3 de Noviembre, 2007
Cada
trago lleva en su interior la dosis perfecta para alcanzar el olvido. Desde las
nueve de la noche a las tres de la madrugada Luís logra apaciguar los tic tacs
de su existencia. Sin embargo, en el resquicio de sus lagunas la imagen de una
maleta, encontrada una fría madrugada en una calle de su ciudad natal le
recuerda la deuda contraída. Debe
entregar esa correspondencia. De ella depende la felicidad de cierta persona,
pero no lo hace. Se da miles de razones para justificar su inmovilidad… si al
menos esa persona no fuera él, podría intentarlo. |
Las
uñas como aspas contra la luna llena. El zigzagueo vertiginoso rasga el velo de
la noche. Los
ojos brillan en la oscuridad, los colmillos gotean baba sobre la maleta hallada
en mitad de la calle en una madrugada… los ratones han huido. Por:
Angeles |
Solían
salir… más bien se iban cuando los echaban de los bares. Caminaban abriendo la
boca al cielo como clamando porque la húmeda llovizna aliviara las gargantas
resecas. Se tomaban de la mano no por romanticismo, sino para ayudarse
mutuamente. O para caerse juntos, quien sabe. Así
finalizaban sus sábados de juerga, así llegaban dando traspies a su casa en
busca de la cama blanda que lo resguardaba de los males terrenales. Esa
mañana no se dieron la mano, los dedos no se alcanzaron a aferrar, sus
humanidades cayeron sobre una maleta de cartón deshecha por la persistente
lluvia. Las risas, el dolor en las rodillas, los intentos por ponerse en pie
los obligaban a realizar movimientos grotescos, los pies se enredaban con montones
de folios escritos a máquina, que iban deshaciéndose lentamente. Los
ojos enrojecidos por el alcohol y el humo no lograban descifrar lo que en ellos
estaba escrito. Al
cabo de un rato lograron ponerse en pie. Habían pisoteado tanto los papeles que
ya no se podía distinguir lo que había escrito en ellos. Por un momento
pensaron recogerlos. Guardarlos para leerlos luego con más calma, pero a medida
que los recogían estos se deshacían entre sus dedos. Cuando
llegaron a su casa se encontraron con que la dueña había cambiado la cerradura,
sus cosas se hallaban dispersas por la acera. Era lógico después de seis meses
sin pagar la renta. La maleta de cartón con el manuscrito que debían entregar a la editorial, después de años de perseguirlos había desaparecido. Por: El mirón de la ventana |
Una maleta a la luz de la luna
Estaba pasando la avenida cuando advertí que no me había dado cuenta a que horas había pagado las cervezas y salido del bar. Acababa de salir y ni siquiera recordaba claramente quien lo atendía esa noche. Sin saber cómo, había pasado algunas horas mirando partidos de la liga española en un televisor silenciado, mientras en el bar se escuchaban baladas americanas y de vez en vez algún bolero o las antiguas baladas nuestras. No se porqué esa noche el bar estaba tan solo. Pensaba en ello cuando noté con preocupación que había cruzado la avenida sin mayor atención, cuando allí los carros usualmente no cesaban de pasar veloces y sin tregua hasta altas horas de la madrugada En esta parte de la ciudad, el sector de restaurantes y sitios nocturnos no quedaba muy lejos de lo que llamábamos el barrio. Bastaba cruzar la avenida, pasar los edificios nuevos -tenían mas de quince años-, e internarse un par de calles y ya. La luna resplandecía prepotente esa noche, inspirando una extraña y agradable sensación interior. Divagaba sobre esta soledad cuando la vi. Estaba abandonada casi en la mitad de la calle. Por breves
instantes solo se escucharon mis propios pasos
y de pronto me detuve frente a
ella: Una maleta de cuero café, casi nueva, con gruesas correas y
esquineras metálicas, como aquellas de los personajes errantes de las
películas. La luz de la luna parecía iluminarla como los perseguidores de los
teatros a las estrellas, aunque a decir verdad esto era una ilusión, pues al
levantar la mirada se podía apreciar que era toda la ciudad la que fulguraba silenciosa bajo la
luz de la luna. La maleta estaba apostada frente a uno de los ¨edificios nuevos´´
de esa calle y la puerta principal estaba abierta. Sin conciencia,
instintivamente, me acerqué a la puerta. Creí escuchar voces pero creo que era
el rumor de los programas nocturnos de la televisión. De resto no se sintió ni se escuchó nada….. Al volver la
mirada sobre la avenida confirmé que no pasaban carros y las calles lucían
desiertas. No me explicaba porque seguía detenido allí. Contemplé largamente la
maleta y mientras lo hacía recordé que en el bar no había visto a nadie
mientras estuve allí, solamente un argentino había
entrado a indagar por una dirección, pues parecía perdido. Pero no lo ví, de él
solo escuché la conversación a mis espaldas. Por un momento tuve la intención
de levantar la maleta, llevarla hasta el anden y abrirla. Fue entonces cuando
escuché los pasos de alguien; secos y precisos inundaron el silencio del lugar.
