Quiero estudiar medicina, entrar a la facultad es lo único que me importa, es el sueño de toda mi vida. Aquí estoy en un aula esperando para anotarme; es un aula horrible, vieja, oscura, pero estoy exultante ¡por fin me voy a inscribir! Un hombre llega, y nos dice que ese lugar es sólo para informar, la inscripción es en… ¡mierda! No importa, nada me va a detener. Empiezo a caminar, pero me doy cuenta de que es demasiado lejos. Mientras camino, me hago amiga de un chico que también va a inscribirse. Decidimos tomar un micro, no tenemos que esperarlo, llega en seguida. Vamos muy contentos, el sol brilla, pero se oye un estruendo metálico y nos inclinamos. El micro chocó. Nadie se hizo daño, pero la conductora tiene un ataque de nervios y un policía se la lleva. Uf… Todos nos bajamos, el chico y yo seguimos caminando. Por fin llegamos a una plaza, y nos encontramos en la ribera del río. Hay que cruzarlo, la inscripción es del otro lado. El puente para cruzar es de tierra, de un par de metros de ancho, y está frondosamente arbolado. Sin dudarlo nos adentramos, pero es demasiado frondoso, las copas de los árboles oscurecen todo, y se hacen cada vez más bajas a medida que avanzamos. Ya tenemos que caminar agachados, y al final en cuatro patas. Nos hicimos muy amigos con este chico, casi compinches, pero cruzar el río lo empieza a alejar de mí. El agua está invadiendo la tierra, y el puente se vuelve lodoso, ya es un pantano. Nos arrastramos, y las ramas de los árboles nos oprimen contra el barro. El chico se rinde y se vuelve. No importa, nada me va a detener, seguiré sola. El puente es una jungla, no puedo ver la otra orilla, no veo ni un metro delante de mí, pero no debe estar muy lejos. ¡Ajjjjj! ¡Qué asco! Un animal muerto, horriblemente hinchado, yace justo en medio. Controlo la impresión que me produce y sigo arrastrándome. Pero más animales aparecen, algunos están tan podridos que se les ven las tripas, otros ya son casi esqueletos. Son tantos que es imposible esquivarlos, y tengo que apoyar las manos en sus jugos putrefactos. Se me revuelve el estómago, pero nada me detiene. Avanzo asqueada. El puente empieza a curvarse, y hay un claro sin árboles, ya debo estar llegando. Por fin puedo ver el cielo, me asomo entre los árboles que se volvieron enanos y echo una mirada: el puente sigue, y no llegué ni a la mitad. Pero eso no es lo peor. Más adelante se convierte en un riel de ferrocarril, por donde corre un agua verdosa y podrida que cae hacia los lados. Hacer equilibrio sobre el puente chorreante me aterroriza, pero nada me detiene… avanzo aterrada. No hay nada en el mundo que pueda detenerme… si no fuera porque el puente se acaba en medio del río, en una inmunda cascada verde. Miro descorazonada la catarata, no hay cómo seguir, es obvio. Me levanto, me vuelvo y corro sobre el riel, sobre los animales muertos, bajo los árboles, y en segundos estoy a salvo, fuera del puente. El descorazonamiento es reemplazado por un alivio soleado, cristalino. Hay una pared blanca con una canilla, de la que sale agua mineral. El chico está ahí, y me saluda con alegría. Me arremango los pantalones, tiro los zapatos y me lavo las piernas en el agua fresca, veo cómo toda la podredumbre verde se despega de mi piel, veo mis piernas blanquearse. Pocas veces me sentí tan aliviada. Qué pena que sólo fue un sueño. Qué pena que en realidad no me volví, seguí el riel y acabé cayendo por la catarata de podredumbre. Qué pena que despierta sea tan idiota. |