Javier
se columpiaba en el parque de su niñez, desde allí contemplaba su ciudad en
forma alternativa: Ahora te veo, ahora no, ahora si, ahora no… ahora Ya
estoy aquí – escuchó la voz y se estremeció. Era la voz de Jaavier, su otra
mitad. Lo miró y en su boca se dibujó una mueca de resignación. -
¿Qué tal? le preguntó Javier volviendo a mirar las luces de la ciudad. -
Uchhh – le contestó Jaavier. -
¿Nada más? y los ojos de Javier brillaron de rabia en la penumbra del
crepúsculo. -
Supe que soy invencible en el billar – ironizó Jaavier. -
Y yo un terrible marido - dijo Javier poniéndose en pie – Por
unos instantes el columpio se balanceó con fuerza produciendo un crac crac
metálico que resonó en la noche. -
¿A dónde vas? – preguntó Jaavier – Javier
no le contestó, se alzó de hombros y se encaminó a su casa, dejando la puerta
abierta para que su “parner” entrara. Sabía que lo haría. Ya no valía la pena
preguntar nada. Se detuvo indeciso, el peso de la soledad de su casa le era
insoportable, por un momento deseó haber muerto pero estaba vivo, él si estaba
vivo, con todo lo que implicaba, en cambio… Javier
se dio la vuelta, vio a Jaavier ascender con dificultad los últimos peldaños de
la escalera y supo que bastaría un pequeño empujón, apenas un rozar de dedos
sobre el pecho para que rodara y se rompiera la crisma. Sin embargo se
arrepintió. El no era un asesino. Con la espalda encorvada se dirigió a la
biblioteca, palpó con la punta de sus dedos los libros de su infancia y se
reprochó el haberlos tenido tanto tiempo en el olvido. Se sentó en su sillón y
su mirada se detuvo en el libro que estaba leyendo la noche anterior. Con un
ligero alivio estiró la mano, buscó entre sus páginas y a medida que éstas
pasaban de un lado a otro una intensa emoción lo embargó, eso era, quizás la
clave estaba en aquella estampa de su niñez. Recordó que la noche anterior
había tenido la misma certeza al encontrarla por casualidad entre sus
cachivaches, allí estaba el álbum de la Nacional de Chocolates. Volvió a sentir
el olor de las chocolatinas Jet, su mano tropezó con la estampa en cuestión y
los recuerdos de infancia lo avasallaron. Ahí estaba, esa estampa había sido el
desencadenante de su desdoblamiento, esa imagen pertenecía al álbum que solían
llenar todos en familia desde que tenía siete años. El recuerdo de todos los
miembros de su familia aportando las estampas en las noches de los sábados los
catapultó a un tiempo en que la vida estaba sin estrenar. Recordó que fue su
hermana quien tuvo la suerte de encontrarla cuando ya todos se habían dado por
vencidos y de cómo él se la robó y lo negó ante toda la familia. Recordó su
cinismo cuando su hermana lo miró y le rogó que se la devolviera, llorando,
ella le suplicaba que estaban a tiempo para ganar aquella beca, pero él no
quiso darse por aludido, no después de haberlo negado tanto… ¿qué pensarían de
él? Javier
contempló la estampa, estaba tan arrugada y descolorida que ya no podía verse
la fotografía. La miró por detrás y las
letras estaban ilegibles. ¿A qué correspondería? Aquel era un álbum de
historia natural y del hombre, pero jamás sabría lo que aquella estampa tenía
dibujado. Jaavier
lo contemplaba bajo el marco de la puerta en silencio. Sus miradas se quedaron
adheridas la una a la otra mientras la mano de Javier destrozaba la estampa con
sus propios dedos. FIN Por: Gladys |