – piensa el lector - que acaba de ganar un premio en Barcelona, o Madrid, Buenos Aires, Mejico o Bogotá. Así que con recelo lo compra, va caminando hacía la tranquilidad de su sala con el libro bajo el brazo, saboreando de antemano esas páginas nuevas, de un autor nuevo, pero a medida que camina, algo le revolotea en su cerebro, ¿será bueno? y si resulta que el ganador de este premio fue elegido porque pertenece a un país del tercer mundo y hay que ayudarlo, o es amigo del gerente regional de la editorial que pretende hacer negocios con la Europa del este, y como están haciendo meritos para ingresar al primer mundo, pues hay que darles un reconocimiento, o simplemente el autor tiene la suerte de ser sobrino del mayor accionista de la editorial. O el escritor ganó el último reality del año, o es hijo de la famosa X, o denunció la corrupción de cierto político... el menú, como pueden ver, es demasiado amplio.

Nuestro lector finalmente llega a su casa, abre el libro, sus ojos se despliegan por los renglones y a pesar de que lo lee con cierta facilidad, los hechos narrados y la forma como están aderezados literariamente no lo desilucionan, ni lo obligan a cerrar el libro tirándolo a un rincón. Más bien, llega en dos días a la página final, cierra el libro, se queda mirando al frente. ¿Y?

Igual pasa con la literatura en la red. Se escribe mucho, se publica de todo y los comentarios que llegan a las webs especializadas o a los blogs, casi que se copian unos a otros. Lo que en principio se pensó que iba a ser una puerta abierta a más opciones, más diversidad de opiniones, una especie de exposición a cielo abierto de los escritores frente a sus lectores, resultó ser un gran fracaso. La gente que critica no lo hace desde una perspectiva imparcial, sino que vomita sus conceptos de la forma más abrupta posible, mientras que el otro bando se niega a poner por escrito sus opiniones, conformándose con criticar u opinar fuera de la página o blog, allí en la tibieza de su cuarto, ante unos pocos amigos o en lo más íntimo de su mente. Sólo muy pocos se atreven a dejar su opinión y gracias a ellos, o quizás por ellos mismos, las cabezas que están tras las webs o los blogs,  siguen insistiendo en sus publicaciones, siguen facilitando las herramientas para la participación.

Ahí está el punto culminante de la critica, cada vez se escribe más, se escribe mejor, estructuralmente hablando, pero no haría falta otra cosa, un relámpago en la oscuridad, una arruga qué alisar, un resquicio por donde respirar.

Una cosa es cierta, ya no hay critica, las personas encargadas de ese trabajo han perdido su credibilidad, el lector está solo ante la avalancha de obras, resultado de las leyes del marketing. ¿Era eso lo que queríamos?

A lo mejor resulta que el mundo ya no necesita de esa figura y es una absoluta tontera lo que he escrito.

Por: Ágata