 

Muchas veces en la vida no sabemos
realmente que o quienes somos: simplemente nos reflejamos en el espejo como un
sin número de imágenes que parecen más un flash de incongruencias que un recuerdo.
Tal era el caso de Jaime; joven solo pero tolerante, abstraído pero consiente,
ilógico pero realista, soñador pero insatisfecho: en fin, simplemente un ser
humano. En uno de sus tantos paseos al
atardecer, dados mil y unas veces por la pasarela gris en que se han convertido
las calles de nuestra ciudad (circo urbano de estéticas y frivolidades), Jaime
fue sorprendido por una insospechada sorpresa: él mismo. La presencia del único ser que había
visto hecho a su imagen y semejanza, en medio de una ciclo ruta y justo en
frente del más desdichado de todos los árboles (nefasto inodoro de los más
sucios perros del sector), lo llevó a tal extremo de perplejidad, que las
lagrimas salieron de sus ojos en un impulso de impotencia por no poder entender
lo que veía. Miedo, ansiedad, soledad, sensaciones indescriptibles comenzaron a
recorrer cada partícula de lo que
podríamos decir que era Jaime. Jaime siempre caminaba en sentido
contrario de las manecillas del reloj por su afán inconsciente de vencer el
tiempo, y al ver que, luego de que su espasmo de sorpresa pasara, su imagen
caminaba en el mismo sentido que lo hacía el segundero de su Casio, no toleró
ser una pieza más de la pluralidad; siempre había rechazado la idea de ser un
objeto cualquiera en el mundo. Una mirada de admiración se posó sobre
él y experimentó la sensación de ser juzgado por cada acto de su vida.
-
La
banana en el comedor de Juana no fue mi culpa. -
Da
lo mismo. Usted se la aventó a la cara. -
Los
cigarrillos estaban sobre la mesa -
Su
mamá murió de cáncer en el pulmón.
-
La
bicicleta esta abandonada en el parque. -
El
dueño era su mejor amigo. - Ella no me daba el beso en sano
juicio. - Su papá perdió una mano ebrio.
Tantos pensamientos para un solo segundo
era algo que Jaime no podía soportar.
Pasó la calle sin temor alguno al
transporte público, que amenazante invadía una de las tantas “arterias
principales” de la ciudad; él mismo seguía ahí… siguió a empujones entre la
gente, que bajo el cielo nublado esperaba con ansiedad el bus que los llevaría
quien sabe donde; él mismo seguía ahí… corrió desesperado entre calles llenas
de polución, pasó frente a construcciones antiguas que rememoraban el esplendor
de otras épocas, saltó bolardos en su intento por no caer como el mejor atleta
nunca antes visto; pero él seguía ahí.
-
Simplemente
era un poema. -
El
bibliotecario se lo advirtió.
-
Error.
Yo lo escribí. -
Mentira.
Igual que usted.
-
Él
lo aceptó. -
No.
Desprecio.
- Envidia. Igual que todos. - Soy usted.
-
No.
Yo soy usted. -
Usted
no es nadie.
-
Da
igual. Así es todo. -
No.
Yo soy todo.
Luchando contra él mismo, absorto por
sus recuerdos y esperanzas, había vuelto al mismo punto donde antes se
encontró.
No es fácil regresar al punto de inicio
cuando este se convierte en el principio del limbo, y así lo había entendido
Jaime; imposibilitado por el cansancio y las lágrimas que nunca dejaron de caer
de sus ojos, en un arranque heroico por su vida, sin otro objetivo que
entender, enfrentó a su imagen-reflejo-recuerdo, con la misma valentía con la
que en las mañanas se enfrentaba al espejo.
Sentirse juzgado por la mortalidad de un
ser hecho a su imagen y semejanza, fue la causadle estridente grito que expulsó
Jaime desde lo más profundo de sus pulmones, asustando de muerte al perro que
en aquel instante utilizaba, fisiológicamente, el mencionado árbol, y por
controversias del viento, causando una invasión de hojas secas, caídas de los
árboles en todo el ambiente de aquella cuadra citadina.
Él mismo se llevo sus manos a la cabeza,
imitando los gestos de Jaime, sintiendo como se desvanecía su presencia entre
las hojas y su juicio se perdía en las profundidades de la conciencia de Jaime,
entregándole la más anhelada libertad de humanidad y creación…
Un cuerpo incoloro calló sobre el
cemento dejando ver un delgado hilo de sangre que salía de sus fosas nasales
como si fuese el río por el cual navegan los instantes del recuerdo y se
pierden entre las rejas de la alcantarilla más cercana.
La luz fatídica de un vehículo que
pasaba, pegó tan fuerte en sus ojos que lo trajo de nuevo al mundo de la urbe;
los pitos de buseta y la iluminación de los postes de luz, le recordaron a
Jaime que eran sobre las siete y media de la noche y debía volver a su
apartamento a recibir la llamada del hombre al que le había escrito su primer poema.
Al subirse en el primer bus que pasó,
luego de cruzar la registradora, puerta al incógnito campo de la guerra del
centavo, sentarse al lado de una ventana en la ultima silla y recostar su
cabeza sobre el vidrio, sintió la tranquilidad de volver a ser el mismo; la
piquiña insidiosa en el cerebro, de ser alguien, volvía a su cuerpo.
Sintiéndose el resultado de cada uno de
los pensamientos de los demás pasajeros, Jaime tomó la firme decisión: no
correría más riesgos, suspendería del todo sus caminatas al atardecer.
Por: DANIEL VALERO…
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