12 de Julio, 2010
Mi otro yo, y yo, hemos pintado un cuadro de enormes proporciones con el fin de mandarlo a un concurso; se trata de un gran rectángulo con fondo azul, azul cobalto creo. Me limpio las manos. Estoy satisfecho. Le tomo una foto. Es requisito para concursar. Acciono la cámara. Hace click y lo que veo en el reproductor de la imagen es el mismo cuadro, sólo que en color amarillo, casi ocre. No el azul que elegí, dudo si se trata de mi cuadro, pero si lo es. Ahora recuerdo que el color que usé al principio era el amarillo, pero luego me decidí por el azul. Apago la cámara, se la entrego a mi otro yo. Éste toma la foto y en el reproductor aparece el cuadro con fondo azul. Estoy feliz. Decidimos que esa va a ser la foto que mandaremos al concurso. La imprimimos y en el papel que sale lentamente de la impresora se ve el cuadro azul pero en la parte superior aparece una franja de un metro de ancho en la que hay dibujados un par de tenis, un cenicero, unos pinceles, nuestra cámara… es como si los objetos que nos acompañaban en el momento de la foto también quisieran aparecer. La mandamos de todos modos. Al cabo de unos días dan la noticia por la tele. ¡Hemos ganado! pero el cuadro que muestran tiene el fondo amarillo ocre, los mismos objetos en la parte superior, más en la inferior, se ven dos siluetas: dos hombres, uno de ellos enarbola un cuchillo goteando mientras el otro es captado en el momento de caer. Selvática |
Ella se peina los cabellos y se fuma un cigarrillo ante la ventana. Ahora si se siente libre de las obligaciones diurnas. La pequeña brasa va de sus labios hasta el alféizar de la ventana en cortos intervalos. Las volutas de humo ascienden lentamente y su espíritu se va ensanchando, se va regodeando en esa paz de esas horas robadas a la humanidad. Está sola y le encanta, pero no le gusta estar siempre sola, no, ella ama el barullo de su casa, las exigencias de sus hijos y de su marido. Ama su familia, pero huye todas las noches a esa hora. Por un instante se imagina ser la luna, le gusta sentirse sobre la humanidad, totalmente aislada de cualquier sentimiento que no sea la universalidad solitaria. Una tos en el cuarto resuena al tiempo que una nube se coloca enfrente de la luna. Ella apaga el cigarrillo, una ola de ternura envuelve su corazón. Selvática |
Sosteniendo el mechero a manera de linterna me adentré en el pasillo, las paredes desconchadas dibujan extraños rostros llorosos sobre su superficie. Con el dedo índice traté de transformar en una sonrisa la mueca angustiada de una anciana que me miraba desde el borde de la columna que dividía el pasillo del salón. Una vez satisfecha de mi acción entré más decidida a lo que debió ser la estancia principal. El armazón de un sofá con las tripas esparcidas, dos sillones de orejas, una mesa inclinada grotescamente a falta de la cuarta pata me esperaban impasibles. En frente a la ventana un aparador con los cristales rotos, en su interior restos de vajilla aún exhibían el tradicional hilo de oro de los bordes. En las paredes solo aparecían las huellas de los cuadros o espejos que años atrás adornaron aquel recinto. Me di la vuelta, de aquel salón no se podría rescatar nada, los intestinos de los muebles estaban muertos sobre el piso y habían desaparecido en un noventa por ciento. Sin embargo, y me acerqué casi que con miedo al ventanal que daba al balcón. Una ligera brisa se colaba por los agujeros de los cristales rotos y una raída y deshilachada cortina aún se agitaba con la misma viveza de sus tiempos mozos. Una gota se sangre manchaba el amarillento aspecto de la tela. Seguramente la leve herida de un frágil dedo al recibir el ramo de rosas de su enamorado que… mis pensamientos se interrumpieron bruscamente cuando el viento replegó la cortina descubriendo un viejo transistor. La historia de la gota de sangre perdió fuerza para dar paso a toda una familia reunida al calor del hogar mientras escuchaban las noticias o los conciertos musicales por la radio. La casa revivió recordando una voz grave emanando de ese artilugio, esparciendo su efecto hipnótico sobre los habitantes que a la hora del crepúsculo callaban mientras escuchaban la radio temerosos siquiera de respirar para no desatar las iras del padre. Ahora al aparato le faltaban dos botones, el de encendido y el de frecuencia para captar las ondas, el urdido frontal se hallaba roído por las alimañas en algunas partes, pero al tomarlo suavemente y darle la vuelta observé que tenía todos los bombillos en perfecto estado. ¿Cómo era posible que hubieran resistido al paso del tiempo? Selvática |
"OBEDECER A CIEGAS DEJA CIEGO CRECEMOS SOLAMENTE EN LA OSADÍA." Mario Benedetti.
