Abril del 2008
![]() Es de madrugada. Voy a la cocina. Me muero por un café. Enciendo la luz. Sobre el mesón de la cocina, a la izquerda, hay dos serpientes muy gruesas. Me paralizo. No llamo a nadie. Las contemplo. Luego me doy vuelta, y sin darme cuenta las estoy triturando con el minipimer. De las serpientes sólo queda un líquido pastoso, pero sus dos cabezas se quedan adheridas al lateral de mi taza de café. Por. Selvática |
Título: El orden natural de las cosas Autor: Antonio Lobo Antunes Editorial: Debolsillo Disfruté mucho con un libro de este autor titulado “en el culo del mundo”, quizás por eso, cuando este ejemplar de EL ORDEN NATURAL DE LAS COSAS cayó en mis manos no dudé en escogerlo, disfrutando anticipadamente del placer que recordaba de la anterior experiencia, leí la reseña de la editorial y no pude posponer su lectura; el comentario habla de “diez voces monologando sobre la soledad, el dolor, la desesperación y el miedo, la enfermedad y la locura, pero sobre todo de la muerte...” El libro esta compuesto de una serie de capítulos llamados libro primero: dulces olores, dulces muertos; el libro segundo: Los argonautas; el tercero: El viaje a China, el cuarto: La vida contigo y el quinto: La representación alucinatoria del deseo. La prosa empezó a envolverme de una manera sutil, iba paseando por esos lugares que el autor me describía y era un viaje enormemente gratificante, pero en un momento determinado el camino empezó a hacerse difícil, como si estuviese paseando por una empinada columna y me quedara sin aire, no lograba alcanzar las cotas del autor, no podía ver nada más allá de la línea de mi horizonte y tenía que volver a empezar la página una y otra vez, pensando seriamente en desistir y batirme en retirada. No entendía a donde iba a parar, las historias se me desvanecían en el aire, me preguntaba de quien estaba hablando y no sabría responder. Finalmente lo dejé, quizás era eso lo que quería el autor, enredar tanto el lenguaje, dar tantas vueltas y revueltas para que el lector se canse y lo deje en paz. Por. Ágata |
"Recordaba
que en algún cajón había guardado la foto que le atormentaba, sentía la llamada
de ésta, pero era completamente incapaz de encontrar el mueble poseedor de
dicho cajón." Por Charo González |
Son las seis menos cuarto, cuatro mujeres de cierta edad se
disponen a salir de sus respectivas casas, todas hacen el mismo gesto al
mirarse en el espejo de sus respectivos e idénticos vestíbulos: guiñan los ojos para verse mejor
el rostro – tanto maquillaje no logra
borrar los años - con un gesto de la mano dan un toque al pañuelo que
llevan en el cuello – un mal viento a
esta edad puede ser peligroso – una última mirada a su atuendo y un gesto
de resignación – medianamente bien –
Una revisión al bolso para asegurarse de que las llaves están en su sitio y
salen en dirección a la cercana cafetería donde se han citado – las rodillas ya no dan para mucho – Las cuatro mujeres llegan casi al tiempo, se saludan, los labios quedan
dibujados en las mejillas – un kleennex
lo soluciona – Rosalía piensa en la cara que pondrán sus amigas cuando vean la
foto de su último nieto – un adorable bebé de pocos meses – María cree por su
parte que la receta del arroz caldoso provocará muchos ayyyy de sus amigas –
Alicia repasa el número de invitaciones que trajo para la comunión de su nieta,
una de las medianas – Josefa no trae nada, solo piensa en pasar bien el rato
hasta que sea la hora de irse a casa a dormir sola – En la puerta son recibidas
por Anita, la camarera suramericana – tan
linda ella, tan educadita y tan bien puesta que va siempre – las conduce a
la mesa, las amigas se quitan los abrigos y se disponen a ordenar. Humberto las mira por el espejo que tiene en frente de la barra –
otra vez las viejas esas, parece que no tienen nada mejor que hacer – y se pasa
la mano por los cabellos. – ¿qué piensa, alguien
que está al borde de la muerte? -Lleva más de dos horas en el café y el
cuaderno que tiene a su lado muestra la hoja en blanco – no se le ocurre nada para escribir – y encima ahora con esas parcas
detrás. – no sabe cómo quitárselas de
encima - Yo debería más bien dedicarme a buscar un trabajo rentable y
disfrutar del billete –reflexiona- pero sé que no aguantaría mucho, y menos con
esta ansiedad, con esta desazón que no me deja en paz sin saber por qué. No, no
me van los trabajos fijos… o si me invento algo, a lo mejor - y vuelve a mirar
los periódicos del día – con tanta grasa no se ven las noticias, tendría que
venir por las mañanas temprano, antes de que lleguen los clientes, - maldita pereza - así me entero de lo que
dicen los diarios. ¿Y si me dedico a escribir sobre los inmigrantes en Europa?,
eso podría estar bien, pero nunca escucho nada que ya no se sepa, o hablar de
las mujeres maltratadas, eso tiene mucho juego y me ganaría un público
solidario con las mujeres – no que va
- Siente el alboroto de las mujeres como ácido en sus orejas, alza
la cabeza. Las ancianas se ríen, hablan bajo, parece como si tramaran algo.
