1 de Mayo, 2008, 9:40: GladysGeneral

 

Bajo la luz de las imponentes lámparas, los objetos cotidianos adquieren un halo mágico, el cristal de las copas y la porcelana de la vajilla lanzan destellos luminosos sobre los rostros de los elegantes comensales, los cubiertos exhiben orgullosos el mimo a que son sometidos después de cada comida por las ásperas manos de los sirvientes, los manteles caen impecablemente sobre el abismo de la mesa para depositarse suavemente sobre las rodillas de esos seres humanos que, indiferentes a todo ese que hacer cotidiano, se disponen a engullir unos alimentos por los que pagaran un precio exorbitante, pero que consideran como una especie de señal que los hace sentirse  únicos, privilegiados y que les permite saborear de antemano un sentimiento de superioridad sobre los demás “pobres mortales”.

Y allí están, en un rincón del salón  principal, junto a una ventana que les permite admirar el bien iluminado y bien cuidado jardín, tres mujeres de cierta edad, elegantemente vestidas para la ocasión, perfumadas, maquilladas y peinadas, estudiándose mutuamente, analizando cada movimiento de las manos, del cuello al girar la cabeza, la leve inclinación de la cintura al sentarse, el gesto de la mano enjoyada retirando la servilleta, el aire mundano de sus ojos recorriendo la estancia en una búsqueda disimulada de viejos conocidos.

Elena ronda los sesenta, exhibe descaradamente cinco cirugías desde el torso hasta la cabeza, luce un traje sastre rojo, un tanto clásico pero que se adapta maravillosamente a su cuerpo recién esculpido por el bisturí de moda; en este momento está leyendo atentamente el menú, repite en un susurro los nombres de los platos y se pregunta si ese omelette estará tan espumoso como lo recuerda de aquellos tiempos en que la abuela batía ruidosamente los huevos en la cocina de la casa paterna.

Marta, a sus cincuenta y ocho, luce como una estrella de cine con un traje de cóctel color ocre muy escotado y ha escogido un enorme collar de bisutería fina, terminado en una gran piedra irisdicente que dirige todas las miradas hacía esa voluptuosa zanja entre pecho y pecho. Sin embargo disimula muy bien las manchas oscuras de sus manos. Es una lastima que tenga programada esa cirugía hasta dentro de seis meses. Marta también lee el menú y se imagina una sopa tibia de verduras, con trocitos de carne flotando al lado de trozos de zanahoria cocida, y tiritas de queso salado sobre la superficie del plato, mientras el aroma a hierbas penetra suavemente por su nariz.

Beatriz, la más joven de ellas, siente un especial placer al saberse nacida unos cuantos años después que sus amigas, eso no quita que las quiera profundamente, al contrario le permite agradecerles esa especie de afecto maternal que siempre le deparan. Ella ha escogido un top de terciopelo azul marino y una falda de seda blanca que cae justo encima de sus rodillas lo que le permite exhibir unas piernas aún firmes y sin ninguna vena delatora, igualmente lee el menú pero no logra traer a su mente la imagen de platos cotidianos, ni el aroma de especias amorosamente mezcladas, aquellos omelettes, aquellos patès, fromages, vius, salades y demás “curiositès” son a sus sentidos como el Esperanto, por eso no se decide, mientras lamenta su absoluta incapacidad para entregarse a placeres nuevos, así que termina recurriendo a lo tradicional, una ensalada, un caldo, dos o tres clases de queso y el vino… pues que aconseje el camarero.

Ahí están nuestras tres mujeres, las que vemos al fondo del salón, las que se destacan por su imponente presencia en medio de aquellos hombres sebosos forrados en trajes de fino paño. El susurro de las conversaciones se confunde con el alegre tintineo del cristal, con el efervescente gorgoteo del vino generoso cayendo en el vientre de las copas.

Al cabo de un rato, el camarero trae los platos, los coloca elegantemente delante de cada una de las tres mujeres y ni la buena crianza, ni los rígidos modales impiden el gesto de desilusión de cada de una de ellas al contemplar sus respectivos platos.

 

 

En el Museo Moderno:

Manuel se retira prudentemente del lienzo. Piensa que quizás viendo el cuadro a una distancia des-usual logre encontrar algún sentido a aquellas manchas roja, ocre y azul marino, que parecen cambiar de forma a medida que él cambia de posición, ya son mujeres, ya son manchas; Ileana en cambio se acerca hasta casi rozar la superficie del cuadro con su nariz.

