![]() Las noches de los lunes
son las más largas, ¿quién va a llegar a esta ciudad un lunes por la noche? Las
noches de los viernes, en cambio, se me hacen más cortas porque hay ambiente
como de fiesta. No, no es cierto, la verdad lo digo por decirlo. Todas las
noches son largas, excepto quizás cuando es regreso de puente, porque ahí sí
llega cantidad de gente. Si está lloviendo casi siempre se acaba el tinto y en
general se vende muy bien. Pero eso tampoco me importa. Este negocio no es mío
y me pagan lo mismo así se venda o no. Sólo me gustan, eso sí, los finales de
vacaciones, porque es lindo ver llegar los estudiantes que regresan. Ellos no
compran nada ni hablan con uno, pero me recuerdan a Adrianita. Sin quererlo,
siempre termino por sonreír a las que más me la recuerdan. A veces ellas me
contestan con una sonrisa joven y brillante. Tal vez me ven cara de papá. O de
abuelo. Ya llevo mucho tiempo aquí y como no tengo nietos no me hago a la idea,
pero hace rato me salieron canas en la barba y el cabello y de un tiempo para
acá tengo la impresión de que me estoy quedando calvo. Los martes llega
bastante gente de Cúcuta y Maicao. Traen electrodomésticos, a veces hasta diez
o doce televisores que supongo van a vender en Sanandresito, digo “supongo”
porque nunca he hablado con ellos. Los pasajeros nunca hablan. Esta es la zona
de llegada del Terminal y a las personas que llegan de un viaje largo no les
quedan ganas de nada y por eso siguen derecho por las escaleras hasta la zona
de taxis. Los que van de paso se bajan de afán, compran vino barato y pan de
Aratoca, pagan y vuelven a subir al bus. Si van para Yo, que en mis épocas de juventud prometí
un millón de veces nunca llegar a ser un padre celoso, como que sentí
escalofrío de sólo pensarlo. Arrianita nunca escapó a Creo que en eso no fui tan bueno. Los pasajeros nunca hablan, no conmigo al
menos. La excepción fueron dos jóvenes que estuvieron por acá tomando una noche
que había Ley Seca y a quienes conté mi historia. Ella se iba para Nirvana y él
vino a despedirla, cantaron y rieron hasta la madrugada y, con tal de que no se
fueran, les vendí cerveza en bolsa toda la noche. Han vuelto un par de veces y
me saludan de paso. De resto nada. Quizás inspiro poca confianza. Llevo catorce
años aquí y sólo hasta hace unos pocos días, cuando recordé que el primer novio
de Adrianita tampoco me hablaba, la idea empezó a darme vueltas. A la señora de
la cafetería a dos puestos de aquí la gente le habla más, luego ella me cuenta.
A veces son asesinos en fuga o parejas de novios que viajan volados y como ella
se conoce con los conductores y la gente de las empresas va y habla para que
les dejen el pasaje más barato. Hace dos noches pasaron por aquí dos ladrones
ofreciendo mercancía, relojes y radios de carro sobre todo, iban para Cartagena
y le contaron que allá iban a vender lo que tenían y luego volvían acá a
gastarse esa plata. Yo no le tengo rabia a los ladrones. La verdad tampoco a
los policías. A nadie. Ya no me queda rabia. Una noche una pareja de
adolescentes borrachos se robó una lonja de bocadillo y yo arranqué a correr
detrás de ellos. Apenas subiendo las escaleras que dan a la calle un policía
los detuvo y como vio que yo venía detrás de ellos me preguntó que qué pasaba,
yo le dije que eran sobrinos míos y estábamos jugando. Me recordaron a
Adrianita y al muchacho fotógrafo, no era justo que los llevaran a Esa noche lloré como no lo hacía desde
hacía años. El muchacho, como Adrianita, es un inconforme, eso se nota en las canciones que me traduce, es un inconforme y me da miedo por él. Él dice que me va a enseñar a poguear y yo me excuso diciendo que ya estoy viejo. Él dice “No importa, siga el ritmo” y comienza a agitar la cabeza hacia adelante y hacia atrás haciendo con las manos como si tuviera una guitarra. A veces los dos hablamos con la señora de la cafetería o con la señora que cobra la entrada a los baños. Ella llegó del Cesar hace como tres meses, embarazada y con una caja de cartón. La señora que cumplía ese trabajo antes se había ido el día anterior y la gerente le dio el puesto “Ahí seguimos guerreándola” dice el muchacho de la cigarrería. Nunca nos hemos visto fuera de los limites del Terminal y cuando amanece toda la gente que trabaja en este turno se va para la casa a dormir entre el día. Las historias nos las contamos por la noche. Los hijos de la señora de la cafetería están en Canadá y la llaman seguido. Siempre le dicen que ya casi van a venir a llevársela. Un hombre en moto viene a veces a recoger a la muchacha de los baños y mientras la espera se fuma un cigarro. Dice que apenas consiga trabajo se la va a llevar de aquí y se va a encargar del niño, que puede que le den trabajo manejando un bus de Transpiedecuesta. Pero yo creo que ya no estaré aquí cuando eso suceda. Voy a ser el primero en partir. Antes de que el muchacho de al lado entre a la universidad, antes de que vengan de Canadá los hijos de la señora de la cafetería y de que nazca el niño de la muchacha de los baños. Antes, incluso de que regresen los ladrones que iban a vender la mercancía a Cartagena. Estoy seguro y a todos se lo he contado. También yo tengo mi historia y es sencilla. Adrianita ya no me pedía permiso para salir y un miércoles me dijo que ella y su novio se iban para Barranca y regresaban el fin de semana por la noche. “¿Qué día y a qué hora exactamente?”. “No sé…por la noche, si quiere espéreme en el Terminal”, me contestó mientras se despedía de afán. La mamá del novio y yo nos hacemos las
mismas preguntas pero ella ya no viene. Yo hace dieciséis años no he faltado ni
una sola noche en esperar a Adrianita y hace catorce que trabajo en la
cigarrería para que me quede más fácil. Cuando las cosas cambian, lo hacen entre un instante y el siguiente. Por eso siempre tengo la certeza de que, con esa cara de quien tiene mucho que contar, Adrianita se bajará del próximo bus que se detenga frente a este local. |
15 de Diciembre, 2007, 15:22:
Ricardo AbdahllahGeneral