8 de Diciembre, 2010, 7:34: SelváticaGeneral
     


      Las guerreras del sari rosa

      Sampat Pal es el nombre de una menuda mujer que ha convertido en realidad la utopia de que los buenos existen. Sampat es una dinámica activista, feminista, antiviolenta que renunció a la sumisión tradicional de las mujeres en la India. Obligada por sus propias circunstancias decidió luchar por sus derechos y los de las mujeres. Organizó un ejercito de más de cien mil integrantes que hoy imponen su voz , plantando cara a la corrupción política, a los abusos de los poderosos y sobre todo, convenciendo a las mujeres que no deben quedarse calladas.

      Ellas vigilan de cerca lo que sucede a su alrededor, advierten a los maridos violentos, señalan con el dedo a los policías deshonestos, a los políticos corruptos, a los funcionarios indolentes. Ella y su ejercito no dejaran pasar ni un abuso más, exigirán el cumplimiento de la justicia.

      Sí, los buenos existen y yo siento una gran alegría, aunque pasada la primera euforia debo admitir que son minoría, que viven lejos y que muchas de sus semillas caen sobre terreno estéril∫, pero ahí están, en este caso representados por esta mujer, Sampat Pal, cuyo libro Las guerreras del sari rosa, es un grito de BASTA YA para todos los que vivimos bajo una dictadura, sea del color que sea o disfrazada de democracia corrupta, machismo exacerbado, ambición desmedida o mafias criminales.

      Ella ha demostrado que vale la pena intentarlo, vale la pena denunciar las injusticias, exigir el cumplimiento de las leyes, pedir responsabilidades a los corruptos, obligar a los gobiernos a cumplir lo que han prometido y por lo que han sido elegidos, claro, su radio de acción se ubica en la India, su país de origen y sus éxitos aún son frágiles, no vamos ahora a pedir resultados porque este tipo de revoluciones necesitan tiempo para arraigarse en la mentalidad de los pueblos.

      Lo importante es que en todos los rincones del mundo siempre hay una Sampat en potencia, que lucha por la justicia y que no renuncia fácilmente a sus derechos sin embargo su batalla se queda en caso aislado, una situación puntual que casi nunca logra resultados positivos, a menos que el ejercito de saris rosas se vuelva universal, una especie de cascos azules que impongan el cumplimiento de la justicia, pues las leyes que nos defienden están en la constitución, y la constitución está al alcance de todos, se compra en la panamericana o en las librerías de segunda por muy poco dinero. Hay que ponerla en practica de forma decidida sin complejos de inferioridad. Se imaginan ustedes a un albañil denunciando a una gran constructora, por ejemplo, por no dotar a sus empleados de las más elementales normas de seguridad, y que la justicia falle a su favor.

     Yo si… claro yo creo en las utopías.


Gladys

8 de Diciembre, 2010, 7:17: SelváticaAlaprima

     Esa noche su rostro se transformó, esos ojos que tantas veces había besado, esa boca que tantas veces mordió, esas manos mágicas que encontraban el trozo de piel perfecto… esa noche alguien se instaló en el cuerpo amado y destruyó su mundo.

     El suéter se le enreda entre los brazos, la cabeza no cabe por el orificio, se agacha, se retuerce, trata de apretar los pechos pero el suéter no obedece. Los ojos se le deshacen en lágrimas y después de varios intentos logra ponérselo, pero al revés.

     No importa - se dice - coge su maleta y se va.


Selvática

8 de Diciembre, 2010, 6:51: Selváticaminirelatos

    Las fiestas en la familia son todo un acontecimiento, llegan hasta los amigos de los amigos. La familia anfitriona es famosa por sus habilidades artísticas, todos saben cantar, bailar, recitar o parodiar. El más guapo de todos es artista, ha trabajado mucho para salir del entorno familiar y sólo ahora lo está consiguiendo.

    En medio de la fiesta una importante revista le llama para hacerle una entrevista.

    Él habla muy bien y en una parte de la conversación agradece a su madre.

    Su mujer siente que el corazón se quiebra y decide irse, así se lo dice en cuanto termina de hablar, aunque en el fondo lo que más le gustaría era que de esos labios tantas veces mordidos salieran las palabras mágicas; él la mira y la deja marchar-

    Ella decide no irse, en vez de eso se quita el viejo suéter delante de todo el mundo, mientras la vida  pasa delante de sus párpados cerrados para terminar en un terreno inaccesible, a primera vista hay muchas escaleras que conducen al hogar, a todos ellos, los miembros de su familia, pero no a ella. Ella tiene que agarrarse a la tierra, encaramarse sobre vallas afiladas, saltar cercas delimitadas con alambre de púas. No más, se dice ella tragándose los mocos.