- ¿Qué haces? le pregunta Manuel

- Es que creo que huele a comida, como a tortilla, sopa de verduras o quesos…

Por: Gladys

 

 

 

1 de Mayo, 2008, 8:34: Ricardo AbdahllahGeneral



caminaré con mi bandera de sombras
dentro de tu jardín de piedra

Pearl Jam
“Garden”
 

Ya está atardeciendo y estoy algo cansado. Es lógico que lo esté, hoy caminé bastante. Ignoro si la gente de Bucaramanga tiene todavía la costumbre de salir a caminar porque sí y la verdad tampoco me importa. A mí, al menos, me gusta. Hoy caminé hasta el centro, a muchas personas no adoran pasar por ahí pero a mí me parece bacano. Todo, hasta la olla de la treinta, tiene su gracia. Lo importante es caminar despacio, cuando uno camina despacio lucen todos se ven desesperados. Todos en realidad están desesperados y gritan y se detienen para mirar el accidente de tráfico y lo que hay que hacer es lo contrario, pasar en silencio, ignorar los comentarios que dicen que la atropellada es una mujer joven y que el tipo que se bajó del bus es el novio. Ignorar incluso al tipo que se desbarata gritando. La idea es siempre hacerse el idiota. La idea es bajar despacio por el lado de la Compañía de Tabaco, sentir el aroma de las hojas secas y leer los graffitis que los estudiantes de la UIS escribieron en la última marcha. Caminar por el separador de la avenida con los brazos abiertos a la brisa de la tarde, nada hace tanto bien, no hay desfiladero en el mundo, ni acantilado ni ribera de río ni cúpula de edificio donde pueda sentirse la libertad que se siente al caminar con los brazos abiertos por el separador de la Avenida 27.
Luego giras en la 36, en sentido contrario sube un ladrón esposado corriendo un paso adelante de los policías que lo escoltan hasta el CAI donde se efectuará la repartición del botín, y más allá hay almacenes de colchones y de electrodomésticos y una salsamentaria que alguien trató sin suerte de hacer parecer un chalet suizo, lo que además es tonto porque los propietarios deben ser herederos de esas familias alemanas, los Harders, los Schicksals, a lo mejor hasta es de gringos, de los hermanos Usher, toda esa gente que pasó por aquí y ya no se fue, pero pasó de todas maneras y luego está la 21 y el Parque Santander, porque aquí a todo le ponemos “parque” y don Isidoro Bosnio atravesando el parque, él, el mensajero eterno, los fotógrafos del Parque Santander y los niños que se suben en un caballo de mentiras que hace una cara de sufrimiento de verdad para una fotografía y los fotógrafos se quejan de que usted sabe la fotografía digital está acabando con esto. El vendedor de tiza china para matar las hormigas y el que vende forros para el control remoto. El ciego, el sordo, el que llegó desplazado de un pueblito de la costa. El poeta que imita ruidos de pájaros, el mendigo que se baña en la fuente y la señora de los pinchos de carne de caballo que inundan con su aroma, que no está mal, todo el aire del parque. El anciano que pide limosna sentado frente al edificio de la Lotería de Santander y a media cuadra del Club del Comercio y el predicador que te dice que le dice a la gente que se aleje de la mala vida, que el domingo hay culto en la Sagrada Iglesia del Reino. El tragafuego que maldice los aguaceros porque no lo dejan trabajar y la vendedora de mango verde con sal. Ahí están, desfilando frente a la catedral que sigue siendo blanca, el loquito de rastas y sin camisa que insulta a los transeúntes de la calle treinta y seis y el estudiante que va tarde a hacer las vueltas para pedirle al ICETEX un crédito que no acaba de pagar y los blackers, con sus camisetas negras decoradas con manchas rojas y símbolos de Baphtomet, leyendo el cartel que anuncia el concierto de death metal - Blasphemator, Satanizer y Profanum Devil-  que se llevará a cabo en dos semanas en el Coliseo Peralta. Boletas en Café Jazz con el auspicio de “Proyecto Rock”. Ahí está el artesano con su siempre fiel botella de Moscatel de Pasas y la casetica amarilla con verde donde el vendedor, ya que ese es el acuerdo, introduce disimuladamente el último número de “Suecas” dentro del más reciente ejemplar de The Economist.
El centro de Bucaramanga es distinto a cada segundo del día pero igual en el mismo segundo del día siguiente.
Donde estoy ahora es diferente. Aquí todas las calles se parecen, son muy empinadas y hay muchas escaleras. Cuando uno sube siente como si estuviera subiendo al cielo, pero cuando uno llega le dan ganas de llorar porque el cielo está vacío. El horizonte ha enrojecido pero los tonos rojos no alcanzan a quitarle la monotonía a este atardecer y a este cielo vacío que, como cumpliendo un deber, como quien lo hace de mala gana, cubre una ciudad que también se ve vacía.
Como no puedo hacer parte de esos colores, maldigo mi ascenso, pero tengo una recompensa: La ciudad está vacía, los humanos desaparecieron y la naturaleza vuelve lentamente para tomar posesión de todo lo que le fue arrebatado.
Y sólo quedan como testigos las luces del alumbrado público que, dentro de unos meses, o unos años quién sabe, también terminarán por apagarse.

