No recuerdo exactamente el momento en que llegaste a mi. Sólo puedo decir que en mi vagabundeo solitario, de repente un calor humano se rozó con mi fría soledad. Su calor y mi frío empezaron a caminar juntos, el camino se hizo más sencillo, el mundo se llenó de árboles, olores, flores, estrellas y soles simultáneos girando a nuestro paso, en una danza cuyos compañeros de baile eran nuestros corazones, cerebros, sangre y lenguas. No sabía si hablaba contigo o tu me hablabas en susurros, pero nos entendíamos, estábamos de acuerdo, incluso en el instante en qué yo pensaba que me gustaba más tu hermano. Claro, él era más guapo, más varonil, sin embargo, contigo la vida explota cada segundo. Empezamos a subir aquel camino que nos conducía a lo alto de la ciudad, allí donde las casas guardan leyendas, secretos y personas que miran por las rendijas; sólo que para llegar allí tenemos que evitar los grupos de bandas urbanas. Ellos temen la felicidad.
En un desnivel de la cuesta yo me detuve un momento a descansar y cuando traté de alcanzarte ya no estabas. Los ojos de las bandas me miraban., yo no demostré miedo, pero me devolví. Ahora no te encuentro, ya los soles no bailan a mi lado y sé que dónde estés, tu también estarás inmóvil, desgarrando la ciudad buscándome. Selvática |
19 de Febrero, 2011, 11:22:
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