13 de Febrero, 2009, 17:24: GladysHablando de...



Título:El Lector
Protagonistas: Kate Winslet -David Cross

El director de Billy Elliot prosigue la línea de historias traumáticas y deprimentes marcada por su anterior film Las horas. Stephen Daldry repite colaboración con el guionista David Hare en la adaptación  de la novela del alemán Bernhard Schlink para remover las heridas no cicatrizadas del traumático pasado nazi de su patria.
Un pasado negro en la historia de la humanidad, del cual nos sentimos culpables todos los seres humanos, porque la indiferencia es el comportamiento humano más universal. Fingimos no ver lo que pasa a nuestro alrededor, miramos para otro lado en cada masacre (Palestina por hablar de lo más reciente), no nos atrevemos a parar el mundo y bien que podriamos hacerlo si quisiéramos. Todo esto rezuma la maravillosa película en cada una de sus escenas, en la destreza y talento de sus protagonistas, en los escenarios, incluso los extras tienen esa dimension humana que los convierte, por qué no, en piezas fundamentales de este circo que llamamos mundo.
Pero no crean que es sólo una bofetada de hora y poco más de duración, también hay escenas hermosas, pasajes de libros maravillosos que nos hacen reflexionar en la dualidad de la naturaleza humana: Grandes obras, grandes masacres.

Por: Gladys
13 de Febrero, 2009, 17:17: Charo GonzálezHablando de...



"Piedras de edades antiguas, ilumiadas por modernos focos nos observan pacientemente esperando, esperando…"

 

"Si se empieza con condiciones, se sigue con reglas y se termina con discusiones."

 

"Miro tus manos para asegurarme que permanecen fuera de los bolsillos acariciando el aire antes de que éste lo haga."

 

"Entregó lo que le dieron para volver en ciernes de nuevos tiempos, vacío de pasado y de futuro, repleto de presente."

 

"Cruzó el parque de puntillas, tenía tanto miedo de despertar a las flores…"

 

"Más de lo que tienes, más de lo que esperas, las miradas dan mucho más"


Por: Charo González


13 de Febrero, 2009, 17:02: GabrielaF1 Portal Sur



Título: La señora Dalloway

Autor: Virginia Wolf

 

La primera vez que leí La señora Dalloway tenía algo menos de veinte años y no pude hacerme una idea precisa de su carácter, aunque me gustaba el ambiente, los cuadros que podía captar dentro de la narración… una cortina temblando por el viento, una hoja seca moviéndose por el patio como si tuviera vida propia,  pero tal vez por eso mismo me perdía entre los detalles y no podía encerrar dentro de mi cerebro la vida en ese interminable día de la vida de Clarissa Dalloway.

 

Lo volví a leer unos años más tarde, y desde esa segunda lectura lo tengo en el grupo de libros a los cuales recurro cuando la vida me agobia demasiado, como si fueran un amuleto contra lo malo que me pueda pasar, esos libros que son como los buenos amigos que basta una palabra suya para volver a tener ganas de vivir.

La historia transcurre durante todo un día perfectamente estructurado, donde el Big Ben va dando hora tras hora sus campanadas situándonos en cada momento de la historia, acompañamos la Señora Clarissa Dalloway que, en homenaje a sí misma, decide dar una fiesta.


Rencorosa con la vida y las actitudes del círculo de personas del que se ha rodeado, Clarissa va haciendo una reflexión sobre la importancia que para ella tienen y han tenido las personas que acudirán a su fiesta. Prestándoles su voz a ratos y ayudándola a definirse, su hija, su marido, sus antiguas amigas, el hombre a quien rechazó para casarse con otro mejor situado, son los fantasmas de su pasado recuperados en carne y hueso para celebrar.
Clarissa desea celebrar la vida, pero en sus preparativos duda de su felicidad; descubre el tedio, la soledad, el fingimiento, el esnobismo, el hermetismo de las clases sociales y todas aquellas puertas que como mujer no ha podido abrir, las elecciones mal tomadas.

Para darle forma a la reflexión que va haciendo sobre su amorfa vida, reaparece Peter Walsh, el hombre que años atrás pudo haberle dado una alternativa y, en busca de su pasado, Clarissa trata de saber cuáles habrían sido las diferencias entre haber tomado un camino y el otro.

