Diciembre del 2007
"Y
el frescor se volvió paja de granero" "Rotos,
pedazos que nunca se vuelven a unir, rotos, incluso esos mismos pedazos de
antiguos rotos." "Préstame
las palabras que me faltan para mantener mi indignación" Por. Charo González |
Eran los últimos días del mes de noviembre y como siempre se comenzaban a hacer los preparativos para las fiestas navideñas.
El conejo que estaba un tanto asustado, sólo se atrevió a decir:
La votación de aquel año estuvo muy reñida, tanto que tuvieron que participar el gato y el perro. El resultado fue empate total. Las navidades del 2007 fueron comidos a partes iguales pavos y conejos. Por:Jimul |
Quiero estudiar medicina, entrar a la facultad es lo único que me importa, es el sueño de toda mi vida. Aquí estoy en un aula esperando para anotarme; es un aula horrible, vieja, oscura, pero estoy exultante ¡por fin me voy a inscribir! Un hombre llega, y nos dice que ese lugar es sólo para informar, la inscripción es en… ¡mierda! No importa, nada me va a detener. Empiezo a caminar, pero me doy cuenta de que es demasiado lejos. Mientras camino, me hago amiga de un chico que también va a inscribirse. Decidimos tomar un micro, no tenemos que esperarlo, llega en seguida. Vamos muy contentos, el sol brilla, pero se oye un estruendo metálico y nos inclinamos. El micro chocó. Nadie se hizo daño, pero la conductora tiene un ataque de nervios y un policía se la lleva. Uf… Todos nos bajamos, el chico y yo seguimos caminando. Por fin llegamos a una plaza, y nos encontramos en la ribera del río. Hay que cruzarlo, la inscripción es del otro lado. El puente para cruzar es de tierra, de un par de metros de ancho, y está frondosamente arbolado. Sin dudarlo nos adentramos, pero es demasiado frondoso, las copas de los árboles oscurecen todo, y se hacen cada vez más bajas a medida que avanzamos. Ya tenemos que caminar agachados, y al final en cuatro patas. Nos hicimos muy amigos con este chico, casi compinches, pero cruzar el río lo empieza a alejar de mí. El agua está invadiendo la tierra, y el puente se vuelve lodoso, ya es un pantano. Nos arrastramos, y las ramas de los árboles nos oprimen contra el barro. El chico se rinde y se vuelve. No importa, nada me va a detener, seguiré sola. El puente es una jungla, no puedo ver la otra orilla, no veo ni un metro delante de mí, pero no debe estar muy lejos. ¡Ajjjjj! ¡Qué asco! Un animal muerto, horriblemente hinchado, yace justo en medio. Controlo la impresión que me produce y sigo arrastrándome. Pero más animales aparecen, algunos están tan podridos que se les ven las tripas, otros ya son casi esqueletos. Son tantos que es imposible esquivarlos, y tengo que apoyar las manos en sus jugos putrefactos. Se me revuelve el estómago, pero nada me detiene. Avanzo asqueada. El puente empieza a curvarse, y hay un claro sin árboles, ya debo estar llegando. Por fin puedo ver el cielo, me asomo entre los árboles que se volvieron enanos y echo una mirada: el puente sigue, y no llegué ni a la mitad. Pero eso no es lo peor. Más adelante se convierte en un riel de ferrocarril, por donde corre un agua verdosa y podrida que cae hacia los lados. Hacer equilibrio sobre el puente chorreante me aterroriza, pero nada me detiene… avanzo aterrada. No hay nada en el mundo que pueda detenerme… si no fuera porque el puente se acaba en medio del río, en una inmunda cascada verde. Miro descorazonada la catarata, no hay cómo seguir, es obvio. Me levanto, me vuelvo y corro sobre el riel, sobre los animales muertos, bajo los árboles, y en segundos estoy a salvo, fuera del puente. El descorazonamiento es reemplazado por un alivio soleado, cristalino. Hay una pared blanca con una canilla, de la que sale agua mineral. El chico está ahí, y me saluda con alegría. Me arremango los pantalones, tiro los zapatos y me lavo las piernas en el agua fresca, veo cómo toda la podredumbre verde se despega de mi piel, veo mis piernas blanquearse. Pocas veces me sentí tan aliviada. Qué pena que sólo fue un sueño. Qué pena que en realidad no me volví, seguí el riel y acabé cayendo por la catarata de podredumbre. Qué pena que despierta sea tan idiota. |
