Febrero del 2009
Las
aventuras de Tom Sawyer Autor:
Mark Twain publicada en 1876. Relata
las aventuras de infancia de un niño que crece en el sur de los Estados Unidos,
en una población de la costa del río Misisipi. Tom,
el protagonista, es un muchacho aventurero; travieso, pero a la vez muy astuto,
que soñaba con ser un pirata, es una historia común pero narrada de una forma
diferente, el autor trata de mantener la atención del lector, lo logra durante
el transcurso de la obra literaria porque busca que el lector no solo se
entretenga; sino que además, se distraiga y se divierta por lo que presenta imágenes
de los hechos narrados en la historia a modo de tira cómica, presenta los
cambios emocionales que puede sufrir un joven como en el caso de Tom Sawyer,
incluso como luego de tener problemas en su casa con su tía por los daños
causados a una valla gracias a una pelea suya, termina cumpliendo con su tarea,
se aprovecha de la ingenuidad de sus amigos y de su hermano Jim, y adapta la
situación según su conveniencia ellos cumplen por él su tarea y él les da a
ellos lo prometido, incluso haciendo lo que para ellos no era un trabajo sino
una diversión. Otros
personajes: Ben
Rogers, Huckleberry Finn, hijo del
borracho de la ciudad El indio Joe, indio de
carácter vengativo, mata al Dr. Robinson Dr. Robinson, médico
residente en el pueblo, Muff Potter, hombre que
ayudaba al Dr. Robinson Tía Polly, mujer de alma
sencilla. Por: FX Máximo |
En la puerta había una gorra negra. La abuela la usaba para salir de la habitación, incluso si su viaje se limitaba a ir al baño. Cuando murió, en mi egoísmo de nieto preferido, me la quedé, la puse en mi puerta, pensando que tal vez esa gorra hiciera el milagro de que mis nietos me quisieran con la misma intensidad que yo la quise. Que equivocado, a los nietos les gusta que los abuelos les cuenten historias y yo ya no tengo palabras, ni dulces ni suaves, apenas pedruscos de realidad salen de mi boca. Y no tengo nietos. Por: Gladys |
Velo
negro sobre los ojos por
entre las rendijas la vida se hace y deshace cajones
llenos de personas, en
el mueble universal no
pretendas sacarlas de allí, ellas
se retorcerán, gritaran exigirán
su derecho al anonimato. ¿Qué
pretendes atrapándolas? ¿Donde
las pondrás? Si
el único lugar donde se hallan más cómodas es en lo más íntimo de tu ser. Por: Selvática |
![]() Abigail
toma un sorbo de café sentada frente a la ventana que le dibuja un paisaje de
postal turística: unos sauces bien cuidados con sus ramas como dedos de gigante
acariciando el empedrado del jardín arrullados por el viento, a la derecha un
parterre con flores de mundo… nunca le gustaron esas flores gordas que tienen
una vejez muy deprimente, en contraste con el verde del césped – allí debe oler
a tierra húmeda, piensa – en cambio aquí huele a desinfectante. Otro sorbo al
café y su pensamiento salta a la época en que se podía fumar en las salas de espera
– mi trono por un cigarro – rememora la frase celebre de sus lecturas lejanas
para espantar una certeza que le viene repiqueteando en el cerebro y a la que
se niega a dar paso. Unos
susurros al otro lado de la puerta inaccesible. Se toma el resto de café en un
gran buche y se acerca muy despacito, pega su oreja a la puerta. -
Hay que tomar una decisión hoy mismo – escucha Abigail – -
Yo soy de la opinión que le deberíamos dejar unos días más a ver si reacciona –
responde otra voz un poco más grave que la anterior. -
No, el paciente no da muestras de querer volver. En cuanto a nuestra labor,
creo que está concluida, el paciente no tiene ningún síntoma físico. -
¿Y si lo remitimos a un psiquiátrico? -
Tampoco tiene signos de esquizofrenia, más bien yo diría que está muy cómodo en
esa situación de “duerme vela” un caso que no podemos soportar más tiempo, hay
muchos pacientes esperando esa cama, pacientes que tienen dolencias reales. -
Pero debemos averiguar qué le pasa. -
No somos un hospital investigativo, no tenemos un Dr. House en plantilla y
nuestro deber es salvar a quien tiene ganas de ser salvado. Abigail
se retira, no desea escuchar nada más. Seguro que hablan de Javier y la certeza
por fin se impone a su cerebro. No
quiere curarse – se dice a sí misma - . Su amor no desea vivir… ni siquiera por
ella. Otra verdad absoluta que se escurre entre los dedos. El amor no lo puede
todo. Duele decirlo, sobre todo cuando uno es el que ama. ¿Qué hago? ¿Debería
quedarme? La imagen de su madre se sentó
frente a ella. El rostro pálido de la madre muerta puso en su cerebro las
