18 de Agosto, 2007, 12:05: Charo GonzálezHablando de...

 

"Somos presencia, amor, reconocimiento y omnipotencia. Constantes principios y eventuales finales. Eterno devenir nutriéndose de la libertad del ser. Somos al ser en nosotros y siendo entre nosotros."

"Ante los silencios reconocimiento, ante las palabras pensamiento, cimientos de comunicación que sostenta el sentimiento."

"Tengo certeza del paso y dudo en la dirección del giro pero la música nunca deja de sonar."

"Figuras sin defenición en sus límites para continuar sus contornos cuando necesitemos adaptar nuestra realidad."

"La oscuridad de las piedras, los agujeritos de sol dibujando en pizarras de distintas texturas, la vida en luces y penumbras."

  Por: Charo González
18 de Agosto, 2007, 11:54: Ricardo AbdahllahGeneral



Una vez encontré una chica, ¿O debería decir que ella me encontró a mí?. En ese entonces  acababa de montar un bar en un pequeño local alquilado en Haight Ashbury, no muy lejos del derruido edificio de apartamentos donde había vivido Charles Manson y del 122 de Lyon Street donde había vivido Janis Joplin, y las cosas no despegaban, pero aún estaba optimista y audicionaba saxofonistas y cantantes negras de soul que no cobraran demasiado. Mientras tanto el show central lo hacía un viejo jubilado irlandés al que pagaba con comida y botellas de vodka que me llegaban de Warsaw. Fue entonces cuando tuve una discusión con la mujer con quien andaba, Michelle Lumière, una argelina recién llegada de París que reunía dinero en Frisco para emigrar a Hollywood, fui al bar, saqué dos de las botellas de vodka y las bebí mientras caminaba por la calle, subiendo y bajando colinas, hasta Ocean Beach. Me senté en la arena y di buena cuenta de lo que quedaba en un solo trago. Unas pocas personas jugaban con sus mascotas en la arena y los dos o tres más arriesgados se lanzaban al mar a pesar de que octubre ya estaba bien entrado y el viento helado hacía pensar más en fogatas que en deportes de playa. Al llegar el atardecer ciertamente estaba triste y pensé que por tristezas similares mucha gente se había lanzado de los acantilados cercanos. ¿Lo haría yo? No, tenía hambre y caminé dos cuadras hasta el Safeway en busca de un buen pollo asado. El supermercado estaba lleno, mucha gente daba vueltas sin comprar nada, tan solo para evitar el frío de la calle. “Kurwa!” pensé, “no habrá pollo asado” y tomé rumbo directo a la sección de comida. Ciertamente no había pollo, pero una joven de trenzas y pañoleta roja al cuello hacía lo que podía para meter algunos pollos al horno. Después de hacerlo, Valentina, ese era el nombre escrito en la placa blanca que tenía prendida al delantal, se reclinó sobre el mostrador para acercarse y preguntarme qué quería. Le dije que un roasted chicken y ella pareció disgustarse, luego comprendí que había sido por el aliento a vodka. Me dijo que el pollo tardaría 45 minutos y le dije que esperaría. Mientras lo hice recorrí una y otra vez todos los pasillos del supermercado regresando de vez en cuando para cruzar un par de palabras con ella. Cuarenta y cinco minutos exactos, creo que el horno tenía algún cronómetro. Regresé y ella no estaba, un nuevo empleado empacó el pollo, y me preguntó si lo quería con potato wedges o biscuits. Le dije que no importaba, que dónde estaba Valentina, me contestó que acababa de salir.
La encontré a unas dos cuadras del supermercado, llevaba un abrigo grueso, guantes y bufanda. Le dije que un pollo asado era demasiado para una persona y la invité a comer, entonces regresamos a la playa; el cielo se había despejado, lo que ciertamente tiene características de milagro en los grises octubres de San Francisco, pero aún hacía mucho frío. Después de comer, tomamos el mismo autobús hasta Market y nos separamos, ella se fue en uno de los tranvías de Powell &  Hyde y yo caminé hasta el bar. Cuando llegué, Phil,  el irlandés, estaba sentado en la barra con el cantinero, no había un solo cliente y cerramos temprano.

