Estaba con T. Había venido a verme y yo vivía en una casa con otra gente. Al llegar la noche las habitaciones estaban llenas. T. y yo nos acomodamos en el piso sobre unas colchonetas, otros yacían sobre camas sencillas. Aquella casa parecía un albergue de paso.

T. y yo nos acostamos. Vi su cara de cerca y sentí que la vejez se había apoderado de su rostro. Su cara cuando sonreía se descomponía en millones de trazos.

Nos abrazamos. Sentí otra vez que mi cuerpo estaba vivo y él también sintió lo mismo. Lo sé.

Por un instante la felicidad volvió a poseernos, pero nuestros cuerpos se  deshicieron en millones de trazos.

Poco a poco, cuando sus líneas se juntaron de nuevo, T. empezó a sentirse incómodo a mi lado. De pronto me dijo que me fuera, que había llamado a una dibujante. T. tenía la intención de borrar  las líneas de su vejez.

Me levanté. Me fui. Sonó el móvil, yo lo busqué pero no pude encontrarlo, cuando lo hallé ya no había nadie al otro lado.

En mi cama había un bebé, yo acomodé mi cuerpo al suyo mientras oía como chasqueaba su chupa. Volví a ser feliz a su lado.


Por: Selvática