Cuando giré, vi a una mujer joven que procedía
de la avenida. Justo cuando la mujer estaba pasando frente a mi se
detuvo un instante fugaz. El instante suficiente para contemplarla. Nos
miramos. Algo sutil en su mirada pareció inquirir sobre la situación. Era alta,
de cabello largo, negro y reluciente, con un rostro blanco, hermoso y frío,
donde destellaban unos ojos negros. Llevaba puestas unas botas cosacas con
flecos laterales, una falda corta y negra que permitía ver unas piernas firmes
y torneadas, y una larga chaqueta de gamuza café con el cuello levantado.
Quizás por la brisa. Mire la maleta con la intención de darle a entender que
nada tenía que ver conmigo. Quise abrirla delante de ella pero dudé. Reaccioné
cuando el eco de sus pasos ya se perdían calle abajo y lo último que vi fue el
enigmático caminar de la mujer que se esfumaba al doblar la esquina. Me sentía
paralizado. En mi interior abrigaba la certeza de que ya no habían ni carros ni
personas en las calles y, de manera inquietante, sospeche que tampoco había
nadie en las casas. No podía perder tiempo, tenía que alcanzarla. Decidí dejar
la maleta ahí. Comencé a caminar rápido, ansiosamente. Pronto llegué a la
esquina por donde la mujer había desaparecido y a lo largo de esa calle no la
vi. Me parecía seguir escuchando el eco de sus pasos y tras ellos corrí. Corrí
ilusamente calles y calles. La fatiga por mi carrera era suavizada por una
acariciante brisa lunar. En una calle encontré abandonado un balón de fútbol
frente a una casa con las luces prendidas y las puertas abiertas. En la fachada
estaban apostadas unas sillas y sobre ellas chaquetas, camisetas y recipientes
con bebidas. En la verja de entrada, dejada con cuidado, una colorida pañoleta
de mujer. Algún grupo de jóvenes hasta hace muy poco habían jugado allí. De la
casa se escuchaba el sonido de una radio. Me detuve. Sin dudar entre por el
corredor y llegue a una sala. No, no había nadie. Salí. Seguí corriendo. Supuse
que por más apurada que fuera la mujer ya tenía que haberla alcanzado. A no ser que hubiera entrado a alguna casa, pero algo en el ambiente me decía que no. Corrí y corrí. Crucé sin temor calles y avenidas, pasé frente a muchos sitios nocturnos con las puertas abiertas, pero desolados. Vi estaciones de servicio solitarias y puestos de comida callejera sin un alma a su alrededor. En los cruces de avenidas se podían ver filas de taxis estacionados esperando a sus dueños. Los semáforos parecían deprimidos trabajando sin razón. Jadeante me detuve cuando llegué a la explanada del puente que conectaba con el otro lado de la ciudad. El puente se alzaba insolente bajo la luz de la luna pero lucía espectral sin el paso de los carros. Desistí. La mujer había tomado por otro
rumbo. Deje de correr y desandé el camino a paso rápido. Contemplando, caminé
calles que parecían guardar todavía el aliento de universitarias que
habían pasado por allí ruidosas y
coquetas a las diez de la noche. No había que apurarse ya, no había nadie en
ningún lugar y tenía la solitaria ciudad a disposición. Pase por casas donde
vivían conocidos y estuve a dos calles de la mía. Pasado un tiempo y sin que me
lo propusiera me vi de nuevo enfrente de la casa con las sillas puestas sobre
la acera. El radio seguía prendido. Tomé la pañoleta y volví a entrar en la