Colgó
el teléfono con mano temblorosa. ¿Cuántos meses llevaba levantando el teléfono,
a la misma hora y siempre el mismo silencio? Aspiró con fuerza el aire pero se
sintió insatisfecha. Necesitaba aire con urgencia. Se asomó a la ventana, la
abrió de par en par y la llovizna golpeó suavemente sobre su rostro. Las gotas
cayendo sobre los párpados escribían sueños fantásticos, en una pulsación
brayle de felicidad. Abajo,
cinco pisos a sus pies, una sombra se esconde en un portal ágil y fugaz. Las
manos en los bolsillos de los pantalones, la cabeza erguida y el cuello un
tanto encalambrado por el esfuerzo de mirar hacía arriba tanto tiempo. Terminó
el lenguaje escrito sobre sus párpados. Antes de que su cerebro decodificara corrió
a su armario, sacó del cajón su colección de bikinis, los posó delicadamente
sobre la cama, haciendo juego, quitando uno y poniendo otro en un lento
rompecabezas que su intuición le iba
dictando. Este de flores en el pecho con
el pantalón de un solo tono. No, mejor aquel fucsia con el pantalón blanco. Sus
manos parecían mariposas agonizantes cambiando una y otra vez las piezas de los
bikinis sin quedar completamente satisfecha de ningún juego formado. Cinco
pisos más abajo, él por fin sintió alivio al bajar la cabeza. El cuello se lo
agradeció y se dijo que ahora mismo disponía, por lo menos de una media hora
antes de que ella acomodara los bikinis. Se sentó en un escalón del portal.
Sacó un cigarrillo y fumó con ganas. Miró el móvil, jugó unos segundos a
alimentar a los peces de su máquina y se sintió satisfecho de poseer ese
aparato. Jugando con éste, se le pasaba el tiempo más rápido. Las
imágenes de sus bikinis empezaron a serle borrosas, los ojos se le habían
llenado de lágrimas. No sabia por qué se ponía tan nerviosa, tan asustada por
lo que iba a pasar. Era tonto. Siempre era lo mismo, sin embargo en el fondo de
su corazón siempre temía el desenlace, el definitivo encuentro o lo que es
peor, el final de ese juego que ya llevaba años. Tenía que escoger la bolsa. No
mejor una mochila. No, se decidió por fin por una bolsa de tela con adornos en
lentejuelas. Pequeñas flores formadas con acumulaciones de puntos brillantes en
colores encendidos. Ese le encantaba particularmente y no recordaba haberlo
llevado nunca. Si. Ese sería el que contendría su tesoro de esta noche. Acomodó
los bikinis. Una toalla, la que siempre reservaba para esa ocasión, las
sandalias de flores. Otra vez las flores. ¿No sería demasiado pétalo por ahí?
No. No importa. Las de flores están lindas – pensó – ¿Se
fumaría otro cigarrillo o no? Capaz que si encendía uno, ella saldría de su casa
y le obligaría a apagarlo, nada detestaba más en la vida que aplastar un
cigarrillo que no va ni por la mitad. ¿Otro juego? No. Ya estaba aburrido de
darle de comer a ese maldito pez y encima siempre se lo tragaban los peces
gordos antes de tiempo. Estaba harto de ese juego. Mañana mismo se pasaría por
la tienda de móviles para que se lo cambiaran por otro más dispendioso. Bajó
los escalones de dos en dos. Su menté recordó la canción de los caballitos y se
avergonzó. No estaba ella en edad de cantar los dos caballitos de dos en dos
alzan la pata…. La
lluvia arreció. Las gotas empezaron a resonar sobre los capós de los coches en un
golpeteó incesante. Cerró los ojos para sentir el aroma del cigarrillo y poder
imaginarla desnudándose, al principio con calma, como si estuviera delante de
un escenario, luego, la prisa le entraría y se sacaría los tejanos rápidamente,
tiraría las sandalias con una patada simple y llana y se metería en el mar
lanzando su cuerpo como una niña de ocho años en verano. Cojeando
en mitad del pasillo, dudó en acudir a su cita. El pie le dolía horriblemente y
se le estaba hinchando. Pero, ¿cómo faltar? Uno no puede hacer esas cosas de
buenas a primeras. Por lo menos no ella, siempre tan metódica. Tendría que ir.