palabras que ella ya sabía pero que se negaba a escuchar. Finalmente sonrió, YO NO ESTOY MUERTA le dijo a la madre mirando los dibujos en el vaso de su
café, luego lo tiró en la papelera y salió del hospital. Al
cabo de tres días los médicos resolvieron dar de alta a Javier, había dejado de
manotear y su rostro reflejaba cierta calma, incluso sus mejillas se teñían de
un vital tono rosa, pero se negaba a hablar. Esa misma tarde salió por su
propio pie del hospital y al regresar a su casa se encontró lo que temía y que
en el fondo era lo lógico: Su mujer y su hijo se habían marchado. Una mujer
total ama a un hombre total y él no lo era. Por: Gladys |
![]() ![]() ![]() Título:El Lector
Protagonistas: Kate Winslet -David Cross El director de Billy Elliot prosigue la línea de historias traumáticas y deprimentes marcada por su anterior film Las horas. Stephen Daldry repite colaboración con el guionista David Hare en la adaptación de la novela del alemán Bernhard Schlink para remover las heridas no cicatrizadas del traumático pasado nazi de su patria. Un pasado negro en la historia de la humanidad, del cual nos sentimos culpables todos los seres humanos, porque la indiferencia es el comportamiento humano más universal. Fingimos no ver lo que pasa a nuestro alrededor, miramos para otro lado en cada masacre (Palestina por hablar de lo más reciente), no nos atrevemos a parar el mundo y bien que podriamos hacerlo si quisiéramos. Todo esto rezuma la maravillosa película en cada una de sus escenas, en la destreza y talento de sus protagonistas, en los escenarios, incluso los extras tienen esa dimension humana que los convierte, por qué no, en piezas fundamentales de este circo que llamamos mundo. Pero no crean que es sólo una bofetada de hora y poco más de duración, también hay escenas hermosas, pasajes de libros maravillosos que nos hacen reflexionar en la dualidad de la naturaleza humana: Grandes obras, grandes masacres. Por: Gladys |
![]() "Piedras de
edades antiguas, ilumiadas por modernos focos nos observan pacientemente
esperando, esperando…" "Si se empieza
con condiciones, se sigue con reglas y se termina con discusiones." "Miro tus
manos para asegurarme que permanecen fuera de los bolsillos acariciando el aire
antes de que éste lo haga." "Entregó lo
que le dieron para volver en ciernes de nuevos tiempos, vacío de pasado y de
futuro, repleto de presente." "Cruzó el
parque de puntillas, tenía tanto miedo de despertar a las flores…" "Más de lo que tienes, más de lo que esperas, las miradas dan mucho más" Por: Charo González
|
![]() Título: La señora Dalloway Autor: Virginia Wolf
La
primera vez que leí La señora Dalloway tenía algo menos de veinte años y no pude
hacerme una idea precisa de su carácter, aunque me gustaba el ambiente, los
cuadros que podía captar dentro de la narración… una cortina temblando por el
viento, una hoja seca moviéndose por el patio como si tuviera vida propia, pero tal vez por eso mismo me perdía entre
los detalles y no podía encerrar dentro de mi cerebro la vida en ese
interminable día de la vida de Clarissa Dalloway. Lo
volví a leer unos años más tarde, y desde esa segunda lectura lo tengo en el
grupo de libros a los cuales recurro cuando la vida me agobia demasiado, como
si fueran un amuleto contra lo malo que me pueda pasar, esos libros que son
como los buenos amigos que basta una palabra suya para volver a tener ganas de
vivir. La
historia transcurre durante todo un día perfectamente estructurado, donde el
Big Ben va dando hora tras hora sus campanadas situándonos en cada momento de
la historia, acompañamos la Señora Clarissa Dalloway que, en homenaje a sí
misma, decide dar una fiesta.
Rencorosa con la vida y las actitudes del círculo de personas del que se ha
rodeado, Clarissa va haciendo una reflexión sobre la importancia que para ella
tienen y han tenido las personas que acudirán a su fiesta. Prestándoles su voz
a ratos y ayudándola a definirse, su hija, su marido, sus antiguas amigas, el
hombre a quien rechazó para casarse con otro mejor situado, son los fantasmas
de su pasado recuperados en carne y hueso para celebrar. Para
darle forma a la reflexión que va haciendo sobre su amorfa vida, reaparece
Peter Walsh, el hombre que años atrás pudo haberle dado una alternativa y, en
busca de su pasado, Clarissa trata de saber cuáles habrían sido las diferencias
entre haber tomado un camino y el otro. Clarissa Dalloway funciona como un espejo de dos sentidos la imagen que ella tiene de sus amigos y sus amigos tal y como son. Por: Gabriela |
"En la sala de un hospital..."
