Septiembre del 2009
![]() Cuatro décadas, y aquella tierra sigue siendo igual de salvaje e
intratable. Su esencia arisca para quien la ve por primera vez, tiene ese
encanto seductor de quien no se doblega por nada ni por nadie. Y dentro de aquel vasto territorio está Moral. Lugar aún más rebelde, cuyas
gentes no se terminan de doblegar al Sistema. Pueblo Laico por decisión propia,
respeta todo tipo de vida, vacilando con la soberbia y la arrogancia. Lugar en el que conviven personalidades extrañas y taciturnas con otras
mucho más previsibles y conservadoras, provocando una convivencia cordial. La
vida y la muerte se muestran con toda su crudeza y belleza. La comunicación es
la de toda la vida, sin pamplinas ni remilgos. Un perfecto montaje teatral en
el que todos los personajes interpretan lo que realmente son, porque en el
teatro no se puede mentir... O ERES o fracasas. Jimul |
… A lo largo de la escalera que
constituyen los siete pisos que limpia, y por tanto la alimentan desde hace veinti tantos años. Tenía veintidos cuando aterrizó en aquellas
tierras, la cabeza llena de musarañas, el orgullo rebosante, y las ilusiones
sin estrenar. Dos hijos, uno a la derecha y otro a la izquierda aferrados a su
mano indefensos por los pasillos de Barajas. Peldaño a peldaño, como quien dice día
a día, la araña cumple con su labor; obediente limpia escalón tras escalón,
habla lo mínimo con su patrona, no porque sea mal educada, es que no tiene
tiempo para fabricar palabras, salvo las que mecánicamente brotan por la
cortesía. Su cabeza está llena de anotaciones: el préstamo que hay que pagar al
banco, la plata para los padres que viven a miles de kilómetros, la hija que
desde los quince anda enredada con un taxista maltratador, y el discurso que le
tendrá que dar a su hijo cuando se le aparezca este fin de semana con la novia
de turno y desde esa mañana, la muerte de su padre. Se le fue sin verlo, sin
haberlo conocido más que a través de cartas y llamadas telefónicas. ¿En qué momento le cambiaron a sus dos
negritos asustados? ¿Cómo es que se le convirtieron en zánganos chupasusangre?
No lo entiende y se asusta cuando entre los pensamientos se le asoma la
certeza, de que quizás la culpable fue ella por haberlos sacado del calor de la
tierra y del cariño de la familia. Ahora la imagen y necesidad el dinero se ha
deshecho ante sus ojos. Sólo le queda una casa en su país que debe pagar y que
tal vez la vida no le de años para disfrutar. De sus hijos no espera nada y de
su padre, a quien soñaba con cuidar, mientras ella misma esperaba la muerte, pero,
y ¿ahora qué? No le queda nada. En el quinto derecha, una mujer
apoyando la espalda contra la madera de la puerta, escucha el suave murmullo de
la fregona sobre el mármol. Es miércoles, día de limpieza en el edificio. Y la
imagen de la negrita guapa, a pesar de los años y el trabajo, se le dibuja en
el cerebro con tierna nitidez. Los ojos oscuros de la limpiadora son los más
alegres que ha visto en su vida, con esa alegría de la buena gente, con esa
transparencia que no se le borra así esté llorando por alguna pena oculta o por
un dolor de tripa. La envidia. Esa es la verdad. Envidia
su entereza, su fuerza, pero sobretodo su alegría, le gustaría hablar con ella,
hablar más allá del hola buenos días. Con qué gusto la invitaría a tomarse un
café, aunque quizás a ella no le guste esta mezcla hibrida que venden aquí como
si fuera el original, ese que ella mamó hasta que le dio por venir a hacer las
Españas. Sí, si pudiera, aunque parezca una bestialidad, le robaría esos ojos…
o la alegría que contienen, se corrigió mirándose al espejo los propios ojos
apagados, llenos de venitas rojas y muy tristes. En ese momento la oye cantar por lo
bajo, su voz es preciosa, su voz se desliza por debajo de la puerta y se le
adhiere a las entrañas, entonces, se da cuenta de que nunca la oyó cantar,
siempre cuando se la encontraba en el pasillo la veía alegre, todos los
miércoles desde hace tantos años y jamás la escuchó cantar, algo debía pasarle.
