Marta, en vez de ir al cementerio decidió ver una película, era lunes y la sala estaba casi vacía. Otra mujer, mayor ella, se sentó delante, llevaba el cabello demasiado cardado sin embargo dejaba ver numerosos espacios de su cráneo blanquísimo. Marta se acomodó en su silla, cruzó las piernas y cerró los ojos mientras la música empezaba a bajar de volumen dando lugar a las primeras escenas anunciando los estrenos de la semana próxima. En su mente, al lado de las imágenes de acción surgió una azucena, una bella y fresca azucena le regaló su olor. Eran las flores que su marido siempre le regalaba cuando ella estaba deprimida. No era de extrañar que apareciera en ese preciso momento cuando su cuerpo anhelaba al de su marido y su cerebro se obsesionaba en preguntarse ¿por qué?

     La peli empezó.

     El cabello rubio de la señora la molestaba pero Marta no se atrevía a cambiarse de lugar, aún teniendo a su lado todos los asientos libres. Temía molestarla, quizás la anciana se sintiera ofendida al notar que ella se cambiaba de sitio. Decidió acomodarse un poco de lado para disfrutar de la película, se dejó llevar por la historia, se confundió con los personajes y paseó con ellos por un mundo totalmente diferente al suyo, se emocionó con las emociones, se estremeció de miedo, se llenó de alegría al final cuando una agradable sensación de satisfacción la invadió, empezaron a aparecer los créditos y las vidas ajenas la dejaron sola envuelta en el aroma de las azucenas.

    De refilón miró a la señora, el ángulo perfecto de su barbilla le recordó a su madre. Tantos años sin verla, ¿por qué había dejado pasar tanto tiempo sin visitarla? ¿Cómo era posible que la vida se le escapara de esa manera? La señora la miró fijamente, desafiante casi y Marta se avergonzó. ¿Quién era ella para mirar de esa manera a los desconocidos?

    La música empezó a desvanecerse y un olor a habitación vacía empezó a metérsele por la nariz, un olor que parecía agradable pero que de pronto empezó a marearla… era olor a azucenas. La señora suavizó la expresión y le preguntó qué le pasaba.

    Marta rompió a llorar. La señora la tomó de la mano y salieron a tomar un café. Marta seguía sin poder hablar, se dejaba llevar como una niña, aceptó y sorbió el café sintiendo que su cuerpo y su cerebro empezaban de nuevo a ponerse en marcha.  La señora, viéndola mejor se despidió. Marta decidió recomponer su vida al salir de la cafetería. Estaba decidida a tomar las riendas de nuevo. Desde ese mismo instante iba a ser otra mujer. Eso seguro.

    Buscó en el bolso su móvil. No acababa de comprender para que tenía la precaución de apagarlo en el cine si nadie en este mundo la llamaba.  Intentó poner la clave y al hacerlo, alzó los ojos y se fijó en el cartel que anunciaba la pelí que acababa de ver. En él, la actriz principal la miraba sonriente mientras con una mano, sostenía el pomo de una puerta entreabierta y con la otra, le ofrecía un ramo de azucenas.

    Se parecía tanto a la anciana.


    Selvática