3 de Noviembre, 2007, 9:57: GladysGeneral


 

Cada trago lleva en su interior la dosis perfecta para alcanzar el olvido. Desde las nueve de la noche a las tres de la madrugada Luís logra apaciguar los tic tacs de su existencia. Sin embargo, en el resquicio de sus lagunas la imagen de una maleta, encontrada una fría madrugada en una calle de su ciudad natal le recuerda la deuda contraída.

Debe entregar esa correspondencia. De ella depende la felicidad de cierta persona, pero no lo hace. Se da miles de razones para justificar su inmovilidad… si al menos esa persona no fuera él, podría intentarlo.

Por: Gladys
3 de Noviembre, 2007, 9:52: AngelesGeneral

 

Las uñas como aspas contra la luna llena. El zigzagueo vertiginoso rasga el velo de la noche.

Los ojos brillan en la oscuridad, los colmillos gotean baba sobre la maleta hallada en mitad de la calle en una madrugada… los ratones han huido.

Por: Angeles

3 de Noviembre, 2007, 9:47: El mirón de la ventanaGeneral

 

Solían salir… más bien se iban cuando los echaban de los bares. Caminaban abriendo la boca al cielo como clamando porque la húmeda llovizna aliviara las gargantas resecas. Se tomaban de la mano no por romanticismo, sino para ayudarse mutuamente. O para caerse juntos, quien sabe.

          Así finalizaban sus sábados de juerga, así llegaban dando traspies a su casa en busca de la cama blanda que lo resguardaba de los males terrenales.

          Esa mañana no se dieron la mano, los dedos no se alcanzaron a aferrar, sus humanidades cayeron sobre una maleta de cartón deshecha por la persistente lluvia. Las risas, el dolor en las rodillas, los intentos por ponerse en pie los obligaban a realizar movimientos grotescos, los pies se enredaban con montones de folios escritos a máquina, que iban deshaciéndose lentamente.

Los ojos enrojecidos por el alcohol y el humo no lograban descifrar lo que en ellos estaba escrito.

          Al cabo de un rato lograron ponerse en pie. Habían pisoteado tanto los papeles que ya no se podía distinguir lo que había escrito en ellos. Por un momento pensaron recogerlos. Guardarlos para leerlos luego con más calma, pero a medida que los recogían estos se deshacían entre sus dedos.

          Cuando llegaron a su casa se encontraron con que la dueña había cambiado la cerradura, sus cosas se hallaban dispersas por la acera. Era lógico después de seis meses sin pagar la renta.

          La maleta de cartón con el manuscrito que debían entregar a la editorial, después de años de perseguirlos había desaparecido.

Por: El mirón de la ventana

3 de Noviembre, 2007, 9:28: Ricardo Suárez R.General

 

Estaba pasando la avenida cuando advertí que no me había dado cuenta a que horas había pagado las cervezas y salido del bar. Acababa de salir y ni siquiera recordaba claramente quien lo atendía esa noche. Sin saber cómo, había pasado algunas horas mirando partidos de la liga española en un televisor silenciado, mientras en el bar se escuchaban  baladas americanas y de vez en vez algún bolero o las antiguas baladas nuestras. No se porqué esa noche el bar estaba tan solo. Pensaba en ello cuando noté con preocupación que había cruzado la avenida sin mayor atención, cuando allí los carros usualmente no cesaban de pasar veloces y sin tregua hasta altas horas de la madrugada En esta parte de la ciudad, el sector de restaurantes y sitios nocturnos no quedaba muy lejos de lo que llamábamos el barrio. Bastaba cruzar la avenida, pasar los edificios nuevos -tenían mas de quince años-, e internarse un par de calles y ya. La luna resplandecía prepotente esa noche, inspirando una extraña y agradable sensación interior.  Divagaba sobre esta soledad cuando la vi. Estaba abandonada casi en la mitad de la calle.

Por breves instantes solo se escucharon mis propios pasos  y de pronto me detuve frente a  ella: Una maleta de cuero café, casi nueva, con gruesas correas y esquineras metálicas, como aquellas de los personajes errantes de las películas. La luz de la luna parecía iluminarla como los perseguidores de los teatros a las estrellas, aunque a decir verdad esto era una ilusión, pues al levantar la mirada se podía apreciar que era toda la ciudad la que fulguraba silenciosa bajo la luz de la luna.