Visité el Safeway de Ocean Beach un par de veces con cualquier excusa, generalmente increíble, como que repentinamente había querido ir a comer buffalo wings junto al molino holandés o algo así, sólo para ver a Valentina. Le di la dirección del bar por si acaso quería visitarme. Michelle se había ido a Los Angeles sin avisarme y me mandó una postal diciéndome que vivía en un cuarto compartido y en las noches la ciudad, como San Francisco, se cubría de niebla. No tenía dirección y pensé que nunca más sabría de ella. Tal vez luego se iría a buscar a una hermana perdida que tenía dando vueltas por suramérica. La partida de Michelle me agravó el pesimismo y como el bar no despegaba retomé a medio tiempo mi antiguo empleo en un hotel cerca de Union Square. En otra época había sido un hotel elegante pero ahora, a pesar de que todas las habitaciones tenían bañera y buena vista del centro de la ciudad, su clientela estaba compuesta por turistas en viaje de bajo presupuesto que preferían, a pesar de todo, un cuarto privado a los hostales de la YMCA. Trabajaba como supervisor del turno de 2 a 11. Cuando salía del hotel pasaba por el bar y ahora vivía ahí para reducir aún más los gastos.

Recuerdo que era jueves, había trabajado como un perro y deseaba de corazón que no hubiera clientes para cerrar y dormir como un tronco. Al llegar el bar escuché una voz femenina acompañada por la guitarra del irlandés y entré lleno de curiosidad. ¿Cómo podría bailar con otra después de verla parada ahí ? Valentina estaba en el escenario cantando una de las canciones de la época rocanrolera de Beatles y el publico, que no era numeroso por cierto, deliraba con su voz. Cuando terminó la canción y bajó del escenario la invité a bailar “Debe ser rock and roll para que bailes conmigo” dijo y le pedí al barman que pusiera alguno de los acetatos viejos de Elvis, “Mejor Beatles” dijo ella. Entonces bailamos hasta que el último cliente, casi todos eran oficinistas que debían trabajar al día siguiente, se fue del bar. Le propuse que cantara en el bar, que la paga no sería muy alta pero al menos mayor que la de Safeway “No me importa mucho el dinero” dijo y comenzó la noche siguiente.

No nos tomó mucho tiempo armar la banda, Phil siguió en la guitarra y como baterista conseguimos a Jo Jo, que había dejado su hogar en Tucson, Arizona, para buscar algo de hierba californinana. El bajo sería para Johnny B., un veterano músico callejero que había perdido la mitad de sus dientes en peleas por cerveza, y en la segunda guitarra estaría un amigo de Valentina que había escuchado música de Beatles toda la vida y se hacía llamar Lennon. “Mis papás me concibieron escuchando Sgt. Pepper’s”, solía decir. La primera noche que tuvimos lleno total invité a la banda y al cantinero a quedarse para celebrar y beber buen vodka, es decir, vodka polaco. Valentina nunca lo había probado y decidió tomar un trago largo sin respirar. Cuando terminó cayó al suelo. Dijo que había sentido cada gota cayendo en su estomago hasta que todo colapsó. A todos nos hizo gracia y nos pareció un buen augurio.

El negocio mejoró en cuestión de semanas. Los oficinistas grises de los primeros días fueron multiplicándose y cediendo espacio a jóvenes estudiantes y turistas. Pudimos subir los precios y cobrar la entrada y compré un Ford 55 que utilizábamos los lunes y martes, los días que Valentina no cantaba, para escapar hasta Lake Tahoe. Lennon compró un Subaru vinotinto con el parabrisas roto. Lógicamente Beatles se convirtió en mi banda favorita, siempre había sido la banda favorita de Valentina, y compré para ella toda la colección en LPs. Cambiamos toda la decoración del bar. Incluso pude poner dos posters originales que compré en un almacén de coleccionistas cerca de Telegraph Hill. El público, con razón, amaba a Valentina. Había que verla sobre el escenario cantando canciones de todos los álbunes. Había que verla tomar el micrófono y decir “Bueno levántese todos para bailar una canción que era un éxito antes de que sus mamás nacieran” y a todos cantando, felices. También yo la adoraba. Era imposible no hacerlo. Le prometí que iríamos a New York en invierno y la llevaría a Strawberry Fields para que viera el mosaico que está en el lugar donde mataron a John Lennon.

