26 de Septiembre, 2009
![]() Cuatro décadas, y aquella tierra sigue siendo igual de salvaje e
intratable. Su esencia arisca para quien la ve por primera vez, tiene ese
encanto seductor de quien no se doblega por nada ni por nadie. Y dentro de aquel vasto territorio está Moral. Lugar aún más rebelde, cuyas
gentes no se terminan de doblegar al Sistema. Pueblo Laico por decisión propia,
respeta todo tipo de vida, vacilando con la soberbia y la arrogancia. Lugar en el que conviven personalidades extrañas y taciturnas con otras
mucho más previsibles y conservadoras, provocando una convivencia cordial. La
vida y la muerte se muestran con toda su crudeza y belleza. La comunicación es
la de toda la vida, sin pamplinas ni remilgos. Un perfecto montaje teatral en
el que todos los personajes interpretan lo que realmente son, porque en el
teatro no se puede mentir... O ERES o fracasas. Jimul |
… A lo largo de la escalera que
constituyen los siete pisos que limpia, y por tanto la alimentan desde hace veinti tantos años. Tenía veintidos cuando aterrizó en aquellas
tierras, la cabeza llena de musarañas, el orgullo rebosante, y las ilusiones
sin estrenar. Dos hijos, uno a la derecha y otro a la izquierda aferrados a su
mano indefensos por los pasillos de Barajas. Peldaño a peldaño, como quien dice día
a día, la araña cumple con su labor; obediente limpia escalón tras escalón,
habla lo mínimo con su patrona, no porque sea mal educada, es que no tiene
tiempo para fabricar palabras, salvo las que mecánicamente brotan por la
cortesía. Su cabeza está llena de anotaciones: el préstamo que hay que pagar al
banco, la plata para los padres que viven a miles de kilómetros, la hija que
desde los quince anda enredada con un taxista maltratador, y el discurso que le
tendrá que dar a su hijo cuando se le aparezca este fin de semana con la novia
de turno y desde esa mañana, la muerte de su padre. Se le fue sin verlo, sin
haberlo conocido más que a través de cartas y llamadas telefónicas. ¿En qué momento le cambiaron a sus dos
negritos asustados? ¿Cómo es que se le convirtieron en zánganos chupasusangre?
No lo entiende y se asusta cuando entre los pensamientos se le asoma la
certeza, de que quizás la culpable fue ella por haberlos sacado del calor de la
tierra y del cariño de la familia. Ahora la imagen y necesidad el dinero se ha
deshecho ante sus ojos. Sólo le queda una casa en su país que debe pagar y que
tal vez la vida no le de años para disfrutar. De sus hijos no espera nada y de
su padre, a quien soñaba con cuidar, mientras ella misma esperaba la muerte, pero,
y ¿ahora qué? No le queda nada. En el quinto derecha, una mujer
apoyando la espalda contra la madera de la puerta, escucha el suave murmullo de
la fregona sobre el mármol. Es miércoles, día de limpieza en el edificio. Y la
imagen de la negrita guapa, a pesar de los años y el trabajo, se le dibuja en
el cerebro con tierna nitidez. Los ojos oscuros de la limpiadora son los más
alegres que ha visto en su vida, con esa alegría de la buena gente, con esa
transparencia que no se le borra así esté llorando por alguna pena oculta o por
un dolor de tripa. La envidia. Esa es la verdad. Envidia
su entereza, su fuerza, pero sobretodo su alegría, le gustaría hablar con ella,
hablar más allá del hola buenos días. Con qué gusto la invitaría a tomarse un
café, aunque quizás a ella no le guste esta mezcla hibrida que venden aquí como
si fuera el original, ese que ella mamó hasta que le dio por venir a hacer las
Españas. Sí, si pudiera, aunque parezca una bestialidad, le robaría esos ojos…
o la alegría que contienen, se corrigió mirándose al espejo los propios ojos
apagados, llenos de venitas rojas y muy tristes. En ese momento la oye cantar por lo
bajo, su voz es preciosa, su voz se desliza por debajo de la puerta y se le
adhiere a las entrañas, entonces, se da cuenta de que nunca la oyó cantar,
siempre cuando se la encontraba en el pasillo la veía alegre, todos los
miércoles desde hace tantos años y jamás la escuchó cantar, algo debía pasarle.
