Julio del 2009
Claraboya Gonzalo Cerrolaza “Una
claraboya es un agujero donde las estrellas juegan a las canicas; a veces hacen
guá y otras fallan por los pelos. La curva de la ventana parecía esa noche
sonreír, la luz caía perpendicular sobre los ojos de las dos chicas que
conversaban sin hablar.” No les cuento nada
más pues no quiero desvelar los misterios que se pueden ver y sentir al abrir
sus páginas. Pero si desean mirar a través de esta claraboya pueden hacerlo a
través de esta ventana: http://cerrolaza.blogia.com/ Les gustará. |
El Capitan Acab
(Ahab) Moby Dick Por: Herman Melville Cuando leí la novela tendría unos catorce años, y en aquella época me encantó, para mi era un libro de aventuras en el mar, la
lucha entre la bestia y el hombre y en ese estadio fantástico se quedó hasta
que los años fueron pasando. Un día me
encuentro leyéndosela a mi hijo y la historia me parece otra: Ahora es la
historia del capitán Acab, el mejor ballenero del mundo, un hombre atormentado
por la oscura obsesión de cazar a una ballena blanca que, sin poder escapar a
su destino, conduce a la muerte a la tripulación de su barco y a sí mismo. A
través del hielo y las tormentas, Acab busca sin descanso al monstruo blanco,
lo persigue hasta el fin del mundo para mirarle a los ojos y clavarle un arpón.
«Esa orca de nieve será mía o moriré en
el intento», les dice a sus hombres cuando flaquean. Sin hacer caso al
bondadoso contramaestre que le advierte de que es un viaje suicida, Acab se
encuentra por fin cara a cara con la ballena blanca, el capitán se desangra a
lomos de esa «bestia imponente», hermosa, grandiosa y monstruosa que un día
trastocó su vida en muerte sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. Sin querer o tal vez si cambio la historia y la
termino lo antes posible, apago la luz del cuarto de mi hijo y salgo al
pasillo, respiro aliviado y me preguntó si hice bien en cambiarle la historia y
me prometo preguntarle al día siguiente que piensa del capitán Acab mi hijo de
seis años. Sal. |
¿Dónde están los dos mil euros?
Se preguntaba
sofocado Ricardo, mientras caminaba por el pasillo en penumbras de su piso,
tras su mujer. Ella levantaba la mano en un gesto de impotencia y repetía lo
mismo que había estado diciendo desde hacía tres horas: no lo sé, no lo sé, no
lo sé... En eso la cerradura
de la puerta cedió con su chirrido habitual y entró la empleada encendiendo la
luz del pasillo, como en un bautizo astral. Los dos ancianos se
volvieron enseguida hacía ella, la mujer con ojos llorosos y el gesto
anhelante, el hombre erguido, como insuflado de un juvenil brío. ¿Dónde están los
dos mil euros que siempre guardo en el cajón del escritorio? La gota fría,
canción que siempre llevaba en la memoria la empleada, se le congeló en el
cerebro y se puso pálida, la voz le brotó de la garganta como el ronquido de un
mudo al intentar hablar. No, noooo lo sé – El anciano vociferó, y a medida que
ascendía el tono de su voz, el color ya rojo de su rostro se iba tornando azul
intenso, le faltaba el aire y el corazón parecía salírsele del pecho, la visión
nublada lo hacía trastabillar por el pasillo obligándolo a manotear en el aire
como un inexperto nadador luchando contra la corriente, en un segundo pareció
perder el equilibrio y en un acto inconsciente golpeó fuertemente el rostro
moreno de la empleada, quien a su vez, empezó a dar alaridos por el pasillo
amenazándolo con denunciarlo a las autoridades por maltrato. Al fondo, la mujer contemplaba la escena
como tras un cristal empañado por la lluvia, en ese momento se lamentaba de su
edad, de sus piernas hinchadas, de la excesiva gordura, de las eternas tardes
ante la tele viendo los realitys al tiempo de devorar bombones de chocolate y
también del desencanto que le había producido el robo de su empleada, a quien
había aprendido a querer por su carácter alegre y dulce, por su desparpajo al
hablar mientras fregaba el piso del salón, y hasta de las confianzas que se
tomaba con ella, como cuando le enseñó algunos pasos de cumbia... hay que darle
alegría al cuerpo, le dijo la empleada en aquella ocasión. Pero también la
quería porque la joven, durante las horas que estaba en su casa limpiando se
las arreglaba para llenarle minutos con otras vidas, con sentimientos, con
escenas protagonizadas por seres cariñosos y alegres que la esperaban del otro
lado del océano, entonces a la mente de la anciana la asaltaban dos imágenes
simultáneas, de un lado, las caritas tristes de unos chiquillos morenos, medio
