14 de Septiembre, 2009, 4:05: Astrónomo alcohólicoF1 Portal Sur



El cuervo –

Edgar Allan Poe

 

Escribir sobre la obra de Poe me produce un hormigueo en el estómago. Sí, porque me apasiona y eso quizás me hace ser poco objetivo, tanto que a pesar de querer enviar esta nota desde hace tiempo, siempre me rendía avergonzado. ¿Cómo escribir de alguien a quien admiras sin caer en exageraciones?


Finalmente lo estoy haciendo. En este momento me he decidido porque no pretendo hacer una tesis, ni ponerme en plan "criticus", solamente quiero contarles a mis amigos lo que sentí al leer este relato.


"Una tosca media noche, cuando en tristes reflexiones,

Sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
Inclinaba somnoliento la cabeza, de repente
A mi puerta oí llamar;
Como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
Mano tímida a tocar:
"¡Es - me dije - una visita que llamando está a mi puerta:

eso es todo y nada más!"."


 La inexorabilidad del destino del hombre, su eterna lucha:   []La obstinadaL el deseo de recordar y el deseo de olvidar. Y en esa lid se alternan, el placer casi masoquista de los detalles de la pérdida  del ser y la convicción de que nunca más volverá a amar. Un nunca más reiterado en la voz del cuervo, que es la voz de lo inalcanzable, pues por más preguntas que le hace, éste siempre le responde lo mismo: NUNCA MÁS. Una frase que lo va llevando de la mano por los caminos más amargos de la existencia del ser humano hasta el desquiciamiento final.



Astrónomo alcohólico

14 de Septiembre, 2009, 4:01: Selváticabogotá

Al recoger su equipaje un sentimiento de miedo lo invadió, y si le registraban las maletas, seguro que el quitaban el dinero que había ahorrado y que llevaba camuflado entre las ropas. Un sudor frio empezó a recorrerle la espalda pero su cerebro le ordenaba tranquilizarse, no debía aparentar preocupación porque sino llamaría la atención y lo descubrirían. Lo mejor era hacerse el desentendido, mirar hacía otro lado para no traicionarse y pasar cuanto antes la aduana.


Así lo hizo, empezó a cantar una canción por lo bajo mientras el soldado bachiller contemplaba su maleta ante el scanner. Más miedo. Sin embargo el joven soldado no detuvo la maquina, lo miró y lo dejo pasar dándole la bienvenida al país. Alejandro Respiró aliviado y pletórico tomó su maleta y salió buscando entre la gente los rostros añorados de sus familiares.


Un tirón en la parte posterior del cerebro lo hizo detenerse en seco al descubrir a su madre, una anciana con el cabello totalmente blanco lo miraba con los ojos anegados en lágrimas sin atreverse a abrir la boca para llamarlo o hacerle alguna seña. A su lado había dos jovencitas, sus sobrinas, dos hermosas morenas de rasgos medianamente orientales lo miraban como descubriendo a un familiar que casi no lograban recordar, pues ellas eran muy pequeñas cuando él partió a buscar fortuna en el extranjero, ellas estaban acompañadas de dos chicos vestidos y peinados a la moda macarra con blimbines colgándoles del cuello y excesiva gomina sosteniendo en alto sus cabellos tan negros y lisos como los de sus sobrinas. Aferrado a la abuela había un chiquillo de unos nueve años que lo miraba con admiración y en los brazos de la abuela una niña de unos dos años o tal vez tres, ¿de quién sería hija? Así que alguno de sus sobrinos ya era padre y recordó que en su país los jóvenes… no por favor, se advirtió a sí mismo.


Su hermano, en principio él no lo había visto, fue quien rompió el hielo y se abrió paso entre los familiares de los viajantes abrazándolo y golpeándole la espalda con sus manazas callosas. Con los golpes en la espalda la parálisis de su nuca desapareció y en un segundo se vio rodeado y abrazado por toda la familia que había ido a recibirlo al aeropuerto después de tantos años de ausencia. Sobraron manos para llevar su equipaje, los niños lo miraban en silencio con los ojos desorbitados, las jóvenes examinaban sus ropas y la niña se reía cuando él hablaba con ese acento irreconocible que da la mundanidad.