La maleta estaba apostada frente a uno de los ¨edificios nuevos´´ de esa calle y la puerta principal estaba abierta. Sin conciencia, instintivamente, me acerqué a la puerta. Creí escuchar voces pero creo que era el rumor de los programas nocturnos de la televisión. De resto no se  sintió ni se escuchó nada….. Al volver la mirada sobre la avenida confirmé que no pasaban carros y las calles lucían desiertas.

No me explicaba porque seguía detenido allí. Contemplé largamente la maleta y mientras lo hacía recordé que en el bar no había visto a nadie mientras estuve allí, solamente un argentino había entrado a indagar por una dirección, pues parecía perdido. Pero no lo ví, de él solo escuché la conversación a mis espaldas.

Por un momento tuve la intención de levantar la maleta, llevarla hasta el anden y abrirla. Fue entonces cuando escuché los pasos de alguien; secos y precisos inundaron el silencio del lugar. Cuando giré, vi a una mujer joven que procedía  de la avenida. Justo cuando la mujer estaba pasando frente a mi se detuvo un instante fugaz. El instante suficiente para contemplarla. Nos miramos. Algo sutil en su mirada pareció inquirir sobre la situación. Era alta, de cabello largo, negro y reluciente, con un rostro blanco, hermoso y frío, donde destellaban unos ojos negros. Llevaba puestas unas botas cosacas con flecos laterales, una falda corta y negra que permitía ver unas piernas firmes y torneadas, y una larga chaqueta de gamuza café con el cuello levantado. Quizás por la brisa. Mire la maleta con la intención de darle a entender que nada tenía que ver conmigo. Quise abrirla delante de ella pero dudé. Reaccioné cuando el eco de sus pasos ya se perdían calle abajo y lo último que vi fue el enigmático caminar de la mujer que se esfumaba al doblar la esquina.

Me sentía paralizado. En mi interior abrigaba la certeza de que ya no habían ni carros ni personas en las calles y, de manera inquietante, sospeche que tampoco había nadie en las casas. No podía perder tiempo, tenía que alcanzarla. Decidí dejar la maleta ahí. Comencé a caminar rápido, ansiosamente. Pronto llegué a la esquina por donde la mujer había desaparecido y a lo largo de esa calle no la vi. Me parecía seguir escuchando el eco de sus pasos y tras ellos corrí. Corrí ilusamente calles y calles. La fatiga por mi carrera era suavizada por una acariciante brisa lunar. En una calle encontré abandonado un balón de fútbol frente a una casa con las luces prendidas y las puertas abiertas. En la fachada estaban apostadas unas sillas y sobre ellas chaquetas, camisetas y recipientes con bebidas. En la verja de entrada, dejada con cuidado, una colorida pañoleta de mujer. Algún grupo de jóvenes hasta hace muy poco habían jugado allí. De la casa se escuchaba el sonido de una radio. Me detuve. Sin dudar entre por el corredor y llegue a una sala. No, no había nadie. Salí. Seguí corriendo. Supuse que por más apurada que fuera la mujer ya tenía que haberla alcanzado.

A no ser que hubiera entrado a alguna casa, pero algo en el ambiente me decía que no. Corrí y corrí. Crucé sin temor calles y avenidas, pasé frente a muchos sitios nocturnos con las puertas abiertas, pero desolados. Vi estaciones de servicio solitarias y puestos de comida callejera sin un alma a su alrededor. En los cruces de avenidas se podían ver filas de taxis estacionados esperando a sus dueños. Los semáforos parecían deprimidos trabajando sin razón. Jadeante me detuve cuando llegué a la explanada del puente que conectaba con el otro lado de la ciudad. El puente se alzaba insolente bajo la luz de la luna pero lucía espectral sin el paso de los carros.