Alicia mira hacía él y las mejillas de Humberto se ponen rojas. Debió ser más
rápido. Se siente muy mal al verse pillado de esa manera. Vuelve a su hoja en
blanco y garrapatea algo sin sentido: “mujer mayor que mira a hombre joven con
visibles muestras de…” ¿Por qué no? un Lolita pasadita de años y se ríe. Cuando levanta la mirada tropieza con la de Alicia, muy cerquita a
su rostro. Se sobresalta. - ¿Qué pasa escritor? ¿No llega la inspiración verdad?– pregunta
Alicia sin pudores – - Si – responde seco Humberto – mientras se maldice por tonto, -
ahora me va a preguntar que qué escribo, – si…- - ¡Vaya que es cruel la inspiración! – dice Alicia mirando la hoja,
lee la frase pero no lo demuestra – - No, si, si, claro es que reflexiono antes de… - alega como a la
carrera el joven escritor – Las otras mujeres se acercan, rodean al escritor sonriéndole. - Venga siéntese con nosotras - le dice Alicia – a lo mejor
necesita algo de… distracción. Humberto se levanta de su silla, recoge el cuaderno y las sigue. - Así que usted escribe – dice Rosalía con un tono muy neutro – - Si, pero… - No le llega la inspiración – dice Alicia – - Si, son malos tiempos para los escritores, me imagino que añora
los bares roñosos de principios de siglo, llenos de humo, gente que habla
fuerte, beben absenta y se rodean de putas maduras… - dice María – - O impúberes – dice Alicia - Humberto la mira y se sonroja otra vez – ¿cómo diablos supo esa
mujer que…? - A lo mejor echa de menos las tertulias de la bohem – recalca
María – - Si, malos tiempos para los artistas, con tanta comunicación y
tantos medios, verdad, da la impresión de que todo el mundo se ha vuelto
escritor de la noche a la mañana – dice Alicia – - Y a usted le gustaría hacer algo original ¿no es así? – le
pregunta Rosalía con una sonrisa enigmática en los labios. - Por supuesto – dice Humberto – me gustaría escribir una novela
genial, algo así como el Quijote – - El Quijote no es una novela – dice Alicia – - Usted perdone señora, esa es tal vez la mejor novela de habla… - Una sarta de alucinaciones, válgame Dios – dice Maria – - Señora, no permito que en mi presencia se hable en esos términos
de, de, de, de lo que considero la Biblia de la lengua… - La lengua – dijo Alicia mirando a sus amigas – - Van Gogh se cortó una oreja ¿no? – preguntó con una mirada inocente
Anita, la camarera – Humberto sintió que el estómago se le retorcía, aquellas brujas, lo
iban a enloquecer. - Perdónenme, debo ir al baño – se disculpó Humberto – - No hay cuidado – dijo Alicia – Humberto se alejó en dirección al baño, las manos le sudaban y las
piernas le temblaban, a duras penas llegó a la puerta donde el dibujo del hombrecito
con paraguas le indicaba: Aquí es. Cerró la puerta tras de sí, estaba completamente bañado en sudor, esas
viejas, esas viejas algo tramaban – pensó – la cabeza empezó a darle vueltas, las frases de las mujeres
retumbaban en su cabeza: El quijote no es una novela… una sarta de