Una vez repartidos en los carros iniciaron el viaje a casa, a su casa de patio enorme bordeado de plantas, ¿eran geranios u orquídeas? Tenía en su estómago un millar de mariposas revoloteando contra las paredes de sus intestinos y las manos le sudaban, ansiaba tanto volver a ver su casa, sentarse en la cocina mientras la madre preparaba la comida y al tiempo le narraba en qué iba la novela de su bella Margarita Rosa con aroma de café, pero el tiempo se había detenido, un enorme atasco los inmovilizó y los sumió en un pesado silencio que el hermano mayor, siempre él, rompió preguntando detalles de su vida en el extranjero y contándole los últimos goles de su equipo de fútbol favorito salpicándolo de una información totalmente nueva para él, no sabía quienes conformaban los equipos nacionales, quien era el goleador de la temporada, y cada vez las palabras de su hermano se iban distanciando más y más. Un aguacero torrencial cayó sobre ellos nublando la vista a cincuenta centímetros, ahora si que se iba a tardar más, pero su hermano arrancó y se abrió paso entre los demás carros. Un dolor de estómago lo poseyó, cómo era posible conducir con semejante tiempo y sin ver nada, pero al mismo tiempo se reconoció en ese olor a tierra mojada que entraba por su nariz. Y la niña no le quitaba el ojo de su cara. Finalmente llegaron a la casa pero no pudo probar bocado, su estómago estragado por las comidas de avión y la diferencia horaria no era capaz de saborear ese sancocho que las manos de su madre habían dejado listo en el fogón en homenaje a su regreso. Con una disculpa se acostó y en su cama empezó a sentirse enfermo, pero más que el malestar físico, le dolía ver a su madre tan envejecida. Ahora, con el silencio de la noche, pudo recordar con claridad que cuando la vio en el aeropuerto la confundió con la abuela muerta hace tantos años, la misma piel arrugada, la misma mirada amorosa y la misma boca temblando de ansiedad. Durante su ausencia había envejecido, y esa certeza le dolió todavía más. Su familia había vivido sin él y el dolor se hizo más agudo, sus sobrinos habían crecido y se había perdido sus primeros amores, las actividades cómplices de sus primeras borracheras, la primera experiencia amorosa, primeras comuniones, el embarazo de su sobrina, tan joven e inexperta en su papel de madre y esposa, las navidades y los buñuelos, el año nuevo y la quema del muñeco, hechos y retazos de vida que forman nuestra experiencia vital. Empezaba a lamentar su regreso, ¿Qué tenía él para compartir con ellos? Una suma de dinero para montar un negocio. Nada. A medida que la luz fuerte del sol mañanero entraba a  su cuarto desvelándole que él también había cambiado, que era otro y además había envejecido adobado por otras circunstancias entendía que tal vez hubiese sido mejor no volver para que la realidad no modificara sus recuerdos, empezó a sentirse triste, cerró los ojos y trató inútilmente de retroceder en el tiempo hasta el momento antes de comprar el billete de regreso, si en ese instante hubiera sabido… La puerta de su cuarto se abrió muy lentamente, él se quedó rígido intentando no moverse hasta saber quien entraba a su habitación de forma tan sigilosa, al cabo de unos segundos una manita rosada se aferró a la pared y seguidamente el cuerpo de su sobrina nieta en pijama y con los cabellos revueltos se recortó en el marco de la puerta. Él se hizo el dormido y la niña ganó confianza, avanzó hasta su cama, se detuvo un segundo y luego estampó un beso en su mejilla huyendo rápidamente del cuarto.



Todos sus miedos desaparecieron. Ese beso era lo que él necesitaba para no sentirse extranjero en su país.


Gladys

14 de Septiembre, 2009, 3:41: GladysGeneral

 


Sin saber muy bien cuando, se sorprendió pensando en que la separación no resultaba tan monstruosa como hace unos años. Curioso, pero siempre pensaba en eso cuando él dormía a su lado. Aún lo amaba, claro que si, una tibia ternura se deslizaba entre sus piernas cuando miraba su nuca, el cabello bordeando su oreja y el ángulo de la mandíbula, le gustaba, en esos momentos, comérselo a besos.

         Imaginaba que hablaban de su separación sentados en el salón, quizás bebiendo una cerveza y fumando. Él la escucharía con sus ojos atentos, la dejaría hablar y luego le daría la razón. Siempre lo hacía, siempre accedía agregando a su SI, si eso es lo que tú quieres, aunque me duela, aunque yo no esté de acuerdo, aunque… aunque…aunque...