Desistí. La mujer había tomado por otro rumbo. Deje de correr y desandé el camino a paso rápido. Contemplando, caminé calles que parecían guardar todavía el aliento de universitarias que habían  pasado por allí ruidosas y coquetas a las diez de la noche. No había que apurarse ya, no había nadie en ningún lugar y tenía la solitaria ciudad a disposición. Pase por casas donde vivían conocidos y estuve a dos calles de la mía. Pasado un tiempo y sin que me lo propusiera me vi de nuevo enfrente de la casa con las sillas puestas sobre la acera. El radio seguía prendido. Tomé la pañoleta y volví a entrar en la casa. Reconocí la sala, deje la pañoleta sobre un sofá y apagué el equipo de sonido. Pero el inesperado silencio me sobrecogió de tristeza y lo volví a poner. Se escuchó una canción de Javier Solis.

Cuando iba a salir me detuve curioso. Detrás de la puerta de la sala, donde suelen colgarse por agüero la imagen de los doce apóstoles o las matas de sábila, estaba pegado un viejo disco de 45, Noelia, de Nino Bravo. Tenía una inscripción escrita a mano: ¨ Para que nunca me olvides, Jenny, te amo¨. Y firmaban las iniciales C.L. Súplicas y promesas que duraban cuánto tiempo! Salí de la casa. Afuera dejé las sillas y todo como estaba. Luego caminé tranquilamente por la mitad de las calles poseído de una repentina emoción. Las calles, las casas, los edificios, los anuncios, la ciudad, todo lucía hermoso y tranquilo bajo la luz de la luna. Creo que tarareé una canción y un recuerdo inesperado acudió nítido a mi mente. Cuando tenía como ocho o nueve años, junto a un grupo de compañeritos del liceo El Vergel, nos enamoramos ingenua y perdidamente de una compañera de colegio: Nancy Licovski. Era una rubiecita cobriza de la misma edad, con una cara muy hermosa. Parecía insolente y la envolvía un misterio y una indiferencia infantil poco comunes. Al salir del colegio la seguíamos en grupo mientras alguien cantaba una canción de Ráphael.

En las noches, cuando nos podíamos escapar, hacíamos corrillo en la esquina de su casa soñando con verla salir. Felices  caminábamos tras ella todos los días, inocentes, sin cruzar palabra y con los corazones partidos. Nos hechizó a todos durante un año. Me pregunté el porqué de ese imprevisto recuerdo más de treinta años después. Seguí caminando ahora intrigado y conmovido por esos compañeros de amores. Y por la suerte de Nancy Licovski. Creo que nadie la volvió a ver. En algún punto de la ciudad tendría que haber vivido. Pero¿ en donde? ¿En donde?  Me acordé súbitamente de la mujer. Había recorrido media ciudad y  era el único ser al que había visto esa noche. Y ¿si ella decidiera desandar su camino y volviera?  No, eso no era más que una vana ilusión. La ansiedad me sobrecogió. …. ¿Y la maleta? Cómo es posible que por un momento la hubiera olvidado! No, ya no podía esperar más. Iría hasta allí, la recogería y luego caminaría sin rumbo, pero ahora con una remota esperanza. Eso hice. Llegué corriendo, con temor,  y allí la encontré, exactamente en el mismo y solitario lugar. La tomé de las manijas y, como era de esperarse, pesaba. Me incliné por unos instantes hacia la avenida pero volví pusadamente los pasos hacia el barrio. Las casualidades existen y no era improbable que en una noche de cielo tan azul, tan iluminada, con la ciudad esperándome, diera de improviso con la casa de Nancy Licovski. O… con la mujer.

Por: Ricardo Suárez R.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


3 de Noviembre, 2007, 9:22: SelváticaHablando de...






"El nombre de quien nombra solo vive cuando se nombra así mismo."

"Hilos de colores forman trenzas de arcoiris que sólo son visibles desde los árboles del otoño."

"Tienen preciados tesoros y caminan con los bolsillos vacios."

"En todo soy yo mismo siendo tú, contigo soy yo sin pasado ni futuro, conmigo eres tú ahora."

"Fruncimos el ceño antes de prestar atención, si no adelantásemos acontecimientos tendríamos menos arrugas."