alucinaciones… venga con nosotras… no tiene inspiración… no tiene inspiración…
no tiene inspiración… Se acurrucó debajo del lavamanos oprimiéndose fuertemente los ojos con la palma de las
manos intentando calmarse, cuando creyó que lo había conseguido abrió los ojos,
el cuarto de baño ahora estaba iluminado por una luz rojiza, los rostros de las
mujeres danzaban alrededor de su cara, las bocas de ellas se reían, se reían…la
oreja de Van… Una hora más tarde nuestras amigas se levantan de la mesa, le dan
la propina a Anita quien con dulce
acento les pregunta por el joven. - Salio de prisa – dijo Alicia – ¿se despidió de nosotras? - No – dijo Josefa. - Malos tiempos para los buenos modales – dijo Rosalía, sin
embargo creo que lo último que le escuche decir fue… algo de… - Una oreja – se rió Josefa – Salen a la calle dejando intrigada a la camarera, caminan tomadas
del brazo, desean aprovechar al máximo el tiempo que les queda antes de
despedirse. - No pensé que fuera tan
sensible – dijo Alicia – - Maria – susurro Rosalía - en serio piensas eso del Quijote María la miró, se detuvo en medio de la calle, buscó en su bolso,
extrajo un papel cuidadosamente doblado y empezó a leer: Ajos tiernos, cebolla
bien picada, un ramito de perejil… |
![]() Ilana tenía el cabello largo y clarísimo casi blanco y los ojos más
bien pequeños y casi sin pupilas. Era exalumna del Pilar como casi todas las
amigas que tengo en Bucaramanga. ¿Qué más le puedo decir de ella? Tenía
brackets, pero a pesar de eso, y no sé por qué digo “a pesar”, su sonrisa era
muy bacana, muy inocente, como de niña chiquita por decirlo de alguna manera,
¿Ha visto cuando a una niña consentida le preguntan por qué hizo algo y ella no
tiene ni idea de por qué pero sonríe como pidiendo perdón? Haga de cuenta. Ella
sonreía así y yo la besaba. ¿Ha besado alguna vez una mujer con brackets? No se
enreda la lengua ni nada, es rico. Ilana besaba rico y tenía los pies fríos.
Siempre andaba de falda larga y botas militares y se ponía un montón de
manillas y collares de los que venden los artesanos de Cabecera. Tenía un
bolsito que se cerraba con una tachuela verde y allí llevaba los libros. Todos
llevábamos libros en el morral en esa época, pero ella leía cantidades, más que
cualquiera de nosotros. Le gustaba Borges porque le gustaba el ajedrez y Borges
tenía un poema sobre el ajedrez que ella me leyó la primera vez que salimos a
tomar café. Fue en el café de Y yo qué piedra tan hijueputa. Primero por creer que ella iba a
cuadrarse conmigo y segundo porque yo sabía que al tipo acababa de conocerlo. “No voy a acabar nunca” dije esperando que ella sonriera. Yo todavía pienso mucho en Ilana, aunque
pienso en muchas otras cosas. Hay talleres para ocuparse pero de todas maneras
uno tiene un montón de tiempo para pensar, para leer también. Yo leía antes de
conocerla, pero con ella empecé a leer de verdad, ¿Me entiende?, a Filemón de Sausage, a Cátulo, los clásicos.
