27 de Junio, 2008
Hace poco, haciendo un trabajo de investigación en la
biblioteca, y mientras revisaba unos periódicos de 1903 me encontré con una
noticia que denunciaba “la trata de blancos”. Se refería a mafias organizadas
que captaban hombres en países como Alemania, Holanda, Bélgica, España y
algunos más de Europa para llevárselos al nuevo mundo. Cada hombre era pagado a
0,08 centavos, el precio aumentaba si el hombre venía acompañado de su familia.
Estos además tenían que costearse el viaje y una vez en tierras americanas,
eran abandonados y el dinero desaparecía… ¿A qué la historia les suena? Ha transcurrido más de un siglo y la
humanidad no ha cambiado absolutamente nada. Esa noticia podría ser de un día
como hoy, y en vez de europeos en bancarrota, los protagonistas proceden de
Senegal, Sierra Leona, Marruecos o Sur América. Cuando leo estas noticias, cuando miro
a mí alrededor me pregunto ¿por qué no cambiamos? Es que acaso todos estos años
de historia que cargamos a nuestras espaldas no nos sirven de experiencia, es
que los holocaustos, las matanzas, las guerras, cuyas cicatrices aún están
abiertas, no nos sirven de freno. Como no hallo respuestas, me pregunto si la
cultura ha contribuido en algo para amansar al animal salvaje que llevamos
dentro, lamento no poder dar una respuesta positiva. Una pregunta me ronda la cabeza desde que leí la noticia, ¿sirve de algo la cultura? ¿Nos hace mejores seres humanos? Si no es así, debería serlo, de lo contrario no avanzamos, nos movemos en espiral y en cada sacudida nos llevamos por delante a muchos seres humanos, incluidos nosotros mismos. La Dirección |
Las
olas se acercan a mojar sus pies, van horadando la forma de su talón en la
arena mientras ella las contempla en silencio desde la lejanía, donde su mirada
elige la ola más profunda, más azul, más consistente, se pega a ella mientras
sigue su curso irremediable, ve como se encuentra con otras olas a las que
absorbe, la ve crecer, alzarse orgullosa sobre las demás, rugir de alegría ante
la proximidad de la playa para finalmente romper poderosa contra sus pies;
luego retrocede con prudencia no sin antes hacerle una última venia y después
muere de nuevo devorada por el mar. Entonces
ella vuelve de revés los bolsillos de sus jeans, alisa la arena y va colocando
uno a uno todos los hilos de colores que ha recogido durante el día. El
rojo por ejemplo lo encontró en la zona antigua de la ciudad, justo en medio de
la calle angosta que han delimitado para las vendedoras de sexo, recuerda que iba
distraída mirando los pechos de una mujer madura, que se hallaba ante una
ventana, esos enormes globos parecían a punto de reventar e inundar la calle
entera, luego su mirada se detuvo en el rostro de la mujer y no la encontró
particularmente guapa, al contrario, era más bien feilla, tenía la piel del
rostro manchada, seguramente secuelas de algún embarazo, y la piel ya empezaba
a escurrirse por sus carillos. Y pensó en el amor que vendía esa mujer, en las
caricias que ofrendaba y sintió envidia cuando un hombre, igualmente mayor y
deteriorado se le acercó y la besó exhibiendo una extraña ternura. El
verde, fue cerca de un colegio, los chicos salían en tropel, se empujaban y
reían despreocupados, los más pequeños corrían a los brazos de sus padres que
los esperaban y los más jóvenes se lanzaban miradas llenas de deseo. El
azul, en una zona comercial, tan impersonal como las marcas que exhibían las
vitrinas de los fríos almacenes, tan lejana como la mirada de los maniquís, una
zona que a ella particularmente no le gustaba mucho frecuentar pero que ese día
se había visto obligada a acudir para acompañar a su hermana, que si flipaba
con los centros comerciales… Y
así, mientras iba sacando los hilos para ponerlos sobre la arena, iba
recordando el lugar donde los había encontrado, la situación especifica y hasta
los rostros de las personas que vio en cada momento y de ellas extraía su
mundo, raptaba sus cotidianidades para guardárselas en el cerebro aderezándolas
con cuanto detalle doméstico le revelaban los rasgos de aquellos rostros, las
arrugas de aquellas pieles, los tonos de los cabellos, el timbre de sus voces,
incluso hasta el olor de sus cabellos o de sus cuerpos hasta formar una galería
humana infinita como el mar ante el que depositaba sus tesoros. Toda esta actividad le llevaba la tarde entera y sólo abandonaba la playa ya muy entrada la noche, porque incluso, algunas veces la luz de la luna llegaba a añadir más sentimientos a su colección de hilos de colores. Finalmente, cuando el cansancio o los guardias de la playa empezaban a hacerse demasiado impertinentes, ella decidía emprender el camino de regreso a su casa. Se acostaba y dormía profundamente, con la extraña satisfacción de hastío que producen las tardes enteras en familia. Por: Gladys |
"Leyes
perennes pudren las ramas de una justicia caduca" "Puedo darte aquello que ya es tuyo porque en mi es
idéntico."
"Vas pidiendo sin saber que lo tienes en tu mismo deseo y
únicamente has de quitarle el velo." "Pasos cortos de zapatos grandes." Por: Charo González |
Recuerdo con especial emoción la época en que leí El club
de la buena estrella, el placer que sentía al ir descubriendo los pliegues en
la piel de esas mujeres chinas, que describía tan admirablemente Amy Tan,
luchando por renacer en una tierra diferente a la suya, en un mundo en el que
sus creencias, su cultura, su forma de ser no pasaba de ser un exotismo que una
nación poderosa se da el lujo de poseer, exhibir y explotar. En el universo de El club de la buena estrella, todo
tenía un profundo sentido, una esencia casi palpable que nos poseía a medida
que avanzamos por sus páginas. Sin embargo, en “Un lugar llamado nada”, no encuentro ese mundo, no hay pliegues a pesar de que quien lo narra es alguien que alguna vez nos traspaso… o quizás es por eso mismo, los muertos son muy difíciles de entender y este es un libro narrado por un muerto, por alguien que parece que ha dejado atrás la etapa de pliegues sensibles y profundos para rendirse a la simplicidad de nuestro recién estrenado siglo. Y ella misma nos lo anuncia desde el principio con ese anónimo que encontramos nada más al abrir el libro y que nos habla de la experiencia de un hombre piadoso que pesca para salvar a los peces de la muerte; el titulo también nos lo advierte: Un lugar llamado nada, obviamente no ofrece nada, aunque esté bien escrito, la nada seguirá siéndolo, está en su naturaleza. Por: Ágata |