
Los pies cansados se lamentan, los dedos
agarrotados de mundo se paralizan, enmudecen y tercamente se niegan a obedecer,
a pesar de que el cerebro los conmina a continuar. Pero, ¿a dónde van a ir? Si
los caminos ya no son rectos, si ese pobre ser humano ahora sólo se mueve en
círculos, rodeando su futuro una y otra vez sin atreverse a dar el primer paso.
Y sin embargo no sólo se trata de sus pies cansados, sus manos también se
niegan a apartarse de los costados de su cuerpo, los ojos se negaron a abrirse
y se perdieron en el negro absoluto de la inconsciencia, los oídos se cerraron
a los borboteos exuberantes de la vida, pero en alguna rendija de ese cuerpo
una débil fuerza espera expectante una señal; desde lo más profundo de las
entrañas se halla alerta y obliga a ese pobre ser atormentado a levantar la cabeza, a olfatear
el aire, a esperar que de un momento a otro los vientos cambien de dirección y
sean ellos los encargados de traer de nuevo ese olor tan amado. Poco a poco ese rayito de luz va cobrando fuerza,
va horadando el cerebro y muy lentamente revive, en extraña alquimia, los
olores que un día le dieron la vida y que por ello se guardaron latentes hasta
que fue necesario revivirlos. Ahí están el olor a leche tibia de su madre, un
olor que su instinto identificaba con la savia vital, y que la obligaba a
prenderse de esos pechos y succionar hasta que la sensación de bienestar la
desmadejaba y se sumía en el dulce sopor del sueño satisfecho. Más tarde fue el
olor a asado de su casa, el olor de las sábanas secadas al sol, del jabón que
usaba su madre para la ropa blanca, los ácidos olores de la escuela, el azahar
de su profesora de lenguaje y cuando se sorprendió con la sangre entre las
piernas, también supo que algo decisivo se cocinaba en su ser, por eso emanaba aquel olor a mar, un
olor que no alcanzaba a definirse por aquellas fechas hasta que encontró el
amor, entonces el olor ya no necesitó de elementos extraños para aposentarse
primero en su nariz, luego en su cerebro y por último en su alma. Recordó que al llegar tarde a casa, se detenía un
momento antes de encender la luz, cerraba con llave cuidándose de no despertar
al amor, luego, ya plenamente segura de estar a salvo dentro de su territorio,
cerraba los ojos y dejaba que su nariz la guiara hasta el lecho, como un ciego
levantaba sus manos y recorría a tientas los caminos que el olor del cuerpo
amado le describía. Entonces retardaba la acción, se detenía un momento para
almacenar grandes dosis de aquel olor y cuando se encontraba totalmente llena,
dejaba que fueran los otros sentidos quienes se desbordaran en las lides
amorosas. Esta madrugada repite cada uno de los pasos sabidos
mientras intenta hacer que su memoria se narcotice, uno a uno va repitiendo los
movimientos y al llegar al lecho nota que algo le pasa a su nariz, a su cuerpo
entero, instintivamente salta hasta el
techo, se aferra a la lámpara y desde allí contempla aquella cama completamente
lisa. Al poco tiempo los vecinos organizaron una brigada
para descubrir a esa gata lastimera que no los deja dormir en paz.
IV DE LA VIDA, DEL AMOR Y DE LA MUERTE
Por: Gladys
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