Todos esos libros que ve ahí son clásicos, me los trajo un profesor que se
llama el profesor Medina. Él nos hacía talleres, pero hace rato no viene. Ahora
viene el hermano Pedro, un pastor evangélico, pero yo no voy a verlo. Fui una
vez pero había un ángel tomando apuntes de lo que decía. Entonces prefiero
quedarme leyendo. ¿De pronto usted podría decirme cuál es el mayor clásico de
la literatura francesa? A mí me gusta Baudelaire, me gusta decir “Es hora de
embriagarnos” aunque ya no tome nada. Pero no sé si Baudelaire es el mayor
clásico de la literatura francesa. Tal vez usted sabe. Ese otro libro es de
Borges. Me lo trajo el doctor Aguas, pero ahí no está el poema del ajedrez
y por eso no lo he leído. Los pequeños son de filosofía. Algunos de los
compañeros de acá leen mucha filosofía. Mucha.¿Vio al tipo de está ahí sentado
con un trapo rojo amarrado al cuello? Ese es Supermán, es uno de los tipos con
los que se puede hablar de filosofía. En realidad se llama Federico. Yo lo
conocí antes de que los dos llegáramos aquí. Estábamos con Ilana en Calisón. Él
la sacó a bailar. Luego salimos con él un par de veces, pero él rara vez se
acuerda. Todas las mañanas a las ocho y cuarto Federico se para en la mitad del
patio y se echa un discurso. Hoy nos habló de las tarántulas, ayer de los
relegados o algo así. A veces se corta las yemas de los dedos con un vidrio y
se pone a escribir en el piso cosas con la sangre. Él lleva rato aquí, otros
duran menos. Las mujeres sobre todo. A la familia le da miedo que den con algún
degenerado y se las llevan para la casa. Por aquí pasó una muchacha super
bonita que se volvió loca de tanto ver luces en el cielo. Hubo otro que se
fritó el cerebro de tanto comer hongos en |
![]() Un niño entra a una tienda y le enseña la mano con unas cuantas monedas a un anciano ante el mostrador. Le dice que quiere comprar una hora para su mamá. ¿Para qué? Conteste usted, ¿por qué ese espabilado niño quiere estar una hora con su mamá? La escena nos lleva a la ternura. Que un niño, en estos tiempos que corren quiera estar con su mamá, es un sueño para algunas madres, irrealizable; pues por norma, los chicos las prefieren bien lejos. Pero no hay que echar campanas al vuelo, por lo menos no todavía, esa escena corresponde a un anuncio de televisión, que usa, inteligentemente, el amor filial para vender un producto. Pobres ilusas las que creyeron que era un entrañable recuerdo familiar. Y es que cada vez el papel de los padres se diluye en una interminable vorágine de teorías. Los padres dinosaurios eran unos tiranos que imponían absolutamente todo a sus hijos, desde su educación, hasta la pareja con que iban a vivir el resto de sus vidas; de ahí tanto trauma en la humanidad. Luego pasaron a ser absolutamente permisivos, abiertos, dialogantes y la cosa tampoco mejoró, aquello de que tu padre es tu mejor amigo produjo un efecto boomerang, los traumas siguen siendo el principal motivo de suicidio. Los términos medios no han ayudado mucho, pues se han quedado en eso, en educación a medias y ahí tenemos a hijos que matan a sus padres para no verlos sufrir. Es hora ya de que nos preguntemos qué mundo queremos vivir, que miremos de frente esta realidad y que comprendamos que la buena educación no da frutos en los mejores colegios, ni con becas jugosas, que ayudan, es verdad, y cada vez deberían cubrir espectros más amplios en la sociedad, pero no debemos contentarnos con eso; la verdadera educación, la trascendental es la que se recibe en el día a día, en la cotidianidad del hogar, en la comprensión, el amor, la relación con los miembros familiares. Y de esos hogares somos responsables los mayores, resulta obvio en principio, pero no debe ser tanto, cuando un publicista pensó que podía llamar la atención de los padres hacía la compra de un producto, apelando a la necesidad de compañía materna de ese niño, hijo del siglo XXI. Sin embargo, no debemos engañarnos respecto a las intenciones comerciales del publicista, su naturaleza es esa, obligarnos a comprar usando cualquier método que tenga a mano, al fin y al cabo, nuestra sociedad siempre encuentra un filón aprovechable para comprar y vender. |