Sintió sus pasos en la escalera y respiró hondo. Por fin había llegado. No cambiaría ese instante ni por todo el oro del mundo. Imaginaba su cara de alegría, el abrazo que le daría e incluso, hasta se pondría a bailar, en cuanto ella le dijera: Listo mi amor. Hemos terminado el proyecto. Él, luego se acercaría al ordenador, miraría, leería, alzaría su rostro y le diría: Eres la mejor, lo has logrado. ¿Qué era lo qué había logrado? Marta y Ramón se habían conocido en la universidad, ambos eran ecologistas activos, ambos luchaban por salvar los humedales de la ciudad y se amaban. ¿No era la vida perfecta? Por supuesto que no y ellos lo sabían. Habían tenido sus más y sus menos, alguna que otra peleilla pero en lo fundamental eran una pareja extraordinaria. En sus largas charlas antes de la graduación habían concluido que vivían en un país maravilloso, aunque el 90% de la población no lo creyera así… bueno, eso no es del todo cierto, lo creían pero no hacían nada por cuidarlo. Llegar a la conclusión de que ellos podrían contribuir a la conservación de su entorno, no les fui muy difícil. En un país tan grande y tan rico siempre hay que cosas que hacer. Juraron, ante los humedales del occidente, que ellos jamás se iban a quejar de lo que no hacían los demás. Eso era lo de menos y a ello se dedicaron. Proyectaron estudios, consultaron a especialistas, trazaron planes, entrevistaron a ciertas personas y no se amilanaron ante más de una dificultad, ellos continuaron con sus proyectos. Eres muy cabezota, le decía su madre con admiración. Sigue adelante con tus proyectos, la animaba su padre. Y lo mismo podríamos decir de los padres de él. claro, entre todos se unieron para ayudar económicamente, formando una especie de cooperativa vital para que los miembros de la familia se mantuvieran a flote mientras la pareja iba abriéndose un hueco en la vida. Ese apoyo era la espina dorsal del trabajo de los jóvenes y a veces se sentían un poco culpables por ser tan felices… resagos de una educación religiosa que nos condena desde antes de nacer, que le vamos a hacer. Volviendo al momento culminante. Ramón llegó y todos los gestos, palabras y acciones que realizó se cumplieron tal y como Marta lo había presentido instantes antes. La felicidad se desbordaba por debajo de la puerta del quinto A. Brindaron con agua. Marta decidió que se merecían un par de horas para caminar un rato mientras la noche caía sobre la ciudad. Así lo hicieron, felices abrieron la puerta de la calle y el viento helado de la ciudad se ensañó con sus mejillas, sin embargo para ellos era el saludo del universo. Con las bufandas protegiendo sus cuellos avanzaron sin rumbo fijo, sin embargo, poco a poco se iban alejando de las calles bulliciosas y decidieron caminar hasta el parque central, allí, rodeados por los enormes eucaliptos, embriagados de su aroma y cobijados por sus ramas se sentían en su paraíso particular. Más tarde, cuando el frio los fue empujando lentamente hasta casa, se tomaron unas cervezas en el bar de la esquina hasta la hora del cierre, entonces, decidieron que era hora de descansar. Subieron al piso. Mientras Marta se desnudaba, Ramón dijo que quería echarle un vistazo final al proyecto. A Marta le pareció bien. - Mira con lupa mi amor - le dijo - y si encuentras alguna debilidad me lo dices. Es preferible aplazar la presentación del proyecto a dejar que esos constructores ganen la partida. Ya sabemos como se las traen y si ven alguna grieta, seguro que se meten por ahí y mañana nos levantaremos