¿Hay alguien que quiera escuchar la historia? Cuando vuelva a ver a Valentina, estoy seguro que será pronto, diré en mi defensa que nunca quise herirla y que no supe por qué las cosas pasaron así. Primero comenzó a molestarme su amigo Lennon, no sé por qué, porque él era un buen tipo y a pesar de que había tenido algo parecido a un romance con Valentina, ahora tenía un affaire con una casi niña que viajaba en autostop desde Portland y había conocido cuando ella pedía monedas a la entrada del McDonald’s de Market and Hyde. Se llamaba Britney y odiaba el pop, más bien le gustaba la onda Seattle. Digo esto para evitar molestas confusiones. De habitud no se la llevaba con Valentina pero un par de veces cantaron juntas. No, Lennon no era mi rival, pero sospechaba y llegué a sentir celos de cualquiera que se le acercara, empezando por los admiradores al final de cada concierto. Un día vi que Lennon tenía una pañoleta de colores que yo le había regalado a Valentina y él me dijo que la había encontrado botada en el bar y no sabía que era de ella. Discutimos un par de veces y por todo argumento a mi favor, dije que no era mi culpa si yo había nacido con una mente celosa. Las cosas habían cambiado, ya no hacíamos el amor todo el día como antes, aunque siempre me alegraba escucharla cantar a toda hora como una niña enloquecida antes de tiempo. Luego regresó Michelle, mi bella Michelle, dijo que le habían ofrecido algo bueno en Hollywood pero prefería regresar a mi lado. No le creí, su delgadez y sus ojeras daban testimonio de que había lidiado con el hambre, pero me hizo gracia que regresara.  Los celos con Valentina desaparecieron y ya no me importó más que saliera con quien quisiera. La quería, ciertamente una mujer que canta nunca se olvida, pero Michelle estaba atada por siempre a mi largo y tempestuoso camino. Intenté ser rudo con Valentina. Le dije que yo no iba a estar ahí siempre, que pensara por ella misma y simplemente sonrió y me dio la espalda. Hacia septiembre, un año después de conocernos y sin que nunca hubiéramos ido a New York como se lo había prometido, le pedí que regresara a su antiguo apartamento y aceptó sin ni siquiera preguntar por qué. Michelle ocupó su lugar en mi cuarto, pero Valentina seguía llegando a la hora en punto y cantando en las noches con la banda. Se enredó con Desmond Jones, él no sé por qué le decía Molly,  que le regaló un anillo de oro de veinte quilates y le prometía cuidarla hasta que tuviera 64 años, pero duraron juntos sólo un par de meses. Ella me lo contó todo. “¿Qué te hace pensar que me importa ?” le contesté “¿qué te hace pensar que eres algo especial cuando sonríes ?”.  Insisto, la trataba así sólo porque nunca podría dejar a Michelle y Valentina, pensaba yo en ese entonces, nunca sería más que la persona que yo llamaba cuando necesitaba a alguien.

