Historia de Allá.

 

Se preguntaba sofocado Ricardo, mientras caminaba por el pasillo en penumbras de su piso, tras su mujer. Ella levantaba la mano en un gesto de impotencia y repetía lo mismo que había estado diciendo desde hacía tres horas: no lo sé, no lo sé, no lo sé...

En eso la cerradura de la puerta cedió con su chirrido habitual y entró la empleada encendiendo la luz del pasillo, como en un bautizo astral.

Los dos ancianos se volvieron enseguida hacía ella, la mujer con ojos llorosos y el gesto anhelante, el hombre erguido, como insuflado de un juvenil brío. ¿Dónde están los dos mil euros que siempre guardo en el cajón del escritorio?

La gota fría, canción que siempre llevaba en la memoria la empleada, se le congeló en el cerebro y se puso pálida, la voz le brotó de la garganta como el ronquido de un mudo al intentar hablar. No, noooo lo sé – El anciano vociferó, y a medida que ascendía el tono de su voz, el color ya rojo de su rostro se iba tornando azul intenso, le faltaba el aire y el corazón parecía salírsele del pecho, la visión nublada lo hacía trastabillar por el pasillo obligándolo a manotear en el aire como un inexperto nadador luchando contra la corriente, en un segundo pareció perder el equilibrio y en un acto inconsciente golpeó fuertemente el rostro moreno de la empleada, quien a su vez, empezó a dar alaridos por el pasillo amenazándolo con denunciarlo a las autoridades por maltrato.

       Al fondo, la mujer contemplaba la escena como tras un cristal empañado por la lluvia, en ese momento se lamentaba de su edad, de sus piernas hinchadas, de la excesiva gordura, de las eternas tardes ante la tele viendo los realitys al tiempo de devorar bombones de chocolate y también del desencanto que le había producido el robo de su empleada, a quien había aprendido a querer por su carácter alegre y dulce, por su desparpajo al hablar mientras fregaba el piso del salón, y hasta de las confianzas que se tomaba con ella, como cuando le enseñó algunos pasos de cumbia... hay que darle alegría al cuerpo, le dijo la empleada en aquella ocasión. Pero también la quería porque la joven, durante las horas que estaba en su casa limpiando se las arreglaba para llenarle minutos con otras vidas, con sentimientos, con escenas protagonizadas por seres cariñosos y alegres que la esperaban del otro lado del océano, entonces a la mente de la anciana la asaltaban dos imágenes simultáneas, de un lado, las caritas tristes de unos chiquillos morenos, medio desnudos y con la barriga inflada,  escondiéndose detrás de puertas de latón, y del otro, quizás los mismos chiquillos, pero alegres, sanotes y corpulentos corriendo por playas de arenas blancas, bordeadas de altísimas palmeras, -  imágenes de un Caribe desconocido que se posesionaba en su mente sin dejar espacio para las descripciones de la empleada cuando le hablaba del dinero que había enviado para pagar el colegio de los chicos, los arreglos en el tejado de su casa y hasta para la operación de cadera de su anciana madre – Todo eso se había roto por culpa de unos malditos dos mil euros que en mala hora a la chica se le ocurrió tomar del escritorio de su marido, pero recapacitando, quizás ellos mismos eran los culpables por dejar tanto dinero a mano, ellos habían puesto la tentación sobre el escritorio, la chica necesitaba el dinero, su familia seguramente estaría apurada y ella, por necesidad seguro que los robó, cuando habría sido tan fácil pedírselo prestado o incluso regalado, seguro que ella y su marido hubieran visto la forma de conseguírselo, eso era lo que más le dolía. En el fondo, aunque no le gustara, tenía que reconocer que su marido tenía razón cuando en principio puso objeciones a aceptar a la joven sudamericana en su casa, lamentablemente, no son de fiar le había advertido, entonces su cerebro empezó a iluminar ciertos detalles acerca del comportamiento de la joven, que confirmaban sus sospechas, como la caja de bombones de chocolate abierta y dos faltantes, el jamón que se acababa en un abrir y cerrar de ojos, los frascos de perfume cada vez más vacíos… tonterías a las que no les prestaba mucha atención, pero que ahora, dados los últimos acontecimientos, cobraban inesperada importancia,  enardeciendo más su entristecido corazón, abstraída por la tristeza no se dio cuenta de que la chica se había ido dejándolos solos.

      La mañana se convirtió en tarde y ésta en noche sin que la pareja de ancianos se percatara, y sin que el tema se les agotara, una y otra vez buscaron por los resquicios del escritorio y de la memoria sin lograr hallar ni el dinero, ni una explicación que les devolviera la confianza y la tranquilidad a sus vidas.

      Mediada la tarde del siguiente día, el timbre de la puerta los sobresaltó. La anciana abrigó la esperanza de que la chica hubiera recapacitado y viniera a devolverlos, así la vida seguiría como antes y ese accidente sólo sería un mal recuerdo, pero quien tocaba era un guardia municipal que traía una orden para presentarse en comisaría el próximo viernes a las diez de la mañana.

      Las llamadas a familiares no se hicieron esperar, poco a  poco llegaron nietos y cuñados cargados de consejos sobre lo que debía o no hacerse. Por un lado, les angustiaba lo que pudiera pasar al tener a una chica sin papeles trabajando en su casa, en eso las leyes no tendrían contemplaciones y ellos ya tan ancianos, tan débiles, tan escasos de dinero para ponerse a pagar una fianza. Y por el otro, aunque confiaban en la justicia, no dejaba de causarles temor el hecho de que la acusación por maltrato pesara más que la contratación de una ilegal.

La desgracia había caído irremediablemente sobre ellos.

      Después de otra noche en vela, después de agotar el caudal de lágrimas y secar el torrente de ternura de la anciana convirtiéndolo en una peña reseca de resentimientos, era apenas normal que cada vez que sonara el timbre de la puerta se les encogiera el corazón. Esta vez se trataba de una sobrina que venía a traerles un impreso donde constaba una cláusula a la cual se podrían acoger los ancianos respecto a los contratos laborales y que parecía ser la varita mágica que desharía el nudo ciego de los malditos dos mil euros.

       Atentamente los dos ancianos la escucharon mientras se preparaban para asistir a la comisaría, entonces la sobrina, en un arranque espontáneo se decidió a desocupar el escritorio, sacó los cajones, esparció su contenido sobre la alfombra sin hallar rastro del sobre con el dinero. Desanimada se dispuso a ordenar todo de nuevo y al introducir el cajón superior algo lo atascó, hizo un poco de fuerza, pero el cajón no entraba debidamente, introdujo su mano y se encontró con el sobre que contenía el dinero. La anciana profirió gritos de alivio, el marido lo abría y revisaba su contenido sin decir palabra. Finalmente decidió que lo único que podía hacer era disculparse con la chica ante el juez y delante de todas las autoridades. Con esa decisión salieron rumbo a la comisaría a las diez en punto.

       Una vez allí, las piernas de la anciana temblaron en cuanto vieron a la chica sudamericana junto a su hermana y su abogado, el anciano empezó a sudar en el momento en que se acercaron. El abogado no dejó hablar a la chica y empezó su perorata profesional, pero el anciano lo interrumpió aclarando la situación. La chica habló entonces  y dijo que “hacía un momentito” había retirado la demanda, justo unos minutos antes de que ellos llegaran.

Por: Gladys