desnudos y con la barriga inflada,
escondiéndose detrás de puertas de latón, y del otro, quizás los mismos
chiquillos, pero alegres, sanotes y corpulentos corriendo por playas de arenas
blancas, bordeadas de altísimas palmeras, -
imágenes de un Caribe desconocido que se posesionaba en su mente sin
dejar espacio para las descripciones de la empleada cuando le hablaba del
dinero que había enviado para pagar el colegio de los chicos, los arreglos en
el tejado de su casa y hasta para la operación de cadera de su anciana madre –
Todo eso se había roto por culpa de unos malditos dos mil euros que en mala
hora a la chica se le ocurrió tomar del escritorio de su marido, pero
recapacitando, quizás ellos mismos eran los culpables por dejar tanto dinero a
mano, ellos habían puesto la tentación sobre el escritorio, la chica necesitaba
el dinero, su familia seguramente estaría apurada y ella, por necesidad seguro
que los robó, cuando habría sido tan fácil pedírselo prestado o incluso
regalado, seguro que ella y su marido hubieran visto la forma de conseguírselo,
eso era lo que más le dolía. En el fondo, aunque no le gustara, tenía que
reconocer que su marido tenía razón cuando en principio puso objeciones a
aceptar a la joven sudamericana en su casa, lamentablemente, no son de fiar le
había advertido, entonces su cerebro empezó a iluminar ciertos detalles acerca
del comportamiento de la joven, que confirmaban sus sospechas, como la caja de
bombones de chocolate abierta y dos faltantes, el jamón que se acababa en un
abrir y cerrar de ojos, los frascos de perfume cada vez más vacíos… tonterías a
las que no les prestaba mucha atención, pero que ahora, dados los últimos
acontecimientos, cobraban inesperada importancia, enardeciendo más su entristecido corazón,
abstraída por la tristeza no se dio cuenta de que la chica se había ido
dejándolos solos. La mañana se convirtió en tarde y ésta en
noche sin que la pareja de ancianos se percatara, y sin que el tema se les
agotara, una y otra vez buscaron por los resquicios del escritorio y de la
memoria sin lograr hallar ni el dinero, ni una explicación que les devolviera
la confianza y la tranquilidad a sus vidas. Mediada la tarde del siguiente día, el
timbre de la puerta los sobresaltó. La anciana abrigó la esperanza de que la
chica hubiera recapacitado y viniera a devolverlos, así la vida seguiría como
antes y ese accidente sólo sería un mal recuerdo, pero quien tocaba era un
guardia municipal que traía una orden para presentarse en comisaría el próximo
viernes a las diez de la mañana. Las llamadas a familiares no se hicieron
esperar, poco a poco llegaron nietos y
cuñados cargados de consejos sobre lo que debía o no hacerse. Por un lado, les
angustiaba lo que pudiera pasar al tener a una chica sin papeles trabajando en
su casa, en eso las leyes no tendrían contemplaciones y ellos ya tan ancianos,
tan débiles, tan escasos de dinero para ponerse a pagar una fianza. Y por el
otro, aunque confiaban en la justicia, no dejaba de causarles temor el hecho de
que la acusación por maltrato pesara más que la contratación de una ilegal. La desgracia había caído
irremediablemente sobre ellos. Después de otra noche en vela, después de
agotar el caudal de lágrimas y secar el torrente de ternura de la anciana
convirtiéndolo en una peña reseca de resentimientos, era apenas normal que cada
vez que sonara el timbre de la puerta se les encogiera el corazón. Esta vez se
trataba de una sobrina que venía a traerles un impreso donde constaba una
cláusula a la cual se podrían acoger los ancianos respecto a los contratos
laborales y que parecía ser la varita mágica que desharía el nudo ciego de los
malditos dos mil euros. Atentamente los dos ancianos la
escucharon mientras se preparaban para asistir a la comisaría, entonces la
sobrina, en un arranque espontáneo se decidió a desocupar el escritorio, sacó
los cajones, esparció su contenido sobre la alfombra sin hallar rastro del
sobre con el dinero. Desanimada se dispuso a ordenar todo de nuevo y al
introducir el cajón superior algo lo atascó, hizo un poco de fuerza, pero el
cajón no entraba debidamente, introdujo su mano y se encontró con el sobre que
contenía el dinero. La anciana profirió gritos de alivio, el marido lo abría y
revisaba su contenido sin decir palabra. Finalmente decidió que lo único que
podía hacer era disculparse con la chica ante el juez y delante de todas las
autoridades. Con esa decisión salieron rumbo a la comisaría a las diez en
