Noviembre del 2011
Este texto me lo envió Jimul una semana antes de dejarnos.
(Un niño, sentado ante una chimenea juega a pintar su mundo. Sometiendo a su tío a un interrogatorio en tercer grado.)
SOBRINO: (Buscando
una imagen exacta para su dibujo) Y ¿cómo es la que dices que va ser mi tía? TÍO: (Desconcertado
ante la osadía de su sobrino.) ¿A qué te refieres con esa pregunta?
SOBRINO: (Acorralándolo
aún más) Sí, que me describas a la que es mi tía.
TÍO: (Mirando detenidamente a la lumbre. Atizándola con unas tenazas, al fin encuentra un camino para poder responder y así quitarse el compromiso de encima) Pues verás… Hay personas que están siempre en un segundo plano que parecen invisibles y que sin embargo mantienen una actividad brutal. (El sobrino lo escucha, muy atentamente.) Sí, mira, es como un portal de un pueblo, lo que se llama Portalada. El portal es la conexión entre lo público y lo privado. La sociedad y el individuo. Los vecinos y la familia. Pues bien. El Portal tiene, de por sí, vida también. Acoge el primer contacto de la gente, antes de entrar al recinto, o es la despedida. Pues bien, Belén, es como ese Portal. El primer contacto que el visitante tiene de un hogar. Acoge y muestra el Corral con todas sus bestias y naturaleza doméstica y el hogar humano propiamente dicho, donde las personas realizan su vida cotidianamente. Guardián de su seguridad y discreta con su intimidad. No es lo más importante de una casa y sin embargo lo es todo. El primer contacto, la atracción, esa incitación a entrar y observar. La belleza que atrapa al viajero y que le obliga a volver una y otra y otra y mil veces más. La antesala de la vida. (Cuando quiso darse cuenta, su sobrino había hecho uno de los dibujos más hermosos que había visto en su vida. Desde aquel momento supo dos cosas. Una que el futuro de su sobrino sería la pintura. Dos, había descubierto y descrito perfectamente al amor de su vida. Belén sería ya por siempre el Portal de su existencia.) |
![]() Esta es una de tus calles,
por allí caminabas llevando en la mano la magia de vivir con una sonrisa en los labios a pesar de lo que te dolía, todo lo que estaba pasando en el país, con la gente, con tus amigos, con la sociedad, desde esa calle alzabas la voz, atravesabas el océano y llegabas a las islas, todas las semanas, a las once de la noche. Ahora mismo son las once de la noche y el teléfono no suena, es raro, amigo infernal si siempre fuiste muy puntual... El teléfono sigue mudo y yo me siento cada vez más sola. Gladys |
Todas las tardes vengo a verlas. Ellas no saben que las espío, las recuerdo e incluso las estoy amando.
Yo dejo mis páginas en blanco para acudir a nuestras tácitas citas, me recojo el cabello de mala manera, un poco de brillo en los labios y las llaves en el bolso con el alma en vilo… ¿y si esta tarde no vienen? Entro a la cafetería con el aliento desbocado, la camarera me mira y me reconoce, lo sé porque me sonríe y me señala la mesa, desaparece unos instantes, luego me trae el café y un periódico. Escucho su voz y le contesto aliviada. Justo cuando voy por la mitad de café, las veo llegar a través del ventanal, ahí están, mi corazón late como caballo desbocado. Siempre digo lo mismo: están maravillosas, todos los días están maravillosas. Son tres. Deben rondar los setenta y tantos. Hay dos rubias y una castaña, una se peina al estilo clásico de casco con lugares ondas sobre las orejas, la otra lleva una melena lisa y maravillosamente brillante - sospecho que es peluca - y la tercera mantiene el pelo largo, le he puesto un pasado hippy y tal vez me equivoque. Esas son mis abuelas bellas. Ellas se detienen antes en la puerta, se toman de los codos para afirmar sus opiniones, se ríen un poco y luego deciden entrar. Cuando lo hacen la cafetería se llena de una especie de añoranza, no sé definirlo exactamente, pero el sentimiento es de seguridad plena. Ellas se sientan en la esquina opuesta a mi, nunca miran el menú porque ya saben lo que van a tomar, la camarera se les acerca con la libreta en mano, más por hábito que por necesidad y después de algunos piropos y risas les da la espalda. Al cabo de un rato, reaparece con una bandeja y mi expectación crece hasta límites insospechados. Me muero por ese instante, por el segundo eterno en que esas manos enjoyadas con sus bisuterías toman el bollo azucarado casi sin darse cuenta y lo introducen en el café con leche, para luego llevárselos a los labios. Después de eso ya me siento tranquila y es cuando las urgencias de mi vida me empiezan a reclamar atención… a veces les hago caso, pago y me marcho, sin embargo, en otras ocasiones me quedo un poco más, pero solo por curiosidad. Esa tarde volvió a repetirse la puesta en escena y cuando yo ya estaba tranquila, empecé a doblar el periódico y me iba a poner de pie cuando el mundo se me vino abajo. A mi lado estaba una de las bellas, me miraba fijamente, me tomó de la mano y de su boca salieron estas palabras: Vive tu vida de una vez. Y me dio la espalda. Por supuesto no volví a la cafetería. Gladys |
Yo dedico mis días a tejer letras sin parar, camino por los pasillos de mi pensión buscando alguna inspiración, una sonrisa que sirva de paréntesis a mi vida solitaria. Al fondo del pasillo vive una pareja de "raros", ella siempre parece estar en las nubes, nunca la he oído hablar y sus labios dejaron de serlo para convertirse en una cicatriz rosa en medio del rostro, él es tan delgado como un guión bajo y casi tan oscuro como éste. No sé si tienen niños, pero lo cierto es que en la puerta de su casa siempre hay pañales llenos de mierda y pis. Una tarde, en uno de mis paseos, la mujer me hizo una seña, me invitó a entrar a su casa, que por cierto, se parecía mucho a la mía, yo le conté que iba a viajar y ella me propuso que le escribiera artículos sobre mi país. Mi cabeza se llenó de ilusiones que el dinero puede comprar, pensé en todos mis sacrificios por estirar mis flacos ingresos un mes más, y me sentí feliz, tanto que no pensé en la suma que me iba a pagar, por cierto, creo que no se habló de ello jamás. Yo seguía con mis alucinaciones económicas cuando llegó su marido y empezó a pinchar globos, a hablar de los inconvenientes y las dificultades, hasta que encontró la palabra justa para despedirme de su casa. Me volví a ver en el pasillo, al lado de la pequeña montaña de pañales y los moñigos de mierda, la imagen de la cicatriz en el rostro de la mujer y caí en cuenta de que nunca había hablado, no había escuchado su voz. Creo que mi cerebro me esta jugando una malapasada - pensé - mientras pateaba los pañales hasta el final del pasillo. Selvática |
Hay quienes nos dejan sin palabras… sobre todo la derecha. Selvática |
Va de un lado para otro, pega contra la pared y rebota a las manos de un niño, a las de una mujer, un joven, una adolescente, un hombre. Cada golpe le marca el rostro, cada mano reconoce su destino y entre un golpe y otro la boca se le va quedando abierta del asombro. Selvática |
Generalmente soy de las que leen la prensa digital, me gusta bucear
por internet y leer o no leer, sin complejos de culpa, lo que no me
sucede con la prensa escrita, pues al comprar un periódico siento una
necesidad casi física de leer hasta las esquelas, quizás a causa de
algún avaro que habita en mi interior y me obliga a aprovechar al máximo
los pesos que cuesta un periódico. Por: Lady papa
|