1 de Noviembre, 2008, 9:20: SelváticaAlaprima


Habito un mundo desierto

nada hay detrás de la puerta,

nada para guardar

nada para calmar

nada para descansar

sólo un terreno yermo para guardar.

Presiento que el espíritu de la amistad

habita entre las piedras frías,

lo busco

atravieso el umbral

subo los peldaños que van apareciendo a mi paso

allí está.

También está solo

quiere seguir así,

mi mano no lo alcanza

mi cerebro no tiende caminos

ya es hora de volver

en mi mundo todo esta roto,

polvoriento,

la amistad espera arriba

pero juega a las escondidas.


Por: Selvática

 

1 de Noviembre, 2008, 8:53: GladysGeneral


2:00 a.m.

- ¡Hombre ya puedes callarte de una buena vez! Llevas toda la noche dándome la lata, no me dejaste leer a gusto a Pushkin, y eso que me cuesta, con esos nombres tan llenos de consonantes, pero este precisamente me estaba enganchando, cosa que a ti parecía molestarte porque no dejabas de meterte en la lectura.

- Es que son muchos años y nunca me haces caso.

- ¿Qué no te hago caso? Pero cómo te atreves a reclamarme algo,  soy yo quien debería…

- Deberías ¿qué?

- Reprocharte, ahí está, ya lo he dicho. Por fin.

- Mira aquí no vamos a arreglar nada. Si hemos de poner los puntos sobre las íes, ¿por qué no salimos a caminar?. El aire fresco aclara las ideas, ¿o no?

- Bueno, en eso te doy la razón. Las sábanas están muy calientes y ya sabes que con calor… que te voy a decir. Espera me visto.

 

Mientras Javier se ponía unos jeans y un sueter abrigado, miró al otro con desconfianza. Ese Jaavier tenía cierta tendencia masoca, le gustaba torturarse… sacudió la cabeza y arrolló una bufanda a su cuello. La suavidad y tibieza del tejido le confortó. Vamos le dijo.

Agradeció el frío que bajaba de las montañas de la Sabana, aspiró con fuerza el aroma a eucalipto y se admiró de que, con lo contaminado que era el aire de Bogotá, a esa hora de la madrugada estuviera tan puro, era como si los seres de la noche hicieran limpieza general. 

- Me alegra que estemos caminando – le dijo a Javier –

- ¿Lo dices de verdad? Si no me soportas. – Ironizo Jaavier.

- Reconoce que tengo mis motivos. Me has hecho mucho daño, gracias a ti he pasado muy malas noches, creo que la culpa de mi fracaso la tienes tú. Eres tu el que me ha hecho fallar en los momentos decisivos, eres quien pincha el globo de mis ilusiones, el que fomenta mi cobardía ablandándome las rodillas en los momentos en que debía pisar firme, el que pone jabón en mis manos para que las oportunidades de éxito se me resbalen y se evacuen por el sifón de la vida. Cómo aquella vez que… no, no voy a recordarlo,  ya lo sabes muy bien llevamos muchos años juntos y siempre me has hecho la zancadilla, has sido como una maldición para mi, sinceramente daría mi vida por que desaparecieras.

 

Jaavier que lo dejaba hablar en silencio, atravesó sin inmutarse, el poste de la luz en la esquina de la carrera tercera, por unos segundos desapareció en la columna de cemento para reaparecer bañado por la luz de la farola. Una menuda llovizna empezó a bañar la ciudad. Se miraron a los ojos y en silencio bajaron hasta el parque de la carrera quinta, se sentaron en los columpios infantiles, empezaron a mecerse suavemente mientras la lluvia los empapaba.

- ¿Por qué me haces esto? No quiero ser un hombre mediocre lo dijo con voz suplicante a Javier.

- Eres patético. Se burló el otro.

- Me insultas impunemente lárgate, ¡déjame en paz de una buena vez!

- No gastes saliva en insultarme. Es inútil.

- Si que es inútil, lo sé por experiencia propia, parece que las palabras te resbalaran, sigues ahí pegado a mi espalda como mi maldita sombra. Sabes, si creyera lo que dicen los escritores, creo que pactaría con el diablo solo para librarme de ti.

Jaavier lo miró burlón. No aprendes nunca – le dijo –

Javier sintió la fría llovizna sobre su cara, las gotas refrescaban sus pensamientos calenturientos deshaciendo la rabia que llevaba por dentro, haciendo su cuerpo más ligero. Las luces temblorosas de la ciudad llenaron su mente, colmaron su espíritu. Siempre se rendía a la majestuosidad del espectáculo. Su ciudad era el único sitio posible para vivir, aunque sabía que por la mañana pensaría todo lo contrario, pero así, en la tranquilidad de la noche, con la conciencia de millones de almas durmiendo a sus pies…

- Te acuerdas – le dijo –cuando me llamaron para aquel empleo en el que iba a ganar tanto dinero, o cuando me propusieron sostenerme económicamente para poder hacer lo que me gustaba, o cuando recibí aquel montón de dinero y me lo gasté en menos de lo que dura un suspiro… éxitos en la palma de mi mano que se me esfumaron en cuanto soplaste sobre mi hombro.

