Bueno, ésta es la última - suspiro resignado
mientras se arrodillaba frente a la tumba - como ya sabrá, bueno al menos eso
es lo que dicen de los muertos: "que lo saben y ven todo, aunque casi
nunca echan una manito, las cosas como son". Como decía, usted es el
último a quien visito, y es un alivio, tengo una vida, no muy feliz, pero buena
al fin y al cabo, también tengo cosas que hacer, horas para rellenar antes de
desaparecer definitivamente, por eso, usted me perdonará, tengo un poquito de
prisa y se lo voy a soltar son mayores preámbulos.
Colocó
un clavel rojo sobre la lápida.
Aquí
voy. - Inclinó la cabeza, leyó el nombre - intentó pronunciarlo correctamente
en voz baja, pero se avergonzó de su acento, es que a los hispanos nos cuestan
mucho los idiomas… otra frase hecha que se rompió sobre la piedra de la tumba.
Perdone mis divagaciones, lo que pasa es que cuando me pongo nervioso, los
pensamientos se me revuelven en el cerebro. Sí, ya sé que usted es… fue…
perdone, fue un experto en esa materia y un visionario. Ya sabe como funciona.
En los momentos cruciales, cuando uno debería decir: si, o no, el cerebro ve en
letras grandes, frases hechas pronunciadas por otros antes de conocerlas
nosotros; sí,esas,las famosas,tan socorridas e infalibles, pero que logran desplazar a las que
verdaderamente reflejan lo que uno quiere decir desde muy adentro y se nos
escapan por la boca como pájaros en desbandada. Eso crea conflictos en quienes
nos escuchan, pues se las creen; porque yo si creo que nos creen, aunque suene
a trabalenguas, a la gente se la cree más de lo que uno piensa, porque si
alguien viene de repente y nos dice que se es maravilloso, por qué hemos de
dudar. Lo malo es cuando se creen todopoderosos, ahí es cuando empieza el problema…
Perdone, ya me estoy yendo por las ramas, no los he visitado a ustedes para
hablarles de los demás, debo ser más claro y concreto. Y sin embargo me pierdo,
así me pasó con la Wolf, con Wilde, con Sartre… oh, oh, perdóneme otra vez, no
haga caso de mis palabras, ya sé que usted sabe.
Deme
un minuto para concentrarme. Es difícil aquí, en medio de este… llamémoslo,
ambiente. Espere ordeno mi abecedario particular, pongo, por decirlo de alguna
manera en fila los sucesos de mi vida y el por qué necesito contárselos.
A
ver, aquí está la infancia, pero eso ya se lo conté a... Creo que mejor hablo
de mi adolescencia… no tampoco, ya la desplegué delante de… ¿el sexo? Eso le
gustaría, eh pillín. Disculpe las confianzas que me tomo, son para caldear el
ambiente… como usted ya sabrá. A eso dedicó su vida, a esos resortes que saltan
en cuanto uno empieza a hervir. Pero claro, hablar de sexo acostado en un sofá
- aunque me han dicho que el suyo no era muy suave, más bien que tenía ciertos
bultitos muy incómodos a la altura de los omoplatos-. Así y todo la gente
desembuchaba sus vómitos mientras usted tomaba notas y escribía que si el señor
Edipo, que si la figura de la madre se escondía entre las almohadas cuando uno
hace el amor, que si la teta gigante… ¿todo eso lo dibujaba en el papel
mientras la gente sacaba sus hilachas? Claro, que va usted a contestarme.
Una
llovizna suave empezó a cubrir de perlas el nombre tallado en la piedra, él
estiró su mano y empezó a retirarlas de las letras, luego lamia sus dedos
absorto, mecánicamente repetía la acción hasta que las gotas se convirtieron en
torrente y los dedos no fueron suficientes, tuvo que emplear sus manos como
cuencos pero, ya no era lo mismo y con esa certeza, pensó que esta vez no había
logrado nada. Recordó la otra tarde arrodillado frente a la tumba de Sartre,
esa vez si que fue rápido, concreto y certero. Igual pasó con todos los demás.
Cada uno había tenido su particular ajuste de cuentas y sin embargo con este no
lo había logrado. Es que el sexo y esas piedras agujereándole las rodillas…
Va
a quedar pendiente otra vez señor, lo lamento pero aquí no puedo, ¿me entiende
no?