Cuando el presidente Chávez anunció
el giro que tendría una economía tradicionalmente liberal como la venezolana
los ojos del mundo se volcaron en torno a la hermana nación, pues, sin duda, la
noticia prometía marcar un nuevo rumbo en la política mundial. Ya no sólo se
trataba de otra arremetida en la nacionalización de la industria y ninguna otra
de las moderadas medidas de choque en contra los intereses del sector privado;
de ninguna manera, las declaraciones de Chávez, lejos de ello, representaban el
retorno de una doctrina que parecía muerta y enterrada desde hace 18 años,
cuando millones berlineses derogaron el sectarismo de una sociedad que se
jactaba de defender la libertad, bien fuera individual o colectiva.
A partir del 12 de noviembre de 1989
el sueño socialista pareció abandonar las dimensiones de lo posible, mientras
la victoria capitalista preparaba el terreno para consolidar sus vías en todo
el mundo. Impulsado por un populismo extremo y nocivo o por una audacia
política difícil de emular, Chávez resucitó el discurso marxista leninista, fortalecido
por nuevas tendencias que calificó de progresistas y lanzó su proclama de
fundación de algo que él ha llamado “el socialismo del siglo XXI”, desde luego,
no sin encender todas las alarmas de sus furibundos detractores en todo el
mundo.
Pero ¿qué significa esto en el
debate político internacional?¿Será retornar a la confrontación ideológica que
marcó el siglo XX?, ¿la reaparición de las viejas alianzas político-militares o
una nueva polarización ideológica entre derechas e izquierdas?. Entre tanto, el
mundo político se encuentra a la expectativa y no se abstiene de especular;
mientras los “cavernícolas del socialismo” creen revivir los debates entre el
modelo de autogestión financiera o el presupuestario de financiamiento, el
chino o el soviético, los fetiches del neoliberalismo vaticinan una intención
conspirativa que atenta contra la economía global de mercado, “una iniciativa
retardataria que pondrá en jaque la economía venezolana”.
Olvidando la paranoia de algunos y
la insulsa demagogia de otros, el anuncio de Chávez pone de manifiesto el
exitoso proceso de reversión de dos realidades que antaño parecieron
indelebles: la dependencia política y económica de los pueblos latinoamericanos
y la materialización del socialismo como doctrina del Estado en nuestros
territorios. Así, el estadista venezolano, más que desatar la polémica, ha logrado
conducir una transformación por la que miles de hombres lucharon
infructuosamente en el curso de la historia. Bolivarianos, martianos,
sandinistas, guevaristas e incluso camilistas, observan con optimismo cómo su
lucha por las reivindicaciones sociales encuentra por fin un vehículo lo
suficientemente amplio como para dar cabida a todas sus consignas de liberación.
Como el ave Fénix, las banderas
marxistas-leninistas han renacido, llevando de la mano las reclamaciones
sociales de nuestros lesionados pueblos, ahogadas por la represión, la
injusticia y el sectarismo, históricamente presentes en el continente. El
anuncio de Chávez representa, por tanto, el punto de giro de una nueva etapa de
la historia, una historia que narra radicales transformaciones en las
relaciones políticas y económicas de los pueblos y de las mismas doctrinas bajo
las cuales se han desarrollado.
Pero el socialismo de Chávez, si
bien lejano del ortodoxo, no es una innovación, es más probablemente la
adaptación de un modelo que ha debido reformarse, siguiendo los principios del
materialismo dialéctico que lo inspiran. Cuba ha ejercido la iniciativa de
vanguardia que ha hecho de esta doctrina un modelo aplicable y sostenible,
luego de la caída del comunismo en Europa oriental. Fue bajo esta presión que
los isleños debieron superar la discusión entre el modelo de autogestión
financiera, defendido por los burócratas, y el modelo presupuestario de
financiamiento, planteado por el Che y defendido por los guevaristas,
formulando un híbrido en el que la propiedad privada deja de ser satanizada y la
noción de público cambia el
igualitarismo por la equidad con justicia social.
Así como la Cuba socialista ya no es
el monopolio de los medios de producción por parte del estado, Chávez se ha
esforzado por controlar los abusos del sector privado, venezolano, pero sin
arrebatarles todo el control de la economía y sin declarar la abolición de la
propiedad privada, como lo consignara la revolución bolchevique. El socialismo
del siglo XXI promulgado por Chávez parece ser una mixtura entre las tendencias
liberales y la transformación de la izquierda, pero, sobre todo, una posición
independiente en la que se vislumbra la posible ruptura entre la América Latina
y la anglosajona.
El nuevo socialismo, aplicable o no,
consolida el giro de Latinoamérica hacia la izquierda, giro que seguramente no
habría sido posible sin las alianzas estratégicas previamente establecidas por
el mandatario venezolano. El respaldo que le brinda el petróleo y las buenas
relaciones con varias potencias económicas y militares, han permitido que Hugo
Chávez y el fortificado eje de izquierda latinoamericano establezcan la contra
al dominio histórico de Norteamérica sobre la región. Parecemos estar adportas
de una nueva lucha bipolar en la que por vez primera “los sudacas” somos protagonistas
y no la carne de cañón y quedará por demostrarse si este nuevo orden representa
la materialización de los sueños altruistas por la que tantos hombres
entregaron su vida.
Por Giovanni González Arango