Ese “aunque” le caía como un alud de tierra, le irritaba porque en el fondo no estaba segura de que eso era lo que quería, pero además, sumado a su estado de confusión, estaba aquella gélida conversación tan civilizada. No se rebelaba, no preguntaba por qué. Pero por qué ¿qué? ¿Por qué habían dejado de amarse? No era cierto, él la amaba todavía, de eso estaba segura. Ella en el fondo también lo amaba o ¿no? Claro que si, lo amaba, entonces por qué pensaba en la separación y por qué se molestaba en elaborar tales dramas con tanto detalle.

         Algo debía fallar en ella. ¿Estaría enferma? Se habría convertido, sin darse cuenta, en ese tipo de mujeres que siempre se inventan traiciones, qué huelen a sus hombres cuando estos llegan a casa, que inspeccionan sus camisas y sus bolsillos en busca de pelos, o carmín o perfumes, o entradas a espectáculos… que ruin se sentía en esos momentos.

         Pero en seguida la escena de la repartición de bienes, de la custodia del hijo se le dibujaba sobre los pliegues de la sábana. ¿Su hijo, cómo se tomaría su hijo la separación? Estaría los fines de semana con él y ella podría irse por ahí. ¿Cómo sería volver a sentirse libre después de tantos años? Él se llevaría a su hijo, estaba segura que él no renunciaría, además su hijo también lo adoraba, mucho más que a ella; su hijo estaba más cerca de su padre, era más parecido en el carácter, en la manera de disfrutar la vida, en ese afán de vivir todo en un segundo, en cambio ella era lenta, demasiado pausada para seguir su ritmo. Todo el mundo dice que las diferencias hacen la vida más interesante, ella misma también lo creyó sinceramente, pero ahora se daba cuenta que precisamente esas diferencias eran las que la hacían pensar en la separación. Eran demasiados años viviendo de acuerdo a principios ajenos, que aunque no eran excesivamente castradores, simplemente no era como a ella le hubiera gustado vivir. En cambio su marido y su hijo si que estaban de acuerdo en todo, eso los hacía cómplices, entonces ¿por qué a las parejas no les funcionaba ni la igualdad ni las diferencias?

         Los ojos se le llenaron de lágrimas, un calor intenso la agobió y su corazón parecía querer reventarse, se dio la vuelta en la cama y ahogó su llanto en la almohada. Se sentía tan miserable y mala que tuvo miedo de despertarlo y que se diera cuenta lo mala persona que era.

 

         Dos horas más tarde, cuando él la despertó con el desayuno en la cama, el diario en una esquina y la caricia en el rostro, se olvidó de la conversación civilizada, de la división de bienes y su hijo, aterrizando al lado de ella le hizo sentir que había en el mundo dos personas que la amaban.


             Gladys

14 de Septiembre, 2009, 3:34: SelváticaAlaprima

 

Vuelvo a percibir el olor de la tierra húmeda, vuelvo a sentir en mis manos el calor de las tuyas, vuelvo a poner mi pie junto al tuyo y juntos recorremos esas tierras que tanto amamos. Sin embargo sé que estoy soñando, porque esas emociones sólo las tienen los vivos.

Selvática

14 de Septiembre, 2009, 3:29: Selváticaminirelatos



Mi cielo es el techo pintado de azul, mis nubes, las desconchaduras de la pintura. No dejo de mirarlo desde mi cama, imagino que las nubes se transforman, ya son corderos retozando sobre la inmensidad o rostros amables de personas.

Pronto vendrá la enfermera con las medicinas en un plato que pondrá a mi derecha mientras ahueca las almohadas.

Escucharé su voz dulce, su aliento fresco, su aroma a bosque encantado. Las palabras saldrán de su boca como un ejercito aniquilando mi ansiedad. Sé que pronto saldré de aquí, lo que tengo no es grave y el médico me asegura que pronto podré volver con los mios. Y lo dice con una voz tan agradable que me lo creo, por un segundo pienso que eso que él llama mios, son una familia, unos hijos, unos sobrinos, unas hermanas y hermanos alborotando mientras preparamos los alimentos.

El no sabe que en mi casa sólo me espera el viejo sillón con la tela desgarrada y dos tazas desportilladas de té. Ah, no debo olvidar comprar una bolsa de té de frutos rojos, es el que más me gusta.

Selvática