![]() Voy cruzando la plaza, ya desde lejos la catedral me sorprende como siempre, y se impone a todo. Su altura desmesurada la pierde en el cielo, y el vértigo surrealista no deja lugar para ninguna otra cosa. Pero al fin la supero, encaminándome sin pensarlo hacia su derecha, y allí está. El cruce de calles. La 51, la cincuenta y la diagonal. La niña camina ligera a los saltitos hacia la 51, viene del centro, y se trepa a las rejas de la escuela normal. También busca pichones en los fosos del costado de la catedral. Quiere llegar a casa… pero no puede, así que tira y tira, y yo siento que me desgarro. Mi niña, no puedo, ya no vivimos ahí… Y mi alma quiere seguir por la 51, quiere llegar a 16, dar la vuelta y entrar. Encontrar a mi abuela esperándome con chocolate caliente, a mi madre joven y llena de vida. Tira mi niña, tira furiosa, desesperada. Le doy el gusto y camino hasta la esquina, pero mis pies deformes no me permiten alargar más el paseo, así que la arranco de su vida y me la llevo gritando. Llego a la cincuenta. Mi tierna adolescente viene de la escuela, quiere doblar… y no quiere. No quiere porque allí hay un monstruo. Pero a veces hay una prima, o una amiga, y sueños… una catarata desbordante de sueños maravillosos. No, mi niña, ya tampoco vivimos ahí. La nostalgia me retuerece. Y entonces asoma amenazante la vieja diagonal. La que mi niña recorría extasiada por su tapizado de florcitas lilas, por su mansión extraña, única en la ciudad… y por ese edificio amarillo. Cosa tan rara ese edificio... ¿Cómo será vivir en el aire? Piensa, mientras observa gustosa sus pies llenos de lila. Horrible, mi niña, es horrible. La diagonal me absorbe, me atrapa, la mansión queda atrás y no hay lilas (y si las hay, yo no las veo) Mi cuerpo dolorido no viene de ninguna parte, me lleva contra mi voluntad, me niego, mi alma se agarra de los paraísos de la 51, de los tilos de la cincuenta, y ahí se queda aferrada. Sin alma, me arrastro hasta el edificio amarillo. Me encorvo al trepar su escalera. Una caja me traga, me digiere, y me escupe en un agujero en lo más alto de la torre. Ya llegué, séptimo círculo del infierno…digo... séptimo piso. Por: Nofret |
Título: La mujer justa Autor: Sándor Márai Editorial: Salamandra – Narrativa Este escritor nacido en 1900 - 1989 en Kassa, una pequeña población de Hungría, tuvo que esperar a que llegara el ocaso del comunismo para ser redescubierto en su país. Radicado en los Estados Unidos desde 1948, hasta 1989, año en que decidió poner fin a su existencia. Su obra aún permanece en una especie de limbo, del cual las editoriales, de vez en cuando editan algo para el gran público y casi por azar caen en nuestras manos ejemplares como este de LA MUJER JUSTA, que en principio tiene nombre de telenovela, lo cual nos lleva a sospechar un tufillo raro, sin embargo, si vencemos las barreras de los prejuicios nos encontramos con una historia de pasión, mentiras, traición, crueldad y hasta complejos de clase – ¿a qué parece un culebrón? – pues sí, porque la vida misma es un eterno culebrón, que se salva de la ramplonería por la forma en qué está escrito, la manera de narrar poniendo en las voces de los personajes que conforman la novela sus sentimientos, sus desconciertos, su búsqueda de la felicidad hacen de LA MUJER JUSTA una especie de ventana desde donde podemos ver lo que piensa, total y sinceramente una mujer después de su divorcio; un hombre ante el abandono de sus dos esposas; y por último, la amante desencantada. Por: Ágata |
![]() La izquierda no ha sido capaz de imponer su modelo de desarrollo o de anular el de la derecha, vaga en un limbo teórico cuyas tesis no resisten el paso del tiempo. Por su parte la derecha no sabe bien para donde coger, a veces coquetea con el centro para retroceder cada vez que le conviene. Vivimos una época en que los políticos de cualquier ideología, no se preocupan de los problemas reales de los pueblos, sus discursos vacíos recurren desesperadamente a filosofías obsoletas centradas en las clases obreras, comunistas, socialistas o demócratas, según les convenga o siguiendo los consejos de sus asesores de imagen, dejando de lado la expresión colectiva, a la vez que se escudan en ella para cautivar nuevos adeptos, su esfuerzo se centra en conseguir el poder, desde cualquier esquina en que se encuentren: veamos los casos, en Italia Berlusconi y su poder económico centrado prioritariamente en los medios masivos de comunicación; Sarkozy en Francia encandilando tanto a la prensa rosa como a la política con apariciones oportunas y muy bien montadas para causar el mayor impacto mediático posible; Bush en Estados Unidos, con su prepotencia al atribuirse paladín del bien de la humanidad, lo que le da derecho a arrasar pueblos, exterminar culturas y apoderarse de