Y finalmente se fue, dijo en su carta de despedida que partía hacia el norte con Lennon pero junto a la carta había un mapa del sur de California con varias ciudades y pueblos señalados sobre la ruta, desde Oakland pasando por varias ciudades del Bay Area, y luego Stockton, Modesto, Merced, Madera, Bakersfield. Todo hasta la frontera. Estoy seguro de que siguieron esa ruta y es más, estoy seguro de que Valentina dejó el mapa intencionalmente para que la siguiera. Quemé la carta, apagué las cenizas con Vodka y guardé el mapa pensando que podría servirme en el futuro. Michelle y yo la pasamos bastante bien entonces,  pero el prestigio del bar comenzó a decaer. Phil, Jo Jo y Johnny B. siguieron tocando canciones de Beatles pero muchas personas que frecuentaban el bar sólo por escuchar a Valentina dejaron de hacerlo. A pesar de eso no tuve que regresar a mi empleo en el hotel y pude conservar el Ford. Como a Michelle no le gustaba salir de la ciudad, mi automóvil permanecía mucho tiempo estacionado, al menos hasta ayer porque ahora lo alisto para un largo viaje de carretera. Fue una señal, alguien allá arriba o allá abajo nos habla con señales. Ayer lo vi en las noticias de la tarde. George Harrison había muerto, George Harrison, Valentina y Los Beatles. Sólo entonces comprendí que mi destino estaba atado al suyo, que nunca había amado a una mujer tangible por la manera cómo cantaba, que Valentina era la única y siempre iba a ser la única.

Michelle y Phil se encargarán del bar hasta mi regreso que imagino pronto. Tenemos recuerdos más largos que el camino que se me presenta. En un par de horas estaré cruzando el Puente de la Bahía, viajando a alta velocidad porque sé que en algún pequeño pueblo del sur Valentina me espera y sin quitar sus ojos de la autopista canta que habrá una respuesta, que hay que dejar que así sea.

 Por: Ricardo Abdahllah

18 de Agosto, 2007, 11:39: GladysGeneral

 

Una mañana, cuando las cobijas aun conservaban sus átomos esparcidos entre sus pliegues, Javier sintió que algo parecido a lo que imaginaba era el valor se había anidado en su ser y se sintió feliz. Rápidamente recogió sus partículas, las unió firmemente y desenredó sus piernas de entre las sábanas. Su cuerpo olía a sexo y eso que no había practicado sus viejos rituales desde hacía varios días, sin embargo ese olor lo envolvía como una segunda piel. Por un instante dudó, qué tal que otras personas se dieran cuenta de su olor en cuanto saliera a buscar el desayuno. No le importó. Era más urgente lo que tenía en mente.

Al salir de la ducha, se vistió sin pensar mucho en lo que se ponía, una camiseta y unos pantalones estarían bien. ¿Quién se preocuparía de la moda en esos instantes? Victoria Beckhan, sin duda, pero ella estaba en los Estados Unidos bebiendo champan en una gradería de fútbol e ignorando olímpicamente su existencia. ¡Esta bien que sea así!

Después de peinarse con los dedos, volvió a su cuarto, abrió el armario, sacó las cajas de cartón empolvadas, fue seleccionando objetos llevado más bien por la intuición. ¡A la mierda la razón y la lógica! Ésta sí, ésta no. Uno a uno iban cayendo sobre la cama. Luego corrió a su escritorio, después a un armario que había en el pasillo y que no abría desde hacía varios años, buscó luego en el salón, en el comedor, en su mesilla. No importaba en qué lugar se hallaban. Todos los objetos volaban por al apartamento y aterrizaban en su cuarto.

Al cabo de un par de horas ya no se podía ver la cama,  se hacía difícil entrar a la habitación. Juntó las cosas y fue formando bultos que ataba con  lo que encontraba a mano. En eso empleó todo el día. Al anochecer decidió meter los objetos en el coche y se dirigió a la playa. Allí, abrió agujeros en la arena donde colocaba los objetos. Luego los cubría totalmente esforzándose en que no se notara lo que  ocultaban, sin embargo, inconscientemente, antes de irse se preocupó de cercar los lugares de sus entierros con pequeñas tablas de madera encontradas por ahí.

