Estamos caminando por la playa con una amiga, vamos a buen paso hablando de nuestras cosas. De repente, ella cae al suelo. Muere. En un instante se creó el caos, ambulancias, gritos, teléfonos, susurros, olores extraños y profundos. Ahora ella está en un ataúd. La gente habla, entra y sale, llegan de todas partes, de todas las épocas de su vida, los hijos retornan, sus voces se quedan pegadas a mi pecho, su marido, la silueta de un guapo señor y un deseo que trata de salir de entre mis piernas. No fui al entierro. Me instalé en su casa, me puse sus cosas, lamí sus cucharas, me enredé entre sus sábanas y el mundo desapareció tras la puerta de la habitación. ¿Quién murió en realidad? Selvática |