Todo está listo. En mi cartera, bien disimuladas, tengo las prendas de
vestir indicadas para la ocasión, el perfume infaltable y el peine, amigo
necesario de las chicas después de ciertos momentos. Está todo preparado para
una noche diferente. Falta media hora y
ya desfilan por mi mente las típicas preguntas feminoides que denotan los
temores naturales frente a una cita: ¿estaré bien vestida?, ¿mi pelo quedó
arreglado?, ¿se notará mucho la ropa interior?, ¿me veré muy gorda con este pantalón?,
me dijo informal, pero ¿qué es informal para él?, ¿le gustaré así o espera que
no le haga caso y me vista como para recibir un Oscar?.... Pasan los minutos y mientras más ropa me pruebo,
más dudas me atacan. Al menos el tiempo se va sin darme cuenta, gracias a los
nervios que siempre me impiden disfrutar la previa de los momentos que tanto
espero. Por fin, cinco minutos después de lo debido, salgo
corriendo con la misma ropa que tenía hace media hora. Con toda mi feminidad me
paro casi en medio de la calle para chiflarle a un taxi que se acerca. Los ojos
asombrados del chofer me observan por el retrovisor cuando le indico el destino
con mi carita sonriente y haciendo ojitos: “Hola, ¿verdad que ahora te vas a
convertir en superman y me vas a llevar volando hasta tal lugar?”. Y cuando
está preparado para convertirse en mi héroe, descubre que la mentira tiene
patas cortas: “Tengo una cita y llego tarde”. No hay peor forma de confesarle
que los treinta guiños que le hice no tenían connotaciones personales en
absoluto y fueron lanzados solo para engañarlo. Masoquistas, si los hay, apaga la radio y abandona
el partido de su equipo favorito para preguntarme si voy al encuentro de mi
novio. Pasando por alto los millones de inquietudes que
esa simple frase generan en una chica (“Salimos hace dos meses, ¿se supone que
es mi novio?, pero él nunca me dijo tal cosa... y cuando yo dije aquello él no
respondió lo otro...”), mi mente no entiende qué es lo que pretende. Soy capaz
de matar sus ilusiones sutilmente, pero este “Si” que me obliga a disparar es
la última puñalada. En fin, él se la buscó. Una vez enterradas sus
esperanzas, amaga al botón de la radio pero no la prende (solo porque sería muy
obvio que su interés hacia mi tenía una sola dirección), y con la evidente
intención de sacarme de encima, aprieta el acelerador y me hace llegar a
tiempo. Después de tirarme el vuelto, en un último rapto de lucidez varonil
gira, me mira y con lo que intenta ser una expresión pícara en los ojos larga
un “Suerte”, superando las ganas de asegurarme que con él la hubiera tenido. Me bajo del auto, por supuesto a media cuadra del
punto de encuentro (a ver si cree que estoy tan ansiosa por llegar como para
tomarme un taxi). Camino apresurada hasta que lo veo, y éste es el momento en
que las chicas debemos ponernos en pose: inspiro profundo, camino lento con
pasos largos y lentos intentando imitar un deslizamiento felino con mi cuerpo
(estoy segura de que ningún hombre lograría coordinar toda esa serie de
complejos movimientos musculares) y fijo la vista en sus ojos, como si quisiera
hipnotizarlo (al fin y al cabo...) Me acerco, me sonríe y ya todo pasa de pronto. Nos
buscamos, nos encontramos. Los dos sabemos a qué vinimos. Doy tantos besos que
me mareo. Las ganas vencen la indecisión y elegimos dónde. Ya no puedo
arrepentirme. Como dicen ellos, estoy de visitante y tendré que jugar su
juego. Le pido un instante para
sorprenderlo y me pongo la ropa especial que traje en mi cartera. Cuando me ve,
siento que por un instante logré mi objetivo: deja todo lo que está haciendo
para abrir la boca sin emitir sonido alguno. Dicen que soy una pequeña cajita
de Pandora y él acaba de descubrirlo. Empieza el partido
y su boca me dirige. Me ubica en la posición que más le gusta, me lleva, me
trae. “Movete” exige, “Es Tuya”, promete. Me jura y perjura que nunca en su
vida estuvo así con una mujer. Jamás en
sus años de larga experiencia en el tema (la va de agrandado) ninguna felina
mujer, femenina, fatal, pasional lo hizo sentir como yo en esta noche
especial. “Me seguís sorprendiendo”. Es
la frase más linda que me dijo esta noche. Todavía retumba en mi cabeza. Aún
ahora escucho su voz, es él, si. Con su pecho descubierto, el corazón agitado,
la transpiración corriendo, el pelo despeinado y.... la vincha de jugar al
fútbol. Fue una noche especial, cuando cumplí mi sueño de
jugar al fútbol..... Por: Lornafer |
12 de Agosto, 2007, 13:45:
Fernanda ArguelloGeneral