 

 

Al amanecer, cuando las cobijas aun conservaban sus átomos esparcidos entre sus pliegues, Javier sintió que algo parecido a lo que imaginaba era el pánico, se había anidado en su ser y se sintió aterrorizado.
    Rápidamente recogió sus partículas, las unió firmemente y desenredó sus piernas de entre las sábanas. Su cuerpo no olía; eso lo aterrorizó aún más, no podía hallar su olor a pesar de que se olfateaba las axilas, el sexo, los pies, no lograba encontrarlo. Por un instante pensó en que tal vez otras personas se dieran cuenta de su inoloridad cuando saliera a buscar el desayuno, pero el miedo lo paralizó.  No se atrevió a ducharse por pánico a quedar oliendo a sanex, ni cepilló sus dientes, pues el olor a Colgate nunca había sido su favorito, en cuanto al desayuno, ¡ni pensarlo! El olor de los huevos fritos con tocineta, upsss, o el ácido del jugo de naranja… en cambio el del café, el de los panecillos calientes…

 

Con el último bocado de la masa de los panecillos entre su boca, sintió que debía ir a la playa. Raro, porque a el no le entusiasmaba mucho la idea de tostarse al sol, pero sus pies eran más tercos que su razón.
    Dio muchos rodeos, evitó los senderos directos, se detuvo ante las vidrieras de las tiendas a contemplar a los absurdos maniquís, se sentó en los bancos a fumar los últimos cigarrillos, se devolvía con el pretexto de haber vislumbrado a un amigo  - a sabiendas de que no los tenía – Era inútil, debía de continuar con lo inevitable.

Allí, frente a él, alguien había colocado tablas de madera cercando ciertos montículos en forma de espiral.

La luz de sol agonizaba ondulante sobre el mar, Javier contempló esos montículos cercados, supo que ahí estaba oculto el secreto de su existencia, y algo parecido a la felicidad…

Por un instante tuvo el impulso de quitar las maderas, de desenterrar lo que ocultaban, pero se detuvo, miró al mar y decidió caminar por esa superficie agonizante hasta rozar con sus dedos el sol en el último estertor.

Menos mal que en el último momento se le había ocurrido otro argumento impostergable.  

 

Por: Gladys
18 de Agosto, 2007, 11:32: SelváticaAlaprima


María calcula el infinito espacio que hay entre el lugar donde está y el sitio a donde debe saltar para alcanzar el cielo. Lanza la piedra aplanada que escogió con mucho cuidado para jugar a la rayuela, la acaricia como dándole la orden de respetar los límites establecidos dentro de las reglas del juego. La lanza y contempla con gozo como ésta le obedece y cae justo en el recuadro del cielo. Ahora es el momento decisivo, lanza su cuerpo al aire y sus piernas temblorosas caen justo un centímetro antes del borde. Un descuido y habría perdido.

 

María se pregunta cómo llegó a sus manos esa piedra plana mientras intenta secar las lágrimas ante la tumba de su amor.

Por: Selvática

 

         

 

18 de Agosto, 2007, 11:24: Selváticaminirelatos


Lo que me hace inmensamente feliz, mientras un trago de ron helado se desliza por mi garganta, es haberme dado cuenta que soy capaz, desde hoy  en delante, de dejar para mañana todo lo que podría hacer hoy.

Así que mañana empiezo a construir mi mundo feliz, en una ciudad invisible. No sea que algún listo me robe la idea.

¡Salud!

Por: Selvática
18 de Agosto, 2007, 10:19: ÁgataUn libro para ti


Conversaciones con Billy Wilder
Por: Cameron Crowe
Cine y Comunicación
Alianza Editorial

Nada más adecuado para nuestra lánguidez veraniega que un libro inteligente, ameno, divertido y revelador, que satisface nuestro intelecto mientras saboreamos un cubata bien helado, cómodamente atrincherados en una hámaca y  acaricados por la brisa del mar. No podía ser menos cuando se habla de un ser humano como Billy Wilder * y con un interlocutor como el no menos interesante director Cameron Crowe, director, entre otras películas de Jerry Maguire. Por eso, si le gusta el cine, este libro le abre las puerta al millón de detalles que se ocultan tras las cámaras. He aqui algunos botones de muestra:

"CC. De todas las actrices de sus películas, ¿por cuáles sintió más afecto?"

