A las ocho de la mañana aparece empujando
la puerta de cristal. - Sé que dará doce
pasos antes de entrar en su despacho sin mirarme – Todos los días igual, como
si una oleada de colonia Puig me bañara. Igual que en el anuncio de la tele.
Todo sucede espontáneamente, yo me arrimo más al ordenador, el boli cae en medio
de mis piernas, aprieto las rodillas y las convulsiones empiezan. El boli sube
y baja, las rodillas se golpetean contra la varilla horizontal del escritorio,
las nalgas se aprietan, alcanzan su velocidad máxima. Inclino la cabeza, las
manos debajo de la mesa cumplen su cometido. La puerta se cierra. Culminaron los doce
pasos, llevándose adheridas en las suelas de sus zapatos mis doce orgasmos. Selvática |
12 de Julio, 2009, 6:39:
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