Clarissa Dalloway funciona como un espejo de dos sentidos la imagen que ella tiene de sus amigos y sus amigos tal y como son.


Por: Gabriela




13 de Febrero, 2009, 16:39: GladysGeneral


La cabeza de Lucho se ladeó peligrosamente sobre el hombro izquierdo produciéndole un agudo dolor que recorrió en un segundo desde su oreja hasta el omoplato obligándole a espabilarse de una buena vez de ese duerme vela tan agradable Ahí seguían el cachaco y Francisco con los ojos enganchados al tapete verde. Un rayo de luz plagado de corpúsculos revoloteantes le obligó a desviar la mirada hacía la ventana del local. Los cristales estaban sucios – habría que echarles una buena repasada un día de estos – y entre el polvo acumulado y el contraluz del débil sol mañanero un rostro apergaminado lo contemplaba con sus facciones aplastadas contra el cristal; era el rostro más viejo que su memoria recordara, las arrugas se adherían como si un ser de extraordinaria fuerza las hubiese lanzado contra la ventana, los ojos achinados semejaban dos ciruelas pasas, la nariz era solamente dos agujeros negros y peludos, por último,  dos colmillos amarillentos acotando una encia rosada babeando sobrecogieron su ánimo, a pesar de estar curado de espantos por años de miserias contempladas a lo largo de su vida. Por un momento se dejó llevar por el pánico. La parca lo contemplaba desde la ventana, pero un segundo más tarde reconoció a la abuela Socorro. Ágilmente saltó de la silla y en dos zancadas cruzó la puerta saludando con un gran abrazo a Socorro.

- Vengo a traerle el desayuno mijo.

- Qué susto me ha dado usted abuela. Al principio no la reconocí. Otras veces avisa desde lejos con sus cantares.

- Es verdad mijo. Pero hoy no me acordé de ninguna canción… y eso es cosa mala – dijo Socorro – mientras disponía sobre el mostrador un termo con chocolate caliente, algunos panes y una vieja cacerola con huevos fritos que purificaron el ambiente cargado del local.

- No hay como un buen chocolate y unos huevos fritos para espantar los males del cuerpo y del alma verdad mi viejita – dijo Lucho frotándose las manos.

- A veces no basta mijo, pero no quiero ser malagüerista. Coma, coma que el hambre no es buena consejera.

- Eh amigos – gritó Francisco a los jugadores – ¿No desayunan? Paren un momento y coman.

Los dos hombres se miraron. Francisco creyó que los ojos de Jaavier se habían convertido en canicas de cristal y no se atrevió a decir nada, pero el olor de los huevos fritos se le metió en el cuerpo aflojándole las piernas. Jaavier no supo que hacer, dejó que el cuerpo de su contendiente rodara debajo de la mesa, sin decir una palabra colocó suavemente el palo sobre el tapete verde. Pasó la mano sobre sus cabellos y salió sin decir palabra.

Socorro lo miró alejarse, luego se volvió lentamente hacía Lucho y le dijo: -  ese salió a buscar su alma –

Lucho la miró sin entender nada, iba a engullir un bocado de pan cuando se acordó de Francisco tirado debajo de la mesa de billar.

 

 

“En la sala de un hospital”… como en la canción de Willy Colón, Abigail camina de lado a lado mientras se restriega las manos; de pronto se detiene, mira la puerta blanca que la separa de su enamorado, espera un poco y continua su paseo por la estancia. Ya ni recuerda cuantas horas lleva así, los médicos salen, la saludan, le sonríen y le dicen que espere, espere, espere… ¿hasta cuándo?

El olor dulce del café le da ánimos, siente que su aroma le penetra en el cuerpo y revive sus células, con una taza de café caliente podemos resistir lo que la vida nos eche encima. Decide dejar un momento la vigilancia ante la puerta y se marcha a la cafetería.

Cinco minutos transcurrieron entre el hecho de que su imagen fuera devorada por el ascensor hasta cuando dos médicos abrieron  la puerta y la buscaron. Al principio tímidos, sin hablar recorrieron los mismos metros que Abigail recorrió - nadie – llamaron luego a la enfermera que “no recuerda haber visto a nadie en la sala de espera”. Los médicos dan media vuelta y la puerta se cierra de nuevo casi al tiempo que el ascensor devuelve a Abigail con una taza de café humeante en la mano.

Por: Gladys