2 de Octubre, 2010, 13:13: SelváticaAlaprima





   Mientras él conduce por la autopista yo libero los pies de mis zapatos y los coloco sobre el salpicadero.
   El aire se desliza entre mis dedos como si un ángel me acariciara. Mi mirada va, de mis uñas pintadas de negro, al mentón de mi pareja. Parece esculpido por Miguel Angel.
   Las montañas se deslizan a nuestro lado silenciosas e imponentes pero cómplices, el viento juguetea con nuestros cuerpos, me levanta la falda y a él le revuelve el cabello. Suena nuestra canción. ¿Está la felicidad en el devenir?

Selvática
2 de Octubre, 2010, 12:58: SelváticaAlaprima

 


    La pareja va por la calle. Anochece. Su hijo adolescente los precede con cara de pocos amigos. Llegan a la esquina y de repente, el señor se desvanece y cae sobre el pavimento. La mujer y el chico tratan de reanimarlo. Ella le da palmadas en el rostro, el chico intenta pedir socorro con su teléfono. No lo consigue. Cambian, él ahora auxilia al señor, ella intenta llamar a los servicios de socorro, pero se hace un lío con el menú y le contesta alguien en alemán.

    Decide llamar a un vecino, éste viene corriendo en compañía de su mujer y en unos instantes logran reanimarlo y se lo llevan a casa.

   Ella se queda mirándolo, admira su cuerpo delgado, la elegancia con que siempre viste y el tono aceitunado de su piel.

   Ya en la casa, lo dejan en la cama. Viene una mujer vistiendo una erótica pijama. Las dos mujeres se miran y estallan los celos. Ese hombre escucha en silencio los reproches de su mujer mientras que la otra sonríe para sí, mientras piensa que ya falta poco para estar con él.


Selvática

2 de Octubre, 2010, 12:42: Selváticaminirelatos

   

    Ricardo salió del cementerio sintiendo que ya no era sincero. Veinte años de felicidad ya no pesaban en su alma, quizás por eso mismo su felicidad había sido completa. ¿Quién lo diría? Evocó el rostro de Angela. No sabía si por los ojos del amor o por los de la muerte, todavía la recordaba bella, joven y alegre. Sabía que se engañaba. Angela había muerto a los cincuenta, él tenía sesenta.

    Con sesenta años muchos empiezan una nueva vida. Él no quería empezar nada, ya había hecho lo que le gustaba. Empezó a caminar en dirección a la parada de autobús y fue enumerando las cosas que había hecho, sopesando la pasión o indiferencia con que las había abordado.  Se vio reflejado en la vitrina y se gustó. ¡Vamos! aún era atractivo. Por el reflejo del cristal vio venir el autobús y apresuradamente le hizo una señal, aunque sabía que era innecesaria, no era en realidad su ruta y el vehículo pasó de largo. Un hombre de mediana edad que montaba en bicicleta y esperaba en el paso de cebra le respondió el saludo.

     Ricardo se avergonzó. Quiso disculparse con el hombre, intentó aclararle que él no lo saludaba y que su seña se debía a que había creído que ese era su autobús. El hombre de la bicicleta le gritó algo y se alejó. Ricardo se sentía fatal. debía aclararle el mal entendido a ese hombre, no fuera a pensar que él era uno de esos desocupados que les gusta hacer tonterías con su tiempo libre, o alguien que simplemente ha perdido el seso.

    Empezó a correr detrás de la bicicleta en silencio. No quería dar voces. Debía seguirlo y en cuanto parara le aclararía la confusión.

     Agobiado y sintiendo que el corazón se le iba a estallar, Ricardo intentaba seguir al hombre de la bicicleta sin conseguirlo, con los puños apretados advirtió que la distancia entre el ciclista y él se hacía cada vez más amplia. Finalmente se quedó parado en medio de la calle intentando recuperar el aliento mientras la silueta del ciclista se perdía en la esquina de la calle 33.

