-En sus libros siempre encontramos un hombre sentado en la acera mirando un tornillo durante todo un día, una niña con un mechón de hebras de colores en la palma de sus manos, una anciana sentada en una cafetería mirando por la ventana mientras su helado de pistacho se escurre lentamente.  ¿Con esas figuras literarias pretende capturar el tiempo?  - preguntó el periodista.

La anciana lo miró fijamente a los ojos y su cerebro se puso en guardia.

- ¿Capturarlo? Esas figuras son seres humanos que pierden el tiempo en las páginas de un libro, mientras el lector se licua los sesos pensando en la metáfora del escritor, desesperándose por tratar de alcanzar las honduras de la mente, considerándose como un tonto por no ver más que un hombre desocupado en la acera, una niña curiosa jugando y una anciana esperando la muerte. Y a lo mejor es así, ¿para qué darles más vueltas? Todo el mundo acumula imágenes a lo largo de su vida, imágenes que se nos quedan grabadas en la memoria ya sea que las hayamos leído, o visto un día cualquiera de nuestras vidas. Imágenes que nos van llenando como álbumes de fotografías y las vamos haciendo nuestras, las guardamos en la trastienda del cerebro y más adelante las sacamos y exhibimos ante los nuevos amigos o los nietos como si fueran nuestras. Y sí, es que después de tanto tiempo lo más lógico es que las consideremos como propias. Por ejemplo, el señor del tornillo el lector se lo encontrará en una  página de Rayuela… Y la niña, es la protagonista de un cuento de un escritor, mucho menos conocido que Cortázar, pero que se quedó en mi cerebro y que me sigue visitando, sobre todo cuando camino sola por la playa y la anciana… la anciana puedo ser yo, me gusta pensar que soy yo pues ya en mi vida no me queda nada más por hacer que mirar por la ventana. Afortunadamente me encanta el helado. Son años, son millones de imágenes encerradas tras los barrotes de la vida y seguramente que el helado que se derrite en esa copa es de pistacho, porque es verde, es espeso, es ácido y la boca se me hace agua. Yo me pregunto, ¿por qué no puedo apropiármelos? Escuche usted joven, ¿a qué horas lee? Por la noche, metido entre sus sábanas, ¿a qué si? ¿Y no es suyo todo lo que hay en su habitación? Verdad que si, usted escogió su lámpara, su colcha, las sábanas, las almohadas, ese libro que pidió prestado en la biblioteca o que compró en la librería. ¿Es lógico o no mi razonamiento? Todo lo que hay en mi casa es mío… sólo yo decido si pierdo el tiempo con ellos, o como ellos, a nadie más le importa.

Su mirada se posó sobre el rostro salpicado de granos del periodista, éste sintió una corriente eléctrica en su espina dorsal que lo hizo tartamudear, pero no dijo nada, le sostuvo la mirada, al cabo de unos segundos el fuego se convirtió en hielo, millones de estalactitas provenientes de los ojos muertos de la escritora se clavaron en su frente

 – Señor, señor, ¿está usted bien? – Le apremió la voz de una joven a sus espaldas.

El periodista se dio la vuelta, la magia se había diluido entre las nieblas del cementerio. Su gran entrevista rodaba hecha añicos por el piso. Miró a la joven pero las palabras se negaban a salir de sus labios.

- A mi también me gustan mucho sus libros. – dijo la joven mirando la tumba de la famosa escritora mientras sus ojos le coqueteaban sutilmente.


Por: Gladys