Septiembre del 2008
Y
esta es la habitación, como usted puede apreciar, es amplia, cómoda y lo mejor
– la anciana iba hablando mientras se acercaba teatralmente a la ventana -. Se
detuvo, miró a María un segundo, guardó un intrigante silencio y subió la
persiana. El efecto de la luz hizo que María parpadeara quedándose perpleja al
contemplar la habitación, al mismo tiempo sintió que algo se escapaba de su
cuerpo, las rodillas se le debitaron y estuvo a punto de caer. No era lo que
buscaba, a pesar de que, en el fondo reconocía que estaba bastante bien,
además, le parecía que la habitación palpitaba, quizás fueran tonterías suyas… pero
su interior se revolvió incómodo. Observó a la anciana, su mente elaboró una
delicada excusa para no tomar la habitación, sin embargo las palabras que
salieron de su boca fueron: Me la quedo. Después
ya no supo como salir de allí, el entusiasmo de la anciana, la fuerza de esa
mirada en contraste con sus manos temblorosas la inquietaban al extremo.
Aquello sucedió hace veinte años, al principio trató de descubrir lo que la
intrigaba de la habitación, averiguar en qué consistía esa especie de vida que
parecía palpitar entre sus cuatro paredes, pero los días pasaban y ella, en su
empeño por averiguar, se negaba a salir, obstinada en no abandonar la
habitación ni un instante pues sentía que si salía el enigma desaparecería y
ella jamás lo sabría. Además estaba la anciana, las pocas veces que sintió
deseos de salir, casualmente llamaba a su puerta, y con la mejor de sus sonrisas
le preguntaba cualquier tontería, entonces su voluntad se deshacía como hielo
al sol. Poco a poco su espíritu aventurero la fue abandonando, los amigos se
cansaron de llamar y el amor… Debajo de la ventana había colocado un sofá
grande y una pequeña estantería que renovaba gracias al programa de préstamos
de libros de la biblioteca de la ciudad. ¿Idea de la anciana? No podría
afirmarlo. El tema era que en aquella habitación se le fueron veinte años de su
vida y a la hora de poner los días uno tras otro en su memoria, reconoce que no
hay gran cosa. Bueno, había existido un amor que un mal día desapareció sin
saber muy bien por qué, hubo unos cuantos cuerpos más en esa ancha cama, unas
ilusiones y tres álbumes de fotos, todas en aquellas cuatro paredes, es de
suponer que ningún amor, por fuerte que sea, aguanta tanto encierro. Ahí estaba
su juventud y su madurez, ahora al rozar la ancianidad sabía que debía empacar
sus cuatro cachivaches y emprender una nueva vida. Lo supo cuando se miró a al
espejo y vio como la carne de las mejillas empezaba a colgar en su barbilla, la
certeza del deterioro, en vez de deprimirla la liberó, sintió alivio, supo que
ya podía irse. ¡Qué
afortunada!, le había dicho la inquilina del frente. Qué bueno poder empezar
otra vez, aprovecha esta oportunidad antes de que la senilidad te borre del
mundo. Nadie quiere a los viejos, menos en esta casa. Y así lo hizo. Entregó
las llaves de esa habitación a la nieta de la anciana quién siguió con el
negocio tras la muerte de aquella, cinco años atrás, una mujer maciza como un
roble y de voz tan profunda que retumbaba por toda la casa, pero que con el
correr de los días se iba pareciendo más a la anciana, ¿o serían figuraciones
suyas? ¿Por
qué cambiar? Se alcanzó a preguntar una madrugada de insomnio frente a la
ventana. No había una razón poderosa, sus
recelos sobre la habitación no habían tenido fundamento, a pesar de que muy
dentro de su corazón sabía que aquella habitación la retenía de alguna
forma, por eso nunca encontró la manera
de salir de allí, ni siquiera cuando el amor la tentó: ahora era diferente, la pérdida de la juventud, en recompensa le
había dejado decisión, y qué mejor
oportunidad de ejercerla saliendo de allí sin ningún pretexto, solo porque le
daba la gana. En
cuanto se mudó, empezó a salir, a frecuentar cafeterías, tiendas, cines,
espectáculos y viajes, todo por llenar sus días con recuerdos nuevos, se
mantenía tan ocupada que la nueva habitación le era prácticamente desconocida,
si alguien en la calle algún día le preguntara de qué color tenía pintadas las
paredes, seguramente no sabría qué contestar. Tampoco se preocupó por llenarla
de cuadros, de fotos, de adornos suyos, a pesar de que por sus continuos viajes