casa. Reconocí la sala, deje la pañoleta sobre un sofá y apagué el equipo de
sonido. Pero el inesperado silencio me sobrecogió de tristeza y lo volví a
poner. Se escuchó una canción de Javier Solis. Cuando iba a salir me detuve
curioso. Detrás de la puerta de la sala, donde suelen colgarse por agüero la
imagen de los doce apóstoles o las matas de sábila, estaba pegado un viejo
disco de 45, Noelia, de Nino Bravo. Tenía una inscripción escrita a mano: ¨ Para
que nunca me olvides, Jenny, te amo¨. Y firmaban las iniciales C.L. Súplicas y
promesas que duraban cuánto tiempo! Salí de la casa. Afuera dejé las sillas y
todo como estaba. Luego caminé tranquilamente por la mitad de las calles
poseído de una repentina emoción. Las calles, las casas, los edificios, los
anuncios, la ciudad, todo lucía hermoso y tranquilo bajo la luz de la luna.
Creo que tarareé una canción y un recuerdo inesperado acudió nítido a mi mente.
Cuando tenía como ocho o nueve años, junto a un grupo de compañeritos del liceo
El Vergel, nos enamoramos ingenua y perdidamente de una compañera de colegio:
Nancy Licovski. Era una rubiecita cobriza de la misma edad, con una cara muy
hermosa. Parecía insolente y la envolvía un misterio y una indiferencia
infantil poco comunes. Al salir del colegio la seguíamos en grupo mientras
alguien cantaba una canción de Ráphael. En las noches, cuando nos podíamos
escapar, hacíamos corrillo en la esquina de su casa soñando con verla salir.
Felices caminábamos tras ella todos los
días, inocentes, sin cruzar palabra y con los corazones partidos. Nos hechizó a
todos durante un año. Me pregunté el porqué de ese imprevisto recuerdo más de
treinta años después. Seguí caminando ahora intrigado y conmovido por esos
compañeros de amores. Y por la suerte de Nancy Licovski. Creo que nadie la
volvió a ver. En algún punto de la ciudad tendría que haber vivido. Pero¿ en
donde? ¿En donde? Me acordé súbitamente
de la mujer. Había recorrido media ciudad y
era el único ser al que había visto esa noche. Y ¿si ella decidiera
desandar su camino y volviera? No, eso
no era más que una vana ilusión. La ansiedad me sobrecogió. …. ¿Y la maleta? Cómo
es posible que por un momento la hubiera olvidado! No, ya no podía esperar más.
Iría hasta allí, la recogería y luego caminaría sin rumbo, pero ahora con una
remota esperanza. Eso hice. Llegué corriendo, con temor, y allí la encontré, exactamente en el mismo y
solitario lugar. La tomé de las manijas y, como era de esperarse, pesaba. Me
incliné por unos instantes hacia la avenida pero volví pusadamente los pasos
hacia el barrio. Las casualidades existen y no era improbable que en una noche
de cielo tan azul, tan iluminada, con la ciudad esperándome, diera de improviso
con la casa de Nancy Licovski. O… con la mujer. |
![]() "El nombre de quien nombra solo vive cuando se nombra así mismo." "Hilos de colores
forman trenzas de arcoiris que sólo son visibles desde los árboles del
otoño." "En todo soy yo mismo
siendo tú, contigo soy yo sin pasado ni futuro, conmigo eres tú ahora." "Fruncimos el ceño antes de prestar atención, si no adelantásemos acontecimientos tendríamos menos arrugas." Por: Charo González |
![]() Una revisión
del marco conceptual del enfrentamiento guerrilla - Estado, desde su visión más
abstracta, nos es suficiente para trazar una ruta segura hacia su exterminio.