"B.W. Me gustaba trabajar con Audrey Hepburn...Y, aunque fue en una película muy mala (Bésame, tonto), como ya he dicho, me gustó mucho Kim Novak. Tengo afecto por todas mis actrices, excepto, tal vez, Marilyn Monroe, y eso era cuando me había hecho esperar un día entero, o incluso tres días a veces. (Pausa) Pero era fantástica cuando rodaba una larga escena de diálogo sin equivocarse ni una sola vez. Me gustaba su cadencia al hablar. Me caía bien. Al final, la esperaba y me tragaba mi orgullo."

    "...La última escena de Con faldas y a lo loco la escribimos un fin de semana n el estudio. No la teníamos. Teníamos a los dos héroes que escapaban y saltaban a la motora de Joe E. Brown. Y un poco de diálogo entre Marilyn y Tony Curtis. Luego llegábamos a la revelación, cuando Jack Lemmon dice: <No puedo casarme contigo porque ...fumo>. Y, por fin, se quita la peluca y dice: <Mira, soy un hombre>. Necesitábamos una frase para Joe E. Brown, y no dábamos con ella. Pero, en algún momento de la discusión, al principio Iz había propuesto: <Nadie es perfecto>. Y sugerí, vamos a usar esa frase. En el preestreno, en Westwood, el oúblico estalló. Era divertida esa forma de hacer cine.”


Y si de pronto, al recorrer sus páginas, sientes las ganas de ponerte a escribir un guión, aqui te transcribo algunos consejos del admirable Willy Wilder. ¡Salud!

"1.- El público es voluble.
 2.- Hay que agarrarle por el cuello y no soltarle.
 3.- Desarrolla una línea de acción clara para el personaje principal.
 4.- Ten claro hacía donde vas.
 5.- Cuanta más sutileza y elegancia se tiene para ocultar los elementos de la
      trama, mejor escritor se es.
 6.- Si tienes problemas con el tercer acto, el verdadero problema está en el primero.
 7.- Un consejo de Lubitsch. Deja que el público sume dos y dos. Te querrán siempre.
 8.- Al hacer naraciones en off, ten cuidado de no describir lo que ya está viendo  el público. Añade algo nuevo a lo que ven.
 9.- Lo que ocurre al final del segundo acto es lo que desencadena le final de la película.
10.- El tercer acto debe ir creciendo, creciendo, creciendo, en ritmo y en acción, hasta el último suceso, y entonces...
11.-Ya está. No le des más vueltas.

 

Por: Ágata

* Filmografía de Billy Wilder:
Mala semilla ( Mauvaise graine) 1934 – Midnight 1939 -  Si no amaneciera (Hold back the Dawn) 1941 – El mayor y la menor (The major and the minor) 1942 – Cinco tumbas al Cairo (Five graves to Cairo) 1943 – Perdición (Double indemnity) 1944 – Días sin huella (The lost weekend) 1945 – El vals del Emperador (The emperor waltz) 1948 – Berlin Occidente  (A foreign affair) 1948 – El crepúsculo de los Dioses (Sunset Boulevard) 1950 -  El gran Carnaval (Ace in the hole) 1951 – Traidor en el infierno (Stalag 17) 1953 – Sabrina 1954 – La tentación vive arriba (The seven year itch) 1955 – El espíritu de San Luis (The spirit of St. Louis) 1957 – Ariane (Love in the afternoon) 1957 – Testigo de cargo (Witness for the prosecution) 1957 – Con faldas y a lo loco (Some like it hot) 1959 – El apartamento (The apartment) 1960 – Un, dos tres (Une, two three) 1961 – Irma la dulce (Irma la douce) 1963 – Bésame, tonto (Kiss me stupid) 1964 – En bandeja de plata (The fortune cookie) 1966 – La vida privada de Sherlok Holmes (The private life of  Sherlok Holmes) 1970 - ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (Avanti) 1972 – Primera plana (The front page) 1973 – Fedora 1978 – Aqui un amigo (Buddy buddy) 1981.