Así que recogió su bolso, que había ido a parar unos metros debajo de la
escalera y a saltos de pata coja se encaminó hasta el garaje. Creo
que voy a encender ese cigarrillo. Si me lo fumo rápido podré ir detrás de ella
aspirándolo lentamente. Se encogió un poco más en el escalón porque la lluvia,
cayendo ahora de lado le estaba empapando los bajos del pantalón. Sacó el
cigarro, se lo llevó a los labios, pero las gotas pronto lo humedecieron y con
rabia vio como el papel se deshacía y las tripas del tabaco se quedaban
prendidas de sus dedos. Mierda!!! El
tráfico estaba imposible y el tobillo le dolía cada vez más. Parecía como si
respirara y en cada exhalación el dolor era más fuerte. Mientas cambiaba la luz
del semáforo apretaba el tobillo contra la pierna, parecía que así aliviaba un
poco el dolor. Al cabo de unos minutos el tráfico disminuyó, dobló a la derecha
y ante ella apareció la franja ancha de la playa. Le llegó el olor del agua
salada, el olor a azufre se le metió directamente al cerebro y logró anular
cualquier otra sensación, a pesar de que el tobillo había aumentado unas cinco
veces su tamaño. Buscó aparcamiento, lo cual no le fue difícil. A esa hora no
muchos bañistas se entregan a las delicias del mar. No
sale. Habrá pasado algo, se preguntaba alzando de nuevo la cabeza hasta que la
nuca volvió a dolerle. Arriba, la ventana era un agujero negro que iba
absorbiendo sus deseos de verla esa noche. Se
quitó la ropa lentamente, más lentamente que de costumbre. Algo en su interior
le decía que esa noche era distinto. Aunque el tobillo seguía doliéndole, no le
importaba. Cada pieza de ropa que se sacaba del cuerpo era una especie de paso
hacía su liberación. Hoy sí. Hoy por fin. No pensó más. Mecánicamente se
despojó hasta de los anillos, armó un montón con su ropa y sus sandalias. Se
acercó a la orilla. Dejó que las olas bañaran sus pies. Sintió alivio en el
tobillo y miró hacía el horizonte. La
luna se balanceaba suavemente. A través de las olas ésta le mandaba mensajes
tranquilizadores que se estrellaban en sus pantorrillas, que la teñían de plata
y no lo pensó más. Se acostó sobre las olas, extendió los brazos y se dejo
llevar. Era
el cuerpo de una mujer balanceándose en el agua, cobijada por millones de
estrellas que alumbraban sólo para ella, que temblaban como su piel temblaba a
cada onda de ola. Esa era la paz. Esa era la inmensidad que a ella le estaba
dada. Otro
cigarrillo y me voy. No puede ser que hoy, precisamente hoy no asista. No puede
ser. Y encima la lluvia ahora estaba convertida en un aguacero torrencial que
bajaba arrasando con todo. Se decidió a levantarse. Se encaminó hasta el portal
e hizo lo que durante cinco años se había negado a hacer. Pulsó el timbre. La
mano se le quedo pegada a éste en un intento por insuflarle las palabras que
siempre le faltaron. Nadie respondió en el quinto piso, 3º derecha. Los
minutos pasaban. Los minutos pasaron. Ya
amanecía. En el horizonte la negra noche se desgarró suavemente. ¿Cuántas horas
había pasado sobre el agua? La piel estaba arrugada, blanda como de anfibio. El
frío la estremecía. Se frotó los brazos y las piernas para entrar en calor.
Nadó hasta la orilla y a su espalda el sol se acomodaba sobre las aguas
achicharrando sus sueños. Supo que esa sería la última vez. Por: Gladys |
Con las primeras horas de un nuevo año la
expectación nos muerde la barriga, tenemos en primera fila de nuestra mente los
propósitos que año tras año vamos acumulando, algunos se realizan otros no, ese
no es el caso de esta reflexión, no vamos a juzgar a nadie. Nos referimos más
bien a la exitación de una especie de vida nueva lista para estrenar, de 365
días, repletos de minutos, de toda aquella gente que quizá conoceremos, de
aquellos con quienes nos reencontraremos, de los platos que probaremos, de los
sitios que visitaremos y por supuesto, de las desiluciones, los momentos
tristes, las esperas; toda una serie de acontecimientos que insuflaran vida a
este nuevo año que está por venir. Este nuevo año es como el vestido que nos
hemos comprado y que descansa sobre la cama, esperando el momento de cubrir
nuestro cuerpo, de amoldarse a nuestras curvas, de recibir nuestro perfume y
ajarse con nuestros movimientos. Ya está, ha llegado la hora. Dejamos que se
deslice sobre nuestro cuerpo. Estamos listos para salir a lucirlo ¿Y ahora qué?
