En medio de esta guerra queremos levantar una hoja en blanco con la esperanza de que los que nos apuntan retiren, al menos por unos instantes, el fusil de sus ojos y contemplen lo que están haciendo. ¿Es esto lo que soñaron?
Y mientras transcurren esos segundos de vida que aún nos quedan, traguemos estas aspirinas en forma de poesía.
Mi
primer bikini
Sólo yo sé cuándo
sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de
colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu
casa
mujeres con rostro de
epitafio.
Porque, a la caricia de la
punta,
comienza el derrame de los
cimientos
formando arco iris en la
noche.
Porque, al escribir
testamentos
en el suelo, se remueven las
vísceras
de azúcar, y trepan tus
raíces.
Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a
basa,
y les llueve y los diluye, y
compruebo
que la lluvia suena como hacen
al caer
las canicas brillantes y
naranjas
que cambiaba en el patio del
recreo,
poco antes de calzar mi primer
bikini.
Hoy guardo las canicas, como
un apagado
tesoro, en los huecos de otras
espaldas.
Pinto también en la terraza de
enfrente
un jardín de lápidas cálidas y
hermosas.
Trazo como una medusa de
bronce,
un paraíso de cadenas
hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama
que es frágil
y sin embargo, dirás tú,
sobrevive.
Por: Elena Medel
I will survive
Tengo una enorme colección de
amantes.
Me consuelan y me aman y con
ellos mi ego
se expande y extramuros
alcanza la azotea.
Cuando estoy con cualquiera de
ellos,
o con todos a la vez, siento
la pesada carga
de millones de pupilas subidas
a mi grupa,
y a mi oído lo acosan millones
de improperios,
se
habrá visto niña más desvergonzada / pobrecita,
Dios
le libre del problema que suponen / habría
que
encerrarlas a todas. Languidezco.
Quiero volar y volar y volar
como Campanilla
—blanco y radiante cuerpo
celestial,
pequeño cometa, pequeño cometa—
de la mano mis amantes, que
dicen cosas bonitas
como estigma, princesa, miss cabello bonito, asteroide.
Todo sea por mis amantes, que
no son dignos de elogio:
son minúsculos, y redondos, y
azules,
azules o blancos, o azules y
blancos,
y su boquita de piñón es
invisible,
y para besarles introduzco a
los pitufos
en mi boca, y para gozar de
ellos
los trago, porque me sé mantis
religiosa.
Quién soy, quién soy, ni siquiera
sé quién soy.
Sólo los necesito cuando me
desdoblo en dos,
cuando mi ego se encoge
incomprensiblemente
e intramuros alcanza un punto
mínimo,
cuando lloro demasiado o río
demasiado,
y entonces los llamo y ellos,
decidme vosotros
quién soy, mi pequeño y
urgente consuelo,
se adentran en mi boca sin
dudarlo, complacidos,
y me recorren por dentro, y al
fin sonrío, soy,
sonrío tras sus cuatro, cinco,
seis besos azules,
un balanceo en mi regazo, la
sonrisa desencajada,
quién soy ahora, quién soy
realmente ahora,
quizá sea una muñeca de trapo,
me toman prestada,
sonrío con sus besos fríos
color pitufo, color papá pitufo,
besos de colores, ligero toque
frío y plástico en mi lengua,
quién soy ahora, quién soy
realmente ahora.
Les comparto con muchas otras,
Sylvia, Anne,
ay mis amantes pluriempleados,
no lo he dicho,
mis amantes que son
minúsculos, redondos y azules,
apuestos príncipes de un
cuento de hadas,
cuando hago como que duermo
creen que soy la Bella Durmiente,
y entonces quiebran el relato
y me besan,
y son como cualquier beso que
lo es para dormirse,
buenas noches pequeñas
plásticas azules y blancas,
quién soy, ya no quiero
responder, no sé quién soy,
y contradigo el cuento y mi
sueño es más profundo,
y no quiero despertar, no
quiero, sólo quiero más
besos azules, quién, besos
blancos,
besos porque mi ego tambalea
en el centro de mi estómago,
quién soy, besos redondos o
cilíndricos,
no importa quién soy, quién
soy realmente,
falo químico para mi sonrisa,
quién soy ahora,
falo químico de colores para
mi cabeza baja.