siempre se le iban los ojos detrás de una tetera bereber o una alfombra
marroquí, o un cristal de bohemia. No, ella se negaba a comprar nada, lo
consideraba inútil. Entretenía sus manos con folletos históricos que luego
dejaba discretamente sobre una mesa o en la papelera de cualquier callejón. Al
llegar a su nueva habitación, solamente se preocupa por asearse, leer un poco y
a lo mejor tomarse un café antes de irse a la cama a altas horas de la
madrugada. Con esta rutina iba tejiendo día tras día hasta que el final la
sorprendiera cualquier tarde. Pasados
un par de años llegó a cansarse de vagar por el mundo, además su dinero
empezaba a menguar y debía limitar sus gastos, al principio la angustia del
dinero la estremeció un par de días, pero luego, al hacer cuentas y tachar
algunos caprichos se convenció de que podría tener una vida agradable con lo
que le quedaba de su pingüe renta, para entonces los días parecieron estirarse,
las horas se volvieron lentas y decidió dormir durante el día. Cerró las
cortinas, fumaba un poco y se acostaba, entonces su mente soñaba, creaba mundos
fantásticos y felices llenos de familiares amables, considerados y cariñosos
con los que compartía horas, comidas, recetas, chismes y pequeños placeres,
incluso hasta peleas y desacuerdos. Sin embargo, al caer la noche, cuando el silencio
de su calle se hacía intolerable impidiéndole dormir, se arreglaba, se maquillaba
y salía a recorrer la ciudad. Todas las noches su sombra se adhería a las
paredes húmedas de viejos caserones, se deslizaba por los jardines de las casas
en barrios residenciales o se mezclaba con las esculturas y mobiliario urbano
que ornaba la parte comercial de la ciudad hasta que las luces del alba la
obligaban a volver presurosa a su habitación, sin saber que mientras ella se
iba a la cama en las madrugadas, un hombre de su misma edad, se desperezaba en
una cama cercana a su residencia, se levantaba, se duchaba, desayunaba y salía
a la calle con una foto suya ya desteñida en la palma de su mano, en una peregrinación
eterna con la esperanza de recobrar el tiempo perdido. Por: Gladys |
Algo se me empieza a
ensanchar en el pecho cuando presencio una fiesta popular, poco a poco se va
apoderando de mi hasta oprimirme las costillas y dejarme sin respiración, mi
cuerpo empieza a convulsionar, una ola de calor recorre mi espalda, la voz se
me resquebraja, el pulso se acelera y cuando ese algo se convierte en bola de
fuego rompo a llorar, ese es el punto de fuga que me libera de tal desazón.
Claro, me refugio en la espalda de alguien, o me disperso de los amigos que en
ese momento me acompañan, no quiero que se den cuenta de lo que me sucede,
afortunadamente la convulsión dura escasos segundos y cuando vuelvo en mi,
empiezo a destripar la fiesta que estoy presenciando preguntándome cosas como: desde
qué tiempos inmemoriales los mayores del pueblo se reúnen a bailar dando
pequeños saltitos, tomados de la mano alrededor de una plaza XX, engalanados
con trajes antiguos, o cuál es el objetivo de formar torres humanas, o lanzarse
tomates, o desperdiciar el agua, o bañarse en lodo, despeñar una cabra desde lo
alto de una torre, poner a rodar un queso por una montaña y correr detrás de
él, caminar tres horas bajo un sol de justicia hasta llegar a una iglesia xx,
dar vueltas alrededor de un palo, soltar unos toros y correr delante de ellos o
correr tras el toro ensartándolo con filosas lanzas hasta que el animal muere. Claro,
eso lo pensamos después de presenciarlo, o cuando ya estamos solos en
nuestra habitación, cuando nadie nos ve,
porque al principio, aunque no seamos originarios de ese pueblo, nos entregamos
al ritual como si fuéramos nativos, vivimos cada experiencia con intensidad y
logramos trascender nuestra educación y nuestros prejuicios para reencarnar en
un personaje ancestral que revive por pocos segundos, pero luego, la realidad se
impone y el juicio empieza a analizar los motivos que llevan al hombre a
repetir cada año los mismos rituales. Trabajo inútil por supuesto porque a cada
conclusión que emitimos le surge una contraparte que la devalúa y en ese
sopesar de ideas se nos va el entusiasmo y llega el próximo año y nos vemos
corriendo delante de los toros, como el año pasado… Y