La curiosidad la animó a abrir la puerta justo cuando la negrita pasaba la
fregona por frente a su rellano. -Hola, buenos días, le dijo – - Buenas doñita – le contestó la negra,
con voz entrecortada – Al escucharla se quedó muda, paralizada
mientras su mente trataba de calmarse. La negrita estaba llorando, pero su voz,
sonaba tan alegre. Gladys |
Frankenstein Mary W. Shelley Frankenstein o el
moderno Prometeo Es una obra literaria de la
escritora inglesa Mary W. Shelley. Publicado en 1818. Suele enmarcarse en la tradición de la novela
gótica. Mis primeros contactos con el
personaje, como creo que casi toda mi generación, fue a través del cine o la
televisión. Recuerdo que solíamos
quedarnos a hablar de la película y cada uno de nosotros exponía sus razones de
por qué le gustaba o por qué no. Eran razonamientos más bien impulsivos, sin
mucha reflexión, a esa edad no nos considerábamos especialmente cultos en las
artes escénicas, tampoco nos importaba demasiado. Ahora, “la experiencia”, me ha
mostrado nuevos caminos: veo la obra en general como una critica a la moral
científica y hasta un reto: la creación y destrucción de la vida y la audacia
de la humanidad en su relación con Dios. Supongo que el subtítulo tiene
que ver con el héroe mitológico que roba el
fuego… son suposiciones nada más. Gabriela |
Estoy en el banco ingresando un dinero y poniendo al día unas cuentas. Mi amiga B. trabaja de cajera. Le explico a qué corresponden las cantidades, pero enseguida me doy cuenta de que va a faltar dinero. Es por el desorden de las cifras, le digo a ella con la esperanza de que sea ella quien ponga en orden las cantidades. B. se acerca a la máquina de sumar, anota las cantidades y me dice que faltan doscientos euros. Yo, asustada le digo que revise bien, que la cantidad en efectivo es la justa. Ella me mira con los ojos llenos de lágrimas, me dice que se ha separado de su marido. En ese instante su marido entra, salta el mostrador, la toma en sus brazos y se ponen a bailar un tango. Se van y me dejan sola con las cuentas. Selvática |
![]() La muerte del tío
nos llegó un día cualquiera, se materializó en su cuerpo gélido sin que
nosotros hubiésemos tenido al menos una premonición, o una mala premonición,
era algo en lo que no pensábamos nunca, fue, ese tipo de sorpresas que nos da
la vida y que ocurren cuando tenemos la mente ajena a esa verdad inevitable. Sucedió un día gris, un tanto frío, Roberto y yo estábamos en la sala como dos siluetas en un cuadro de Velásquez. Él, Roberto sumido en la oscuridad, ocultando su ocio. Yo, vagando entre la luz y la sombra. Como nos había obligado a vivir el tío toda la vida, desde que nos arruinamos. La puerta se abrió
y un recuadro blanco cambió la escenografía Velásquez. La figura negra del tío
se recortó temblorosa sobre el marco de la puerta, avanzó unos dos pasos y se
detuvo en medio de la sala, quedándose allí como clavado al piso. Roberto fue hasta
él, lo tocó, lo sacudió y con el movimiento involuntario, un vómito blanco
salió de su boca como un chorro de crema dispersándose por la barbilla y el
pecho. Los dedos de
Roberto palparon la sustancia cremosa, yo sentí su frío en los míos. Está muerto –
dijimos a un tiempo y en una sola voz - las palabras salieron ajenas a nuestro
deseo de pronunciarlas, como un par de espadas, cortaron nuestros cerebros
simultáneamente. El cuerpo del tío
cayó como un fardo, Roberto y yo volvimos a ser figuras de Velásquez, ahora en
segundo plano; el protagonista era la muerte, por algunos instantes. Luego la orden
matriarcal impuso su poder, organizó el mal boceto que representábamos: el
cadáver a su urna, la urna al centro de velación, el desfile organizado de
hermanos, tíos, primos, sobrinos, niños, suegros, nueras, esposas, maridos... vecinos. Ese ir y venir era
ajeno a nosotros. Las hileras de gente eran una serie de imágenes en una tira
de celuloide moviéndose, hablando, abrazándose sin vida, dependiendo del
movimiento que una máquina les produjese, por supuesto, la máquina o más bien
el motor era el cadáver del tío. Sólo por un
instante sentí que el cuerpo que yo llevaba era mío y fue cuando una hermana
del tío sugirió velar el cadáver en el cuarto de mi hijo – grité, chille... –