Basta con reconocer sus motivaciones históricas, emergidas en un contexto social caótico y un marco político
caracterizado por restricciones de inclusión e infortunados direccionamientos administrativos. Por Giovanni González Arango |
![]() DELICIOSA MARTA Año2001 Dirección: Sandra Nettelbeck Intérpretes:
Martina Gedeck (Martha Klein) Sergio Castellitto (Mario) Maxime Foerste (Lina) August Zirner (Terapista) Ulrich
Thomsen (Sam Thalberg) Guión:
Sandra Nettelbeck Fotografía: Michael Bertl Música: David Darling
Keith Jarrett
Arvo Pärt Desde que se dio a conocer al público Como
agua para chocolate, no habíamos podido apreciar la maravillosa mezcla entre
comida y cine. La armoniosa combinación de ingredientes con unos personajes
cálidos, emotivos, complejos pero excitantes. Si bien es cierto que el mundo
cinematográfico está lleno de usos y abusos de esta fórmula, el más reciente, el desabrido remake:
"Sin reservas", protagonizado por Catherine Zeta
Jones. Pero no hablemos de lo que no nos apetece, de
esos platos que no logran el punto exigido por los mejores chefs del mundo, por más cara linda con que lo aderecen. Más
bien disfrutemos de Deliciosa Martha, una peli cálida, tierna, compleja, que nos
permite no sólo saborear con los ojos los mejores platos de esta cocinera maravillosa,
sino que nos va atrapando en una historia de amor aderezada inteligentemente
por una serie de factores externos a una auténtica relación de pareja, y que
poco a poco van dando consistencia a una historia, se van imponiendo,
demostrando que lo verdaderamente importante en la vida es el amor... y la
comida, por supuesto. Fue estrenada en 2001, quizás no les esté
desvelando nada nuevo, pero tanto para quienes tuvieron el placer de verla como
para quienes no, los invito a degustarla. Es de ese tipo de cine al que siempre
queremos volver... Premios: Premio del público en la Mostra de
Cine de Valencia 2001. Candidatura al Goya Por Ágata |
![]() Título: Un hombre y dos mujeres Autor: Doris Lessing Editorial: Seix Barral S.A. – Biblioteca Breve Barcelona 1967 Me encontré con esta escritora de forma casual, como suele suceder con todo aquello que nos sorprende sobremanera. Era un tomo amarillento, con manchas oscuras en algunas de sus páginas, como esas que les salen a los ancianos en las manos o en el rostro. Unas manchas que nos hablan de sus vidas, muy seguramente plenas de experiencias. Lastimosamente no pude iniciar su lectura inmediatamente, sólo dos semanas después me encerré en el cuarto, encendí mi pequeña lámpara, acomodé las almohadas y me adentré en su lectura. Un hombre y dos mujeres adopta el título de su primer cuento, un relato que habla de la amistad entre dos parejas con un lenguaje pausado, tranquilo, pero agudo, analítico, incisivo, característica común en muchos escritores anglosajones y que siempre nos abre nuevos puntos de vista acerca de situaciones, que por cotidianas, creemos ya sabidas, incluso, hasta faltas de interés. En este primer relato, la forma compacta de dos parejas se quiebra al ausentarse uno de los hombres, dejando a su pareja en una posición crítica ante sus amigos. En esa especie de variación de roles, se presentan situaciones complejas, insinuaciones que a pesar de no concretarse en acción directa, van mellando la fortaleza de una amistad que se creía sólida, dejando en el ambiente una sensación de incorrección social. Este libro, por su condición de selección de relatos, nos depara más sorpresas, nos describe mundos cotidianos desde varios puntos de vista, pues los protagonistas de los cuentos a veces son personas mayores, niños, cosas, o animales; todos con un denominador común: la incisiva amplitud psicológica que despliega la autora para dar coherencia a su obra. No quiero terminar esta reseña sin expresar mi opinión sobre uno de los cuentos en particular: Dos Alfareros: en este relato, la escritora nos cuenta un sueño, este sueño es contado a una amiga, el sueño es recurrente y cada vez que se presenta, ofrece continuidad al relato, enriquece la acción entrelazándola de una manera fantástica, hecho que me llevó a preguntarme: ¿Por qué no le hago caso a mis sueños?, quizás si me los tomara más en serio, podría hacerlos realidad. |