sin embargo, aunque el miedo nos haga correr y la adrenalina rebose nuestros
cuerpos, no dejamos de pensar en que en esos momentos somos más humanidad que seres
individuales y que esa masa llamada humanidad está condenada a repetirse una y
otra vez hasta el final de su existencia, para lo bueno y para lo malo. Ese es
el embrujo de las fiestas populares, se han realizado desde que el hombre
empezó a vivir en comunidades y mientras siga haciéndolo ejecutará los mismos
movimientos, no importa que haya quien tilde de crueles tales procedimientos,
ellos siempre serán minoría. La Dirección |
Título: Kafka en la orilla Autor: Haruki Murakami Los asiduos de caelanoche, ya habrán adivinado mi gusto por los escritores japoneses, no soy tan erudita como para dictar cátedra sobre la literatura japonesa, solamente pretendo compartir, desde mi propia experiencia, la fascinación que me producen autores como Yukio Mishima, Oe Kenzaburo, Kazuo Ishiguro, Ishikawa Tatsuzo, entre otros, tampoco pretendo hacerles publicidad, pienso que sobre todo, no la necesitan, para eso ya están las editoriales que bastante ganan con sus autores. En este espacio solamente hablamos de las impresiones que nos causan determinados libros o películas y son esos sentimientos los que compartimos con nuestros lectores y a la vez, les reiteramos la invitación a compartir sus experiencias con nosotros. El autor de Kafka en la orilla es Haruki Murakami, hijo de monje budista y madre literata. La obra de Murakami, a menudo es etiquetada como “literatura pop” no entiendo muy bien por qué, pero es así. Su ficción para mi es ante todo humorística, surreal, y sobre todo, libre en la manera de abordar sus temáticas, en la creación de sus personajes y su entorno. En Kafka en la orilla, hay un anciano que tiene el don de entender el lenguaje de los gatos, hay amores imposibles, hay un cuervo que habla al protagonista – haciendo un guiño a Kafka por supuesto, y sobretodo, hay soledad, por sus líneas vaga el deseo de aprehender de la vida lo que sea necesario para fortalecer el alma y poder enfrentarse al mundo con un mínimo de seguridad, y hay también desesperanza porque inexorablemente los personajes se dan cuenta que “Uno nace lleno y la vida lo va vaciando poco a poco”. Pero no se crean que al llegar a la última página uno se queda con ese mal cuerpo de vacío, todo lo contrario en Kafka en la orilla, recorremos un mundo muy cercano, paseamos por los paisajes de la cotidianidad portando el arte como escudo… y les aseguro que salimos bien librados y con ganas de correr a la biblioteca más cercana a ver si nos pillamos cualquier otro libro de Marukami. Por: Ágata |
![]() "De agradables sorpresas se llenan
las horas, los minutos y los segundos, sólo hay que mirar con atención, no hay
tedio, el gris es sólo una ilusión." "Donde desaparecen las ilusiones
lanzadas al viento renacen los sueños nunca contados." "Siete veces de un mismo puchero,
cucharones que esperan, antiguos remiendos." "Esfera que encierra números,
maquinaria que sigue un compás, quieta e ignorante gobierna el mundo." "Acaricia su polvoriento lomo y no
podrás resistirte a abrirlo. "Ninguna de las cosas que encuentra parecen brillar lo suficiente, la opacidad de sus ojos no le deja disfrutar de la luz." Por: Charo González |
![]() Muero de hambre en el campo árido, la fortuna me deja en las manos lo que parece un saco de papas son grandes, sanas, bonitas y seguramente estarán sabrosas. Mi amiga y yo bailamos de la alegría las venderemos ganaremos un dinero lo invertiremos Tomamos el saco vamos al otro pueblo donde nadie nos conoce el dia es gris un campesino aparece entre la niebla mira nuestras papas yo siento que a lo mejor no tendremos que caminar tanto para venderlas éste nos las comprará el campesino toma una la sopesa le rasca la piel con la uña mugrienta la lanza de nuevo al saco y como escupiéndonos dice: estos no son papas, son bellotas. Caigo al piso, con mis sueños y si de verdad son bellotas jamás nadie me creerá y si el campesino miente las papas se pudriran ¿Serán bellotas o papas? Por: Selvática |
En la película de
Steven Soderbergh lo que molesta desde el primer momento es que su protagonista,
Benicio del Toro, no tiene acento argentino, ¿serán problemas de doblaje?