punto. Una vez allí, las piernas de la anciana
temblaron en cuanto vieron a la chica sudamericana junto a su hermana y su
abogado, el anciano empezó a sudar en el momento en que se acercaron. El
abogado no dejó hablar a la chica y empezó su perorata profesional, pero el
anciano lo interrumpió aclarando la situación. La chica habló entonces y dijo que “hacía un momentito” había retirado la demanda, justo unos minutos
antes de que ellos llegaran. Por: Gladys |
![]() Apareció un mal día por los recovecos de su memoria, agitó su
cerebro de tal forma que la lengua se le hizo un nudo, las palabras se confundieron,
salieron de su boca sin un orden cerebral coherente y entendible. Al principio
no le dio mucha importancia, pensó que era un achaque pasajero y que pronto
desaparecería. Por un tiempo lo olvidó en tanto su vida pareció seguir los
dictámenes de la rutina conocida y segura. Una tarde de frío, barrida por un desapacible viento mientras
caminaba presurosa en busca de un bar o una cafetería para poder refugiarse de
la lluvia y reconfortar a su cuerpo con la tibieza de un café, volvió sin
previo aviso a interrumpir la tranquila paz que su cuerpo había experimentado
durante los últimos meses. Ella, aún ignorante de lo que el destino le
deparaba, entró a la cafetería, un vaho desagradable le golpeó de lleno en la
nariz, sin embargo siguió adelante, el olor se haría soportable mientras tuviera una silla y un café delante. Y así fue
al principio, la silla resultó un poco dura a la altura de su espalda pero
confortable a sus nalgas, el café en cambio le devolvió aromas olvidados entre
los resquicios de su vida monótona y un tanto absurda. Cuando del café no quedaba más que un pequeño círculo en el
fondo del pocillo, una sombra se dibujó sobre la mesa que ocupaba. Alzó los ojos y la sombra
adquirió todos los detalles que conforman un hombre singularmente atractivo:
anchas espaldas, un cuerpo grande, fuerte, un cuello ancho y firme, una cabeza
delicadamente torneada y unos ojos de mirada profunda, sin embargo fue la boca
de labios carnosos lo que acaparó toda la atención de ella; esa boca – pensó -
sabe de placeres, esos labios sabrán cuando rozar, cuando apretar, cuando
abrirse o apretar o desanudar lenguas… y esos labios encendieron su sexualidad
apolillada en una tibia humedad que amenazaba con grandes desbordamientos. - Hola – saludó él - - Qzirrees – contestó ella – El hombre la miró desconcertado al principio, pero luego recobró
la confianza y con la insolencia de los seres bellos se sentó sin pedir
permiso. - ¿Hablas inglés? – le preguntó – - krggean – salio de la boca de la
mujer mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. - Alemán o tal vez alguna lengua de un
país exótico, de ¿dónde eres? - Aigxipmenn – y su voz se quebró en un
llanto compulsivo. El hombre la miró, midió su cuerpo, recorrió su piel y poco a
poco se fue levantando de la silla con el propósito de abandonarla, pero esos
ojos llenos de agua, esa lengua rosada echa un nudo… - Nos vamos – le susurró. - sxchaaaannn – dijo ella, mientras se levantaba también y se colgaba de su brazo. Por: Gladys |
Historias de Allá.![]() Con el papel arrugado en la mano y ya casi desteñido por el sudor, nuestro joven protagonista mira el nombre allí anotado: calle Pérez Galdós Nº. xx. Se acerca a la esquina de la calle, desafiando el calor que parece derretirle el cerebro y mira con desconsuelo que esta parado sobre la acera de la calle Ángel Guimerá, el sudor empieza a resbalar por su columna vertebral, la vista se le nubla un instante, obligándolo a sentarse en el quicio de una ventana, a la sombra. Decide esperar. ¿Qué? No lo sabe. Si estuviera en su país, hubiera aplicado la lógica matemática, la ecuación de las calles no tiene ningún misterio al otro lado del Atlántico. La numeración empieza en el centro de la ciudad y aumenta a medida que se avanza hacía el norte, disminuye al sur, así, si buscas la calle 43 y estás en la ochenta, pues sólo tienes que caminar hacía el sur contando en orden descendente las calles hasta ponerte sobre la 43 y ahí está, problema resuelto, llegas a tu calle, encuentras a los tuyos o a quien vas a visitar y el orden no se altera, pero buscar una calle que tiene nombre de persona y encima fallecido hace muchos años y de quien sólo recuerdas algo muy vago que tu profesora colocó sobre el tablero hay un enorme abismo. Claro, que tampoco te resolvería el actual problema saberse todas