Voy cruzando la plaza, ya desde lejos la catedral me sorprende como siempre, y se impone a todo. Su altura desmesurada la pierde en el cielo, y el vértigo surrealista no deja lugar para ninguna otra cosa.
    Pero al fin la supero, encaminándome sin pensarlo hacia su derecha, y allí está. El cruce de calles. La 51, la cincuenta y la diagonal.
    La niña camina ligera a los saltitos hacia la 51, viene del centro, y se trepa a las rejas de la escuela normal. También busca pichones en los fosos del costado de la catedral. Quiere llegar a casa… pero no puede, así que tira y tira, y yo siento que me desgarro. Mi niña, no puedo, ya no vivimos ahí… Y mi alma quiere seguir por la 51, quiere llegar a 16, dar la vuelta y entrar. Encontrar a mi abuela esperándome con chocolate caliente, a mi madre joven y llena de vida. Tira mi niña, tira furiosa, desesperada. Le doy el gusto y camino hasta la esquina, pero mis pies deformes no me permiten alargar más el paseo, así que la arranco de su vida y me la llevo gritando. Llego a la cincuenta. Mi tierna adolescente viene de la escuela, quiere doblar… y no quiere. No quiere porque allí hay un monstruo. Pero a veces hay una prima, o una amiga, y sueños… una catarata desbordante de sueños maravillosos. No, mi niña, ya tampoco vivimos ahí. La nostalgia me retuerece.
    Y entonces asoma amenazante la vieja diagonal. La que mi niña recorría extasiada por su tapizado de florcitas lilas, por su mansión extraña, única en la ciudad… y por ese edificio amarillo. Cosa tan rara ese edificio... ¿Cómo será vivir en el aire? Piensa, mientras observa gustosa sus pies llenos de lila. Horrible, mi niña, es horrible. La diagonal me absorbe, me atrapa, la mansión queda atrás y no hay lilas (y si las hay, yo no las veo) Mi cuerpo dolorido no viene de ninguna parte, me lleva contra mi voluntad, me niego, mi alma se agarra de los paraísos de la 51, de los tilos de la cincuenta, y ahí se queda aferrada. Sin alma, me arrastro hasta el edificio amarillo. Me encorvo al trepar su escalera. Una caja me traga, me digiere, y me escupe en un agujero en lo más alto de la torre. Ya llegué, séptimo círculo del infierno…digo... séptimo piso.

Por: Nofret