principal defecto del cine que se ve mayoritariamente en España, aunque se crean que tienen el mejor
doblaje del mundo. Este, Che de Benicio
es un gringocubano, claro que el de Diarios de motocicleta de Walter Salles, anterior era mejicano, en fin,
son los inconvenientes de dar voz a alguien muerto y encima tan fresco en la
memoria colectiva. Retos de los que no se
han salvado dignamente ninguna de las versiones que se han hecho de la vida del
combatiente. Y sin embargo, van exhibiéndose por medio mundo cargados de
trofeos, otorgados por los más prestigiosos festivales de cine. El merito de
estos trabajos más bien es histórico y eso es mucho, estas películas sirven
para que la gente interiorice los motivos, los pormenores, el momento histórico
en que germinó una revolución que transformó la historia de un continente. Para
que se vea en primera fila el circo mundial que es la ONU donde se ignora las
voces de las minorías, allí, donde se supone que se deliberan los conflictos de
todos los países, sus representantes en la mayoría de los casos, cuando les dan
oportunidad de hablar, usan sus quince minutos de gloria, para pelearse entre
si ofreciendo el deplorable espectáculo de la ambición y el servilismo a la
nación más poderosa del mundo. En ese aspecto la
película de Soderbergh ofrece la realidad pura y dura de todo un continente,
ahora, el público, que ya SABE sobre todo el latino, es quien debe juzgar, razonar y en
consecuencia decidir y actuar. La obra de un puñado de hombres no fue en vano y
las generaciones posteriores jamás podrán decir que no lo sabían… porque “un
pueblo que no sabe leer ni escribir…” Por: Ágata |
"Cuando digas "te quiero" dilo tan
despacio que no desaparezca ninguno de sus sonidos por haberse perdido entre el
ruido." "Corazones de latas recicladas aún suenan con
ecos de otras manos." "Diez veces, ni uno solo, tres juegos en un solo
tablero y perdemos el tiempo buscando las fichas…" "Conoce aquello que presentas porque la
ignoracia de ello se transformará en amenaza frente a ti." "¡Tarde! debería representarse en figura de cachorro, ¿cómo fue que creció sin mostrar sus dientes de leche?" Por: Charo González |
![]() Me lo largó a los brazos como deshaciendose de él, me lo lanzó como si le fastidiara como si lo odiara. Yo no supe qué hacer, lo miré pero me quede callada por esa máldita loza de piedra que cierra mi boca cuando estoy asustada ahora voy corriendo por la calle con un niño muriéndose entre mis brazos él le cortó el cuello y me lo dejó a mi moribundo y sigo corriendo por la calle... Por: Selvática |
“Sugestiones de la mente para evitar el dolor”. “Pensamientos que curan”. Caldito de papá con costilla, lo llamaba la abuela. Según el hacer de sus manos pecosas y arrugadas, no había nada como el caldito de papa para revivir muertos, y con esta expresión, significaba que esa comida bien servía para curar desde guayabos como males de amor. Es una lastima que ya no me puedas preparar el caldito ahora que tanta falta me hace, ya sé que es una tontería, que si tanta fe le tengo podría hacerlo yo mismo, que me cuesta comprar, pelar y cocer las papas, comprar la costilla y ponerla a hervir… no se trata de eso abuela, por un lado, los dolores que me hacen tener esta cara de pocos amigos, son el resultado de la tristeza, la soledad y la angustia de ver desfilar las horas de mi vida en completo silencio, caminando por calles en las que busco lo que no se me ha perdido, viendo a gente que jamás me preguntará si estoy bien, celebrando mis cumpleaños en un bar ruidoso mientras mi mente entona un desafinado cumpleaños feliz, no apago velas, no parto tarta, pero respiro hondo y en las noches me tomo una aspirina o un whisky para poder levantarme al día siguiente y al siguiente, y al siguiente… Abuela, eso que tu llamabas caldo de papa se llama placebo, un
manera de aliviar el dolor, una palabra que reemplaza la magia de tus manos, la
sazón de tus guisos y tus historias interminables en las tardes lluviosas. Sé