al fin desistió y lo velaron en otro cuarto de la casa. Yo volví a ser
espectadora de la muerte del tío. Sombra rotatoria de las siluetas que
representaban la vida y la muerte, el fin y el principio de eso que llamamos
existencia y que llenamos de cosas hasta que éstas nos aplastan terminando por
destruir el cofre que las contiene. Una prima me dijo que ella y yo habíamos heredado la casa del tío, pero que, a condición suya, sólo la disfrutaríamos en casos de estrechez económica y alternativamente. Es decir, podríamos disponer y beneficiarnos de la casa, únicamente cuando nos encontráramos en apuros, si las cosas mejoraban para alguna de las dos, tendría que dejar inmediatamente la casa... Desgraciado – pensé yo – ahora estábamos condenados a pasar apuros toda la vida. Gladys |
El cuervo – Edgar Allan Poe Escribir sobre la obra de Poe me produce un hormigueo en el estómago. Sí, porque me apasiona y eso quizás me hace ser poco objetivo, tanto que a pesar de querer enviar esta nota desde hace tiempo, siempre me rendía avergonzado. ¿Cómo escribir de alguien a quien admiras sin caer en exageraciones? Finalmente lo estoy haciendo. En este momento me he decidido porque no pretendo hacer una tesis, ni ponerme en plan "criticus", solamente quiero contarles a mis amigos lo que sentí al leer este relato. "Una tosca media noche, cuando en tristes reflexiones, Sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones eso es todo y nada más!"."
La inexorabilidad del destino del hombre, su eterna lucha: []La obstinadaL el deseo de recordar y el deseo de olvidar. Y en esa lid se alternan, el placer casi masoquista de los detalles de la pérdida del ser y la convicción de que nunca más volverá a amar. Un nunca más reiterado en la voz del cuervo, que es la voz de lo inalcanzable, pues por más preguntas que le hace, éste siempre le responde lo mismo: NUNCA MÁS. Una frase que lo va llevando de la mano por los caminos más amargos de la existencia del ser humano hasta el desquiciamiento final. Astrónomo alcohólico |
![]() Al recoger su equipaje un sentimiento de miedo lo invadió, y si le registraban las maletas, seguro que el quitaban el dinero que había ahorrado y que llevaba camuflado entre las ropas. Un sudor frio empezó a recorrerle la espalda pero su cerebro le ordenaba tranquilizarse, no debía aparentar preocupación porque sino llamaría la atención y lo descubrirían. Lo mejor era hacerse el desentendido, mirar hacía otro lado para no traicionarse y pasar cuanto antes la aduana. Así lo hizo, empezó a cantar una canción por lo bajo mientras el soldado bachiller contemplaba su maleta ante el scanner. Más miedo. Sin embargo el joven soldado no detuvo la maquina, lo miró y lo dejo pasar dándole la bienvenida al país. Alejandro Respiró aliviado y pletórico tomó su maleta y salió buscando entre la gente los rostros añorados de sus familiares. Un tirón en la parte posterior del cerebro lo hizo detenerse en seco al descubrir a su madre, una anciana con el cabello totalmente blanco lo miraba con los ojos anegados en lágrimas sin atreverse a abrir la boca para llamarlo o hacerle alguna seña. A su lado había dos jovencitas, sus sobrinas, dos hermosas morenas de rasgos medianamente orientales lo miraban como descubriendo a un familiar que casi no lograban recordar, pues ellas eran muy pequeñas cuando él partió a buscar fortuna en el extranjero, ellas estaban acompañadas de dos chicos vestidos y peinados a la moda macarra con blimbines colgándoles del cuello y excesiva gomina sosteniendo en alto sus cabellos tan negros y lisos como los de sus sobrinas. Aferrado a la abuela había un chiquillo de unos nueve años que lo miraba con admiración y en los brazos de la abuela una niña de unos dos años o tal vez tres, ¿de quién sería hija? Así que alguno de sus sobrinos ya era padre y recordó que en su país los jóvenes… no por favor, se advirtió a sí mismo. Su hermano, en principio él no lo había visto, fue quien rompió el hielo y se abrió paso entre los familiares de los viajantes abrazándolo y golpeándole la espalda con sus manazas callosas. Con los golpes en la espalda la parálisis de su nuca desapareció y en un segundo se vio rodeado y abrazado por toda la familia que había ido a recibirlo al aeropuerto después de tantos años de ausencia. Sobraron manos para llevar su equipaje, los niños lo miraban en silencio con los ojos desorbitados, las jóvenes examinaban sus ropas y la niña se reía cuando él hablaba con ese acento irreconocible que da la mundanidad. Una vez repartidos en los carros iniciaron el viaje a casa, a su