las obras del autor, quizás los Episodios Nacionales o Fortunata y Jacinta no ayudan a encontrar calles donde algún funcionario espera tus documentos para ponerles un sello que te permita circular por ese laberinto de nombres ilustres que seguramente hicieron meritos para que unos mangantes… ¿o no?, se reunieran una mañana en algún salón del Cabildo, se sentaran ante unas mesas y después de oír, el "se abre la sesión" empezaran a poner sobre la mesa sus papeles con anotaciones como esta: La calle que bordea el puerto desde la plazoleta xx debe llamarse Ángel Guerra y la calle del ensanche al norte, Garcilaso de la Vega o Benito Pérez Galdós. Al final, se vota la sesión y ya está, quedaron bautizadas las calles, se ordena imprimir la placa y el edil, unos días más tarde considera si ejecuta una ceremonia con invitados ilustres o simplemente contrata a un obrero, "con o sin papeles" para que lleve el taladro y fije a la pared un pedazo de piedra con un nombre… Por que así debe ser como bautizan a las calles, nada de iglesias, ni de padrinos ante la pila de agua bendita, entonces, te preguntas si alguien nacido en la calle Beethoven, por decir algo, será consciente de que existió una vez un señor que escribió una música maravillosa, o que tal vez inventó una vacuna, descubrió un mineral o dilucidó un problema metafísico. Ahí es donde te das cuenta cuanto ha cambiado tu vida, el cerebro debe recodificarse dejando de lado las matemáticas para adaptarse a un sistema circunstancial al que no le encuentras pies ni cabeza para empezar a digerirlo, aunque, tu mente acostumbrada a deducciones lógicas se pregunta: porque la calle Pérez Galdós se llama así y por qué está ubicada cerca de la de Triana y de la Peregrina, no hay una secuencia, es solo un nombre en medio de una maraña de nombres ilustres si, pero nombres que no sirven para orientar a los despistados, no sabes si estás al norte o al este de la ciudad, Benito Pérez Galdós es un escritor que vivió en esa calle y entonces caes en cuenta, no vives sobre un plano matemático fríamente calculado, vives en un plano atemporal, y recuerdas a la abuela cuando te mandaba a la tienda a comprar dos tomates y una cebolla, y te decía una y otra vez, ve a la calle de la pileta, donde doña Rosita la maestra y pídele que los tomates estén maduros y jugosos, entonces él se sentía un hombre mayor y responsable de tal tarea, por eso adoraba a su abuela, porque ella lo mandaba a explorar el mundo tras el portal de su casa, un poco como ahora, aunque los detalles han cambiado radicalmente, la oficina donde le ponen los sellos a sus papeles queda donde doña XX, la escritora, maestra, o química de la ciudad. Te miras los pies hinchados de tanto caminar y en vez de preguntar a un vecino, te vas al primer quiosco que encuentras y te compras un plano de la ciudad, después de unos veinte fracasos logras enrumbar en la dirección correcta, pero ya es la una y no atienden hasta mañana. Con las manos en los bolsillos sales del edificio, te sientas en la plaza de enfrente y miras las calles, revisas el plano y ordenas matemáticamente los nombres de esos seres humanos que ostentan las calles, dejas de lado las comparaciones y preparas tu mente para absorber la nueva realidad, luego te vas a la biblioteca y pides un libro de Pérez Galdós y mientras buscas una mesa te preguntas si alguna vez, una calle llevará tu nombre y lo más importante, ¿me gustará ser nombre de calle una vez haya muerto? ¿Me gustará aparecer en un plano, en una placa colocada en una esquina cualquiera contemplando eternamente como los ojos tímidos de los extranjeros me miran con desesperanza? Por: Gladys |
Los 40 presos se
agolpaban en la puerta, al tiempo que eran tranquilizados, a golpes por unos
guardias que disfrutaban del trabajo. El chupinazo de rigor indicaba la
inmediata salida. La puerta se abrió y 5 presos estaban tirados en el suelo
masacrados por sus propios compañeros. Un gentío se agolpaba a los lados de la
calle, protegidos por una valla electrificada. Tras recibir varias descargas y
golpes mortales de necesidad, tres reclusos se encaminaban a trompicones, entre
los cuerpos yacentes de sus compañeros.Hacia la recta final, en aquel Nuevo
Circo un par de sonidos sordos se oyeron. Los dos presos que iban delante
cayeron inertes, manchando de sangre al tercero, paralizado ante tal espectáculo
salvaje, intentó ayudar a alguno. El ruido ensordecedor del populacho, lo
devolvió a la realidad, entrando en el Coso.