riquezas; Putin tejiendo en silencio pero laboriosamente una red que le permita perpetuarse en el poder para dignificar a la santa madrecita Rusia y devolverle su gloria, Chávez, apela al patriotismo desde la esquina de lo popular, aprovecha sus condiciones histriónicas para insuflar su discurso con frases que exaltan las lágrimas y enardecen los corazones. No importa de que lado se esté o que bandera esgriman, los políticos saben la importancia del poder, del dominio y la manipulación y dedican su vida entera a perfeccionar sus tácticas, olvidando la razón de ser de un político: lo social, la gente. No quedan opciones y cada vez más el hombre librepensador es expulsado de su paraíso particular, condenado a vivir en el exilio. La Dirección. |
Las Farc mintieron, el Gobierno colombiano y la prensa… también El pequeño
Emmanuel, a quien el país reconoció como el hijo de la guerra, ha retornado a
los brazos de su madre, que después de seis años de cautiverio goza de su
libertad. Cabe cuestionarse qué tan humanas han sido las pretensiones de
quienes lo permitieron. Como ha sucedido
a lo largo de la era Uribe, también en el caso de Emmanuel la prensa colombiana
dejó ver su tendenciosidad y el oportunismo que precede a su deber de informar
veraz e imparcialmente. Una vez más la falta de ética fue la nota predominante
de la labor mediática; esa que siembra y acrecienta los odios ya existentes en
nuestras sociedades, mucho menos humanas y conscientes, mucho más crueles y
volátiles. Como en el caso
de la parapolítica, de los falsos positivos de las autoridades, de la cercanía
del alto Gobierno con la mafia, entre otras realidades deformadas u omitidas,
cuando no soslayadas, los medios nacionales desplegaron sus apolilladas
banderas uribistas y el pequeño Emmanuel se convirtió en el trofeo de guerra de
un Gobierno que, antes de la noticia, se encontraba al borde de la crisis. Otra vez la
opinión cayó en el juego. Otra vez creyó en la victoria del bien, sin siquiera
preguntarse por qué quienes en su nombre tendrían derecho a abanderarse,
necesariamente, debían estar del lado del uribismo y lo malos –la guerrilla y
toda la oposición- estarían del otro lado. Así, quien se
atreviese a cometer el pecaminoso acto del disentimiento, sin duda alguna,
guerrillero sería y con el nombre del mal se cobijaría. Una casería de brujas
se lanzaba entonces y los enemigos del establecimiento serían condenados, sin
el menor cuestionamiento de parte bastos sectores de la opinión nacional hacia
la administración Uribe. Para beneplácito
de la coalición de Gobierno, la noticia no era que una víctima de la guerra que
el mismo Estado engendró estaba próximo a alcanzar la libertad que en cuatro
años de vida le era desconocida. La rescatable no
era que Doña Clara Rojas por fin tendría entre sus brazos a su nietecito,
gracias a la satanizada mediación de la senadora Piedad Córdoba y la del presidente
venezolano Hugo Chávez. Lo plausible no
era que por primera vez en la era Uribe uno de esos colombianos víctimas de la
guerra recobraría la libertad y no en virtud de la política de seguridad
democrática, injustificadamente elogiada, sino como producto del diálogo y del
consenso, totalmente adversos a la postura uribista. Emmanuel, como
todas las víctimas de esta guerra era la presea que se disputaban los fetiches
del poder. Era el arma política que convertiría a su poseedor en un mesías; en
el hacedor de la verdad; en el más firme persecutor de la paz. Emmanuel era no
menos que un comodín y así lo vieron desde el presidente Chávez, pasando por la
coalición uribista, hasta RCN y Caracol. Cuando el
presidente del vecino país anunció la liberación del pequeño, su madre y la ex
senadora Consuelo González, un sospechoso silencio y una hipócrita complacencia
se dejaron observar en las huestes uribistas. Ningún portavoz se inventó excusa
alguna, como antes había acaecido, y parecía que esta vez nadie frenaría esta
respuesta humanitaria a las tensiones de la guerra. Un hecho que indudablemente
realzaría la imagen de un Chávez fuertemente criticado en Colombia La impaciencia
difundida desde los medios se hizo extensiva a la sociedad civil y mientras
propios y extraños clamaban porque Doña Clara Rojas por fin se reencontrara con
su hija y Emmanuel, tanto como las familiares del ex senadora Consuelo González
anhelaban abrazar a su pariente, en el alto Gobierno nadie se pronunciaba. No obstante,
Chávez sugería tranquilidad y se mostraba confiado en hacerse a la victoria