Por: Charo González

3 de Noviembre, 2007, 9:18: Giovanni GonzálezGeneral


Una revisión del marco conceptual del enfrentamiento guerrilla - Estado, desde su visión más abstracta, nos es suficiente para trazar una ruta segura hacia su exterminio. Basta con reconocer sus motivaciones históricas, emergidas en un  contexto social caótico y un marco político caracterizado por restricciones de inclusión e infortunados direccionamientos administrativos.
Desde esa visión, científica, si se quiere, la guerrilla es un actor político que se alza en armas en contra de un Estado que le es ilegítimo en respuesta a la incapacidad de este último para construir el modelo de sociedad que ha idealizado. Así, basta con producir un redireccionamiento político desde la institucionalidad y bajo las condiciones constitucionales requeridas capaces de responder a dichas reivindicaciones sociales, lo que destruiría su plataforma. El conflicto colombiano, cuyas particularidades se distancian de un marco teórico apreciable en la praxis, merece otras consideraciones, que impiden vislumbrar soluciones a partir de esta concepción teórica.
La lucha armada en Colombia ha sufrido diversas transformaciones que han afectado, desde sus motivaciones hasta sus mecanismos de operación. Si en principio su objetivo era meramente defensivo, una acción contestataria en contra de la agresión del Estado y otros actores violentos emergentes (bajo la lógica del enfrentamiento bipartidista), los intereses de su lucha fueron adquiriendo matices ideológicos mucho más precisos y distintos a los precedentes, en virtud a demandas sociales adicionales que surgían en su propio nicho. Esto les llevó a  adoptar una plataforma política a través de la cual pasarían de la defensa al ataque frontal en contra del poder establecido y en pro de su toma.  Hasta mediados de los años ochenta, la lucha armada mantuvo una clara proclama de humanización  que permaneció por encima de los propósitos militares, pero, desde entonces, han aparecido nuevos elementos que, como el narcotráfico, transformaron las condiciones de su existencia.
El Estado, por su parte, no ha sido capaz de atender a las demandas sociales que convocan a la subversión, aún contando con los mecanismos constitucionales que le permiten hacerlo desde la institucionalidad. En ninguno de los tres momentos se tejió una propuesta estatal eficaz en la tarea de  combatir esos dramatismos sociales como razón de ser de la lucha armada, y se eligió la vía militar como único vehículo para atacarla.
En un principio, el Estado se mostró incapaz de atacar el problema  políticamente, debido a que éste mismo fue partícipe y patrocinador de la guerra bipartidista; en el segundo momento, cuando las acciones guerrilleras se dirigían tanto  a elites de uno como de otro partido, el Estado se encontraba en manos de ambas fuerzas que, coaligadas, se preocuparon más por mantener el reparto del poder que por atender la hecatombe social producida en el país; con la aparición del narcotráfico todas esas problemáticas se ahondaron, luego de que sus suntuosos capitales se filtraron en todo el aparato Estatal, en los grupos económicos y hasta en las organizaciones guerrilleras, provocando un nuevo distanciamiento entre la praxis del conflicto y su conceptualización.
Hoy, esta confrontación encuentra a dos actores teóricamente carentes de legitimidad. Por un lado, existe un Estado que se ha visto sometido por la acción de fuerzas beligerantes e ilegales que degeneran el funcionamiento de toda su estructura, restándole cada vez más la capacidad de representar los intereses de sus ciudadanos. Mientras tanto, encontramos una guerrilla que, impotente en el sostenimiento de un movimiento de base capaz de solidificar las condiciones revolucionarias, ha hecho prevalecer objetivos militares sobre su propósito político, cayendo en algunos de los actos misantrópicos que atacó desde su origen.
Un sometimiento de la subversión a corto plazo se hace casi impensable, teniendo en cuenta las visibles carencias del Estado para cortar sus raíces, ya sea desde el consenso que exige un trato político del asunto o desde la posición militarista que siempre ha planteado. Incluso si ese panorama político fuese depurado y el Estado lograse reivindicar la originaria causa altruista de las guerrillas, queda en entredicho que estas dejen de operar, teniendo en cuenta los intereses surgidos en el camino, que hoy parecen imponerse sobre la plataforma que les vio nacer.

Por Giovanni González Arango


3 de Noviembre, 2007, 9:03: ÁgataHablando de...


