16 de Mayo, 2010, 6:16: SelváticaAlaprima


       Viajo a la isla para visitar a una amiga. Me acompañan mi madre, mi hijo y la sombra de un hombre que significó amor en mi vida solitaria.

       En el avión, como para pasar el tiempo me pongo a pensar en la estructura del aparato, sus medidas, las dimensiones, que si tanto de alto por tanto de ancho, que si una persona promedio mide un metro con tanto, etc., etc. De pronto me doy cuenta de las tonterías con que lleno mi cabeza cuando el tiempo me sobra.

       Voy a sentarme, el avión despega, tengo tos, me abrigo con una manta, tengo mocos, estornudos, el pecho lanza un silbido transatlántico y me doy cuenta que ardo en fiebre. Un hombre, a mi lado, protesta airado, dice que es un peligro que me hayan dejado subir al vuelo. Teme que lo contagie.

     Selvática


16 de Mayo, 2010, 6:03: GladysGeneral


              Bueno, ésta es la última - suspiro resignado mientras se arrodillaba frente a la tumba - como ya sabrá, bueno al menos eso es lo que dicen de los muertos: "que lo saben y ven todo, aunque casi nunca echan una manito, las cosas como son". Como decía, usted es el último a quien visito, y es un alivio, tengo una vida, no muy feliz, pero buena al fin y al cabo, también tengo cosas que hacer, horas para rellenar antes de desaparecer definitivamente, por eso, usted me perdonará, tengo un poquito de prisa y se lo voy a soltar son mayores preámbulos.

       Colocó un clavel rojo sobre la lápida.

       Aquí voy. - Inclinó la cabeza, leyó el nombre - intentó pronunciarlo correctamente en voz baja, pero se avergonzó de su acento, es que a los hispanos nos cuestan mucho los idiomas… otra frase hecha que se rompió sobre la piedra de la tumba. Perdone mis divagaciones, lo que pasa es que cuando me pongo nervioso, los pensamientos se me revuelven en el cerebro. Sí, ya sé que usted es… fue… perdone, fue un experto en esa materia y un visionario. Ya sabe como funciona. En los momentos cruciales, cuando uno debería decir: si, o no, el cerebro ve en letras grandes, frases hechas pronunciadas por otros antes de conocerlas nosotros; sí,  esas,  las famosas,  tan socorridas e infalibles, pero que logran desplazar a las que verdaderamente reflejan lo que uno quiere decir desde muy adentro y se nos escapan por la boca como pájaros en desbandada. Eso crea conflictos en quienes nos escuchan, pues se las creen; porque yo si creo que nos creen, aunque suene a trabalenguas, a la gente se la cree más de lo que uno piensa, porque si alguien viene de repente y nos dice que se es maravilloso, por qué hemos de dudar. Lo malo es cuando se creen todopoderosos, ahí es cuando empieza el problema… Perdone, ya me estoy yendo por las ramas, no los he visitado a ustedes para hablarles de los demás, debo ser más claro y concreto. Y sin embargo me pierdo, así me pasó con la Wolf, con Wilde, con Sartre… oh, oh, perdóneme otra vez, no haga caso de mis palabras, ya sé que usted sabe.

      Deme un minuto para concentrarme. Es difícil aquí, en medio de este… llamémoslo, ambiente. Espere ordeno mi abecedario particular, pongo, por decirlo de alguna manera en fila los sucesos de mi vida y el por qué necesito contárselos.

       A ver, aquí está la infancia, pero eso ya se lo conté a... Creo que mejor hablo de mi adolescencia… no tampoco, ya la desplegué delante de… ¿el sexo? Eso le gustaría, eh pillín. Disculpe las confianzas que me tomo, son para caldear el ambiente… como usted ya sabrá. A eso dedicó su vida, a esos resortes que saltan en cuanto uno empieza a hervir. Pero claro, hablar de sexo acostado en un sofá - aunque me han dicho que el suyo no era muy suave, más bien que tenía ciertos bultitos muy incómodos a la altura de los omoplatos-. Así y todo la gente desembuchaba sus vómitos mientras usted tomaba notas y escribía que si el señor Edipo, que si la figura de la madre se escondía entre las almohadas cuando uno hace el amor, que si la teta gigante… ¿todo eso lo dibujaba en el papel mientras la gente sacaba sus hilachas? Claro, que va usted a contestarme.

       Una llovizna suave empezó a cubrir de perlas el nombre tallado en la piedra, él estiró su mano y empezó a retirarlas de las letras, luego lamia sus dedos absorto, mecánicamente repetía la acción hasta que las gotas se convirtieron en torrente y los dedos no fueron suficientes, tuvo que emplear sus manos como cuencos pero, ya no era lo mismo y con esa certeza, pensó que esta vez no había logrado nada. Recordó la otra tarde arrodillado frente a la tumba de Sartre, esa vez si que fue rápido, concreto y certero. Igual pasó con todos los demás. Cada uno había tenido su particular ajuste de cuentas y sin embargo con este no lo había logrado. Es que el sexo y esas piedras agujereándole las rodillas…

       Va a quedar pendiente otra vez señor, lo lamento pero aquí no puedo, ¿me entiende no?