- y ¿tu? te acuerdas de los años en que me ignoraste cuando amabas, o del abandono en que me dejaste cuando nacieron tus hijos y chorreabas la baba por ellos, o cuando te fugabas a ver los conciertos o a bailar mientras yo me quedaba en el último rincón de tu vida… te confieso que temí por mi integridad.

- ¡Ja! Temerme tú a mí. No te lo puedo creer.

- Claro que es verdad, tu felicidad me enfermaba.

- No sabía que tuvieras un punto débil.

- Ni yo.

Javier empezó a reírse, al principio fue una sonrisa apenas esbozada, luego un torbellino que nació en su estómago y que pronto subió por su garganta para estallar en el silencio de la noche. Empezó a balancearse con fuerza en el pequeño columpio, el vértigo en la barriga lo transportó a los años de infancia, frente a él vio a su madre con el rostro que él recordaba de joven, se impulsó aún más y siguió haciéndolo hasta que la luz del alba empezó a iluminar la silueta de las montañas.

5.00  a. m.

Volvamos a casa viejo y dejémonos de pendejadas.


Por: Gladys

 

 

1 de Noviembre, 2008, 8:03: Grupo algo para contarGeneral

¡No me jodas Martínez! has puesto en libertad al Gran estafador, y has dejado al pobre gitanillo de la cuarta galería en chirona. La has cagado de pleno…

Pero Martínez sabía muy bién por qué lo había hecho, aunque jamás confesaría ni bajo pena de muerte.

Martínez era un gris funcionario, que siempre había vivido entre las tristes paredes de aquella cárcel. En realidad había sido un preso más, puesto que su mundo se reducía a ese submundo de delincuentes y estafadores al cual se había acostumbrado y resignado.

Hasta que un día... llegó el Gran Estafador y le propuso un negocio al que no pudo resistirse...

El Sr. Orlando, un magnate con cierto tufillo a mangante le había propuesto obsequiarle con un chalé en la Manga del Mar Menor, a cambio de que le sacase de allí a la menor brevedad posible…

Pero fiarse de un estafador, grande o pequeño, siempre es un grave error. Lo que no sabía Martínez, era el gran secreto que aquel chalé de la Manga del Mar Menor... escondía.

Así que, luego de lograr sacar a Orlando gracias a un amigo juez, se fue a conocer su nueva casa. Una vez allí...

Se admiró de la fastuosidad de su chalé, ahora si que se daría la gran vida y lamentó no haber invitado a unos cuantos colegas.
La música inundaba el espacio, las voces de los cantaores enardecían el alma, y así, sudoroso y lleno de tierra como había llegado decidió entrar a su casa y averiguar que era aquel jolgorio.
Al entrar al salón se asustó un poco, la verdad. No conocía a nadie, ni siquiera el cantante que famoso debía ser por el dominio del escenario. Se le acercó un camarero y le susurró: qué usted tambien cayó bajo el embrujo del novio del tal Falete.

Martínez salió a la puerta a tomar un poco de fresco, todo aquello le sonaba un tanto extraño. Un vecino se le acercó, y luego de saludarlo con toda corrección le preguntó:

-¿Está usted pensando comprar este chalet? hace años que está deshabitado.- Martínez se quedó confundido
-Pero si ahora mismo están dando una fiesta que...
-¿Ahora mismo?- el vecino lo miraba extrañado
-Sí, venga, pase, vamos a tomarnos unos tragos.

Ambos entraron a la casa, pero ya no había ninguna fiesta, ni músicos, ni nada. Todo estaba silencioso, oscuro y polvoriento...

Y es que, aquel extraño y fastuoso lugar, estaba reservado para quellos que caían en las manos del Gran Estafador. Aquellos que se dejaban llevar por la avaricia y vendían su alma al mejor postor.

Martínez no sabía si decirle al vecino que minutos antes el lugar era una fiesta. Pero rápidamente pensó mejor no hacerlo, ya que mientras se adentraban en el, minutos antes, suntuoso e iluminado salón, se dió cuenta al pasar por un espejo, que sólo veía la imagen del vecino, mientras que la suya no... Fue entonces cuando pronunció la frase con la que pasaría a la posteridad: "Estamos mal, pero menos mal que Estamos". En ese momento el pitido del patio marcaba el final del "recreo libertario" en el Centro Penitenciario llamado "Libertad Segura".Terminado el recreo, Martínez tuvo tiempo para reflexionar sobre su invisibilidad en el espejo de la casa fantasma. Decidió volver al día siguiente a intentar develar el misterio.

Fin

Por: Grupo algo para contar

http://groups.msn.com/Algoparacontar/general.