casa de patio enorme bordeado de plantas, ¿eran geranios u orquídeas? Tenía en
su estómago un millar de mariposas revoloteando contra las paredes de sus
intestinos y las manos le sudaban, ansiaba tanto volver a ver su casa, sentarse
en la cocina mientras la madre preparaba la comida y al tiempo le narraba en
qué iba la novela de su bella Margarita Rosa con aroma de café, pero el tiempo
se había detenido, un enorme atasco los inmovilizó y los sumió en un pesado
silencio que el hermano mayor, siempre él, rompió preguntando detalles de su
vida en el extranjero y contándole los últimos goles de su equipo de fútbol
favorito salpicándolo de una información totalmente nueva para él, no sabía
quienes conformaban los equipos nacionales, quien era el goleador de la
temporada, y cada vez las palabras de su hermano se iban distanciando más y
más. Un aguacero torrencial cayó sobre ellos nublando la vista a cincuenta
centímetros, ahora si que se iba a tardar más, pero su hermano arrancó y se
abrió paso entre los demás carros. Un dolor de estómago lo poseyó, cómo era
posible conducir con semejante tiempo y sin ver nada, pero al mismo tiempo se reconoció
en ese olor a tierra mojada que entraba por su nariz. Y la niña no le quitaba
el ojo de su cara. Finalmente llegaron a la casa pero no pudo probar bocado, su
estómago estragado por las comidas de avión y la diferencia horaria no era
capaz de saborear ese sancocho que las manos de su madre habían dejado listo en
el fogón en homenaje a su regreso. Con una disculpa se acostó y en su cama
empezó a sentirse enfermo, pero más que el malestar físico, le dolía ver a su
madre tan envejecida. Ahora, con el silencio de la noche, pudo recordar con
claridad que cuando la vio en el aeropuerto la confundió con la abuela muerta
hace tantos años, la misma piel arrugada, la misma mirada amorosa y la misma
boca temblando de ansiedad. Durante su ausencia había envejecido, y esa certeza
le dolió todavía más. Su familia había vivido sin él y el dolor se hizo más
agudo, sus sobrinos habían crecido y se había perdido sus primeros amores, las
actividades cómplices de sus primeras borracheras, la primera experiencia
amorosa, primeras comuniones, el embarazo de su sobrina, tan joven e inexperta
en su papel de madre y esposa, las navidades y los buñuelos, el año nuevo y la
quema del muñeco, hechos y retazos de vida que forman nuestra experiencia
vital. Empezaba a lamentar su regreso, ¿Qué tenía él para compartir con ellos?
Una suma de dinero para montar un negocio. Nada. A medida que la luz fuerte del
sol mañanero entraba a su cuarto
desvelándole que él también había cambiado, que era otro y además había
envejecido adobado por otras circunstancias entendía que tal vez hubiese sido
mejor no volver para que la realidad no modificara sus recuerdos, empezó a
sentirse triste, cerró los ojos y trató inútilmente de retroceder en el tiempo
hasta el momento antes de comprar el billete de regreso, si en ese instante
hubiera sabido… La puerta de su cuarto se abrió muy lentamente, él se quedó
rígido intentando no moverse hasta saber quien entraba a su habitación de forma
tan sigilosa, al cabo de unos segundos una manita rosada se aferró a la pared y
seguidamente el cuerpo de su sobrina nieta en pijama y con los cabellos
revueltos se recortó en el marco de la puerta. Él se hizo el dormido y la niña
ganó confianza, avanzó hasta su cama, se detuvo un segundo y luego estampó un beso
en su mejilla huyendo rápidamente del cuarto. Todos sus miedos desaparecieron. Ese beso era lo que él necesitaba
para no sentirse extranjero en su país. Gladys |
Mañanas de domingo en un matrimonio
Imaginaba que hablaban de su separación sentados en el
salón, quizás bebiendo una cerveza y fumando. Él la escucharía con sus ojos