    Se cambia de ropa, va colocando sus cosas en una pequeña maleta, él la contempla sin moverse, sin siquiera hacer un gesto  para retenerla, con lo fácil que sería… bastaría una sola palabra, pero la palabra no sale de sus labios.


Selvática

8 de Diciembre, 2010, 6:21: Selváticaminirelatos

    Se conocieron una tarde cualquiera, cuando los cabellos brillaban y la sonrisa parecía tatuada en sus rostros. Las noches eran cortas y el cuerpo bailaba hasta el amanecer… cuando no había malabares más interesantes que ejecutar.

     La felicidad era una compañera asidua y el mundo un enorme terreno a explorar y ante el cual no sentían ningún temor. Eran hijas de una generación inmune al miedo. En sus largas conversaciones descubrieron que eran almas gemelas, les gustaban las mismas cosas y sentían que algo muy especial las uniría para siempre, llevándolas de la mano hasta alcanzar sus metas.

     Muy pronto las piedras cobraron una dimensión desconocida y de vez en cuando las hacían tropezar, al principio eran tropiezos en los que una rodilla terminaba con  marcas de sangre y punto, más tarde fueron los codos los que se quebraron o algún tobillo se torció ante la oficina del jefe, y más de una vez el corazón se rompió entre las manos torpes de un guapo amante.

     Pero también las rosas florecieron, algunas llenaron sus vidas de gratos olores, otras se clavaron en la carne palpitante de esas vidas paralelas desde la primera juventud. Pero las líneas paralelas a veces se bifurcan, una montaña, o un presupuesto hace que una gire a la derecha y otra a la izquierda, entonces avanzan cada una por su espacio, la de la derecha levita en medio del desierto, agonizando de sed y sin ver en su horizonte más que una línea difusa que jamás termina de definirse, la de la izquierda en cambio atraviesa caminos fértiles, verdes campos la saludan a su paso y en su horizonte  el futuro es una obra en construcción.

      El vacío entre las dos se hace más grande cada vez y la certidumbre de la separación definitiva, es el último punto en común de las dos mujeres. Perdón, si queda algo en común: la juventud compartida.


Selvática



 

 

8 de Diciembre, 2010, 6:08: GladysGeneral

    Se paseaba por el parque sopesando lo que iba a hacer. Las preguntas de cuando era tímido le asaltaban de nuevo haciéndolo tropezar, ¿estaría bien visitarla? ¿Sería prematuro demostrarle interés? Y si resulta que eso que le mordía la barriga resultaba ser amor, ¿cómo serían esos primeros besos? ¿volverían a sentir sus manos? Instintivamente se las miró. Los callos no se notaban en la piel pero endurecían el alma.

     Quizás estaría más tranquilo si inventara alguna excusa plausible, pero maldita la gana que tenía de ponerse a pensar en cosas como: señorita, la llamo del almacén X, es que… perdone la molestia, podría contestarnos un par de preguntas… es para llevar una estadística… O si se presentaba en su casa y se recostaba contra el marco de la puerta y le sonreía diciéndole… no, él no era capaz de tales hazañas. En el cine quedan muy bien pero esta es la vida real y llueven piedras sobre los tejados. En ese instante tropezó con una baldosa que sobresalía en la acera y dio con sus narices sobre el pavimento. Su instinto le dio la fuerza para ponerse en pie inmediatamente pero su corazón atormentado lo obligó a cerrar los ojos y seguir tendido. Cuánto le hubiese gustado que una mano amiga o no,  lo ayudara a levantarse, le limpiara el traje o la nariz. Nada de eso sucedió. En cambio sintió que las piedras que caían en forma de lluvia se habían convertido en gatos salvajes que volaban tristes de tejado en tejado aullando desesperadamente… no había que engañarse, los gatos no volaban, y los aullidos que escuchaba eran los de su garganta.

    Sentía que había perdido el juicio, así como la esperanza de volver a amar otra vez. No, no volvería a amar y eso le parecía insoportable. La vida no llega a ser siquiera soportable si no hay amor. Decidió no hacer nada, quedarse ahí tendido en mitad de la acera era mejor que volver a su casa vacía con el frio de las sábanas envolviendo su cuerpo muerto pero azotado por los latidos de un corazón que extrañamente seguía palpitando. Era mejor no pensar. Apretó los párpados y empezó a alejarse de su cuerpo, una ligera sensación de alivio lo alzó en volandas, ya empezaba a sobrepasar los tejados de las casas,  cuando una voz gritó un hola, en la oscuridad.