Por: Ricardo Abdahllah

1 de Mayo, 2008, 7:28: ÁgataHablando de...

 

La imagen de Ingrid Betancourt, senadora colombiana secuestrada por las FARC, es la de la desolación, la tristeza y el desencanto. Viéndola uno siente la necesidad imperiosa de parar el mundo. Acabar con esa situación, no consentir que se cometan más atrocidades y la pregunta es obvia ¿cómo?

Esta claro que no es posible un acuerdo humanitario, pues en vez de razón e inteligencia, se imponen los intereses personales. Tampoco habrá despeje de territorio, ya se dio hace unos años y se probó que a la guerrilla le parece insuficiente. La renuncia de Alvaro Uribe no solucionaría nada, pues la derecha radical no se condensa en un solo hombre. Políticos de la oposición como Carlos Gaviria o Gustavo Petro,  no tienen la fuerza política para gobernar un país como Colombia, un país que rápidamente se está  transformando en un desierto, no sólo a causa de los gravísimos atentados ecológicos contra sus bosques y ríos, sino por los asesinatos masivos de sus campesinos y la migración excesiva de sus habitantes.

¿Qué queda entonces?

Una sombra terrible se cierne sobre los cielos colombianos, está ahí, aun cuando nadie se atreva a nombrarla, es la imagen del máximo jefe de la guerrilla de las FARC: Manuel Marulanda – alias Tirofijo – como presidente del país.

Vale la pena plantarle cara, preguntarse, cómo sería el país gobernado por un hombre que ha vivido el ochenta por ciento de su vida agazapado entre la maleza, un hombre que sólo practica el lenguaje de las balas y los gritos de la violencia, cuyo carácter ha sido tallado en condiciones infrahumanas, sus experiencias vivénciales y su contacto con los demás se limita al avasallaje, la cohersión, la intimidación, sus amores son fugaces encuentros y hasta sus necesidades fisiológicas están determinadas por los accidentes geográficos de una existencia en fuga. ¿Qué vida puede ofrecer a los futuros colombianos quien no disfruta de ella?

Y cómo él, son sus colaboradores, gente nacida en la violencia, educada y adiestrada en tales artes. Imaginen por un momento al Mono Jojoy ejerciendo de Ministro de la Salud, o a Joaquín Gómez o Alfonso Cano negociando el nuevo salario mínimo de todos los colombianos.

Ante tal futuro no es de extrañar que los colombianos huyan del país, pues cualquier cosa es preferible a morir con un tiro fijo en la nuca o en el palacio de Nariño, que vendría a ser lo mismo.

Por: L.D.

 

1 de Mayo, 2008, 7:23: La Dirección.General


Son ya muchas las voces que acusan al escritor peruano de incurrir en plagio. Cuando se presentó la primera reclamación nadie hizo caso de ella por proceder de un autor desconocido, sin embargo, con el paso del tiempo, medios de comunicación peruanos como el diario El Comercio y  Perú 21 presentaron sendas denuncias, es ahí cuando la noticia empieza a trascender y se habla de hasta 27 casos, 16 de los cuales se han demostrado plenamente.

Por su parte, las explicaciones del propio autor (acusa a su secretaria) son, por decir lo menos, infantiles.

Apartándonos del delito, ya las autoridades harán su trabajo – espero - me pregunto sobre los motivos qué pueden llevar a un autor al plagio: podría ser pereza, falta de inspiración, ligereza al elegir, pensar e investigar acerca de un tema, o simplemente oportunismo, ¿para qué reinventar la rueda?

Cualquiera que sea la causa, es innegable que se incurre en un fraude, que conlleva a una pérdida de credibilidad por parte de sus lectores y conocidos, pues los artistas, desde la antigüedad inspiran un halo especial que los ubica por encima del bien y del mal. La gente generalmente cree que son inmunes a las debilidades de los demás mortales, los encuentran objetivos, o poseedores de una inteligencia superdotada que les permite ver más allá de lo que a los otros les es negado, por eso, sus seguidores creen a pie juntillas sus teorías, debaten fervorosamente sus tesis, analizan los posibles motivos que los llevan a culminar en determinadas teorías e incluso se han convertido en íconos culturales decisivos en el desarrollo histórico de la humanidad.

Por eso, no es raro que a un artista caído, las masas lo apabullen, es lógico, los ha defraudado, ha mostrado sus pies de barro y eso es inaceptable.

¿Por qué?  Sencillamente porque con sus actos fraudulentos nos grita que es igual a nosotros, que no posee nada divino y que, en el fondo, era una ilusión a la que nos aferrábamos para creer que en nuestra existencia podría suceder, algún día, algo maravilloso. No hay salvación, nuestros pies dejan huellas de lodo… a menos que renuncie a su “divinidad” y reconozca públicamente su fraude.

La Dirección.