       Gladys

 

16 de Mayo, 2010, 5:45: Selváticaminirelatos


             Una luna de miel en un paraíso  egipcio - made in Taiwan - el viaje en avión sin segunda maleta - Caminata por una carretera sin asfaltar, los inconvenientes de los paraísos. Tacones de aguja en la mano, faldas atadas a la rodilla saltando de piedra en piedra pues los pies acostumbrados a calles lisas no terminan de amoldarse a las irregularidades del camino. Él, con su smoking, deslustrado por la tierra, con su corbata atada en un ojal, los faldones de la camisa al viento, pero con su carita linda, siempre sonriente.

    Nos registramos. Nos conducen a la habitación. Él se encuentra con los componentes de su vida, parientes y amigos que surgen detrás de cada columna, se va con ellos - yo no tengo la antigüedad suficiente - y en este mundo reducido todos nos tocamos los codos sin darnos cuenta -

    Agradezco los minutos de soledad, refresco mis pies. Empieza a llegar gente a mi suite de "recién casados". Me asomo a la puerta y veo que entran mujeres de todas las edades, de todas las nacionalidades, ataviadas como para una fiesta multicultural. Sus cuerpos se pasean por la estancia, las voces en todos los idiomas me dejan apenas entender palabras inconexas, los olores se van acomodando en el aire, como formando un mapa mundo: hacía el oriente el olor de los cerezos, al norte los olores vegetales, al occidente las mezclas de laboratorio, al sur la tierra húmeda…

    Mundos bullendo en mi suite y no se dan cuenta de mi presencia.

    Después llega un cargamento de flores - un respiro para los del negocio - pero en mi habitación el aire se empieza a agotar.

    Llega la conferencista, la gran papisa con la barbilla en alto, una especie de Juana de arco made in U.K. del siglo XVIII con peluca pajiza incluida.

    Mis pies ya están frescos. Muevo los dedos, los abro y los cierro para dejar que el aire se deslice entre ellos. Los miro orgullosa. Mis pies siempre me han gustado. Son bonitos. Ahora entiendo que ha pasado. Nuestra reserva  dice que empieza a las doce y son las once, así que primero va la conferencia, luego la luna de miel. Qué cosas se le ocurren a mis pies .

    Busco mi equipaje por entre el barullo multiracial, menos mal que no ven, en realidad yo no he llegado al hotel, pero éste parece haber desaparecido, igual que mi marido… Ah, qué tonta.  Me sentaré en un rincón hasta que sean las doce, seguro que todo irá como debe ser, sí a las doce, como dice la reserva.


    Selvática     


16 de Mayo, 2010, 5:31: SelváticaHablando de...



            Marta, en vez de ir al cementerio decidió ver una película, era lunes y la sala estaba casi vacía. Otra mujer, mayor ella, se sentó delante, llevaba el cabello demasiado cardado sin embargo dejaba ver numerosos espacios de su cráneo blanquísimo. Marta se acomodó en su silla, cruzó las piernas y cerró los ojos mientras la música empezaba a bajar de volumen dando lugar a las primeras escenas anunciando los estrenos de la semana próxima. En su mente, al lado de las imágenes de acción surgió una azucena, una bella y fresca azucena le regaló su olor. Eran las flores que su marido siempre le regalaba cuando ella estaba deprimida. No era de extrañar que apareciera en ese preciso momento cuando su cuerpo anhelaba al de su marido y su cerebro se obsesionaba en preguntarse ¿por qué?

     La peli empezó.

     El cabello rubio de la señora la molestaba pero Marta no se atrevía a cambiarse de lugar, aún teniendo a su lado todos los asientos libres. Temía molestarla, quizás la anciana se sintiera ofendida al notar que ella se cambiaba de sitio. Decidió acomodarse un poco de lado para disfrutar de la película, se dejó llevar por la historia, se confundió con los personajes y paseó con ellos por un mundo totalmente diferente al suyo, se emocionó con las emociones, se estremeció de miedo, se llenó de alegría al final cuando una agradable sensación de satisfacción la invadió, empezaron a aparecer los créditos y las vidas ajenas la dejaron sola envuelta en el aroma de las azucenas.

    De refilón miró a la señora, el ángulo perfecto de su barbilla le recordó a su madre. Tantos años sin verla, ¿por qué había dejado pasar tanto tiempo sin visitarla? ¿Cómo era posible que la vida se le escapara de esa manera? La señora la miró fijamente, desafiante casi y Marta se avergonzó. ¿Quién era ella para mirar de esa manera a los desconocidos?

    La música empezó a desvanecerse y un olor a habitación vacía empezó a metérsele por la nariz, un olor que parecía agradable pero que de pronto empezó a marearla… era olor a azucenas. La señora suavizó la expresión y le preguntó qué le pasaba.

    Marta rompió a llorar. La señora la tomó de la mano y salieron a tomar un café. Marta seguía sin poder hablar, se dejaba llevar como una niña, aceptó y sorbió el café sintiendo que su cuerpo y su cerebro empezaban de nuevo a ponerse en marcha.  La señora, viéndola mejor se despidió. Marta decidió recomponer su vida al salir de la cafetería. Estaba decidida a tomar las riendas de nuevo. Desde ese mismo instante iba a ser otra mujer. Eso seguro.

    Buscó en el bolso su móvil. No acababa de comprender para que tenía la precaución de apagarlo en el cine si nadie en este mundo la llamaba.  Intentó poner la clave y al hacerlo, alzó los ojos y se fijó en el cartel que anunciaba la pelí que acababa de ver. En él, la actriz principal la miraba sonriente mientras con una mano, sostenía el pomo de una puerta entreabierta y con la otra, le ofrecía un ramo de azucenas.

    Se parecía tanto a la anciana.


    Selvática