    Esa voz lo sacó de su ostracismo. Despertó cada uno de sus músculos se dio cuenta que vivía y no le gustó mucho. Pero esa voz… no recordaba donde la había escuchado y ese interrogante lo impulsó a andar de prisa hasta su casa.

    La pregunta y el tono de la voz en su cerebro le impidieron pensar en la frialdad y la soledad de su casa. Encendió las luces, calentó un café, se fumó un cigarro, se cambió las ropas, se detuvo un rato ante el espejo del baño mientras desinfectaba la herida en su nariz.

    Como todas las noches, se fue a la cama en compañía de un libro y se entregó a la historia olvidándose de sí mismo.

     Esa noche durmió bien hasta que sonó el despertador con las inminencias de la mañana. Una mañana igual a las de toda su vida, con las mismas palabras revoloteando en el ambiente y ni siquiera fútbol de domingo para comentar. Empezó su trabajo. Estaba esperando que el ordenador abriera los archivos  cuando alguien toco levemente su espalda.

     ¡Hola! Disculpe caballero, ayer cuando estuve aquí olvidé mi…

Gladys


8 de Diciembre, 2010, 5:53: GladysGeneral

         Cuando todos se marcharon ella apagó las luces, se quedó únicamente con la de la pequeña lámpara de la esquina. La semi-penumbra de la habitación la tranquilizó. Se sentó a fumarse el último cigarrillo y mientras la brasa ardía muy cerca sus labios tuvo el presentimiento de que todo iba a cambiar.

     No sabía cómo, ni cuándo, pero se intuía caminando por el borde de un precipicio, en cualquier momento su pie resbalaría y ya no habría remedio. Caería… ¿después qué?

     Su cabeza se llenó de negras nubes, su inteligencia no iba más allá de esas tenebrosas tinieblas. Qué seguiría después, la pregunta le mordía las entrañas. No tenía fuerzas, sabía que no podía más y no existía en el mundo reconstituyente capaz de darle eso que, eso que no tenía nombre pero que le dolía.

     Los pequeños objetos de la casa no ayudaban, recurrió a sus olores, a sus recuerdos pero estos parecían ya pertenecer a otra persona. Esa lámpara no la había comprado ella en su viaje a Esauira, las telas que cubrían los muebles habían sido entibiadas por otro cuerpo que no era el suyo. Ni siquiera el dolor de estómago, que digo estómago, dolor de vida le pertenecía.

     Si esos objetos no eran suyos, tampoco lo era la penumbra de esa habitación, ni los amigos que habían besado su mejilla al despedirse, ni los platos amontonados en el fregadero, ni los restos de vino en las copas, ni las palabras que aún saltaban contra las paredes. Algo había pasado y le dolía no saberlo, pero tampoco tenía ganas ni aliento para averiguarlo.

     Apagó la colilla.  Al observar la extinción del fuego se dio cuenta que esa podría ser la grieta que diera comienzo a su salida. Todo acaba y comienza, así que eso era. Un punto final en medio de un párrafo de vida es una salida como otra cualquiera. Lavó los platos, limpió ceniceros, aireó la casa y salió a beber el aire de la madrugada por las calles de su ciudad.

     Ya la mañana se había tomado las calles, las gentes salían a cumplir con sus rutinas. El hambre la obligó a entrar en la primera cafetería que encontró. Saludó efusivamente al camarero, le dio los buenos días, se sorprendió preguntándole cómo se encontraba, luego tomó su desayuno. Ahora le parecía que esos sabores que se fundían en su boca eran absolutamente nuevos para ella. El camarero al retirar el servicio entabló conversación con ella, le preguntó sobre su trabajo, su familia, entonces, ella se escuchó a sí misma hablando de alguien que acababa de nacer: ya no se llamaba Marta, sino Aurora,  en vez de chocolate, había tomado café y no vivía en el centro,  ¿dónde vivía?

 

     Más tarde Aurora tomó una habitación en un pequeño hotel, pidió el listín telefónico, anotó algunas direcciones en la libreta que encontró en la mesita de noche, se bañó y aunque se puso la misma ropa, decidió solucionar ese problema inmediatamente; en la tienda escogió ropa de colores alegres, telas suaves y ligeras, zapatos con algo de tacón y la peluquería puso el signo de admiración a su nueva imagen.

     Para leer en la noche escogió un autor desconocido y se marchó a un hotel. Ya con la pequeña luz de la lamparilla se dispuso a emprender el viaje que el autor le proponía y con las letras enredadas en las pestañas se durmió feliz soñando que se fumaba un último cigarrillo después de despedir a sus amigos...

Gladys