que no lo entiendes, sé que te reirías de mi y me sacarías corriendo de tu
cocina con el cucharón en la mano, ¿tanto tiempo? tantas cosas han pasado,
tantos pasos he dado y estoy tan cansado y curtido que ya ningún placebo me
sirve, me he vuelto inmune a los remedios y tengo el estómago tan jodido que
hasta tu caldito de papa actuaría como un veneno. No pongas esa cara, ya sé que
me lo dijiste muchas veces, pero yo me empeñé en partir, me enredé entre los
matorrales de otras culturas, y después, cuando la niebla se disipó, cuando la
realidad apareció delante de mis narices ya no pude volver hasta ahora, momento
en el que la penúltima hoja de mi
calendario está a punto de caer. Por: La Dirección |
![]() -En sus libros siempre encontramos un hombre
sentado en la acera mirando un tornillo durante todo un día, una niña con un
mechón de hebras de colores en la palma de sus manos, una anciana sentada en
una cafetería mirando por la ventana mientras su helado de pistacho se escurre
lentamente. ¿Con esas figuras literarias
pretende capturar el tiempo? - preguntó
el periodista. La
anciana lo miró fijamente a los ojos y su cerebro se puso en guardia. -
¿Capturarlo? Esas figuras son seres humanos que pierden el tiempo en las
páginas de un libro, mientras el lector se licua los sesos pensando en la
metáfora del escritor, desesperándose por tratar de alcanzar las honduras de la
mente, considerándose como un tonto por no ver más que un hombre desocupado en
la acera, una niña curiosa jugando y una anciana esperando la muerte. Y a lo
mejor es así, ¿para qué darles más vueltas? Todo el mundo acumula imágenes a lo
largo de su vida, imágenes que se nos quedan grabadas en la memoria ya sea que
las hayamos leído, o visto un día cualquiera de nuestras vidas. Imágenes que
nos van llenando como álbumes de fotografías y las vamos haciendo nuestras, las
guardamos en la trastienda del cerebro y más adelante las sacamos y exhibimos
ante los nuevos amigos o los nietos como si fueran nuestras. Y sí, es que después
de tanto tiempo lo más lógico es que las consideremos como propias. Por
ejemplo, el señor del tornillo el lector se lo encontrará en una página de Rayuela… Y la niña, es la
protagonista de un cuento de un escritor, mucho menos conocido que Cortázar,
pero que se quedó en mi cerebro y que me sigue visitando, sobre todo cuando
camino sola por la playa y la anciana… la anciana puedo ser yo, me gusta pensar
que soy yo pues ya en mi vida no me queda nada más por hacer que mirar por la
ventana. Afortunadamente me encanta el helado. Son años, son millones de
imágenes encerradas tras los barrotes de la vida y seguramente que el helado
que se derrite en esa copa es de pistacho, porque es verde, es espeso, es ácido
y la boca se me hace agua. Yo me pregunto, ¿por qué no puedo apropiármelos?
Escuche usted joven, ¿a qué horas lee? Por la noche, metido entre sus sábanas,
¿a qué si? ¿Y no es suyo todo lo que hay en su habitación? Verdad que si, usted
escogió su lámpara, su colcha, las sábanas, las almohadas, ese libro que pidió
prestado en la biblioteca o que compró en la librería. ¿Es lógico o no mi
razonamiento? Todo lo que hay en mi casa es mío… sólo yo decido si pierdo el tiempo
con ellos, o como ellos, a nadie más le importa. Su
mirada se posó sobre el rostro salpicado de granos del periodista, éste sintió
una corriente eléctrica en su espina dorsal que lo hizo tartamudear, pero no
dijo nada, le sostuvo la mirada, al cabo de unos segundos el fuego se convirtió
en hielo, millones de estalactitas provenientes de los ojos muertos de la
escritora se clavaron en su frente – Señor, señor, ¿está usted bien? – Le apremió
la voz de una joven a sus espaldas. El
periodista se dio la vuelta, la magia se había diluido entre las nieblas del
cementerio. Su gran entrevista rodaba hecha añicos por el piso. Miró a la joven
pero las palabras se negaban a salir de sus labios. - A mi también me gustan mucho sus libros. – dijo la joven mirando la tumba de la famosa escritora mientras sus ojos le coqueteaban sutilmente. Por: Gladys |