    Volvió sobre sus pasos y al hacerlo sentía que iba devorando los momentos previos a su presente inmediato. Era como si la falta de oxigeno que le obligaba a abrir la boca exageradamente se hubiera convertido en el agujero de una aspiradora que absorbía los instantes vividos. Intentó cerrar la boca. No podía dejar que se tragara su vida entera, sus amores, su experiencia, sus amigos, sus recuerdos y a Angela. Se llevó las manos a la boca y corrió de regreso hasta llegar a la parada donde había empezado todo, volvió a mirarse al espejo y el vehículo equivocado también se detuvo, ya empezaba a respirar tranquilo, seguro de que su vida era suya y ni él mismo podía tragársela, sin embargo, en un descuido de sus propios sentimientos, volvió a levantar la mano para detener el autobús y el ciclista que esperaba en el paso de cebra le respondió el saludo…


Selvática

2 de Octubre, 2010, 12:16: GladysGeneral

   

    Presentó su trabajo y el jefe quedó encantado. Llamó a los ejecutivos más importantes de la compañía y les contó la idea, sin permitirle apuntar ni una sílaba. Todos asintieron, lo miraron admirados, luego vinieron las palmaditas en el hombro y los apretones de mano. Su ego se inflaba hasta amenazar con estallar en medio de aquella lujosa oficina.

    Después de un silencio incómodo, consideró que era prudente despedirse y volver a su despacho. Cuando avanzaba por el pasillo evocaba los rostros de los ejecutivos y con las manos en la espalda, cruzaba los dedos para que el cliente aprobara su proyecto.

    Se fue a comer sin hablar con nadie.

   Regresó y se encerró en su despacho, como no lograba tranquilizar a su espíritu, recurrió a su ordenador aturdiéndose con el solitario hasta las cinco.

    A esa hora, se levantó de su silla y con los ojos rojos por el esfuerzo - los solitarios a veces se ponen imposibles - fue hasta la oficina del jefe. Él no estaba allí. Se acercó a la imponente mesa de caoba reluciente y observó los impresos de su trabajo dispersos sobre la mesa.  Iba a salir de allí pero la curiosidad lo impulsó a levantar uno de los bocetos, e lugar de sus diseños habían colocado sobrias fotografías tomadas del google y sus textos, redactados como lo escribiría un niño, con dibujitos intercalados y mayúsculas deformadas eran ahora un bloque de texto en Arial 12.

    Entró el jefe.

    Sin dejarlo hablar le dijo que eran unos pequeños cambios pero que su idea conservaba toda la esencia.

    Sonrisa del jefe.

    Mierda en el pensamiento del empleado.

 

    A la salida, con los hombros caídos pensó que ya era tiempo de alzar la voz y que su trabajo se conociera tal y como lo había ideado.

    El sol se escondía ya tras los edificios pero el alma siguió vagando por las calles con los puños apretados.


Gladys

2 de Octubre, 2010, 12:08: GladysGeneral


   Recorrí la estancia varias veces, deseaba encontrar una bolsa, un saco grande o una caja donde colocar los restos de la historia de mi familia. Estaba decidida a llevármelos, no sé para qué y tampoco a quién le podrían interesar, pero no podía dejarlos ahí a la intemperie. Tenía que llevarlos conmigo, aunque después de unos meses seguramente terminarían empacados en hermosas cajas, con bolitas de naftalina encima de mi armario.

   Revolví y entre vestidos, corbatas, chalinas y cintas. Apareció un relicario de ébano atado con una cinta azul formando un ovillo que rodó a mis pies, como si tuviera vida propia. Me gustó. Ese artilugio era de lo más hermoso que había visto nunca y se conservaba bastante bien. Las cuentas brillaban como nuevas y la plata conservaba su lozanía. Lo acaricié, me lo probé ante el espejo roto y me sentí feliz, como si hubiera desenterrado un cofre de valiosas joyas. Jugando con él, saltó de mi mano y fue a estrellarse contra el piso abriendo su corazón de ébano para mostrarme las fotos de un hombre blanco y una mujer negra.

    Cada vez entendía menos. Me imaginé que ese relicario debía ser de algún sirviente, pero mi madre ya no me lo podía confirmar… entonces, ¿entonces?

Gladys