Después de tantos años por fin me he atrevido a volver. Odiaba este lago, ya sé que no tiene la culpa, ya sé que fue un accidente, mi cerebro siempre me lo recuerda con lujo de detalles o explicaciones lógicas y razonables.

            Pero dentro de mi hay alguien que no entiende, un ser al que los razonamientos le parecen una patraña de la inteligencia, o un complot sádicamente ideado para lavarle el cerebro.

            Por eso se niega a escuchar alejándose de su cuerpo hasta que la voz de la razón es solo ruido de tráfico en medio de la ciudad: algo molesto pero no insufrible.

            Y aquí me tienen, hundiendo otra vez los pies sobre las aguas transparentes, viendo como mi dedo regordete empieza a ponerse blanco y arrugado. Al cabo de unos segundos la transparencia de las aguas ya no se limita solo a la orilla. Levanto la vista y casi todo el lago es transparente, se pueden ver las piedras, las algas, los peces, los granos de arena. El mundo submarino del lago me es desvelado y es maravilloso.

            Unas burbujas llaman mi atención, me indican un camino y me dejo llevar casi al otro extremo del lago, donde se ahogó la hija de mi amiga. Recuerdo perfectamente aquel día, era un domingo cálido, había mucha gente por los alrededores, el cielo era intensamente azul y daba su color al lago hasta que nos dimos cuenta de la ausencia de la niña, gritamos, todo el mundo ayudó pero nunca la encontramos y yo decidí no volver jamás.

            Pero hoy, mi cuerpo se despertó con la decisión de ir hasta allí, mis pies me llevaron y aquí estoy haciendo caso a esa intuición que parece ser el timón de mi vida, esa fuerza que mueve mis pies a través de las aguas hasta la orilla más solitaria del lago, donde las piedras son más bonitas, lisas, suaves, como pequeñas nubes caídas del cielo y congeladas en el agua.

            La hilera de burbujas me hace la señal para que me agache, me lleva hasta una piedra pequeña, oblonga y muy suave, como la cabeza de una niña que se ahogó...