La curiosidad la animó a abrir la puerta justo cuando la negrita pasaba la
fregona por frente a su rellano. -Hola, buenos días, le dijo – - Buenas doñita – le contestó la negra,
con voz entrecortada – Al escucharla se quedó muda, paralizada
mientras su mente trataba de calmarse. La negrita estaba llorando, pero su voz,
sonaba tan alegre. Gladys |
Frankenstein Mary W. Shelley Frankenstein o el
moderno Prometeo Es una obra literaria de la
escritora inglesa Mary W. Shelley. Publicado en 1818. Suele enmarcarse en la tradición de la novela
gótica. Mis primeros contactos con el
personaje, como creo que casi toda mi generación, fue a través del cine o la
televisión. Recuerdo que solíamos
quedarnos a hablar de la película y cada uno de nosotros exponía sus razones de
por qué le gustaba o por qué no. Eran razonamientos más bien impulsivos, sin
mucha reflexión, a esa edad no nos considerábamos especialmente cultos en las
artes escénicas, tampoco nos importaba demasiado. Ahora, “la experiencia”, me ha
mostrado nuevos caminos: veo la obra en general como una critica a la moral
científica y hasta un reto: la creación y destrucción de la vida y la audacia
de la humanidad en su relación con Dios. Supongo que el subtítulo tiene
que ver con el héroe mitológico que roba el
fuego… son suposiciones nada más. Gabriela |
Estoy en el banco ingresando un dinero y poniendo al día unas cuentas. Mi amiga B. trabaja de cajera. Le explico a qué corresponden las cantidades, pero enseguida me doy cuenta de que va a faltar dinero. Es por el desorden de las cifras, le digo a ella con la esperanza de que sea ella quien ponga en orden las cantidades. B. se acerca a la máquina de sumar, anota las cantidades y me dice que faltan doscientos euros. Yo, asustada le digo que revise bien, que la cantidad en efectivo es la justa. Ella me mira con los ojos llenos de lágrimas, me dice que se ha separado de su marido. En ese instante su marido entra, salta el mostrador, la toma en sus brazos y se ponen a bailar un tango. Se van y me dejan sola con las cuentas. Selvática |
![]() La muerte del tío
nos llegó un día cualquiera, se materializó en su cuerpo gélido sin que
nosotros hubiésemos tenido al menos una premonición, o una mala premonición,
era algo en lo que no pensábamos nunca, fue, ese tipo de sorpresas que nos da
la vida y que ocurren cuando tenemos la mente ajena a esa verdad inevitable. Sucedió un día gris, un tanto frío, Roberto y yo estábamos en la sala como dos siluetas en un cuadro de Velásquez. Él, Roberto sumido en la oscuridad, ocultando su ocio. Yo, vagando entre la luz y la sombra. Como nos había obligado a vivir el tío toda la vida, desde que nos arruinamos. La puerta se abrió
y un recuadro blanco cambió la escenografía Velásquez. La figura negra del tío
se recortó temblorosa sobre el marco de la puerta, avanzó unos dos pasos y se
detuvo en medio de la sala, quedándose allí como clavado al piso. Roberto fue hasta
él, lo tocó, lo sacudió y con el movimiento involuntario, un vómito blanco
salió de su boca como un chorro de crema dispersándose por la barbilla y el
pecho. Los dedos de
Roberto palparon la sustancia cremosa, yo sentí su frío en los míos. Está muerto –
dijimos a un tiempo y en una sola voz - las palabras salieron ajenas a nuestro
deseo de pronunciarlas, como un par de espadas, cortaron nuestros cerebros
simultáneamente. El cuerpo del tío
cayó como un fardo, Roberto y yo volvimos a ser figuras de Velásquez, ahora en
segundo plano; el protagonista era la muerte, por algunos instantes. Luego la orden
matriarcal impuso su poder, organizó el mal boceto que representábamos: el
cadáver a su urna, la urna al centro de velación, el desfile organizado de
hermanos, tíos, primos, sobrinos, niños, suegros, nueras, esposas, maridos... vecinos. Ese ir y venir era
ajeno a nosotros. Las hileras de gente eran una serie de imágenes en una tira
de celuloide moviéndose, hablando, abrazándose sin vida, dependiendo del
movimiento que una máquina les produjese, por supuesto, la máquina o más bien
el motor era el cadáver del tío. Sólo por un
instante sentí que el cuerpo que yo llevaba era mío y fue cuando una hermana
del tío sugirió velar el cadáver en el cuarto de mi hijo – grité, chille... –
al fin desistió y lo velaron en otro cuarto de la casa. Yo volví a ser
espectadora de la muerte del tío. Sombra rotatoria de las siluetas que
representaban la vida y la muerte, el fin y el principio de eso que llamamos
existencia y que llenamos de cosas hasta que éstas nos aplastan terminando por
destruir el cofre que las contiene. Una prima me dijo que ella y yo habíamos heredado la casa del tío, pero que, a condición suya, sólo la disfrutaríamos en casos de estrechez económica y alternativamente. Es decir, podríamos disponer y beneficiarnos de la casa, únicamente cuando nos encontráramos en apuros, si las cosas mejoraban para alguna de las dos, tendría que dejar inmediatamente la casa... Desgraciado – pensé yo – ahora estábamos condenados a pasar apuros toda la vida. Gladys |