atentos, la dejaría hablar y luego le daría la razón. Siempre lo hacía, siempre
accedía agregando a su SI, si eso es lo que tú quieres, aunque me duela, aunque
yo no esté de acuerdo, aunque… aunque…aunque... Ese “aunque” le caía como un
alud de tierra, le irritaba porque en el fondo no estaba segura de que eso era
lo que quería, pero además, sumado a su estado de confusión, estaba aquella
gélida conversación tan civilizada. No se rebelaba, no preguntaba por qué. Pero
por qué ¿qué? ¿Por qué habían dejado de amarse? No era cierto, él la amaba
todavía, de eso estaba segura. Ella en el fondo también lo amaba o ¿no? Claro
que si, lo amaba, entonces por qué pensaba en la separación y por qué se
molestaba en elaborar tales dramas con tanto detalle. Algo debía fallar en ella. ¿Estaría enferma? Se habría
convertido, sin darse cuenta, en ese tipo de mujeres que siempre se inventan
traiciones, qué huelen a sus hombres cuando estos llegan a casa, que
inspeccionan sus camisas y sus bolsillos en busca de pelos, o carmín o
perfumes, o entradas a espectáculos… que ruin se sentía en esos momentos. Pero en seguida la escena de la repartición de bienes, de la
custodia del hijo se le dibujaba sobre los pliegues de la sábana. ¿Su hijo,
cómo se tomaría su hijo la separación? Estaría los fines de semana con él y
ella podría irse por ahí. ¿Cómo sería volver a sentirse libre después de tantos
años? Él se llevaría a su hijo, estaba segura que él no renunciaría, además su
hijo también lo adoraba, mucho más que a ella; su hijo estaba más cerca de su
padre, era más parecido en el carácter, en la manera de disfrutar la vida, en
ese afán de vivir todo en un segundo, en cambio ella era lenta, demasiado
pausada para seguir su ritmo. Todo el mundo dice que las diferencias hacen la
vida más interesante, ella misma también lo creyó sinceramente, pero ahora se
daba cuenta que precisamente esas diferencias eran las que la hacían pensar en
la separación. Eran demasiados años viviendo de acuerdo a principios ajenos,
que aunque no eran excesivamente castradores, simplemente no era como a ella le
hubiera gustado vivir. En cambio su marido y su hijo si que estaban de acuerdo
en todo, eso los hacía cómplices, entonces ¿por qué a las parejas no les
funcionaba ni la igualdad ni las diferencias? Los ojos se le llenaron de lágrimas, un calor intenso la
agobió y su corazón parecía querer reventarse, se dio la vuelta en la cama y
ahogó su llanto en la almohada. Se sentía tan miserable y mala que tuvo miedo
de despertarlo y que se diera cuenta lo mala persona que era. Dos horas más tarde, cuando él la despertó con el desayuno en la cama, el diario en una esquina y la caricia en el rostro, se olvidó de la conversación civilizada, de la división de bienes y su hijo, aterrizando al lado de ella le hizo sentir que había en el mundo dos personas que la amaban. Gladys |
Vuelvo a percibir el olor de la tierra húmeda, vuelvo a sentir en mis manos el calor de las tuyas, vuelvo a poner mi pie junto al tuyo y juntos recorremos esas tierras que tanto amamos. Sin embargo sé que estoy soñando, porque esas emociones sólo las tienen los vivos. Selvática |
![]() Mi cielo es el techo pintado de azul, mis nubes,
las desconchaduras de la pintura. No dejo de mirarlo desde mi cama,
imagino que las nubes se transforman, ya son corderos retozando sobre la
inmensidad o rostros amables de personas. Pronto vendrá la enfermera con las medicinas en un
plato que pondrá a mi derecha mientras ahueca las almohadas. Escucharé su voz dulce, su aliento fresco, su
aroma a bosque encantado. Las palabras saldrán de su boca como un ejercito
aniquilando mi ansiedad. Sé que pronto saldré de aquí, lo que tengo no es grave
y el médico me asegura que pronto podré volver con los mios. Y lo dice con una
voz tan agradable que me lo creo, por un segundo pienso que eso que él llama
mios, son una familia, unos hijos, unos sobrinos, unas hermanas y hermanos
alborotando mientras preparamos los alimentos. El no sabe que en mi casa sólo me espera el viejo sillón con la tela
desgarrada y dos tazas desportilladas de té. Ah, no debo olvidar comprar una
bolsa de té de frutos rojos, es el que más me gusta. Selvática |
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