![]() La
cabeza de Lucho se ladeó peligrosamente sobre el hombro izquierdo produciéndole
un agudo dolor que recorrió en un segundo desde su oreja hasta el omoplato
obligándole a espabilarse de una buena vez de ese duerme vela tan agradable Ahí
seguían el cachaco y Francisco con los ojos enganchados al tapete verde. Un
rayo de luz plagado de corpúsculos revoloteantes le obligó a desviar la mirada
hacía la ventana del local. Los cristales estaban sucios – habría que echarles
una buena repasada un día de estos – y entre el polvo acumulado y el contraluz
del débil sol mañanero un rostro apergaminado lo contemplaba con sus facciones
aplastadas contra el cristal; era el rostro más viejo que su memoria recordara,
las arrugas se adherían como si un ser de extraordinaria fuerza las hubiese
lanzado contra la ventana, los ojos achinados semejaban dos ciruelas pasas, la
nariz era solamente dos agujeros negros y peludos, por último, dos colmillos amarillentos acotando una encia
rosada babeando sobrecogieron su ánimo, a pesar de estar curado de espantos por
años de miserias contempladas a lo largo de su vida. Por un momento se dejó
llevar por el pánico. La parca lo contemplaba desde la ventana, pero un segundo
más tarde reconoció a la abuela Socorro. Ágilmente saltó de la silla y en dos
zancadas cruzó la puerta saludando con un gran abrazo a Socorro. -
Vengo a traerle el desayuno mijo. -
Qué susto me ha dado usted abuela. Al principio no la reconocí. Otras veces
avisa desde lejos con sus cantares. -
Es verdad mijo. Pero hoy no me acordé de ninguna canción… y eso es cosa mala –
dijo Socorro – mientras disponía sobre el mostrador un termo con chocolate
caliente, algunos panes y una vieja cacerola con huevos fritos que purificaron
el ambiente cargado del local. -
No hay como un buen chocolate y unos huevos fritos para espantar los males del
cuerpo y del alma verdad mi viejita – dijo Lucho frotándose las manos. -
A veces no basta mijo, pero no quiero ser malagüerista. Coma, coma que el
hambre no es buena consejera. -
Eh amigos – gritó Francisco a los jugadores – ¿No desayunan? Paren un momento y
coman. Los
dos hombres se miraron. Francisco creyó que los ojos de Jaavier se habían
convertido en canicas de cristal y no se atrevió a decir nada, pero el olor de
los huevos fritos se le metió en el cuerpo aflojándole las piernas. Jaavier no
supo que hacer, dejó que el cuerpo de su contendiente rodara debajo de la mesa,
sin decir una palabra colocó suavemente el palo sobre el tapete verde. Pasó la
mano sobre sus cabellos y salió sin decir palabra. Socorro
lo miró alejarse, luego se volvió lentamente hacía Lucho y le dijo: - ese salió a buscar su alma – Lucho
la miró sin entender nada, iba a engullir un bocado de pan cuando se acordó de
Francisco tirado debajo de la mesa de billar. “En
la sala de un hospital”… como en la canción de Willy Colón, Abigail camina de
lado a lado mientras se restriega las manos; de pronto se detiene, mira la
puerta blanca que la separa de su enamorado, espera un poco y continua su paseo
por la estancia. Ya ni recuerda cuantas horas lleva así, los médicos salen, la
saludan, le sonríen y le dicen que espere, espere, espere… ¿hasta cuándo? El
olor dulce del café le da ánimos, siente que su aroma le penetra en el cuerpo y
revive sus células, con una taza de café caliente podemos resistir lo que la
vida nos eche encima. Decide dejar un momento la vigilancia ante la puerta y se
marcha a la cafetería. Cinco
minutos transcurrieron entre el hecho de que su imagen fuera devorada por el
ascensor hasta cuando dos médicos abrieron la puerta y la buscaron. Al principio tímidos,
sin hablar recorrieron los mismos metros que Abigail recorrió - nadie – llamaron
luego a la enfermera que “no recuerda haber visto a nadie en la sala de espera”.