De Mi primer bikini
Por: Elena Medel
El Ahora
Arrastro mis ojos
hasta el pálido reflejo
- me veo muerto y lo disfruto -.
Sobre él extiendo un beso
que más parece un llanto
y vuelvo mi rostro hacía el ahora
- ese espacio polvoriento
que colma de desilusión mi memoria –
Por: Mario Echeverry
Esplendor de mariposa
He vuelto a aquella casa
rodeada de ceniza,
de besos incompletos,
de grandes puertas
detenidas con guijarros.
En silencio,
bajo el pórtico,
he recordado tu cuerpo
y tu abdomen
esplendor de mariposa.
Por: Mario Echeverry
Caido
Soy un hombre solo
caido en sueños sin hazañas.
Sólo un hombre solo
sin historia. Desfallezco
sobre la tierra de mi infancia,
abrazo la soledad,
soy mi silencio. Ahora no me ciega
el estallido sangriento de las bombas
y cesa el cruce mortal de los fusiles.
Por fin la patria perdida
se hace cierta, debela en mí
al vencido, cae la máscara.
Madre: sólo quise morir
con un cielo más libre en la mirada.
Por: Luis Aguilera
Historia Leve
"Es muy poco tiempo
para estar tan viejo"
dijo para adentro
Eliécer González
mirando de memoria
el retrato hablado
de sus 76 años. Fue una tarde
de 1967. En la habitación contigua
alguien tosía un olor barato
a jabón de baño. A Eliécer
lo filtraba la luz apoltronada
al fondo de la sala.
Lo debió pensar esa mañana
frente al espejo
mientras despuntaba hirsuto
su bigote negro, el que prestaba
sombra a sus palabras de árbol.
Y si fue una conclusión o una queja
o la idea final que anuncia
la otra orilla devanada del ovillo,
eso no lo sabremos nunca. (Debo
recordar que todo muerto es un extranjero).
Pero fueron necesarios más de 24 años
para que su frase nos volviera a reunir
en esa casa grande y mal vestida
donde a tontas y a locas
nos sigue la memoria. Fue ayer
- La Eternidad se puede desordenar
en un segundo - cuando al levantar los ojos
y desestibar mis días palpé,
en el espejo de cuerpo entero que me acecha,
al viejo que ha venido robándome la cara.
Eliécer tenía razón: historia leve,
dos saetas son en dirección contraria
el corazón y el tiempo.
Por: Luis Aguilera
Poema roto
HUESOS de sombra
remecen su memoria de algas
en que se enreda lo que fue y no ha sido.
Para la luz, toda rosa es de oro,
y los cuchillos, hojas sin viento que mover.
Y se doblan.
Gime un pestillo que se niega
a ofrecer el umbral: de su trabajo
tan solo el mar conoce.
Son
lo que ya olvidaron y lo que nunca fueron
y recuerdan, a veces, en la luz incierta
como la bruma de un parque de París
por la que ella paseaba. Los árboles,
los otros paseantes, enganchados
en la niebla de aquel atardecer - lo he dicho
pero vuelve - nunca lo vieron.
Su traje gris
como una nube más entre las otras nubes.
Por: Julia Uceda
Con música antigua
CRUZÓ un ráfaga de sombra.
Su mano dijo adiós desde el lugar
que ya no está en el tiempo.
No cruzó la frontera.
Sólo se vio su gesto y su humo.
Al despertar
quedó la huella de una frente
que fue y estuvo
en el espacio cóncavo de luz.
Por: Julia Uceda