
Termino este juego y me marcho, pensaba
excitado Juan, pero el juego se le resistía, perdía una y otra vez, pero no
quería abandonar como un perdedor. Obstinadamente su mano derecha volvía a
pedir cartas y de nuevo perdía las opciones de colocarlas en el orden
establecido por él mismo para ganar. El juego de carta blanca del ordenador
suele ser sádico con los adictos, la imagen de las cartas sobre el tapete verde
de la pantalla hacen sentir casi la suavidad del terciopelo de una mesa de juego,
y en el ir y venir de las cartas se le van yendo las horas a Juan como si de
agua sucia por un sifón se tratara. Tiene mucho tiempo, eso es lo que le
sobra, los familiares cercanos están trabajando más horas de las que debieran,
simplemente porque a ellos les gusta, se dice Juan sin ningún remordimiento.
Los pocos amigos que tiene, también son gente inquieta que le gusta hacer
cosas, como pintar, escribir o rodar pequeños cortometrajes institucionales o
para publicidad. Alguna vez y más por insistencia de ellos que por voluntad de
Juan le han pedido que haga pequeños papeles de extra, que, desde luego lleva a
cabo perfectamente bien, pero que le roban tiempo a su pasatiempo preferido, la
carta blanca. Una vez terminados los ensayos o las
grabaciones corre literalmente hasta su casa y enciende el ordenador. No hay internet que se le compare a la
emoción de ver desplegadas las cartas sobre la pantalla verde. Ese juego de rojas y negras es lo único
que disuelve su existencia de la realidad, quien le lima las asperezas de su
vida rutinaria y que lo hace feliz, hay que confesarlo de una vez por todas. Es un juego menos aburrido que el
solitario, pero, al igual que este, tiene que hacerlo solo. Ya una vez lo
intentó, eso de jugar en red pero tuvo que dejarlo, no soportaba la torpeza de
sus compañeros. Vuelve el ordenador a preguntarle si
desea barajar. Da un golpe suave al ratón y en un
segundo se le ofrece de nuevo un abanico maravilloso de figuras. Este aquí, el nueve negro sobre el diez
rojo...Dios mío, que más puedo hacer, se preguntaba Juan al darse cuenta de que
estaba a punto de perder la partida otra vez. Ha oscurecido y Juan no se ha dado
cuenta, lleva veintidos horas en el ordenador y su cuerpo parece haberlo
abandonado; no tiene hambre, ni sed, ni siquiera le apetece fumar... eso sería
un buen argumento para luchar contra el tabaco, alcanzó a pensar en una décima
de segundo, mientras descubría un ocho rojo camuflado y que estuvo a punto de
hacerle perder la jugada. Colocó la carta en su sitio y pensó en
un record Guinness, montones de horas jugando a la carta blanca y ¿por qué no?
Así, de paso ganaría una buena plata, ¡ay! Ese siete negro, que calladito se lo
tenía, a ver, a ver, aquí está a buen recaudo. La vida debería ser una gran partida de
carta blanca, una serie de dificultades, una solución medio escondida pero
presente, está ahí de todas maneras, sólo hay que tener el tiempo y la agudeza
necesarias para agarrarla al vuelo y aprovecharla, ¡cómo no! Rojito seis, tu
aquí estás rebien, nada de malas mañas y este cinco negro, justo aquí y de
repente se me ordenan todas como un relámpago... ¡joder! otro juego ganad... ¿Qué le pasó a la pantalla? Dios mío
qué pasa, por qué no responde, a ver si se bloqueó precisamente ahora. Una diminuta luz blanca en medio de la
pantalla le parece un mal augurio. Se la queda mirando fijamente y poco a poco
el puntito blanco se va haciendo más grande, más grande, más grande y le
descubre un inmenso cementerio apenas iluminado por una luna menguante, al
fondo los árboles como guardianes silenciosos limitan el espacio entre la vida
y la muerte, a su alrededor tumbas, cruces, lápidas con extrañas inscripciones:
aquí yace el amor ignorado, en la de más allá, el trabajo productivo, en la
otra la amistad que nunca dejó florecer ni madurar, tumbas que son como cartas
blancas esperando que un suave click las haga descubrirse en el tablero de la
vida. Al fondo, un rey gráfico lo mira,
vuelve sus ojos a medida que Juan camina entre las tumbas carta como buscando
el orden correcto para ganar la partida. No la encuentra, el juego está
cerrado. Desesperado corre de un lado a otro por
entre picas, corazones, tréboles y diamantes símbolos enmarañados de una
existencia que poco a poco se le va rebelando como la propia.
¿Desea barajar de nuevo?
Por: Gladys
|