DELICIOSA MARTA  

Año2001

Dirección: Sandra Nettelbeck

Intérpretes: Martina Gedeck (Martha Klein)

             Sergio Castellitto (Mario)

             Maxime Foerste (Lina)

             August Zirner (Terapista)

             Ulrich Thomsen (Sam Thalberg)

Guión: Sandra Nettelbeck

Fotografía: Michael Bertl

Música: David Darling

        Keith Jarrett

        Arvo Pärt

Desde que se dio a conocer al público Como agua para chocolate, no habíamos podido apreciar la maravillosa mezcla entre comida y cine. La armoniosa combinación de ingredientes con unos personajes cálidos, emotivos, complejos pero excitantes. Si bien es cierto que el mundo cinematográfico está lleno de usos y abusos de esta fórmula, el más reciente, el desabrido remake: "Sin reservas", protagonizado por Catherine Zeta Jones.

Pero no hablemos de lo que no nos apetece, de esos platos que no logran el punto exigido por los mejores chefs del mundo, por más cara linda con que lo aderecen. Más bien disfrutemos de Deliciosa Martha, una peli cálida, tierna, compleja, que nos permite no sólo saborear con los ojos los mejores platos de esta cocinera maravillosa, sino que nos va atrapando en una historia de amor aderezada inteligentemente por una serie de factores externos a una auténtica relación de pareja, y que poco a poco van dando consistencia a una historia, se van imponiendo, demostrando que lo verdaderamente importante en la vida es el amor... y la comida, por supuesto.

Fue estrenada en 2001, quizás no les esté desvelando nada nuevo, pero tanto para quienes tuvieron el placer de verla como para quienes no, los invito a degustarla. Es de ese tipo de cine al que siempre queremos volver...

Premios: Premio del público en la Mostra de Cine de Valencia 2001.

Candidatura al Goya 2002 a la mejor película europea.

Por Ágata


3 de Noviembre, 2007, 8:24: ÁgataUn libro para ti


Título: Un hombre y dos mujeres

Autor: Doris Lessing

Editorial: Seix Barral S.A. – Biblioteca Breve

Barcelona 1967

 

Me encontré con esta escritora de forma casual, como suele suceder con todo aquello que nos sorprende sobremanera. Era un tomo amarillento, con manchas oscuras en algunas de sus páginas, como esas que les salen a los ancianos en las manos o en el rostro. Unas manchas que nos hablan de sus vidas, muy seguramente plenas de experiencias.

Lastimosamente no pude iniciar su lectura inmediatamente, sólo dos semanas después me encerré en el cuarto, encendí mi pequeña lámpara, acomodé las almohadas y me adentré en su lectura.

Un hombre y dos mujeres adopta el título de su primer cuento, un relato que habla de la amistad entre dos parejas con un lenguaje pausado, tranquilo, pero agudo, analítico, incisivo, característica común en muchos escritores anglosajones y que siempre nos abre nuevos puntos de vista acerca de situaciones, que por cotidianas, creemos ya sabidas, incluso, hasta faltas de interés.

En este primer relato, la forma compacta de dos parejas se quiebra al ausentarse uno de los hombres, dejando a su pareja en una posición crítica ante sus amigos. En esa especie de variación de roles, se presentan situaciones complejas, insinuaciones que a pesar de no concretarse en acción directa, van mellando la fortaleza de una amistad que se creía sólida, dejando en el ambiente una sensación de incorrección social.

Este libro, por su condición de selección de relatos, nos depara más sorpresas, nos describe mundos cotidianos desde varios puntos de vista, pues los protagonistas de los cuentos a veces son personas mayores, niños, cosas, o animales; todos con un denominador común: la incisiva amplitud psicológica que despliega la autora para dar coherencia a su obra.

No quiero terminar esta reseña sin expresar mi opinión sobre uno de los cuentos en particular: Dos Alfareros: en este relato, la escritora nos cuenta un sueño, este sueño es contado a una amiga, el sueño es recurrente y cada vez que se presenta, ofrece continuidad al relato, enriquece la acción entrelazándola de una manera fantástica, hecho que me llevó a preguntarme: ¿Por qué no le hago caso a mis sueños?, quizás si me los tomara más en serio, podría hacerlos realidad.

 

Ágata