Muchas horas por delante, las
manos en los bolsillos y las ganas de devorar calles, de saborear rincones y de
tomar la vida por los cuernos. No, el toro, bueno qué importa. En el armario de su habitación había
una maleta que se había negado a deshacer. La de sus sueños. Las otras, ya se
habían deshecho bajo la acción trituradora de la rutina. Los ahorros aguantaron
lo esperado y lo poco que ganaba aguantaba bien. Estaba contento. Y sin muchos
aspavientos, podría decirse incluso, que era feliz. Desde que aterrizó se juró
a sí mismo huir de sus plañideros compatriotas, se adaptaría de la mejor manera
posible y lo había cumplido. Si alguien le tomara dos fotografías simultáneas
pero una de ellas lo reflejara de cinco años atrás, si fuera posible, no podría
afirmar que fuesen la misma persona. Uno cambia. Es verdad. El caso es que estaba contento con su vida,
feliz con esta nueva tierra, enamorado de su mujer y de sus amigos; las “zs”
que brotaban de su boca eran auténticos sonidos sibilantes. No podía quejarse,
el cambio era un gran salto en el plano particular de su vida. Aunque esa
maleta… ¡aichh! Ese domingo, justo antes de salir del
metro se dijo que debería deshacer aquella maleta. No tenía sentido guardarla. Decidido
y reconfortado, se reunió con sus amigos en una esquina cercana al templo del
fútbol. Yaaa, no se asombren. Hombres correteando, subiendo y
bajando, el ruido ensordecedor del monstruo, ¿quién se resiste? Él, no era la
excepción, en su país sufría colapsos cuando el verde de su equipo caía
derrotado, o llegaba al éxtasis, sobre todo cuando éste ganó la única copa
libertadores que… ¡La
maleta! Un
vértigo le recorrió la columna, una niebla borró la multitud, acalló al
monstruo que en ese momento se levantaba de las gradas y gritaba aún más,
mientras ondeaba banderas blancas; entonces se vio a sí mismo corriendo por las
calles ondeando la bandera verde por las avenidas de su ciudad, abrazándose con
el primer desconocido que se le pusiera delante. La ensoñación desapareció y una mirada fugaz
a sus amigos le impulsó a levantarse, a alzar los brazos y su garganta se
desgarró mientras de ella salía la palabra: campeones ¡ole, ole, oleeeee! Ya se imaginarán, donde fue a parar la dichosa
maleta, ¿verdad? Gladys |