Apareció un mal día por los recovecos de su memoria, agitó su cerebro de tal forma que la lengua se le hizo un nudo, las palabras se confundieron, salieron de su boca sin un orden cerebral coherente y entendible. Al principio no le dio mucha importancia, pensó que era un achaque pasajero y que pronto desaparecería. Por un tiempo lo olvidó en tanto su vida pareció seguir los dictámenes de la rutina conocida y segura.

Una tarde de frío, barrida por un desapacible viento mientras caminaba presurosa en busca de un bar o una cafetería para poder refugiarse de la lluvia y reconfortar a su cuerpo con la tibieza de un café, volvió sin previo aviso a interrumpir la tranquila paz que su cuerpo había experimentado durante los últimos meses. Ella, aún ignorante de lo que el destino le deparaba, entró a la cafetería, un vaho desagradable le golpeó de lleno en la nariz, sin embargo siguió adelante, el olor se haría soportable mientras  tuviera una silla y un café delante. Y así fue al principio, la silla resultó un poco dura a la altura de su espalda pero confortable a sus nalgas, el café en cambio le devolvió aromas olvidados entre los resquicios de su vida monótona y un tanto absurda.

Cuando del café no quedaba más que un pequeño círculo en el fondo del pocillo, una sombra se dibujó sobre la mesa que ocupaba.

 Alzó los ojos y la sombra adquirió todos los detalles que conforman un hombre singularmente atractivo: anchas espaldas, un cuerpo grande, fuerte, un cuello ancho y firme, una cabeza delicadamente torneada y unos ojos de mirada profunda, sin embargo fue la boca de labios carnosos lo que acaparó toda la atención de ella; esa boca – pensó - sabe de placeres, esos labios sabrán cuando rozar, cuando apretar, cuando abrirse o apretar o desanudar lenguas… y esos labios encendieron su sexualidad apolillada en una tibia humedad que amenazaba con grandes desbordamientos.

         - Hola – saludó él -

         - Qzirrees – contestó ella –

El hombre la miró desconcertado al principio, pero luego recobró la confianza y con la insolencia de los seres bellos se sentó sin pedir permiso.

         - ¿Hablas inglés? – le preguntó –

         - krggean – salio de la boca de la mujer mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

         - Alemán o tal vez alguna lengua de un país exótico, de ¿dónde eres?

         - Aigxipmenn – y su voz se quebró en un llanto compulsivo.

El hombre la miró, midió su cuerpo, recorrió su piel y poco a poco se fue levantando de la silla con el propósito de abandonarla, pero esos ojos llenos de agua, esa lengua rosada echa un nudo…

         - Nos vamos – le susurró.

         - sxchaaaannn – dijo ella, mientras se levantaba también y se colgaba de su brazo.


Por: Gladys