El uso que le demos depende sólo de nosotros. L.D. |
El motivo de la elección de este título obedece a un doble juego, en primer lugar llamar la atención con la famosa frase del gordito de barba blanca, muy repetida por estas fechas, pero también por burlarnos un poquitín del denominador común que rige nuestros destinos: DINERO como sea y al precio que sea. No vamos a juzgar ni a escribir largas diatribas a favor o en contra, simplemente queremos registrar una serie de trucos válidos para los momentos en que nos enfrentamos a la hoja en blanco, el uso que se le dé después es cosa de cada uno: - Imaginarse el libro antes de escribirlo, y no sólo eso, la editorial, la colección, la portada. - Documentarse a fondo sobre el tema, tomar fotografías, recoger historias pertinentes, entrevistarse con las personas que podrían colaborar con la historia. - Tener en cuenta que el escritor de Best Sellers debe ser un corredor de fondo para enfrentarse a la prueba de fuego: las primeras veinte páginas. Después la novela se hace sola, pero para tener las veinte páginas hay que empezar a escribirla con disciplina, hay que establecer una rutina diaria y cumplirla, incluso cuando no se nos ocurre nada. - Mantener un estilo transparente, donde el contenido de la trama prevalece sobre la forma. Escribir de forma comercial requiere prescindir del ego literario para convertirse en un mero transmisor de la historia. - El ritmo de la novela debe ser trepidante y cuando baje la tensión se debe dar la vuelta a la situación para recuperarla. - El objetivo de la literatura popular es entretener sin cuartel. Ahí queda, unos puntos para reflexionar mientras brindamos por las fiestas. Nosotros por lo pronto, dejamos entornadas las puertas pues nos vamos de vacaciones, ho ho ho ho… hasta el año que vieeeeene!!!!!! ¡Felicidades! L.D. |
Uno de los mayores placeres que puede
disfrutar el ser humano es caminar, el lugar por donde pasea ya depende de sus
gustos particulares, unos prefieren la playa, otros los parques, o las calles. Caminar te da una sensación de libertad,
sobre todo si lo haces solo. Sales de casa, cierras la puerta y parece que has
dejado atrás los problemas, el alma se aligera y los pies nos van llevando casi
por inercia. La mente vaga de un pensamiento a otro, de una imagen a otra, de
un deseo a otro. Si lo hacemos por estas fechas, de seguro nos tropezamos con
otros seres humanos, les llamo de esa manera haciendo gala de su parecido
físico a mi, pero su caminar es lento. Su espalda curva no puede resistir la
carga de regalos que llevan en las manos. Pasan a mi lado con bolsas elegantes, con
rollos de papel para envolver los regalos, y sus voces hablan de determinados
almacenes donde han visto... les han dicho... les aconsejaron... Vidas, mundos, hechos, cosas que llenan la
existencia de las personas, que les encauzan en horarios determinados y fechas
por celebrar. Me rozan pero no me atraviesan, a veces, incluso nos tropezamos,
pero de las disculpas no pasamos. Creo que no soy humano, no tengo a quien regalar, no tengo horario por cumplir, no tengo que comprar un detallito para x o y. A pesar de todo me gusta la calle en navidad. L.D. |
Un rayo de luz se abrió para aquellas gentes tan castigadas por la avaricia, el egoísmo y la traición de propios y extraños. Los nuevos visitantes traían otra forma de hacer las cosas, sus modales y el tempo de sus acciones indicaba que había futuro para sus costumbres y formas de vida. Pero apenas eran eso, instantáneas fugaces, pequeñas tretas planificadas con meticulosa precisión. Su futuro tenía ya nombre. Seguirían siendo esclavos, ahora en lugar de ser Occidente, sería Oriente su látigo fustigador. Por: Jimul |
Libertad, fortaleza, plenitud, energía. Todo esto lo sentía al mismo tiempo en una sucesión vertiginosa de electrizantes estímulos que volaban a través de aquella autopista, cuyo tránsito rutinario y aburrido no dejaba espacio a la aventura. El sudor frío y un bloqueo instantáneo en el motor central, terminaron desarticulando las últimas conexiones con el ordenador central. Fulminado como un muñeco de trapo, rodó en la mitad de la pista de baile. La última raya de cocaína había conseguido su efecto más prolongado. Por: Jimul |
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