política que significaba el hecho, al ser el principal gestor, junto con la
senadora Piedad Córdoba, de este gesto unilateral que tendrían las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc. Quien ríe de
último ríe mejor, reza el adagio popular, y a carcajadas lo hizo el Gobierno
Colombiano cuando el último día del 2007 anunció que gracias a la llamada de un
desconocido habría localizado al pequeño Emmanuel en el Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar, ICBF. Emmanuel no estaba en poder de las Farc y era el
Estado quien había dado con su paradero. Así,
aparentemente fue desmentida la postura de los insurgentes, quienes horas antes
anunciaron la suspensión de la liberación aduciendo ser objeto de la
persecución de la fuerza pública, cuando el presidente Uribe reiteraba que las
operaciones militares se habían suspendido mientras se producía esta
liberación. Nadie se
preguntó por qué el presidente inició su discurso diciendo que desde hacía
tiempo le venían siguiendo la pista a ese niño para luego rectificar e indicar
que había sido tras los datos suministrados por un informante como habían
logrado ubicar el paradero del menor. No había por qué cuestionar tan
improcedentes detalles, pues la gran revelación demostraba que las Farc eran
los enemigos de la paz y que el presidente Chávez era su escudero. "Las
Farc mienten, el gobierno colombiano cumple" era lo que pregonaban de
manera concluyente el presidente Uribe y el alto comisionado para la paz, Luis
Carlos Restrepo, luego de conocer la maravillosa coincidencia que era encontrar
al menor entre no se sabe cuántos miles más, justo cuando un Estado vecino
cercano a la oposición, estuvo a punto adjudicarse su liberación. Una vez más las
indulgencias recaían sobre el Gobierno Nacional. La mediación de Chávez y
Piedad Córdoba en el retorno a la libertad de Consuelo González y Clara Rojas
habían pasado a un segundo plano, luego de que la gestión de nuestro Gobierno
permitió el reencuentro entre el pequeño Emmanuel y su madre. La euforia fue
tal que las declaraciones de Consuelo González al periodista William Parra de
Telesur no nos dejaron considerar la parte que condenaba y desmentía al
Gobierno Uribe y sí la que convertía a los guerrilleros de las Farc en los más
temibles terroristas. Tal vez la
indignación que produjo el conocer las condiciones en las que los insurgentes
mantuvieron cautivos a Consuelo González, privó a nuestros medios de
retransmitir al país la verdadera revelación: que efectivamente el Ejército
Nacional tenía ubicada la ruta que recorrían los secuestrados y que los
guerrilleros a cargo de la operación se vieron obligados a suspenderla, debido
a los bombardeos de los que fueron objeto. Las Farc
mentían, incuestionablemente, pero el Gobierno Colombiano también, por partida
doble, y demostrando que su mayor interés no era el de encontrar a Emmanuel
sino el de frustrar toda la iniciativa de liberar a los tres
secuestrados. Al final, muy
pocos cuestionaron la actitud de un gobierno que, obviamente, conocía el
paradero de Emmanuel mucho antes de lo expuesto y que hizo cuanto estuvo a su
alcance por frustrar la liberación de los secuestrados, únicamente por el afán
de evitar la reivindicación de sus detractores políticos. Gracias al
soslayo de los medios de comunicación, el caso de Emmanuel no fue otra prueba
del indolente oportunismo que han expuesto en numerosas ocasiones el presidente
y sus copartidarios, como tampoco lo fue la campaña de desprestigio que inició
en contra de la oposición para arrebatarle la alcaldía de Bogotá y tampoco lo
serán su notable sectarismo, totalitarismo y maquiavelismo. Mientras el
uribismo cuente con una plataforma tan eficiente como la que le ofrecen los
medios, jamás se verá afectado por las mil y una pruebas de su cercanía con la
mafia y el paramilitarismo. Nunca será noticia el crecimiento negativo de
nuestra economía, debido al elevado gasto público, sobre todo destinado al
equipamiento de las fuerzas militares y no lo serán todos los dramatismos sociales
que ha dejado su administración. Así, por más
Emmanueles que pululen en la selva debido a la soberbia de nuestro mandatario,
la realidad seguirá fuera de nuestro alcance y los Uribes seguirán
reproduciéndose y acrecentando su poder, en virtud de las falacias que permite
nuestra democracia, más débil y nociva de lo que muchos reconocen.
Por Giovanni
González Arango / Redactor / 8º A. N. |
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