delante de un campo de golf o de un edificio de veinte pisos… pero para que te contaré esto, si tu lo sabes mejor que yo. No te preocupes. Esto no saldrá de aquí hasta que esté blindado mi amor - le dijo Ramón - menos mal que el lunes se acabará todo - La mañana transcurrió sin mayores sobresaltos, Marta y Ramón comentaban detalles del proyecto, se interrogaban el uno al otro previendo las posibles fisuras del proyecto y finalmente llegó el tan anhelado fin de semana. Tendrían un descanso en la casa de campo, regalo del padre de Marta - como premio a tanto esfuerzo - Ya por la tarde, Marta hizo las maletas. En el fondo del armario encontró unos viejos CDs pertenecientes a sus padres. Era la colección de música de Santana - a sus padres les encantaba y Marta estaba convencida que ella había sido engendrada en una noche loca de sus padres. Se sonrió recordando las mejillas coloradas de su madre cuando escuchaba los acordes de esa guitarra y las miradas que le dirigía a su padre, tan llenas de ternura, amor o mil cosas que a ella le sugerían toda una vida ejemplar, pero aquellos momentos eran raros; hubo muchos en que los problemas parecían desbordarlos, en que las angustias, las dificultades parecían aliarse para avasallar la familia. Con el corazón agitado los tomó y decidió llevarlos a su fin de semana particular. Sabía que Ramón era más de tecno, pero quizás… El sábado y el domingo transcurrieron tranquilamente, Marta no había logrado que a Ramón le entusiasmara Santana pero no importaba. Ramón era maravilloso y a veces hay que hacer concesiones, la música era una de las pocas cosas que no compartían. Cuando volvieron a la ciudad les esperaba la presentación del proyecto y la implementación del plan de resistencia. Lo importante era presentar la ponencia. Todo se hizo tal y como había sido previsto, sin embargo, en el momento de entrar Marta empezó a sentir que algo no encajaba, no le gustaba la diligencia con que los funcionarios los habían atendido en cuanto vieron a Ramón y ella se cuidó mucho de que no faltara ningún requisito, ninguna firma, ningún sello. Todo iba bien y sin embargo… El lunes siguiente se sabría el veredicto y para no morir de ansiedad decidieron no salir ese fin de semana, se quedaron en casa metidos en la cama casi todo el día, apenas si comieron y olvidaron comprar los periódicos. El lunes, Marta se ocupó de sus trabajos y sólo al medio día, de regreso a casa al pasar por un estanco vio la noticia en un gran titular: CONCEDIDA LA LICENCIA PARA LA CONSTRUCCIÓN EN EL HUMEDAL… Marta escuchó dentro de sí su propia voz: TE LO DIJE. Rápidamente se encaminó hasta su casa, tenía que hablar con Ramón, antes de entrar al portal empezó a buscar en el bolso sus llaves, tenía tanta prisa y estaba tan nerviosa que sus manos temblaban, afortunadamente la vecina del cuarto estaba hablando con una amiga, Marta apenas saludó y tomó el ascensor. Abrió la puerta y vio a Ramón hablando por teléfono, no le extrañó que bajara la voz en cuanto la sintió llegar. Marta se paró delante de él. Ramón incómodo se despidió bruscamente y colgó. ¿Tu lo sabías? le preguntó Marta. Ramón la miró, su rostro estaba pálido, apenas asintió con un leve gesto. Tomó una maleta que tenía en el vestíbulo y se marchó. A la media hora llegaron sus padres. Estaban tan conmocionados como ella. Marta abrió la puerta sin mirarlos, ante sus ojos solo aparecía una niebla y una especie de valla luminosa gigante que le gritaba con sus enormes letras ¿Por qué has sido tan ciega? Gladys |