Los médicos dan media vuelta y la puerta se cierra de nuevo casi al tiempo que
el ascensor devuelve a Abigail con una taza de café humeante en la mano. Por:
Gladys |
"Traeré el color de tu palabra para
llenar mi lienzo de sonidos." "Roto el plato... ¿para qué poner la
lavadora?" "Olvidamos demasiado a menudo que
esto sigue siendo sólo un escenario." Entre que lo que
me han enseñado no tiene que ver con el pasado de mis antepasados y que mis
pies pueden ir solos, me pregunto si
todavía sigo en este planeta. "Si levanto la mirada es por dejar
tranquilos mis pasos, por saber que no necesitan ya ser vigilados." "Fuentes de caños oxidados, plazas
de adoquines gastados, casas de paredes arrugadas los cobijos de nuestro pasado
vivido por otros, recuerdos que no pertenecen al presente que me han
enseñado." "Tenía tanta prisa por abrir la ventana que olvidó subir la persiana." Por: Charo González |
Novela: El Túnel Autor: Ernesto Sábato Presentación: Luis
Aguilera “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a
María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se
necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”. Este es el comienzo de “El Túnel”, la corta e intensa novela que
le dio al autor argentino Ernesto Sábato un puesto relevante dentro de la
literatura en castellano y un poco más allá de esta frontera. Albert Camus, por
ejemplo, la refrendó ante la crítica mundial. Puede ser apropiada -dentro de su ficción-, la afirmación que de
entrada hace el personaje: “…no se necesitan mayores explicaciones sobre mi
persona”. Lleva al lector a suponer que
su crimen tuvo una gran repercusión en los medios y, en consecuencia, que fue
noticiosa y socialmente conocido. Digamos que fue uno de esos crímenes donde el cotilleo es un manjar que se
disfruta destazando los detalles y plato que se picotea con paladar de
carroñero. Ahora bien, como persona necesitaría muchas y mayores explicaciones.
La complejidad psíquica de Castel, es hija legítima de su autor. Con pruebas
fehacientes, Sábato transmite en ésta y en las obras que le he leído, un
pesimismo irredento y el acoso de la maldad humana. “El Informe sobre ciegos”,
inserto en su libro Sobre Héroes y Tumbas, puede muy bien corroborarlo. Para
colmo -y aunque se refiera a hechos posteriores-, hay que recordar que Sábato dirigió
la investigación civil sobre los horrores y crímenes de las dictaduras
argentinas en la década de los 70, atrocidades reunidas -como lo saben los
lectores de esta nota-, en un documento titulado “Nunca Más”. Como si fuera
poco, esta visión no cesa de estar alimentada por las acciones del lobo que llamara Hobss, como la reciente
destrucción a sangre y fuego de la población inerme de Gaza. Inobjetable. La mente de Juan Pablo Castel, artista, está definida inmediatamente, sin salirnos de la primera página: “El presente –dice- me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza”. Perseguido por sus obsesiones y sus antipatías, lo peor que podía sucederle a este personaje era enamorarse. Si las relaciones con el prójimo le resultaban conflictivas, las del amor terminaron siendo insoportables. A él que lo irritaba la vanidad, la soberbia, las jergas de grupo, la falsedad de lo formal, María con sus ocultaciones, frases a medias, actitudes para la sospecha y no suficientemente explicadas, vino a potenciarle todo esto hasta el desquiciamiento. A darle una vuelta de tuerca a su ya de por sí tortuosa y torturada mente. - He dicho que me acuesto con él, no que lo desee. -¡Ah! –exclamé triunfalmente-. ¡Eso quiere decir que lo hacés sin
desearlo pero haciéndole creer que lo
deseás! María quedó demudada. ..” En el momento en que fue escrito El Túnel la “violencia de género”
ni siquiera estaba planteada como problema y no por inexistente sino por la
callada comprensión y complicidad que desde tiempos inmemoriales tuvo y sigue
teniendo el hombre cuando ejerce sobre la mujer la violencia psicológica,
física y hasta mortal. Desde este punto de vista Juan Pablo Castel sigue
estando entre nosotros y se ha salido miles de veces de su libro para hacerse
realidad: “Entonces llorando le clavé el cuchillo en el pecho. Ella apretó
las mandíbulas y cerró los ojos y cuando yo saqué el cuchillo chorreante de
sangre, los abrió con esfuerzo y me miró con una mirada dolorosa y humilde. Un
súbito furor fortaleció mi alma…” Lo podríamos haber leído ayer y no sería raro leerlo en el diario de mañana. En resumen, Sábato, con los ojos y la voz de Castel, lo único que ha hecho es echar una mirada adentro, en esa olla podrida de la cada vez más incomprensible naturaleza humana. |
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