Jimul |
El conde de
Montecristo Autor: Alexandre Dumas - padre y Auguste Maquet - Edmundo Dantes, más conocido por
el Conde de Montecristo es un personaje que reune todos los requisitos para ser
un Héroe universal tallado con los punzones más viles de la sociedad, Dantes
toma por bandera la LIBERTAD, con mayúsculas y se obsesiona en la búsqueda de la justicia. En su empeño ayuda a quienes le
ayudaron y se convierte en su defensor y a quienes le perjudicaron en su ángel
vengador. Todos los que le traicionaron son
enfrentados a la justicia de una manera que refleja la tradición original. Sin
embargo, la primera vez que sale perjudicado un inocente en el desarrollo de su
venganza, se da cuenta de que sólo Dios es capaz de dispensar justicia, y cesa
en sus intentos de castigo. Un personaje absolutamente real, con sus debilidades y grandezas en un marco histórico incomparable. Otros personajes: Abate Faria: Sacerdote y sabio italiano; hace amistad con Edmond mientras ambos son
prisioneros en el Castillo de If, y revela el secreto de Montecristo a Edmond.
Se convierte en un padre figurado para el conde de Montecristo durante la
estadía de Edmond en prisión. Luigi Vampa: Cruel bandido que opera en Roma y los alrededores. Haydèe: La hija de Alí Pachá, princesa de Janina, vendida como esclava y más
tarde adquirida por Dantès. Bertuccio: El mayordomo del conde de Montecristo, un sirviente muy leal. Alí: Un esclavo mudo (le cortaron la lengua como condena) esclavo de Montecristo
quien lo compro en Oriente sobornando al sultán que lo iba a mandar al verdugo
como parte de su condena. Por tanto es incondicionalmente fiel del conde Bautista: Un criado que el conde contrata en París, se convierte en su tercer hombre
de confianza. Por: Sin nombre |
A las ocho de la mañana aparece empujando
la puerta de cristal. - Sé que dará doce
pasos antes de entrar en su despacho sin mirarme – Todos los días igual, como
si una oleada de colonia Puig me bañara. Igual que en el anuncio de la tele.
Todo sucede espontáneamente, yo me arrimo más al ordenador, el boli cae en medio
de mis piernas, aprieto las rodillas y las convulsiones empiezan. El boli sube
y baja, las rodillas se golpetean contra la varilla horizontal del escritorio,
las nalgas se aprietan, alcanzan su velocidad máxima. Inclino la cabeza, las
manos debajo de la mesa cumplen su cometido. La puerta se cierra. Culminaron los doce
pasos, llevándose adheridas en las suelas de sus zapatos mis doce orgasmos. Selvática |
![]() Desde que la cerveza empieza a caer en el vaso, mi espíritu
tiembla como ante un hecho crucial en la vida. Los ojos expectantes se aferran
al líquido dorado y admiran ese borbollón blanco e inquieto que sube
vertiginoso hasta desbordarse sobre la mesa. Luego, y sin importar el lugar
donde me encuentre inclino mi cabeza hasta el nivel del vaso y miro a través del dorado líquido. Allí veo elevándose en una burbuja la casa que nunca tuve, los
objetos que nunca poseí, los libros que jamás leí, los amores que nunca
llegaron a incendiar mi corazón, las comidas que jamás probé, las ciudades que
nunca visité y los ojos me escuecen de tanto mundo no vivido, mi boca se
repliega en un gesto inmundo de ansiedad y desconsuelo, siento que la rabia me
corroe por dentro y destroza mis entrañas, las lágrimas ruedan sobre la mesa y
van formando caminitos sinuosos en un laberinto espantoso de pasillos con
murales donde se dibujan las palabras que nunca dije sobre el escenario de
todos los momentos que constituyeron mi vida. Ya está. Sobre la madera pulida de la mesa se dibuja una pintura
abstracta de cerveza, mi dedo índice va abriéndole nuevos derroteros, mi mano
izquierda sostiene mi cabeza y el mundo ha desaparecido. Solamente existe un
cuerpo llamado como yo, una jarra de cerveza y un laberinto sobre la mesa. Los demás no existen, no hay nada más allá de la húmeda jarra de
cristal, y el abismo que separa la mesa de los demás es un agujero
inexpugnable. Me llevo la jarra a los labios, la tripa me duele un poco, pero
tengo que hacerlo, ya nada me detendrá. Estoy bebiendo amores, casas, paisajes,
palabras, libros, ciudades y comidas… qué importa que no los haya vivido, me
los he tragado y están dentro de mí. Gladys |